Las Corrientes Del Espacio 1
alexjaime29 de Noviembre de 2012
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¿O estaba casado? ¿Era la cita una de aquellas que se llaman «clandestinas»? ¿Tendría lugar aquella cita
a plena luz del día? ¿Por qué no, en ciertas circunstancias?
Terens así lo esperaba. Si la muchacha tenía cita con un hombre casado, no se daría prisa en señalar su
ausencia. Pensaría más bien que no había podido dejar a su mujer... Eso le daría tiempo.
No, no era verdad. Los chiquillos, jugando al escondite, tropezarían con los restos y saldrían gritando. Tenía
que ocurrir antes de las veinticuatro horas.
Volvió una vez más al contenido de los bolsillos. Un carnet de piloto de yate. Lo hizo a un lado. Todos los
sarkitas ricos tenían yate y lo pilotaban. Era la locura del siglo. Finalmente, algunos talones de una cuenta
corriente de un banco listos podían utilizarse temporalmente.
Entonces recordó que no había comido desde la noche anterior, en la panadería. ¡Con qué rapidez se da uno
cuenta de que tiene hambre!
Volvió a examinar el título de piloto de yate. Un momento... Con la muerte de su dueño, el yate no estaba en uso
ahora... y era su yate. Estaba amarrado en la sección 26, puerto 9. Bien...
¿Dónde estaría puerto 9? No tenía la menor idea... Apoyó su frente sobre la frescura de la barandilla del
estanque. ¿Qué hacer? ¿Qué hacer ahora? Una voz le produjo un sobresalto.
-¡Hola! ¿Está usted enfermo?
Terens levantó la cabeza. Era un Noble anciano. Fumaba un largo cigarrillo de una hierba aromática y de su
muñeca pendía, al final de una cadena de oro, una especie de piedra verde. Tenía una expresión de amabilidad
que de momento dejó a Terens sorprendido, hasta que recordó que también él pertenecía a su clase social
ahora. Los Nobles eran seres humanos decentes y educados entre ellos.
-Estaba descansando -respondió Terens-. Decidí dar un paseo y he perdido la noción del tiempo. Ya es tarde
para asistir a una cita que tenía.
Movió la mano con un gesto de indiferencia. Gracias a su larga asociación con los sarkitas podía imitar bastante
bien su acento, pero no cometió el error de exagerarlo. Era más fácil descubrir la exageración que la
insuficiencia.
-Nos hemos quedado sin skeeter, ¿eh? -dijo el otro como si le divirtiese la locura de la juventud.
-No tengo skeeter -confesó Terens.
-Tome el mío -le ofreció el otro en el acto-. Está aparcado en la misma puerta. Fije los controles y vuelva a
enviármelo cuando haya terminado. No lo necesitaré hasta dentro de una hora o cosa así.
Para Terens eso era casi ideal. El tipo de skeeter que le ofrecía era capaz de batir a todos los vehículos
terrestres utilizados por los patrulleros. Lo único que le impedía llegar a este ideal era que Terens era tan
incapaz de conducir un skeeter como de volar sin él.
-No vale la pena. Iré a pie. No está lejos Puerto 9.
-No, no está lejos -asintió el otro.
Esto dejó a Terens como antes. Probó de nuevo.
-Desde luego preferiría que estuviese más cerca. Ir hasta Kyrt Highway ya es hacer bastante salud.
-¿Kyrt Highway? ¿Qué tiene que ver Kyrt Highway con eso?
¿No le estaba mirando de una manera curiosa? A Terens se le ocurrió de repente pensar que las ropas podían
no caerle bien. Rápidamente, dijo: .
-Pues... me he extraviado un poco, andando. Veamos dónde estoy...
-Mire. Está en Recket Road. No tiene más que bajar hasta Tiffis y tomar a la izquierda, después sigue hasta el
puerto. -Había ido señalando automáticamente.
-Tiene razón -dijo Terens sonriendo-. Voy a tener que dejar de soñar tanto y pensar más.
-De todos modos puede usted usar mi skeeter .
-Muy amable, pero...
Terens se alejaba ya, caminando quizá demasiado de prisa, despidiéndose con la mano. El Noble se quedó
mirándole.
Quizá mañana, cuando encontrasen los restos del muerto, aquel caballero recordaría la conversación.
Probablemente diría: «Hablaba de una manera extraña y no parecía saber dónde estaba. Juraría que no había
oído hablar nunca de Tiffis Avenue»
Pero eso sería mañana.
Echó a andar en la dirección que el Noble le había indicado. Llegó al iluminado letrero de «Tiffis Avenue», casi
pálido comparado con el iridiscente edificio anaranjado que formaba su fondo. Tomó a la izquierda.
Puerto 9 estaba animadísimo, con toda la juventud vestida con el uniforme de yachtman, que consistía
principalmente en una gorra de alta visera y unos pantalones muy amplios en las caderas. Terens se sentía
extraño, pero nadie se fijó en él. El aire estaba saturado de conversaciones en voz alta y salpicadas de
expresiones que no entendía.
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Encontró la sección 26, pero esperó un momento antes de acercarse. No quería que hubiese cerca de él ningún
Noble, nadie que fuese dueño de un yate vecino del suyo y que conociese a Alstare Deamone y pudiese
extrañarse de lo que pudiera hacer un desconocido por allí.
Finalmente, cuando vio los dos lados aparentemente seguros, avanzó. La proa del yate asomaba fuera de la
casilla hacia el campo abierto, sobre el cual descansaban los dos lados. Avanzó el cuello para asomarse al
interior. ¿Y ahora?
Había matado a tres hombres durante las últimas doce horas. Había ascendido de Edil floriniano a patrullero, de
patrullero a Noble. Había venido de Ciudad Baja a Ciudad Alta, ya un puerto del espacio. Desde todos los puntos
de vista, según todas las normas, era dueño de un yate, una nave suficientemente capaz de llevarle a cualquier
mundo habitado de este sector de la Galaxia.
No había más que un obstáculo:
Era incapaz de tripular un yate del espacio.
Estaba cansado hasta los huesos y tenía un hambre feroz. Había llegado hasta allí, y ahora no podía ir más
lejos. Estaba en el borde del espacio, pero no había manera de pasar de ese borde.
En aquellos momentos los patrulleros debían haber decidido ya que el fugitivo no estaba en Ciudad Baja. Se
volverían hacia Ciudad Alta en cuanto se hubiesen podido meter en sus duros cerebros lo que era capaz de
hacer un floriniano. Entonces podían encontrar el cuerpo y tomar una nueva orientación. Buscarían a un Noble
impostor. Así estaba. Había llegado al extremo de un callejón sin salida y de espaldas al extremo cerrado sólo
podía esperar a que los débiles rumores de la persecución aumentasen en intensidad y los sabuesos se
arrojasen sobre él.
Treinta y seis horas antes la gran oportunidad de su vida había estado en sus manos. Ahora la oportunidad
había desaparecido y su vida no tardaría en seguir su camino.
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El capitán
Era la primera vez, verdaderamente, que el capitán Racety se había visto incapaz de imponer su voluntad sobre
un pasajero. De haber sido el pasajero uno de los Grandes Nobles, hubiese incluso podido contar con una
colaboración. Un Gran Señor podía ser todopoderoso en su continente, pero en una nave hubiera tenido que
reconocer que sólo podía haber un dueño, el capitán.
Una mujer era diferente. Cualquier mujer. y una mujer que era hija de un Gran Señor era completamente
imposible.
-Milady -dijo-, ¿cómo puedo permitirle entrevistarlos en privado?
Samia de Fife, echando chispas por los ojos, respondió secamente:
-¿Por que no? ¿Van armados, capitán?
-No, desde luego. No es éste el caso.
Cualquiera puede ver que no son más que dos desgraciados seres asustados. Tienen un miedo cerval.
-La gente asustada puede ser peligrosa, milady. No se puede contar con que obren razonablemente.
-Entonces, ¿por que deja que sigan asustados? -Tenía. un ligero balbuceo cuando estaba irritada-. Tiene usted
tres tremendos marineros armados vigilándoles, pobre gen. te. Capitán, no olvidaré esto.
No, no lo olvidaría, pensó el capitán. Se daba cuenta de que empezaba a ceder.
-Si milady quisiese decirme exactamente qué es lo que desea.
-Es muy sencillo. Ya se lo he dicho. Quiero hablar con ellos. Si son florinianos, como me ha dicho usted, puedo
conseguir de ellos información de gran valor para mi libro. Pero eso es imposible, desde luego, si tienen miedo
de hablar. Si pudiese estar a solas con ellos sería magnífico. ¡Sola, capitán! ¿No puede usted entender esta
palabra? ¡Sola!
-¿Y qué diría su padre, milady, si se enterara de que la he dejado sola y sin protección con dos desesperados
criminales?
-¡Desesperados criminales! ¡Oh, Señor del Espacio! ¡Dos pobres infelices que tratan de huir de su planeta y no
se les ocurre más que meterse en una nave destinada a Sark! Por otra parte, ¿por qué tiene que saberlo mi
padre?
-Si le hacen daño, lo sabrá.
-¿Y por qué tienen que hacerme daño? -Su diminuto puño se cerraba agitándose amenazador mientras ponía
toda la fuerza de que era capaz en su voz-. ¡Se lo exijo, capitán!
-¿Qué le parece este término medio, milady? -dijo el capitán Racety-. Estaré presente. No seré como tres
marineros armados. Seré sólo un hombre sin armas a la vista. De lo contrario... -ya su vez puso toda su
resolución en la voz-, tengo que negarme.
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-Muy bien, entonces
...