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Planificacion Quinto Basico


Enviado por   •  6 de Abril de 2014  •  1.610 Palabras (7 Páginas)  •  292 Visitas

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Entretanto los quejidos se volvían como un rezongo, como una vozenojada, y también había un crujir de huesos. Se me pararon los pelosque hacía tanto tiempo me caían en los ojos y se me puso áspero el pellejo.En ese momento se oyó una voz:—¡Qué horrible pesadilla! —decía— Soñé que me iba al cielo en uncarro de fuego y desde mucha altura caía a tierra ardiendo. ¡Quétonterías se sueñan!Ahí me acordé de todo. Era el señor Rubilar que resucitaba (otromilagro mío, a lo mejor) y lo más estupendo era que se levantaba como sinada fuera, sin quejarse de estar quebrado ni nada.—¿Usted está bien seguro que fue una pesadilla? —le pregunté— ¿Nadale duele?—Nada. ¿Por qué no enciendes luz, Bienvenido? Está oscureciendo.—Quebré la ampolleta de mi velador y no puedo levantarme aencender la otra.Apenas dije esto, se iluminó la pieza, y mi amigo el Profeta me miródesde su altura con cara muy sonriente.

—También tú has dormido —dijo— y no te vendría mal un paseo en misilla de ruedas. A ver si me dejas regalonearte un poco. Allá en mi cuarto hayalgunas sorpresas para ti, de este amigo agradecido.Dejé que me tomara en sus brazos y me sentara en el carro de plata.Pisaba firme en el suelo y me instalaba suavemente entre chales. Como si fuerauna niñera gorda, empujaba despacio el carro hacia afuera.

Era la hora del silencio, y no encontramos a nadie en el pasillo. Laslucecitas rojas de las puertas hacían ver todo rosado como de amanecer yyo ni sabía si era noche o mañana. Entramos al 13 y cerramos la puerta sinhacer ruido. El señor Rubilar con su bata peluda como un oso abrió elropero blanco de su cuarto y sacó de él un paquete cuadrado. Yo mehabía alcanzado a imaginar que me tenía un rifle, alguna Hecha, unospatines, en fin... Esa cajita cuadrada a lo peor eran galletas (no queríacomer) o alguna tontería, gusto de grandes. Me sentí mal y débil.—Desenvuélvelo tú —me dijo entregándome el paquete, y yo lo desatésin ninguna esperanza.Pero es lo bueno cuando uno no espera nada: resulta siempre algoregio y al abrir el papel, me encontré con una radio a pila, de esas de ondacorta y larga. Casi me morí de gusto.—¿Es para mí?—le pregunté.—Para ti. Te servirá de entretenimiento mientras estés en cama.

—¿Usted es contrabandista?—Ahora no... —dijo riendo— No soy más que un viejo reumático.La hicimos funcionar y oímos de todo el mundo: China, Polo Sur,Mendoza, Quillota y Rusia. Era maravilloso. En su estuchito de cuero, comouna máquina fotográfica cualquiera, uno viajaba por todo el mundo conella. Del puro gusto le di un beso al Profeta.—¿Podremos comunicarnos con algún satélite? —le pregunté. Yentonces se puso amarillo y se sentó en su cama.—No me hables de esas cosas —dijo—. Me hace daño. Yo trabajémuchos años en un laboratorio y no quiero acordarme de todo eso.—Creí que era contrabandista.—Y sabio también. He sido muchas cosas. Pero ahora no recuerdoquién soy.—Es el señor Rubilar —le expliqué—. Antes creía yo que usted era elProfeta Elías. Pero, al fin, da lo mismo.—No da lo mismo, ¿quién te ha dicho que soy Rubilar?—Creo que la enfermera...—Miente. Esa mujer miente. ¿O es que tú eres también Rubilar?Le dije «No« con la cabeza. Se me había secado un poco la lengua alverlo tan enojado con la Berenice. ¿Por qué no querría ser el que era? ¿Porqué me preguntaba si yo era Rubilar?—Soy tu abuelo —dijo con voz de Águila—. Ahora lo recuerdo todo. Loestoy viendo suceder, como en una película. Espera un poco; voy a contarteun cuento; mi cuento. Yo no sabía quién soy, me creía un personaje sinhistoria. Cada persona tiene su cuento, yo tengo el mío. Uno es el que

es

en el cuento ¿me entiendes? Mi historia me hizo a mí y yo hice mihistoria. ¿Verás ahora cómo y por qué soy tu abuelo? ... el señor Rubilar,como me llaman. Escucha... Hace muchos años, yo era tan chico como tú ydormía en una bodega entre un montón de botellas vacías que rodabanpor el suelo cada vez que yo en sueños cambiaba de postura. No teníahogar, ni padres ni parientes. Me las arreglaba sólito y no me faltaba nidónde dormir ni qué comer. En mi bodega había frutas, en algún huertoverduras, y cuando quería trabajar me pagaban con panes o comidacaliente. Cuando me crecieron las piernas, me dio por caminar y meempleé en una mina. Los mineros me llamaban su «mascota« porquedecían que yo traía suerte. Se peleaban porque trabajara con ellos. Poco apoco me di cuenta que yo mismo era esa mina: los dejaba disputarmecomo en un remate y trabajaba para el mejor postor.Una noche me desperté ahogado. Alguien me había envuelto en unamanta y me llevaba maniatado y amordazado entre sacos. Traté delibrarme hasta que, por fin, los brazos fuertes que me apretaban,cedieron, y caí al suelo. Sentí entonces sobre mí el peso de aquel cuerpo.Sentado sobre mi pecho y aplastando mis brazos con su enorme volumen,el Chuzo me desató la vista y la mordaza.—Vas a trabajar conmigo, Alcornoque —me dijo—. Ya sabes que soymás fuerte que tú... Nos haremos ricos y apenas seas capaz de aturdirme,te dejaré ir.El Chuzo era un hombrazo de dos metros y espaldas gigantescas.Sus brazos de acero lo hacían temer de todos los mineros. Había llegado ala mina pocos días antes y se marchaba conmigo. ¿Qué dirían los otroscuando supieran que el Chuzo se había robado a la mascota, a Alcornoque?Caminamos toda la noche, yo a su lado, escuchando sus novelas deuna «pertenencia» que era suya por ley, de un rincón allá, quebradaadentro, en el cual nos esperaba una gran fortuna. Había una cuevanatural donde nos alojábamos, había una cocinilla de piedra y un buen riflepara cazar animales. El Chuzo era un hombre duro y trabajábamos desdeel aclarar. Contaba historias y a ratos cantaba. Tenía un ojo de lince para lacaza. Yo resulté un buen discípulo y él sabía preparar muy sabrosas lascarnes «al palo»Cuando su «pertenencia» dio oro, yo me alegré por él, pero me diopena dejarlo. ¿Dónde podría estar mejor que con el Chuzo? Durante esetiempo, con la picota al hombro, mis piernas se habían alargado tanto queéramos los dos del mismo alto y mis brazos se habían hecho tan fuertes

como los suyos. Un día me dijo:—Alcornoque, ha llegado la hora de separarnos. Ya he reunido todo eloro que necesito para ser rico y vender mi pertenencia. A no ser que teatrevas a aturdirme —se rió— y en ese caso serás tú el rico.Parecía muy seguro de su fuerza superior, parecía no haberse dadocuenta que yo había crecido y que ya era un hombre.—A ver si te atreves —me dijo al ver que yo no le respondía, y juntocon decirlo me dio una bofetada. Yo estaba desprevenido y caí al suelo. Perome puse de pie de un salto y también sin aviso, le mandé un golpe en plenacara. Tambaleó, rodó en las piedras y se quedó aturdido. Cuando volvió ensí, sobándose la mandíbula, me dijo:—Te había dicho que trabajarías conmigo hasta que fueras capaz deaturdirme. Ahora estás en libertad y puedes marcharte.—No quiero irme —le contesté.—Sobras —me dijo— ¿entiendes? Quiero que te largues y no verte jamás. Me dio un puñado de pepitas de oro: —Ahora vete —dijo— y sialgún día me encuentras en la vida, haz como si nunca me conociste.Partí triste y desorientado. En el pueblo, había que pagar la comida ysaqué una pepita de oro en el cafetín. Me vi rodeado de extraños. En lanoche me asaltaron y quedé inconsciente y sin un peso.Cuando me repuse, tenía que decidir si continuaba el camino hacia laciudad machucado y pobre o si volvía donde el Chuzo y su tesoro. Medecidí por lo último y cuando salió la luna me encaminé hacia los cerros.Encontré al Chuzo en la cueva de siempre.—Es bueno que hayas vuelto —me dijo—. No me he atrevido a saliry dejar esto solo. Ahora me iré llevando los papeles y las muestras y túquedarás cuidando hasta mi regreso.Cuando lo vi partir, corrí tras él y le conté que había sido asaltado.Que acaso los que me robaron el oro, andarían a la búsqueda de la mina.— ¿Tienes miedo a quedar solo? —me preguntó.—¿Miedo? —sonreí empuñando el rifle que él me había entregado—Eres tú el que no lleva armas para defenderse —era la primera vez que lotuteaba. La única.—Soy el Chuzo —me respondió con orgullo—. Nadie se ha atrevidohasta ahora a tocarme... salvo tú. Volveré, y seremos socios tú y yo.Esa fue su despedida.No volvió nunca más.Bajé al pueblo después de mucho tiempo. Había arreglado el terreno

disimulando las excavaciones, los rastros de nuestra vida allí. Averigüé enmuchas partes y supe por fin que unos cuatreros habían asaltado al Chuzo.Nada de seguro si fuera él u otro la víctima. Por fin fui a la ciudad.Durante muchos meses averigüé hasta encontrar la inscripción de la«pertenencia» Estaba inscrita a nombre de Adalberto Rubilar. Y nadieconocía ese nombre.Con el oro vendido tenía lo suficiente para vivir bien, trabajando parano anquilosarme y estudiaba de noche, porque quería saber.Pasaron así tres años. Yo era un hombre de veinte años, un pocoeducado, un poco leído y trabajando de empleado en una oficina.Una noche, me picó la araña de otros tiempos, de volver a lasandanzas a la montaña, a la «pertenencia» Y preparé mi viaje.Llegué a la cueva en una mula y me costó descubrirla porque todo ahí había cambiado y los quiscos y los cardos desfiguraban la quebrada.Encontré las piedras con que había cubierto el tesoro, las removí paracerciorarme si todavía estaba ahí y lo cubrí de nuevo.¡De nada me servía esa mina y esa fortuna mien

tras no apareciera elChuzo, su verdadero dueño! Y regresé al trabajo, sin tocarla.Pasaron muchos años.

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