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RESUMEN DE TIEMPO MUERTO

angelograph16 de Octubre de 2014

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Tiempo Muerto

La historia de un negro no le interesa a nadie. Y menos si es un viejo que nada notable ha hecho en su vida. Solo a ti se te ocurre echarme. Seque lo que me pides. Pero de nada va a servir lo que te diga. Por qué de nosotros lo único que ha interesado es nuestro trabajo. Después más nada. Y, a cambio nos han devuelto muchos rechazos, muchos desprecios por ser negros.

Para mí, en este país, todo comenzó en el muelle de san pedro de Macorís el día que llegamos. Fue un domingo por la tarde. Había mucha gente mirándonos, nos dijeron que estaban ahí porque era su día de descanso. Nos miraban fijamente con curiosidad. Tal vez esperaban la llegada no anunciada de algún familiar.

O quizás solo pretendían encontrarse con un conocido para tener noticias de esos seres que dejaron en la isla, y de los que jamás volvieron a saber. La verdad era que ninguno de nosotros tenía quien nos esperaba, a un negro que llega en busca de mejorar su destino únicamente lo espera el trabajo. Más nadie. Y solo cuenta con la suerte que lo acompaña.

Al llegar, teníamos ya tres días de retrasos. Goletas, mar adentro, no tenía ninguna forma de mandar mensaje para decir lo que sucedía. A demás, abordo no venía ninguna gente de importancia. Era el mismo sistema que nos acongojaba desde hacía más de cuatros siglos y sobre el mismo mar caribe. Con los años solo había cambiado la forma de cargar a los negros. El fin seguía siendo el mismo: negocio, ganancia, generar riquezas con nuestras fuerzas.

en la goleta, lo recuerdo como ahora, veníamos setenta y nueve hombres y cuatro mujeres. Ochenta y tres en total. Todos negros fuertes, en edad de trabajar.

Antes de que la goleta llegara al muelle, alcanzamos a ver el caserío. En la ciudad, dijo el capital. El poblado estaba sentado a la orilla del mar. Cualquiera diría que dormitaba. Parecía tener siglos aguardando por nosotros.

El capital de la goleta era u hombre extraño. Hablaba estrictamente lo imprescindible, como si las palabras se les hubieran ahogado en las profundas del mar caribe. Lo demostró cuando nos vio adivinar el nombre en san pedro de Macorís. Solo eso dijo. No dio más explicaciones. Total, para nosotros daba lo mismo.

Retrataba de una ciudad tan pequeña que de una sola mirada se atravesaba por completo. El cielo ya había dejado ese color de mar que nos hartaba; de depender se llenó de nubes blancas. Más allá de la pequeña ciudad se divisaban tres enormes chorros de un humo negros. Fue algo tan impresionante que jamás lo he podidito olvidar.

Tenían un recorrido irregular; parecía un rio de agua turbia salidos del corazón de la tierra, que subían hasta ensuciar esas nubes tan impecablemente blancas. Los tres chorros estaban lejos uno de otros; se veían estáticos, inmóviles. El capitán nos orientó.

Con su escasez de palabras y gestos; son los tres ingenios más cercanos del pueblo, pero hay otro, dijo.

El humo era la muestra ineludible de lo que él dijo a seguridad: ya comenzó la zafra por fin término el tiempo muerto después, cuando me oriente, supe que se trataba de los ingenios colon, por venir y santa fe.

De ahí nos pasaban a una embarcación pequeña, una yolita que nos ponía en tierra firme. Al mirar hacia atrás, vi la goleta; tenía un nombre de esos que son para recordarlos siempre: carpiste. Ese aparato nunca se detenía; no tenía días fijos para partir ni para llegar. Su ruta era hacia el devenir de la vida.

Esta vez venia de un recorrido que se inició en saint johns, antigua. De antigua traía pocos negros. Al pasar por nevis, donde esperábamos desde muy temprano, nos sumamos como treinta puntos. Subimos rápido. Partimos de inmediato y como a la hora estábamos en saint kitts. Allí esperaban casi cuarenta personas.

También ellos abordaron con rapidez. Parecía como si tuviéramos prisa por llegar a un destino que nadie sabía si era mejor o peor. Nuestros propios rostros reflejaba la mezcla de una alegría y tristeza que no.

Yo siempre había visto las goletas desde lejos. Pero nunca llegue a viajar en ellas. Ni siquiera fui en ella de nevis a saint kitts, pues esa ruta se hacía en pequeñas yolas; desde esos tiempos soñaba con hacer un viaje lejos en una de esas embarcaciones. Cuando vine a este país fue la primera y única vez que me subí en una para hacer un recorrido tan largo.

La travesía debió hacerse en siete u ocho días pero duramos once. De ellos, uno entero fue perdido en tu piamente por un guardacostas norteamericano que cuidaba las aguas territoriales de puerto rico. El pitar, un americano alto y colorado, con kepis negros, insistía en que la goleta transitaba en aguas territoriales prohibidas.

Ahí comencé a comprender que en este mundo todo estaba repartido; hasta el mar ya tenía dueño. Interceptaron la goleta casi al amanecer y fue solo al final del día, después de un largo tiempo perdido, que decidieron dejarnos ir. Fue un arreglo entre capitanes, con la diferencia que uno era blando y el otro era negro. Eso mismo pensaba entre ambas tripulaciones.

Durante la travesía hacia un sol de esos que nunca dejan de quemar todo el cuerpo. Nos seguía por todo el cuerpo.

Desde la goleta la ciudad de san pedro de Macorís se veía triste como las que habíamos dejado en nuestras islas. A lo mejor era por esa gente que sin sonrisa estaban permanentemente mirándonos.

Recuerdo que me entretuve mirando el paisaje del entorno mientras desembarcábamos. Todos lo comparaban con nebis. De tantas vueltas que dimos, yo creí que habíamos caído en el mismo lugar, en el punto de partida. Solo que aquí todo tenía un tamaño mayor.

Entonces oí que dijeron algo diferente a mí. Por el tono deduje que no era agradable. Yo solo entendí la palabra ´´ cocolo ´´. Esa palabra andaba de boca en boca por toda nebis. Pero aquí fue la primera vez que la escuche pronunciada por un nativo. Al oírla me sofreí porque me pareció gracioso, aunque el tono no lo fuera. Fue así como recordé que estaba en un lugar donde se hablaba una lengua distinta a la mía y yo no la conocía. Eso hacía que me sintiera más idiota de la cuenta.

Después del chequeo nos iban dividiendo. Hacían operaciones matemáticas con nosotros. Hicieron cuatros grupos y a mí me mandaron al mayor de todos.

Estaba formado como por treinta y cinco personas. Cuando termino la repartición nos llevaron a una locomotora. Se trataba de una nave extraña: era totalmente negra, tenía el frente parecido al de un submarino de esos que ahora es fácil ver en las películas y en los museos de algunos países.

Delante, en el centro, tenía un tubo grueso que se elevaba; de ese tubo salía un tubo infernar, una combinación de piezas se le recubría por debajo, por donde también le brotaba tanto humo que abecés le envolvía por completo. Se veía como si se estuviera quemando.

Cerca del extremo delantero quedaba la caceta donde iba el conductor el que todos llamaban maquinista. Por fuera, en otra parte que estaba más hacia atrás, por donde se le depositaba la leña, tenía un letrero en el lado que estaba en frente a nosotros.

Lo leí pero no entendí nada hasta que pasaron unos meses. Ingenio consuelo, eso decía. La loco motora era una máquina de vapor. Decía. Tenía tres vagones; más adelante pude ver que se usaba para cargar caña; y parece que para cargar negros también. Nos montaron en el primero y en el segundo. En el tercero subieron todos los motetes que no se podían llevar en las manos, esa locomotora a la que todos les decía máquina, nos llevaría hacia nuestro destino final.

A los otros grupos no los volví a ver jamás. Se los llevaron por rumbos distintos. No me importó. Después supe que se trataba de caminos que nos conducirían de la misma ruta de la amargura.

Yo seguía viniendo de la capital todos los días libres. Venía a acompañarla porque le faltabas tú y también le faltaba yo. Pero sentía que todo iba de mal en peor.

Las tías no lo sabían por que venían por la noche y a esa hora mama no cantaba. Tampoco lo sabían las que venían nada más los fines de semana y menos las que llamaban por que el que habla por teléfono tiene que dejar de cantar para hablar. Mama seguía igual; casi ni paraba en la casa. El tío Jacob, como siempre no viene. Después de que te fuiste nos dimos cuenta que con él ni siquiera para decírselo. Entonces, como e iban a dar cuenta de que mama cantaba.

Sesilia fue la primera que lo supo todo. Tuvo una magnífica idea, la ejecutó y logro averiguarlo. Lo consigue con un vecino de ella que trabaja en el aeropuerto. Ella le dio tu nombre y apellido completo y el vecino lo averiguo. Le detallo en día, la hora y el número de vuelo en el que saliste. Le dio que partiste hacia satín kitts con escala de puerto rico.

Inclusive dio el nombre de otros dos que llevaban esa misma ruta. En principio nadie sabía a quienes pertenecían esos dos nombres. Después se supo que se trataba de los nombres y apellidos completos de fofo y de papolo, los dos vecinos del barrio. Así fue que los demás se enteraron, yo, aunque ya lo sabía, me quede con la satisfacción de haber sido fiel a lo que me pediste.

La máquina no demoro en partir. Hizo lo que queríamos para que la gente.

Durante unos diez años oí decir allá en nebis que vino para este país. Fue por esa razón que me decidí a venir a esta tierra.

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