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Introducción Al Espacio Y Territorio


Enviado por   •  18 de Febrero de 2015  •  8.788 Palabras (36 Páginas)  •  155 Visitas

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Introducción: espacio y territorio

Objetivos

• Analizar el concepto de paisaje y su relación con la urbanización.

• Explicar lar elación entre espacio y paisaje.

• Analizar el punto de vista administrativo en la definición del territorio.

• Definir las formas de la espacialidad.

• Examinar las características de la espacialidad urbana.

• Explicar la relación entre espacialidad y temporalidad.

• Definir los componentes ideológicos del discurso neoliberal y su impacto en la urbanización.

• Relacionar el impacto tecnológico y la informatización con los espacios urbanos modernos.

• Explicar el concepto de desterritorialización y relacionarlo con las metrópolis globalizadas.

• Analizar los conceptos de des-centramiento, des-espaciamiento y des-urbanización.

• Definir la relación entre ciudad y espacio público.

• Explicar la relación entre cultura y ciudad.

• Ejemplificar la importancia del cuidado del patrimonio cultural e histórico de una ciudad.

• Definir las características de las ciudades globales y globalizadas.

• Explicar el concepto de espacio social (y antropológico).

Contenidos

El paisaje: del espacio al territorio

Del espacio al territorio.

El foco en la espacialidad.

El foco en la temporalidad.

Determinaciones históricas.

Desterritorialización, modernidad y ciudades.

Movimientos urbanos recientes: des-espaciamiento, des-centramiento y des-urbanización

Ciudad y espacio público.

Ciudad y cultura.

Patrimonio cultural e histórico de una ciudad.

La cuarta revolución urbana.

Transición de políticas urbanas.

Idea de espacio social.

Las megalópolis de América Latina.

Para comenzar a problematizar esta unidad, vamos a ensayar en primer lugar el alcance del concepto de paisaje y, a continuación, realizar una distinción conceptual inicial entre el espacio y el territorio. Finalmente, nos adentramos en la naturaleza del patrimonio histórico, social y cultural, y trazaremos el panorama global de la urbanización y sus principales problemáticas en el área del RMBA a nivel diacrónico.

El paisaje: del espacio al territorio

El paisaje de una porción de la superficie terrestre nos muestra una distribución geográfica de objetos . No es más que una percepción, una imagen instantánea de lo visible. Aunque la percepción se da también sobre elementos intangibles y emocionales de enorme complejidad, a los cuales trataremos de hacer referencia y analizar en este trabajo.

Los elementos naturales y artificiales de un paisaje no solo se ven, sino que se sienten, en este caso, los enrejados en las plazas disparan múltiples apreciaciones por parte de los ciudadanos, percepciones y sensaciones que se integran en su visión de la ciudad.

Por otro lado no hay que olvidar que estamos estudiando un territorio, un ámbito geográfico en el que se ejerce poder, ya sea de tipo político, económico o cultural. El poder es algo dinámico y responde a cierta lógica, en este caso la del sistema capitalista.

Todo ejercicio del poder, según Porto Gonçalves , deja “marcas” o “grafías” en la superficie terrestre, es por esto que el autor habla de “geo-grafías” refiriéndose a las marcas que construyen el espacio geográfico a lo largo de la Historia. Por otra parte, con Milton Santos intuimos las rugosidades en la trama urbana, las cuales suelen considerarse en el tiempo pasado materializado en el espacio; y que pueden ser pensados como una “segunda naturaleza” que, al igual que la primera (la original), podrán intervenir en los procesos sociales en la medida en que la sociedad los reincorpora según sus intenciones o necesidades. Así, las cualidades de extensión que posee el espacio material hace intervenir la distancia, que sumada a la cualidad de desigual distribución y presencia de atributos en dicha extensión, imponen a las prácticas sociales una mediación necesaria para acceder a aquellos atributos necesarios allí donde estén y contar con ellos allí donde se los requiera. Así, podemos ver que, como espacio material (con sus atributos) exclusivamente, el espacio no depende de lo social, sino que se transforma en social cuando lo consideramos a la luz de sus relaciones con la sociedad, y como tal lo abordamos para comprenderlo .

Estas improntas y rugosidades tienen un objetivo y consecuencias, nosotros nos dedicaremos a lo segundo. Siguiendo la línea de los grandes pensadores del ámbito de la Geografía, creemos que es muy productivo trabajar a partir de escalas geográficas . No haremos un análisis sobre las consecuencias de la crisis del petróleo, la reestructuración y reorientación del sistema capitalista a fines de los ’70 ni de las consecuencias negativas del modelo neoliberal en América Latina, debido a que ya existe mucho material sobre esta temática. Nuestra intención es partir de una escala micro o local, para comprender la dinámica global en la que nos vemos sumergidos.

Del espacio al territorio: conceptualización

El primer concepto, el de espacio, remite, a nuestro criterio, al proceso de desarrollo de los asentamientos humanos socialmente organizados. En ellos, mientras la relación hombre-naturaleza es el principio vector, el trabajo es el medio a través del cual se produce dicha interacción con el fin de paliar las necesidades básicas imprescindibles para la reproducción de dicha sociedad.

Algunos ejemplos colaborarían para profundizar lo propuesto: los primeros campamentos bases establecidos por los grupos nómades que poblaron la tierra; las aldeas campesinas; las aglomeraciones urbanas desarrolladas por los imperios históricos; las ciudades construidas a la par del proceso de industrialización; el country o el barrio privado; los asentamientos humildes en los bordes de las ciudades. Todos estos ejemplos conforman diferentes maneras de organizar el espacio a través del tiempo. Todas estas manifestaciones son el continente singular dentro de los cuales se estructura la vida pública-privada de los sujetos.

Por otro lado, el segundo concepto, es decir, el territorio, remite, según nuestra diferenciación, a la esfera de acción de las instituciones estatales, es decir, a la cantidad de superficie total que los Estados logran controlar. Por tanto, esta categoría hace referencia a la capacidad de poder desarrollado por las instituciones estatales. En el caso de los modernos Estados territoriales o Estados nacionales, entre las instituciones que actúan en este proceso de territorialización de su poder podríamos enumerar: las fuerzas del orden, las instituciones educativas (generadoras de identidad, como se analizó en el marco curricular), la burocracia encargada de sostener una actividad extractiva-administrativa, etcétera. De este modo, la idea de territorio se vincularía a la de soberanía o poder jurisdiccional por parte de las instituciones estatales sobre los hombres que allí habitan.

De todo lo anterior se desprende que la construcción de la espacialidad-territorialidad es una cuestión histórica y social. Las formas en que el hombre se relaciona con la naturaleza y el modo en que ella es modificada por medio del trabajo, es específicamente una cuestión histórica y por tanto, también, condicionada a las maneras en que los hombres se organizan en su todo social. Pero la espacialidad del territorio no solo es producto de la manera en que la sociedad organiza su trabajo, sino que también es producto de determinadas relaciones de poder.

Esa construcción espacial, además de presentar una constitución empíricamente contrastable, mesurable y cuantificable; también contiene un profundo peso simbólico que remite a las relaciones de poder establecidas en una sociedad. Así como históricamente han existido y existen diversas formas de organizar el trabajo para los fines económico-productivos (a través de relaciones específicas entre los hombre y con el medio); también existen diferentes maneras de generar cargas simbólicas y canales específicos de distribución que conforman singulares mecanismos de poder.

No muy seguido caemos en la cuenta del peso que contienen los símbolos en nuestras prácticas sociales cotidianas. Su importancia reside en el hecho de ser la “fibra nerviosa” que atraviesa el proceso de construcción cultural. Como tal, toda producción simbólica tiene el rol de “ordenar” al todo social a través una visión de lo existente- lo correcto- lo posible que podríamos denominar “imaginario colectivo”.

Así todos los objetos, relaciones sociales y espacios están nutridos de una carga simbólica, de una valoración ideológica y/o de una carga ética-moral. Es decir, este “imaginario” es lo que da coherencia a un sinfín de variables que componen a “la” interpretación del mundo. Es por ese acto generador de coherencia que se produce en los sujetos un sentimiento de pertenencia e identificación con el espacio que habita y los sujetos con los que comparte sus experiencias, así como con las instituciones existentes.

El foco en la espacialidad

Dado que el concepto de espacialidad es el hilo que recorre y estructura las páginas de este curso, es necesario señalar qué se busca representar a través de esta noción. Entendemos que el concepto refiere al proceso en el que se despliegan toda una serie de modificaciones tanto en lo que hace a la morfología concreta del territorio, como en lo que refiere a las formas de valorización simbólica del mismo en el imaginario social. Por ello lo entendemos tanto como el producto de las relaciones sociales existentes como el proceso que las determina .

Las formas en que las sociedades se organizan con arreglo a su reproducción generan una disputa de intereses que repercuten en la fisonomía del espacio. Por lo que podríamos decir que una primera mediación en la articulación de la espacialidad la constituye la relación que existe entre los modos de división social del trabajo y las formas de trabajo, dado que toda relación productiva implica una valoración del espacio en función de la cual se estructura la reproducción social.

Una segunda instancia de mediación en el proceso constitutivo de la espacialidad se sitúa en el plano simbólico, en el que arraigan las representaciones que acompañan y sostiene a las prácticas sociales. Estas representaciones son las que cada sector social hace tanto de sí en el espacio como de los demás sectores, y de su relación. En esta instancia se encuentra el proceso de elaboración de los “mapas mentales” (como se analiza en más detalle en el próximo módulo).

A lo largo de todo proceso histórico los territorios no solo pueden ser vaciados o colmados físicamente, sino y fundamentalmente, también lo son simbólicamente. Estas construcciones simbólicas, que determinan en buena medida la percepción y la reproducción de la “cotidianidad” de los sujetos, se estructuran a partir de valorizaciones hechas sobre la base de una visión del mundo, la cual a su vez se enmarca dentro de una lógica social de poder.

Por todo esto, para pensar el proceso que nos proponemos, nos es ineludible un análisis de las transformaciones que se han operado sobre las relaciones sociales en las últimas décadas, en tanto fuerzas que movilizan esta doble configuración de la espacialidad.

Entendiendo por relaciones sociales la manera en que se estructuran las clases (y con ellas sus formas institucionales de poder, así como también sus modos de disputa) postulamos que es la conflictividad la que determina el modo y el grado en que los cambios concretos son operados. Tomamos como determinación fundamental (pero no unilateral) la que parte de las diversas formas de conflictividad social, dado que través de estas compulsas y sus resoluciones históricas se imponen modificaciones en las formas de valorización y distribución de los bienes, entre ellos el territorio.

Sin embargo, articular una reflexión acerca de la espacialidad como forma de consistencia social es poco fructífera si se la abstrae de la temporalidad, su contraparte dialéctica en tanto que componentes de una relación que permite la constitución de los sujetos.

Tanto el espacio como el tiempo son las variables sobre las cuales los seres humanos organizamos nuestra vida cotidiana. Sin embargo, y no muy seguido, caemos en la cuenta de que, tanto sus procesos constitutivos como sus significaciones sociales tienen una lógica, en tanto modo de despliegue, que son propias del momento histórico. Es decir, no son variables constituidas objetivamente con independencia de los procesos sociales. Muy por el contrario, son el producto de una totalidad históricamente determinada dentro de la cual toman entidad, pero sobre la cual operan para permitir una coherencia “organizativa” de la misma.

El foco en la temporalidad

Las nociones de espacialidad, como producto del desarrollo de las relaciones sociales, no se construyen al margen de la temporalidad. Por el contrario, ambas variables se conforman dialécticamente, e instituyen el campo en el que los sujetos se constituyen como tales. La determinación del tiempo y el espacio como práctica, y por tanto en categorías socialmente válidas en lo que hace al funcionamiento de una determinada formación social, es un elemento importante en el armado del “aparato conceptual” por medio del cual tamizamos nuestras experiencias, elaboramos nuestras representaciones y proyectamos nuestras acciones .

Por ello, antes de avanzar en el módulo y en el curso conviene ensayar algunas reflexiones sobre la temporalidad.

La actual forma de capitalismo, que ha complejizado su fisonomía global dado el proceso de modificación de su estructura productiva y de su ingeniería financiera, tiene en el voraz consumo y en el veloz desecho de las mercancías su condición fundamental. Por ello, toda una batería de imágenes públicas que producen, amplifican y buscan solidificar ésta percepción a través operatorias de marketing, películas, notas periodísticas y discursos empresariales, se ponen en movimiento para hacer de esta necesidad del capitalismo una virtud social, procurando instalar como estilo de vida aquel que tiene en la instantaneidad y lo desechable sus más altos atributos.

En un momento en el que la competitividad está definitivamente instalada a la escala global, las mayores firmas del planeta buscan reducir los tiempos de rotación (es decir producción-circulación) para maximizar su competitividad (traducida en beneficios).

Para lograr su objetivo estas firmas iniciarán un proceso de profundas modificaciones. En primer lugar, buscarán instalarse al frente del proceso de traspaso de “la masificación del consumo de bienes a la masificación del consumo de servicios” tanto individual como corporativos. Paralelamente, estas firmas iniciarán un proceso de reestructuración organizacional al interior de las unidades de producción para ampliar y solidificar la denominada “acumulación flexible”. Esta lógica productiva, basada en la creación de pequeñas y variadas series discontinuas de mercancías, sin stock, agiliza los tiempos de rotación y reduce las posibilidades de pérdidas durante las crisis, dado que permite la renovación permanente de los productos que cuentan con una corta vida útil.

Lo interesante de esta dinámica basada en acortar los tiempos de rotación, es que tiende a intensificarse en tiempos en que se constriñen las condiciones de acumulación. Por lo tanto, en período de crisis, se exacerba la aceleración de la vida social como tendencia dominante, modificando de ese modo la temporalidad social. Si tenemos presente que, desde mediados de los ´70, el despliegue global del capitalismo viene dándose a caballo de una serie de crisis financieras que repercuten en la economía productiva, forzando a las firmas que pretendan mantener su presencia global a reacomodarse para sostener su capacidad de competitividad, podemos empezar a vislumbrar la razón de la actual exacerbación de esta tendencia que es inherente a la lógica metabólica del capital: la de buscar aniquilar el espacio (las distancias) a través del tiempo (la velocidad).

Esta es la matriz sobre la que se configura la actual percepción temporal, cuya forma se caracteriza por la preeminencia del presente como el único horizonte posible. Es decir como la categoría dominante para pensarnos como sociedad.

Sin embargo, esta descripción general de la matriz poco nos explica acerca del contenido, de las relaciones intersubjetivas que sostienen esta forma de temporalidad.

Para poder pensar los límites y la lógica de esta temporalidad, proponemos descomponerla en lo que creemos son sus elementos más fuertes: la negación tanto de la procesualidad histórica y como de la subjetividad en los procesos.

En lo que hace al carácter de lo procesual, éste implica, a su vez, otro desdoblamiento. Por un lado, la constante recreación de una imagen del tiempo sin temporalidad . Ésta es la entidad que toma la necesidad de legitimación del orden social existente: la de distorsionar la percepción del tiempo histórico como tal, (re)produciendo una idea de presente continuo. De este modo, se pretende naturalizar en los sujetos un momento de la historia como si fuese estático, y por lo tanto perpetuo. A partir de esas coordenadas socio-históricas es “leído” el pasado y e “imaginado” el futuro: sobre la base de la “certeza” de que “lo que es, siempre fue y será”.

Por otro lado, la segunda tendencia que actúa junto a esta matriz de tiempo en “presente continuo” en lo que concierne a las labores destructivas de la perspectiva histórica, se sitúan los denodados esfuerzos por colocar a la instantaneidad como el único orden rector de la cotidianeidad y así coronar a la actual lógica inherente de la reproducción del capital como el principio vector de lo habitual. De modo que se fomenta la valorización del tiempo como inmediatez y se amplifica la exaltación de un tiempo sin secuencias (ni consecuencias). De esta forma, la morfología del tiempo se reduce a una sumatoria de momentos. Todo lo cual podríamos sintetizarlo en una frase: “solo importa el hoy, y más que el hoy el ahora”.

En lo concerniente a la subjetividad de los procesos, y en sintonía con lo anterior, el discurso legitimador del orden establecido busca solidificar socialmente la noción de que la constitución de la realidad es el subproducto de la marcha de un espectacular proceso genéricamente denominado, hoy “globalización” (ayer “desarrollo”, anteayer “progreso”). Dentro de este discurso, la tecnología o la economía aparecen arropadas como las “fuerzas objetivas” en el sentido de ajenas a los hombres, y por tanto no controlables por ellos.

Estos serían los principios que mueven la historia, y con ella, las fisonomías de los espacios y la velocidad del tiempo. De este modo, son desdibujadas e invisibilizadas las relaciones sociales que hacen posibles el desarrollo de determinaos procesos en condiciones específicas. Se despliega una fetichización en la que el sujeto es reificado, borrado en cuanto tal y colocado a merced de estas fuerzas “objetivas” – personificadas y omnipresentes –. En esta forma de articular las relaciones sociales los seres aparecen como epifenómenos de un objetivismo abstracto que suprime la subjetividad, borrando la posibilidad de la acción.

Hasta aquí hemos reconstruido algunas de las variables que intervinieron en los cambios de la espacialidad. Sin embargo, para lograr una visión más concreta del problema, debemos detenernos en el análisis de algunas otras cuestiones que hacen a la matriz estructural del proceso.

Las determinaciones históricas

Para comprender el desarrollo de los componentes mencionados debemos ahondar en algunas de las determinaciones que los constituyeron históricamente.

Desde mediados de la década de 1970 hasta el fin de la Guerra Fría, vivimos un período signado no solo por la reestructuración económica en lo que refiere a la organización productiva y la ingeniería financiera. Se trató también de un impasse ideológico en lo que hace al discurso legitimador del orden social-global motivado por la profundidad de la crisis. Esas casi dos décadas fueron los años en los que entraron en crisis las bases del discurso “desarrollista” de la segunda posguerra sin que se lograra consolidar otra cosmogonía que de una coherencia explicativa-reproductiva al orden social.

Estos fueron años de expansión global en los negocios a una escala geográfica y en una intensidad social hasta ese momento desconocidos. Pero también son años de modificaciones productivas estructurales (aumento en la centralización del capital y de la descentralización productiva) y de potenciales catástrofes financieras (por la cesación de pagos de los países endeudados), por tanto, de vacilaciones e incertidumbres. La década de los ´80 representa un período transicional signado por la turbulencia de procesos en solidificación. Sobre este escenario, el neoliberalismo en tanto ideología, lograba dar sus primeros pasos, aún poco articulados, en el transito hacia su institucionalización como discurso hegemónico. Si bien a lo largo de ese período se desplegaron todo una serie de potencialidades en germen en las décadas precedentes, será recién durante el lapso de tiempo que se extiende desde la caída de la URSS hasta el atentado de las Torres Gemelas, donde cristalice la estructura ideológica que aún mantiene su peso en nuestra cotidianeidad.

En el transcurso de esa década se galvanizarán, al interior del discurso neoliberal, los dos componentes ideológicos que constituyen el sustento de la actual lógica temporal: el postmodernismo y el optimismo tecnológico, íntimamente unidos a los postulados del “fin de la historia”.

Sobre estos pilares el discurso neoliberal buscará reproducir una imagen en la que sea posible pensar la historia borrando a la humanidad como el sujeto del proceso. La tecnología en abstracto, vaciada de toda historicidad y contenido social, será según esta cosmogonía tanto sujeto como tiempo. Porque, a la vez que se busca colocarla como sinónimo de un futuro inevitable, se la presenta como el sujeto activo y transformador de la historia.

El posmodernismo se ha instalado como el andamiaje epistemológico sobre el cual se construyen las explicaciones del mundo y se legitiman las acciones (e inacciones). Básicamente, el pensamiento postmoderno es una forma de pensar la realidad (y de condicionar lo posible) que pivotea en la sobrevaloración de las parcialidades (a las que les otorga la caracterización de sistematizaciones autónomas) por sobre las totalidades , a partir de la sospecha de que cualquier fundamento objetivo de nuestra existencia es una ficción arbitraria. Por lo tanto, propone una radical indiferencia ante cuestiones relacionadas con la estructura de la sociedad y su historia.

Habiendo borrando las totalidades y determinaciones históricas, en este discurso el sujeto es presentado y pensado en tanto “fragmentado” o “multi-implantado”; mientras que la sociedad es analizada como un conjunto heteróclito e indeterminado de actores, contingencias y acontecimientos fugases y efímeros . De este modo, en las elucidaciones en clave posmoderna los sujetos son reemplazados por la yuxtaposición de las “multiplicidades” que no pueden ser abarcadas por los “meta-relatos”.

Claramente podemos encontrar un hilo que une las tesis del “fin de las ideologías” de los ´50, pasando por el “fin de los grandes relatos” que se proponen desde la academia a través del postmodernismo en los ´70-80 y el “fin de la historia” de comienzos de los ´90: borrar la acción humana y desmembrar al sujeto y a la realidad de las construcciones teóricas y de los relatos del mundo. Todas estas estructuras ideológicas buscaron sancionar y sostener el inmovilismo como condición de la sociedad.

Por otro lado, el momento de consolidación y auge del discurso que dictamina el “fin de la historia” se monta sobre dos procesos intrínsecamente unidos: el desarrollo tecnológico y una nueva etapa de reestructuración financiera.

A lo largo de los ´90 emergen al mundo civil dos innovaciones técnicas, desarrolladas como aplicaciones militares en las décadas anteriores, que tendrán una fuerte contribución en este proceso: Internet y la telefonía celular.

La ampliación y consolidación de la Web como un nuevo escenario de socialización vino de la mano de la definitiva adopción social de la computadora. La posibilidad del transporte de información de diversas zonas del globo de un modo casi instantáneo, en tiempo real, moldeó en parte, la nueva percepción de las variables espacio-temporales. A su vez, ligado a estos cambios en la comunicación, la expansión del teléfono celular implicó un cambio en la forma de social de la comunicación, representando un paso más en la individualización.

Estos cambios forman parte de un desarrollo tecnológico que profundiza una tendencia inherente a la reproducción del capital antes que representar una novedad en la naturaleza del capitalismo. A prima facie, muchos quedan perplejos por la radicalidad del cambio en la fisonomía del capitalismo, sin advertir que ello no suprime su naturaleza. Sin embargo, y sobre la base de la perplejidad que genera este salto tecnológico, se constituyó un discurso que, amplificado a través de las publicidades, el cine, la T.V. y locuciones políticos creció socialmente: el del optimismo tecnológico, y a través de él, las ideas de la sociedad post-capitalista del conocimiento y la información.

Paralelamente a este salto tecnológico y en parte gracias a él, la economía global estaba entrando en una nueva fase financiera en la que los mayores flujos de capital ya no se dirigían a los países periféricos como en los ´70 - ´80 (si bien la deuda pública seguía siendo un jugoso negocio) sino, por el contrario, se concentraron en las bolsas de Nueva York, Londres, Frankfurt o París. Las crisis, cada vez más frecuentes e intensas en los países periféricos, generaron un proceso de fuga de capitales hacia los países centrales que ampliaron la liquidez de estos mercados, bajando así el costo de los intereses por el crédito, todo lo cual genera un saludable impacto económico .

Esa década fue el momento de la ampliación y consolidación de una lógica financiera-productiva global, posibilitada por la aplicación de las nuevas herramientas tecnológicas, previa derrota de toda resistencia a la imposición de peores condiciones laborales y de vida para cada vez mayores porciones de la población.

Sobre este proceso de reacomodamiento de los flujos globales (donde las cotizaciones de los bonos de corporaciones, bancos, hipotecas y empresas tecnológicas estaban llegando más allá de lo soñado por cualquiera en un lapso de tiempo muy corto) y del sistema productivo, se asienta el “cambio revolucionario” que se ofrece desde la perspectiva del capital: el cambio tecnológico. Éste, per se, traería la mejora y la felicidad a un mundo que ha llegado al límite de sus posibles desarrollo económicos (economía de mercado) y políticos (democracia liberal). Este proceso es presentado como una “revolución” inevitable, imposible de detener, en tanto que es el “destino” de la humanidad.

La prédica de la confianza en la tecnología (transmutada en una inquebrantable fe en lo inevitable) se convirtió en un potente dispositivo a partir del cual se organiza la memoria social y se limita lo imaginable-deseable. Era el fin de la historia….

De esta forma, el modo en que es presentado el tiempo en este discurso implica un futuro que ya está realizado (en la tecnología), y por lo tanto solo resta (en el presente) apropiarse de la parte que se pueda a través de la compra y el consumo. Se expande y solidifica la percepción de un presente banalizado, el cual deja de tener la carga de ser el momento para la acción-transformación, para ser colocado como el instante en que se consume futuro.

Este mundo es presentado y pensado como el mejor de los posibles, por tanto no es necesario el cambio. Sin embargo, para obturar esa posibilidad, a la par, se debió construir la imagen de que ese cambio, además de no ser necesario, tampoco era posible.

Dentro de todo este cuerpo de imágenes públicas, repetidas hasta el hartazgo, el futuro pierde su lugar de horizonte, de posibilidad de construcción, y por lo tanto de deseo. Muy por el contrario, este futuro aparece como sinónimo de inmediatez individual dentro de una lógica productiva y mercantil que tiene como única propuesta la de vivir bajo un “estado de novedad permanente” al compás de la volatilidad de las modas propuestas por la lógica flexible de producción .

Bajo esta lógica temporal no solo se desdibuja la diferencia entre lo circunstancial y lo que vale la pena, sino que el tiempo es asemejado cada vez más a la velocidad, desapareciendo la noción del tiempo en cuanto historia.

Desterritorialización, modernidad y ciudades

En las metrópolis –como la ciudad de Buenos Aires- los cambios culturales corren de la mano de las transformaciones tecnoperceptivas de la comunicación, el movimiento de desterritorialización de los mundos simbólicos, el desplazamiento de las fronteras entre lo local-global y lo público-privado, entre otros muchos fenómenos.

J. M. Barbero señala que el paradigma informacional es hoy un eje rector en la planificación urbana.

La preocupación de los urbanistas no es que los ciudadanos se encuentren e interactúen sino que circulen: es el concepto de la ciudad-pista, ciudades para ser atravesadas no para ser vividas. Es lo que Paul Virilio denomina “el régimen general de la velocidad”.

Eduardo Rinesi puntualiza –en armonía con el tema analizado- que existen dos movimientos en las grandes ciudades: el afán de desplazamiento, circulación, velocidad y la apropiación privada de los viejos espacios públicos.

Dos momentos de una única tendencia por la cual la ciudad va perdiendo su valor de uso en beneficio de su valor de cambio, deja de ser una obra a disfrutar para convertirse en una pista a recorrer.

La ciudad-pista corresponde a la lógica del movimiento y de la velocidad y debe garantizar a sus habitantes el más preciado de sus derechos: el de desplazarse, antes que el derecho a residir en un lugar.

Las grandes autopistas sirven para ello, sitios donde el viajero –como lo destaca Catalá Domenech- percibe cierto alivio por estar más cerca del paraíso, en tanto el infierno está debajo, donde en algún momento habrá que descender (por ejemplo por razones de trabajo para luego alejarse rápidamente).

Movimientos urbanos recientes: des-espaciamiento, des-centramiento y des-urbanización

A partir del análisis de J. M. Barbero, se señalam tres grandes movimientos que se han producido en los últimos años en las urbes :

1. des-espacialización,

2. des-centramiento y

3. des-urbanización.

1- Des-espacialización:

El espacio urbano no cuenta sino en cuanto valor asociado al precio del suelo y su inscripción en los movimientos del flujo vehicular.

La ciudad ya no es el escenario en el que se despliegan las interacciones sociales, sino se ha transformado en un obstáculo que rápidamente hay que salvar.

2. Des-centramiento:

Es la pérdida de la valoración del centro o, dicho de otro modo, la desvalorización de aquellos lugares que cumplían la función de centro, por ejemplo: la Plaza de Mayo en la ciudad de Buenos Aires.

Suele haber un reciclaje de los centros históricos pero en clave funcional para la industria del turismo y la venta de imágenes de consumo externo. Además puede operar en oposición el fenómeno de gentrificación, o revalorización de los espacios centrales.

El des-centramiento que subraya Barbero apunta a un fenómeno que hace hincapié en el privilegio de las calles, las avenidas, en la capacidad de operativizar enlaces, conexiones de flujos, antes que en la experiencia de la convocatoria de ciertos sitios para la interacción social, como por ejemplo: las plazas.

En el presente suelen ser los grandes centros comerciales los que reordenan el sentido del encuentro entre las personas, los que constituyen el escenario donde se despliegan gran parte de las relaciones sociales que en el pasado confluían en el espacio de lo público.

3. Des-urbanización:

Se refiere a la reducción progresiva de la ciudad que es realmente usada por los ciudadanos. El proceso de segmentación espacial desarrollado en las últimas décadas y que es un correlato de la fractura (fragmentación) socioespacial –tema que se aborda en el apartado correspondiente de este módulo, pero también en mayor amplitud en el tercer módulo.

Ciudad y espacio público

Jordi Borja señala que el espacio público como concepto jurídico es un espacio ligado a una regulación específica por parte de la administración pública, que posee la facultad de dominio sobre el suelo y fija las condiciones de utilización y de instalación de actividades.

Desde una perspectiva sociocultural -que es la que nos interesa-, el espacio público es un lugar de relación, de contacto entre las personas, de animación urbana y, muchas veces, de expresión comunitaria .

Del territorio al patrimonio

De acuerdo con Antonio Elio Brailovksy (2009), la visión tradicional del ambiente estaba centrada casi exclusivamente en la preservación del patrimonio natural. La división social del trabajo ponía a los biólogos al frente de los parques nacionales y a los arquitectos en el cuidado de los centros históricos. Dos grupos humanos que tuvieron muy escaso diálogo entre sí, hasta que los organismos de Naciones Unidas pusieron el acento en el carácter integral del ambiente y en la necesidad de una preservación conjunta del patrimonio natural y del patrimonio cultural.

Muchos ambientalistas consideran la preservación del patrimonio cultural como algo fuera de su ámbito de interés. “Lo nuestro es cuidar el patrimonio natural –suelen decir-Que los arquitectos se ocupen del patrimonio cultural”. Esta simplificación omite mucho de lo esencial de la especie humana. Cuando nos ocupamos de la preservación de especies animales o vegetales, sabemos que no sólo nos interesa conservar sus ejemplares y las poblaciones, sino que también tenemos que mantener en buen estado su hábitat natural.

Un viajero (cualquiera de nosotros) recorre el mundo y va pasando por ciudades diferentes. En todas partes los lugareños le muestran su pasado. Así, ve los grandes monumentos de la historia de la humanidad. Percibe el agua de los patios de la Alhambra de Granada, sube los infinitos escalones del campanario de Notre Dame, se conmueve ante el vigor de Miguel Ángel y se siente sobrecogido por la inmensidad de las pirámides de Teotihuacán. Lo que en cada lugar ve o lo que deja de ver, lo que se ha conservado y lo que se demolió, expresan la concepción que esa sociedad tiene sobre su pasado y sobre la manera de conservar sus huellas. Es la expresión material de una política sobre la identidad cultural de un pueblo.

En esta etapa de globalización y construcciones postmodernas, se llenan las ciudades de no-lugares, calcando diseños de otras partes del mundo, de manera que muchos nuevos edificios no tienen ninguna identidad local. No son sitios de cada ciudad sino sitios de la compañía que los construye.

Hoy los franceses se preguntan si tiene sentido restaurar sus monumentos sin pensar si el Sena está limpio o si es una cloaca, y sin tener en cuenta que la contaminación del aire le va comiendo las gárgolas que esculpió Viollet-le-Duc. El avance de la realidad hace que en todo el mundo se vaya hacia la protección conjunta del patrimonio natural y del patrimonio cultural.

A partir de allí, y de muchos episodios similares, se empieza a pensar en conservar las áreas antiguas en todas partes, aún aquellas que no rodean un monumento artísticamente significativo, y también su entorno natural y cultural. Y una vez que nos hemos puesto de acuerdo en cuidar los grandes monumentos y también los barrios pequeños, aparece otro problema, que muestra el aspecto social de las políticas de preservación del patrimonio: ¿qué hacer con la gente, con los habitantes actuales de las áreas históricas? ¿Transformamos el barrio en un museo? ¿Lo vaciamos de gente? ¿O reemplazamos la población actual por una más acaudalada, ya que la reconstrucción valorizará la propiedad? Si algo de esto último ocurrió con Colonia del Sacramento, ¿a quién beneficiaron realmente las obras?

El patrimonio cultural debe ser preservado, porque es parte constitutiva de nuestra identidad. Pero hace un cuarto de siglo que las Naciones Unidas vienen insistiendo en que el patrimonio cultural no puede ser protegido sin tener en cuenta al mismo tiempo el patrimonio natural.

Una característica del patrimonio construido es su cotidianeidad. Son pocos los habitantes de una ciudad que tienen una relación diaria con las esculturas, poemas, documentos o sinfonías producidas en esa ciudad. En cambio, todos los días pasamos por delante, trabajamos, estudiamos, hacemos trámites o tal vez vivimos en edificios patrimoniales. Si a través del desarrollo de la percepción, de la mirada sensible sobre la ciudad, podemos reencontrar esa belleza e incorporarla a nuestra vida cotidiana, descubriremos una nueva forma de armonía y bienestar con nuestro entorno.

Tradicionalmente, la preservación del patrimonio había sido tratada como un tema estrictamente arquitectónico, sin vínculos directos con lo urbanístico ni con lo ambiental. Administrada por organismos públicos del área de cultura, su actividad se había centrado en la preservación de determinados edificios históricos (o considerados como tales), tomados en forma individual.

Sin embargo, ya en 1964, la Carta de Venecia planteaba en forma inequívoca la relación entre ambiente y patrimonio: "La noción de monumento comprende la creación arquitectónica aislada, así como también el sitio urbano o rural que nos ofrece el testimonio de una civilización particular, de una fase representativa de la evolución, o de un proceso histórico. Se refiere no sólo a las grandes creaciones sino, igualmente, a las obras modestas que han adquirido, con el tiempo, un significado cultural" .

Esta concepción integradora del patrimonio nacional y cultural tiene consecuencias sobre la forma de comprender su relación con el ambiente. Y es que el sitio es mucho más frágil que el monumento ante determinados impactos ambientales urbanos. En efecto, el monumento tiene dimensiones acotadas, que permiten un mayor grado de control, protección y restauración. En cambio, el sitio es, por definición, mucho más extenso, y por consiguiente, mucho más susceptible de alteraciones por catástrofes naturales, contaminación o degradación urbana.

Ciudad y cultura

La ciudad actual es compleja, muy diferente de la que hemos forjado en nuestro imaginario y almacenado como un valor de referencia. Además de la ciudad tradicional -la de los monumentos, las plazas históricas y los barrios-, y la ciudad industrial –desarrollada fundamentalmente a partir de la década de 1940-, existe la ciudad atravesada por lo global, que se conecta con las redes mundiales de la economía, las finanzas y las comunicaciones.

La distancia entre la urbanización globalizada y la ciudad tradicional es abismal en las grandes ciudades del segundo o tercer mundo. En gran medida, ello promueve algunos factores que se vinculan con el malestar y la conflictividad urbana en nuestras sociedades:

• Los cambios en los “modos de estar juntos”. Esto es, de experimentar la pertenencia al territorio y de vivir la identidad.

• La erosión del espacio público.

• Los nuevos procesos de segmentación espacial y exclusión social.

• La instalación de la “inseguridad urbana” como un tema prioritario de agenda política.

• El recrudecimiento de formas de intolerancia hacia el diferente.

La cuarta revolución urbana: ciudades globales y globalizadas

Directamente enlazadas con las ciudades posmodernas a partir de la década de 1970 e igualmente como resultado del posindustrialismo, aunque cobrando gran auge a partir de la década de 1990, se puede considerar el surgimiento definitivo las ciudades globales y globalizadas. El nuevo concepto en el contexto de sistemas mundiales de ciudades, es el de ciudades globales, como New York, Londres, Tokyo, París o Sydney, aunque también de modo creciente Sao Paulo (cada vez con mayor fuerza), e incluso ciudades como Shangai, Beijing, y pronto Moscú y Delhi (es decir, los integrantes del BRIC).

Además, en este contexto, resulta importante distinguir entre ciudad global y ciudad globalizada. De hecho, la ciudad globalizada está sujeta a las decisiones de las ciudades mundiales pero en sí misma no se relaciona con el planteo de decisiones centrales. Por otra parte, la ciudad globalizada sí experimenta los factores negativos de la globalización de la mano de las políticas neoliberales, que llevaron al empobrecimiento de varios sectores de la población.

Estas ciudades urgieron a partir de la divergencia económica y tecnológica entre Europa y el resto del planeta durante el siglo XIX. Durante la revolución industrial se inició entonces la primera globalización, cuando se constituyeron las jerarquías que dividieron el mundo de modo perdurable en centros dominantes (países desarrollados) y periferias coloniales dependientes (los tercer mundos o, a partir de fines del siglo XX, países en vías de desarrollo).

Las periferias nuevas, integradas en las áreas formales o informales de los centros imperiales se convirtieron en componentes subalternos de un sistema de producción e intercambio globalizado organizado de manera coercitiva en torno a las necesidades de las metrópolis. Mientras que los niveles de vida de las sociedades asiáticas, otomanas y europeas eran, por lo general, comparables hacia 1.800, luego divergieron considerablemente puesto que la expansión occidental se vio acompañada de una regresión y luego de un estancamiento de los de los niveles de vida en las regiones dependientes. Japón constituye una notable excepción en Asia, mientras que Argentina y Uruguay lo son para América latina.

La globalización tiene lugar en las ciudades, aunque la relación entre los procesos urbanos y globales es dialéctica. Mientras que las fuerzas globales tienden a cambiar en la ciudad, las ciudades modifican y oscurecen la globalización dentro del contexto local.

El patrón urbano global está cambiando de tres maneras principales como resultado de tres procesos:

1. Urbanización: un incremento en la proporción de la población total que vive en las áreas urbanas;

2. Crecimiento urbano: un incremento en la población de las ciudades;

3. Urbanismo: la extensión de las características sociales, culturales y comportamentales del modo de vida urbano a través de la sociedad.

Pasemos a analizar la perspectiva global, que subyace en la importancia de los factores estructurales de macro-escala en el desarrollo urbano, aunque también reconoce la relación recíproca existente entre las fuerzas globales y los factores localmente contingentes en la creación y recreación de la geografía de las ciudades.

Una perspectiva global se patentiza en la interdependencia entre los sitios urbanos del mundo contemporáneo, en el marco de las ciudades globales (y también globalizadas) y facilita el análisis comparativo al revelar las marcas comunes y contrastantes de las ciudades en regiones culturales diferenciadas.

Esta perspectiva global resuena en las aproximaciones modernas transnacionales y poscoloniales de los estudios urbanos. Oscurece el valor analítico de las distinciones simplistas entre ciudades basadas, por ejemplo, en el nivel de desarrollo a la vez que evita la priorización del conocimiento producido en las ciudades de una región mundial exportadas a otra. Más bien busca comprender a las ciudades pivotando sobre la riqueza y la diversidad de la experiencia urbana que caracteriza nuestro mundo contemporáneo.

Además de lo señalado, la perspectiva global no sólo promueve un enfoque integrado del mundo urbano sino que también fomenta en los estudiosos el “pensamiento fuera de la caja” para relacionar experiencias a través de territorios culturales y sociales diferentes.

¿Cómo se puede explicar integradamente el desencadenamiento de la globalización de las metrópolis no sólo a nivel local, regional y global? ¿Qué factores han contribuido en mayor grado a la afirmación de las tendencias predominantes?

En un intento de dar respuesta a estas interrogantes, se detallan los principales mecanismos disparadores de los cambios urbanos en el contexto global: cambios en la economía, en la tecnología, en la demografía, en la política, en la sociedad, en la cultura y, por supuesto, en el ambiente.

Todos estos mecanismos no actúan en forma independiente, ya que en la práctica se interrelacionan y operan en forma simultánea sobre los factores de escala local para influenciar sobre la transformación urbana. Pero lo importante es que se trata de elementos integrales en los procesos de globalización.

El aumento de los gobiernos del Nuevo Orden Mundial orquestado por Reagan en Estados Unidos, y por Margaret Thatcher en Reino Unido, llevó a la reducción en los gastos públicos y al incremento en la dependencia del sector privado en el desarrollo urbano. Esto se hizo patente en al aumento de nuevas agencias tales como las corporaciones de desarrollo urbano y las zonas de empresa, los esquemas de coparticipación pública-privada, la regeneración urbana estimulada por la propiedad las estrategias de iniciativas financieras privadas.

La política y economía permanecen así en una mutua relación recíproca, los resultados de las cuales tienen un impacto fundamental sobre el cambio urbano. Por otra parte, la formulación de la política urbana puede ser influenciada por las fuerzas políticas tales como la oposición de los representantes urbanos de la clase media a un incremento de los impuestos para pagar los servicios intraurbanos. Por otra parte, las decisiones políticas de los gobiernos centrales en no financiar los incentivos para atraer inversiones por una TNC extranjera pueden afectar la prosperidad económica futura de los residentes de la ciudad.

Zygmunt Bauman (2006), relaciona el neocapitalismo neoliberal con la modernidad líquida caracterizada por la desregulación, la flexibilidad y la liberación de los mercados, donde el corto plazo ha reemplazado al largo plazo y ha convertido la instantaneidad en el ideal último, a partir de vínculos humanos en un mundo fluido. Estas circunstancias son las que pueden estar originando que los mayores crecimientos se estén dando en países de economías emergentes, coincidiendo que dicho crecimiento viene unido a una fuerte desigualdad. Por esta razón, comenzamos el análisis de los mecanismos disparadores de la globalización por la economía.

El nuevo concepto en el contexto de sistemas mundiales de ciudades, es el de ciudades globales, como Nueva York, Londres, Tokyo, París o Sydney, aunque también de modo creciente Sao Paulo (cada vez con mayor fuerza), y por supuesto Moscú y Beijing.

El efecto del cambio cultural de las ciudades está encapsulado en el concepto de posmodernismo. Éste abraza las diferencias sociales y celebra la variación en los amientes urbanos, tanto en términos sociales como arquitectónicos. Las culturas juveniles florecen en algunos asentamientos urbanos (floggers, hemos, etcétera) así como en las áreas interiores de la ciudad energizadas por la música hip-hop o rap, en la forma de comunidades con estilos de vida alternativos como los distritos gays de Holywood oeste en LA o Paddington en Sydney, aunque en ciudades como Buenos Aires no son tan evidentes y sólo se expresan en lugares de citas y encuentros, bares y pubs. El urbanismo posmoderno resulta también evidente en el crecimiento de las industrias culturales relacionadas con los medios y las artes (y la relocalización de los mercados) en los distritos urbanos tales como Covent Garden en Londres o Merchant City en Glasgow.

Desde que entraron a regir estas nuevas reglas del juego, al mismo tiempo que se fueron reduciendo radicalmente las intervenciones e inversiones públicas directas, las decisiones privadas pasaron a comandar los principales cambios en términos de intervención e inversión urbanas, muy por encima de las decisiones familiares. Con ello quedó libre el camino para que la maximización de la plusvalía urbana se consolidase como el criterio urbanístico predominante, asumiendo una fuerza capaz de desbordar muchas de las regulaciones aún vigentes. Como resultado de este procesos, a partir de allí buena parte de las principales intervenciones urbanas nuevas emanaron de iniciativas privadas aisladas, decididas en función de la rentabilidad esperada para cada una de ellas, con lo que ha terminado por afirmarse un proceso fragmentario de construcción de ciudades.

Transición de políticas urbanas

Con las particularidades y complejidades de cada caso, el modelo de gestión política y económica dominante en las últimas décadas ha tenido un sesgo neoliberal permitiendo al capital no sólo la mayor fluidez (de la mano de la desregulación del mercado) sino mayor libertad de acción como ordenador territorial y poniendo en crisis la relación entre espacio público y espacio privado (con un claro incremento de este último), con el avance del capital sin mayores mediaciones en los procesos de decisión y ejecución de las políticas territoriales, y en especial con la instauración de una influencia creciente en las transformaciones del territorio por parte del capital privado, caracterizado por su carácter global, concentrado y oligopólico. Estas tendencias han dado lugar a su vez a las competencias interurbanas, es decir, que las ciudades compitan entre sí y por lo tanto desarrollen atributos que las doten de ventajas en esa puja, en el marco de una economía de tendencias marcadamente globalizadores.

La expresión de estas tendencias en instrumentos y planes urbanísticos se traduce en el denominado marketing urbano, que consiste en un conjunto de políticas tendientes a dotar a las ciudades de una imagen y una infraestructura y atractivos en materia de calidad de vida y “ambiente de negocios” que la coloca en condiciones de competir con otras ciudades para atraer inversiones extranjeras.

En contraposición a la definición de ciudades globales del mundo desarrollado, donde el eje del dinamismos se relaciona con los “servicios avanzados” asociados con la producción, en el caso de las megaciudades latinoamericanas y de otras regiones en vías de desarrollo, la reestructuración económica, social y territorial parece estar más vinculada con “servicios banales”, básicamente los asociados con el consumo, sin perjuicio de la expansión económica y la actividad financiera y de los servicios.

En la TPU, la ciudad como ámbito vivencial, de encuentro, de sociabilidad, de articulación social y solidaria cede espacio a una valorización capitalista exacerbada, según la lógica territorial de la economía global que avanza sobre el espacio público. El tipo de urbanización en desarrollo se lubrica y nutre con el combustible de los beneficios económicos en desmedro de los ciudadanos, y la TPU queda caracterizada por el empobrecimiento y la indigentización de los ciudadanos.

De hecho, en el mundo global la pobreza se ha convertido en una problemática fundamentalmente urbana. En la actualidad, el 40% de los habitantes urbanos de AL son pobres y el 18% indigentes (cifras bastante conservadoras) según las estimaciones de la CEPAL: Estas cifras llevan a pensar en dos importantes efectos de las ciudades sobre la región. Por un lado, que las grandes ciudades latinoamericanas son pobres, o bien porque concentran población pobre, o porque son ciudades pobres, y por otro, los impactos de la pobreza al interior de cada ciudad resultan desiguales, lo que produce segregación y exclusión social.

La idea del espacio social

Como expresa Zgmunt Bauman, en general se da por sentado, que la idea del "espacio social" nació (en las cabezas de los sociólogos, ¿dónde, si no?) a partir de una transposición metafórica de conceptos formados dentro de la vivencia del espacio físico "objetivo". Sin embargo, la verdad es lo contrario. La distancia que hoy tendemos a llamar "objetiva", y a medir en comparación con la longitud del Ecuador en lugar de las partes del cuerpo, la destreza corporal o las simpatías/antipatías de sus habitantes, tenía como patrón el cuerpo y las relaciones humanas mucho antes de que la vara metálica llamada metro, encarnación de lo impersonal e incorpóreo, para que todos lo obedecieran.

El gran historiador social Witold Kula demostró más exhaustivamente que cualquier otro estudioso que desde tiempos inmemoriales el cuerpo humano era "la medida de todo", no sólo en el sentido sutil derivado de las meditaciones filosóficas de Protágoras sino también en un sentido mundano, literal y nada filosófico. Durante toda su historia y hasta el reciente comienzo de la modernidad, los seres humanos medían el mundo con sus cuerpos –pies, puños o codos–; con sus productos – canastos u ollas – o con sus actividades.

Sin embargo, un puñado no es igual a otro, ni un canasto, tan grande como otro; las medidas “antropomórficas” y "praxeomórficas" no podían ser sino tan diversas y accidentales como los cuerpos y las prácticas humanas a las que aludían. De ahí las dificultades que surgían cuando los dueños del poder querían acordar un tratamiento uniforme a un gran número de súbditos, al exigirles "los mismos" impuestos o gabelas. Había que encontrar la manera de soslayar y neutralizar el impacto de la variedad y la contingencia, y para ello se impusieron patrones obligatorios de medida de distancia, superficie o volumen, a la vez que se prohibieron todas las normas locales basadas en criterios individuales o grupales.

Pero el problema no se limita a la medición "objetiva" del espacio. Antes de llegar a la medición es necesario tener un concepto claro de aquello que se ha de medir. Si esto es el espacio (más aún, si se lo ha de concebir como algo mensurable), ante todo se necesita la idea de "distancia", que en su origen derivó de la distinción entre cosas o personas "cercanas" v "lejanas", así corno de la vivencia de que algunas eran más "cercanas" al sujeto que otras. Inspirándose en la tesis de Émil Durkheim y Marcel Mauss sobre los orígenes sociales de la clasificación, Edmund Leach descubrió un paralelismo asombroso entre las categorías populares de espacio, clasificación de parentesco y el tratamiento diferenciado de los animales domésticos, de crianza y salvajes.

En el mapa popular del mundo, las categorías de hogar, granja, campo y lo "lejano" parecen ocupar un lugar basado en un principio muy similar, casi idéntico, al de las mascotas domesticas, ganado, animales de caza y "animales salvajes" por un lado y las de hermano, primo, vecino y forastero o "extranjero" por el otro.

Como sugiere Claude Lévi-Strauss, la prohibición del incesto, que entraña la imposición de distinciones conceptuales artificiales a individuos física, corporal y "naturalmente" indiferenciados, fue el primer acto constitutivo de la cultura, que a partir de entonces consistiría en insertar en el mundo "natural" las divisiones, distinciones y clasificaciones que reflejaban la diferenciación de las prácticas humanas y los conceptos unidos a ellas. No eran atributos propios de la "naturaleza" sino de la actividad y el pensamiento humanos.

La tarea que enfrentaba el Estado moderno ante la necesidad de unificar el espacio sometido a su dominación directa no fue una excepción; consistió en separar las categorías y distinciones espaciales de las prácticas humanas no controladas por el poder estatal. La tarea se reducía a sustituir las prácticas locales y dispersas por las administrativas del Estado, punto de referencia único y universal para toda medida y división del espacio.

El impacto de las megalópolis de América latina

En el contexto de la globalización y los procesos asociados, las transformaciones que ocurren en ellas tienen como principales focos generadores procesos intrínsecos derivados del desarrollo desigual y las contradicciones de estas sociedades: migraciones masivas, contracción del mercado de trabajo; políticas urbanas, de vivienda y de servicios insuficientes para la expansión poblacional y del espacio urbano, conflictos interétnicos, deterioro de la calidad de vida y aumento alarmante de la inseguridad.

Las grandes ciudades del continente, que los gobiernos y los migrantes campesinos imaginaban hasta hace pocos años como avanzadas de nuestra modernización, son hoy los escenarios caóticos de mercados informales donde multitudes tratan de sobrevivir bajo formas arcaicas de explotación, o en las redes de la solidaridad o de la violencia.

Todo esto debe ser visto como producto de dinámicas internas, y a la vez en relación con las nuevas modalidades de subordinación de las economías periféricas, la reestructuración transnacional de los mercados de bienes materiales y comunicacionales.

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