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EL NIÑO Y EL ADULTO


Enviado por   •  28 de Agosto de 2013  •  Informes  •  1.766 Palabras (8 Páginas)  •  395 Visitas

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srysysuws6u61. EL NIÑO Y EL ADULTO

Lo {lI1ico que sabe el nlllo es VIVir su infancia. Conocerla Corresponde al adulto. Pero, ¿qué es lo que va a predominar en este conocimiento, el punto de vista del adulto o el del nirio?

Si el hombre se ha situado siempre a sí mismo entre los objetos de su conocimiell\o, concediéndoles una existencia y una actividad de acuerdo con la imagen que tiene de los suyos, cómo no va a ser fuerte esa tentación en relación con el nifio, ser que proviene del hombre, que debe convertirse en su semejante y al que vigila y guía en su crecimiento, siendo frecuentemente difícil (para el adulto) no atribuirle motivos o sentimientos complementados de Jos suyos. ¡Cuántas causas, cuántos pretextos, cuántas justificaciones aparentes para su antropomorfismo espontáneo! Su solicitud es un diálogo en el que, con un esfuerzo intuitivo de simpatía, suple las respuestas que no obtiene, dilíiogo en el qlle interpreta los rasgos más insignificantcs, en el 'llle cree poder completar manifestaciones inconexas e inconsistentes reu· niéndolas en un sistema de referencias,! constituido por intereses que sabe que son de! niño, a quien le asigna una conciencia mlls o menos oscura y a veces predestinaciones cuyo futuro quisiera captar, o hábi·

tos, conveniencias mentales o sociales, con las cuales se encuentra más

o menos identí/icado, y también recuerdos (que cree haber conservado de su primera infancia). Se sabe, pues, que nuestros primeros recuerdos varían según la edad en que se los evoca y que todo recuerdo se manifiesta en nosotros bajo la influencia de nuestra e\;:olución psíqui. ca, ele nuestras disposiciones y situaciones. Un recuerdo corre e! riesgo de ser más la imagen del presente que del pasado, si no está sóli·

L rl'luznler Sherif, The P.f)'chnlogy nI Soár.! Nnrm!, ¡-brpcr e<. Bror}¡ers, N,.cva York, 1938.

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Digitalizado por: I.S.C. Hèctor Alberto Turrubiartes Cerino

hturrubiartes@beceneslp.edu.mx

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14 E.VOLUCIÓN PSlCOLÓGICA DEL NIÑO EL NIÑO Y EL ADULTO 15

dam mte encuadrado en un complejo de circunstancias objetivamente dcfiridas, lo que es muy raro cuando procede de la infancia. De esta manlca, asimilando al niño a sr mismo, el adulto pretende penetrar en el aloa del \Jequeño.

11 adult,), sin embargo, reconoce diferencias. entre él y el mno. Pero frecuet:temente las considera como una simple operación de res· ta, yl sea de $rado o de cantidad. Comparándose con el niño, 10 con· siden relativa o totalmente incapacitado para realizar acciones o tao reas ,¡ue él e, capaz de ejecutar. Estas incapacidadcs scgllramente ¡Hle· den crear nlagnitudes que, combinadas convenientemente, mostrarían rrnas proporciones y una configuración pslquica diferentes en el niño y en el adulto. Desde tal punto de vista, estas últimas adquirirfan lna significación positiva. Pero el 'niño no es, pues, de ninguna mnnera, un simple adulto en miniatutn.

Sin embargo, y de un modo cualitativo, puede darse la resta si las sLcesivas diferencias de aptitud que presenta el niño se reúnen en sislcfIlas y si un período determinado del crecimiento puede remitirse a cadl uno de estos sistemas. De esta manera estaremos frente a etapas e estadios y cada lino de ellos comprenderá un conjunto de aptitudes o cncacteres que debe adquirir el niño para transformarse en adulto. El adolescente serÍ:l el ndulto al que se ha cercenado el último estado de Sll desarrollo y así, sucesivamente, retrocediendo de etapa en etlpn 111\5111 111 pl'imern infllllcill. Sin emhnrgo, por lllUy concretos que ]llcdllll parecer los efectos propios de cnda etapa, t¡\lIlPOCO es mena cierto en esta hipótesis que, para la realización del adulto, se vay:w añadiendo los caracteres uno a otro, con lo que la progresión perlllllleCedn esencialmente ClI:llllitntivn.

PDr último, el egocentrismo del adulto puede manifestarse en la convicción de que toda evolución mental tiene como fin inevitable su Illnllc:ril pcrs,)llal de sentir y de pensar, que corresponde a su medio y a SI época. Si por casualidad el adulto llega a admitir que la ma· nera de sentir y pensar dd niño es específicamente diferente de la suya, considerará tal hecho como una aberración. Aberración constan te I sin dllda, y por esa razón, tan necesnria, tan normal como su ¡lropb sistenw ideológico; aberración cuyo mecanismo hay que tratar de descubrir. Pero se impone dilu,cidar, previamente, una cuestión:

aquella que oC relaciona con la realidad de esta l1berración.~¿Es verdad que la mentalidad del niño y del adulto son heterónomas? ¿Hasta qué punto el paso de una a otra supone una transformación total? ¿Es verdad que los principios a los que el adulto cree que están ligados SllS propios pensamientos son una norma inmutable e inflexible que permiten rechazar los pt:nsamientos del níilO por estar fuera de la razón? ¿Es cierto que las conclusiones intelectuales del niño no tienen ninguna relación con las del adulto? Y la inteligencia del adlllto. ¿ha· bría podido mantener su fecundidad si se hubiese apartado de las fucntes de las quc surge la inteligencia del niño?

Otra actitud consistiría en observar al niño en su desarrollo, too mándolo como punto de partida, siguiéndQlo a través 'de sus edades sucesivas ,y estUdiando los estadios correspondientes, sin someterlos previamente a la censura de nuestras definiciones lógicas. Para quien considera cada estadio dentro de la totalidad, la sucesión de estadios le parece discontinua; el paso de uno a otro no es sólo una ampliación sino una reorganización. Actividades que son importantes en una et:lpll se reducen y, a veces, se suprimen apan:ntcllleme

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