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El Padre Cleoriano


Enviado por   •  26 de Marzo de 2014  •  2.052 Palabras (9 Páginas)  •  214 Visitas

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En una zona de la provincia de Lérida, se encuentran una serie de pequeños municipios impregnados tradicionalmente de vestigios marianos. Uno de ellos es Maldá situado en la comarca de Urgel, extraordinario lugar en el que en 1854 la venerable Filomena Ferrer tuvo un gran éxtasis sobre la Inmaculada, cuatro años antes de que, al otro lado de los Pirineos, la Virgen de Lourdes dijera a Bernadette: “Yo soy la Inmaculada Concepción“. Miralcamp, perteneciente a la misma comarca y no lejos de Maldá, celebró en 1904 el Jubileo de la Definición Dogmática de la Inmaculada (1854) a la que los fieles del pueblo siempre tuvieron gran devoción. En este ambiente nació el 5 de agosto de 1913, quien años después, naturalmente, sería Claretiano: Hijo del Inmaculado Corazón de María, José María Solé Romá. Ordenado en Barbastro el 19 de abril de 1936, el nuevo sacerdote aunque contaba sólo 22 años, tenía ya una gran madurez. Sabía que ordenarse en tales momentos era exponerse a ser inmolado.

Los claretianos se convirtieron en una de las Congregaciones con más sacrificados. La provincia religiosa de Cataluña contribuyó con 200 claretianos víctimas de la barbarie; de ellos, 69 de Cervera. Muchos de los compañeros del P. Solé fueron inmolados. Entre éstos, el P. Girón, considerado padre de los pobres, y el Hermano Saperas, gran víctima de la castidad. El Seminario claretiano de Barbastro se convirtió en el “Seminario mártir” (Juan Pablo II), con 51 claretianos beatificados.

Al estallar la revolución, el P. Solé acababa de ser nombrado Profesor de Filosofía del Seminario, por lo que tenía su residencia en Solsona. Viendo lo que se avecinaba, tras algunas aventuras, el 20 de enero de 1937 pudo por fin acogerse al amparo de su familia en su casa natal de Miralcamp. Desde su retiro obligado, fue interesando, más o menos confidencialmente, ? en un apostolado de catacumbas, ? a algunos de sus paisanos, a los de Mollerusa, Puiggrós… En ocasiones, asistieron a su misa hasta cuarenta personas. Parece ser que nunca dejó de celebrarla desde el inicio de la guerra. Seguía exponiendo su vida por los demás. Si se enteraba de que había un enfermo grave en otro pueblo situado a varios kilómetros de distancia, allí acudía a darle la extremaunción.

En los primeros días de diciembre de 1937, la situación militar y política se agravó por momentos. A últimos de marzo y primeros de abril de 1938 los nacionales vencieron la cerrada defensa organizada por la 46ª División de Valentín González “El Campesino” y, aunque el jefe miliciano de la 101Brigada, Pedro Mateo Merino, trató de impedir su avance volando en su retirada el puente del Segre, las columnas de Solchaga establecieron dos cabezas de puente en Balaguer y Serós ocupando también Soses y Aytona. Se esperaba el avance arrollador de los nacionales, puesto que el 16 de noviembre culminaron la acción decisiva de toda la guerra, la batalla del Ebro, donde quedó pulverizada una gran masa del ejército republicano. De los 100.000 hombres que rebasaron el Ebro en su ataque, sólo volvieron a repasarlo unos 15.000 en su huida.

Miralcamp distaba apenas veinte kilómetros del frente nacional. Los rojos parecían tremendamente agitados. Era de presumir, como en ocasiones semejantes, que todo se tradujese en una intensificación de registros, persecuciones, encarcelamientos, evacuaciones en masa, incendios, matanzas…Toda una estrategia de tierra quemada. Una alarma continua envenenaba el ambiente. Ante esa situación, creyó el Padre que, a pesar de las presiones de los suyos, que querían retenerlo a toda costa, no había otra opción que abandonar su refugio y presentarse a los jefes de reclutamiento del ejército republicano. Abrigaba una esperanza fundada. El P. Solé era una persona honrada y confiaba en la palabra del presidente de Gobierno cuando dictó sus famosos “Trece Puntos”; especialmente en el último de ellos:

“Amplia amnistía para los españoles que quieran reconstruir y engrandecer España”

Pero sólo era una frase vacía, una falacia. Se trataba de un programa propagandístico y estratégico, que por su moderación intentaba buscar apoyos internacionales; sin embargo, los gobiernos de Francia y Gran Bretaña, recelando, porque el programa de Negrín fue presentado en un momento de gran dificultad militar para la República, los ignoraron. La Unión Soviética, impactada por el triunfo de los franquistas en Aragón, interpretó también la presentación de los mismos como una señal de debilidad del gobierno republicano y, a pesar del cobro del oro del Banco de España, empezó a reducir progresivamente los suministros de ayuda a la República.

A última hora del 8 de diciembre de 1938, fiesta de la Inmaculada, se presentó el P. Solé al comandante de Mollerusa. Alegó su carácter sacerdotal y los “Trece Puntos” de Negrín. Fue bien recibido. Le entregó el comandante un documento que le garantizaba respeto y protección para comparecer en las oficinas del CRIM o Centro de Reclutamiento Militar de Manresa. Además, Pablo Vives, un sacerdote enrolado en Sanidad, realizó unas gestiones ante miembros de ese tribunal del CRIM. Se decía que dicho tribunal actuaba más o menos influenciado por el Socorro Blanco[1], bien organizado en la ciudad.

Hasta allá se fue el P. Solé, confiando en el documento y en las gestiones del Padre Vives, pero enseguida advirtió que todo había cambiado radicalmente. Llevaba la consigna de preguntar por determinada persona. No encontró a nadie. Coincidió con la ruptura del frente de Tremp, Serós y Balaguer, en una operación a gran escala por parte del ejército nacional; de ahí la desbandada. Ante el aún más, radicalizado tribunal, prestó declaración. Resultado, orden de prisión en el calabozo junto a maleantes y milicianos caídos en desgracia.

La cárcel militar estaba en el edificio de las Hermanitas de los Pobres, junto a la Cueva de S. Ignacio de los Padres Jesuitas. Los bajos eran calabozos; el resto, cuartel. Al introducirlo en las celdas, los propios guardias, (por lo que se ve, en este caso gente humanitaria), le advirtieron:

“No se le ocurra decir a los demás prisioneros que es Vd. sacerdote. Lo matarían irremediablemente. Incluso tienen bombas de mano”.

Pronto se dio cuenta de la catadura de aquellos presos.

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