Competitividad
nef19865 de Octubre de 2014
4.305 Palabras (18 Páginas)308 Visitas
Competitividad, ¿buena o mala?
Hay un tema al que le llevo dando vueltas unas cuantas semanas y no sabía muy bien qué contar de él, pero me parecía importante. Y, dado a casualidades de la vida, el lunes salió este tema con un profesor y estuvimos debatiendo sobre él un buen rato.
Este tema, que lleva tanto en mi cabeza es el tema de la competitividad en los estudios. Empecé a pensar en él cuando, antes de empezar los exámenes, la gente se quejaba de lo mucho que le pedían sus apuntes o de las pocas personas generosas que los dejaban sin poner problemas.
Y la verdad es que el tema de la competitividad está a la orden del día en todas partes ya que, con el panorama que se nos presenta, solo nos queda la opción de destacar por encima del resto. Pero, ¿es necesario ser tan competitivo?
Este profesor nos habló de dos tipos de competitividad, él las llamaba la buena y la mala; nombres simples pero muy descriptivos.
La competitividad buena es aquella en la que tú estudias cómo están las cosas: el nivel de tu clase, la tasa de paro respecto a los estudios que estás cursando, cuáles son tus capacidades y tus puntos fuertes… Con toda esa información te vas poniendo metas y objetivos que debes ir cumpliendo a lo largo del curso y así, poco a poco, te superas a ti mismo y te formas mucho mejor.
Por otro lado, está la mala. Este tipo de competitividad es la que más llama la atención, por eso seguro que encontráis alguien en vuestra clase con estas características. Es aquella en la que el único objetivo del estudiante es ser el mejor, destacar y tener un expediente brillante. No es mala por todo eso ya que tener esas metas está genial, el problema aparece cuando no facilita a sus compañeros que también sean los mejores. Estudia muchísimo pero se guarda todo para sí mismo y, es por eso que en ocasiones, ninguno de sus compañeros se convierte en un amigo.
Con esto no quiero decir que hay que ir regalando los apuntes o dejándoselos incluso a esos estudiantes que no conoces de nada. Lo que hay que intentar es estudiar para ser el mejor en lo que más te gusta pero, por otro lado, ayudar a tus compañeros a llegar a ser lo que ellos quieren. Por ejemplo, si necesitan una explicación de algo que tu entiendes, no dudes en ofrecerte, ¿quién sabe si ellos algún día te podrían explicar otro tema?
Los estudios superiores son el momento perfecto para encontrar tu vocación ir a por ella, pero recuerda que eso no lo puedes hacer solo por mucho que te empeñes. Tanto tus compañeros como tus profesores son fundamentales en tu desarrollo. ¿De qué sirve tener un expediente brillante si luego no sabes relacionarte con nadie?
Recordad que, a la hora de elegir candidatos para las entrevistas, las empresas no solo miran el expediente. Las empresas buscan mucho más en una persona. Además, puede que algún día ese compañero con el que competías en clase termine siendo quién te contrate.
No desarrolles solo tu cerebro, el compañerismo siempre es un plus.
La competitividad no es mala sino que es insana. La competitividad no es saludable. Si compites, entonces luchas. Miras al otro como enemigo. Entonces desconfías. Si desconfías, recelas, celas, sientes envidia. Si envidias no admiras. Si no admiras no creces. Si desconfías y no admiras entonces no amas. No amas a alguien ni amas lo que haces ya que tu interés y satisfacción no esta en la acción misma sino en la obsesión por el resultado de tu acción. Te envilece.
Lo ideal es no competir. No compararse. Ir a tu propio ritmo.
A crecer por desarrollo en el deseo e intencion de ser mas y conocer mas y no crecer por complejo de inferioridad o superioridad.
Si vas a tu propio ritmo haras cada vez mejor las cosas. Lo haras con mas amor. Con mas alegria y tranquilidad. Y cada vez mejor!
Haga esta prueba. Escuche el discurso de un responsable gubernamental, un representante empresarial o un asesor de políticas hablando sobre las salidas de la crisis. Cuente el número de veces que utiliza la palabra competitividad. Verá que son muchas. Este término se ha convertido en una palabra mágica y, para muchos, con solo mencionarla se arreglan todos nuestros males. Como economista, tengo una relación ambigua con el término. Paul Samuelson, el gran economista norteamericano que mayor influencia tuvo en el análisis económico de la mitad del siglo pasado, decía que «los buenos economistas no hablan de competitividad». Entonces, ¿de qué hablan los que hablan de competitividad? Es posible identificar tres grupos.
EL PRIMERO está formado por personas que no saben de qué hablan. Cuando se les piden propuestas, simplemente dicen «competitividad» porque no logran formular ninguna otra propuesta.
Para un segundo grupo, competitividad es sinónimo de bajos salarios y condiciones de trabajo precarias. De esa manera, dicen, los productos y los servicios españoles se harán más competitivos en los mercados internacionales. Dado que ahora no tenemos moneda propia, no podemos devaluar para ganar competitividad a corto plazo por esta vía, como sí lo puede hacer, por ejemplo, Inglaterra, que pertenece a la UE pero no está en el euro. Este grupo propone la devaluación interna de salarios como sustitutivo de la devaluación de la moneda. El problema con esta visión es que para mejorar la competitividad externa hay que empeorar las condiciones de trabajo y de vida de mucha gente. Sería, dicen, un coste social inevitable, al menos a corto plazo. Pero un corto plazo que puede ser una eternidad.
¿No hay otras visiones más benéficas de la competitividad? Las hay. Para un tercer grupo, competitividad es la capacidad de una economía para mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos. Desde esta visión, un país es tanto más competitivo cuanta mayor capacidad tiene para aumentar el bienestar social a largo plazo.
Como ven, la competitividad es como el colesterol: la hay buena y mala. La competitividad buena mejora las condiciones de vida de la gente; la mala las empeora mucho. La competitividad mala es la que se vincula exclusivamente a la rebaja de salarios. La buena es la que viene de las mejoras en la productividad. Uno de los 10 mandamientos de la economía dice que, a largo plazo, la mejora de las condiciones de vida y de la riqueza de un país depende únicamente de las mejoras de productividad. Con la ventaja añadida de que una economía más productiva es, a la vez, más competitiva.
¿Qué tipo de competitividad domina el discurso oficial y las políticas públicas en este momento? Hay una deriva peligrosa hacia la competitividad mala. Este verano ha sido pródigo en recomendaciones de este tipo. Destacó la misión española del FMI, que recomendó al Gobierno una fuerte caída de salarios para mejorar la competitividad externa. Como si de un bombero pirómano se tratase, el comisario europeo de Economía se apuntó a esta solución.
Esta visión no se concilia bien con los hechos reales. Fíjense en este dato: España ha sido el único país desarrollado, con la excepción de Alemania, que desde principios de este siglo ha mantenido e incluso mejorado su capacidad exportadora. Es decir, mejoró su competitividad externa aun en los años en que los salarios españoles crecían más que los de nuestros competidores. Eso significa que hubo mejoras de productividad. La continuidad de esa mejora exportadora ha de seguir basándose en la productividad empresarial, apoyada a corto plazo, como está ocurriendo, en la moderación salarial.
¿CUÁLES SON los riesgos del uso abusivo de la competitividad basada solo en las reducciones de salarios? Por un lado, que orienta las políticas públicas en una dirección que lleva al conflicto laboral y social. Por otro, que acabará afectando a la productividad. Respondan ustedes mismos a esta pregunta: ¿puede un empleado mal pagado y con condiciones laborales precarias estar motivado para mejorar su productividad?
Dejémonos orientar por la definición sintética que propuso la economista Laura Tyson, como presidenta del Consejo de Asesores Económicos del presidente Clinton, al decir que competitividad es la habilidad de un país para producir bienes que pasen el test de la competitividad internacional y, a la vez, hacer posible que los ciudadanos disfruten de estándares de vida crecientes y sostenibles. Tenemos que hablar más de productividad y menos de competitividad. Si nuestros gobiernos y empresas basan las mejoras de competitividad en la productividad, recuperarán el apoyo de los trabajadores y de la sociedad.
Es la competitividad es algo inherente al ser humano?
Al parecer así es, siempre estamos compitiendo, luchando e intentando llegar más lejos, pero, ¿es esto malo?, ¿es mala la competitividad?
Por un lado la competitividad parece ser necesaria para el progreso, para tener una motivación, un incentivo que nos haga seguir adelante. La competitividad ayuda a luchar por ser mejor, a alcanzar una meta. En los deportes mejora la capacidad física, en investigaciones potencia los resultados, en el trabajo motiva y mejora la productividad.
Pero, sin embargo, la competitividad crea conflictos, comparaciones, hace enemigos, e implica la superioridad propia por encima de los demás, en el momento en el que compites sólo buscas el bien individual, y está claro que si tu ganas, alguien saldrá perdiendo...
Hoy día este sistema de competición está afianzado y lo aceptamos como la base de nuestro sistema, a pesar de que sabemos la frustración y cólera que genera en la mayoría de los "perdedores"
Durante la escapada que hice este fin de semana a Gesell me di cuenta de algo muy curioso: lo competitivo
...