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I-Resumen: Tiempo Muerto


Enviado por   •  12 de Octubre de 2014  •  7.801 Palabras (32 Páginas)  •  315 Visitas

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I-Resumen: Tiempo Muerto.

Primer Conjunto

El presente trabajo narra la historia de un negro que no le interesa nadie. Siendo un negro viejo que no se ha destacado en nada en la vida. De él lo único que ha interesado es su trabajo y más nada, a recibido mucho rechazo y desprecio por el hecho de ser negro.

La historia comenzó en el muelle de San Pedro de Macorís, por un negro que llego desde Saint Kitts, un día domingo en horas de la tarde. Las personas que estaban alrededor de los muelles los miraban con mucha curiosidad. La verdad era que ninguno de estos viajeros negros iban a ser recibidos por ningún pariente, estos solo llegaron en busca de un mejor destino y únicamente los esperaban el trabajo, solo cuenta la suerte que los acompaña. Lo primero que sintió este negro fue el olor que siempre hay en los ingenios o sea, el azúcar el melao y todo aquello que se extrae de la caña, unido también a un infinito e intenso olor a sudor y amargura de los trabajadores. Al paso de los años solo le ha quedado estos trabajadores el olor en el recuerdo, es una especie del olor del dolor el mismo día que llegó de Saint Kitts.

En la goleta tenían problemas para llegar a San Pedro de Macorís, y no tenían forma de comunicar su estado, además no venían personas de ninguna importancia. En el transporte venían setenta y nueve hombres y cuatro mujeres. Ochenta y tres en total. La mayoría tenían equipaje numeroso; que servirían para emprender una vida. El de él no, era escaso; apenas tres mudas de ropa. Porque siempre pensó en volver.

Antes de que la goleta llegara al muelle, alcanzaron a ver el caserío. Es la ciudad, dijo el capitán. El poblado estaba sentado en la orilla del mar, cualquiera pensaba que dormían. Parecían tener siglos esperando por ellos. Tenían una quietud tan grande que ni los árboles se movían.

Se trataba de una ciudad tan pequeña que de una sola mirada se atravesaba por completo. No sabían por qué nos miraba tanto toda esa gente que estaba ahí en el puerto, también les daban ordenes en una lengua que no entendían. El desembarco los había llenado de felicidad. Arribaron al fin de una travesía difícil, la goleta se arrimó lo más que pudo al muelle, de ahí los pasaban a una embarcación pequeña, una yolita, que los ponía en tierra firme.

Su ruta era el devenir de la vida. Esta vez venia de un recorrido que se inició en Saint Johns, Antigua. De Antigua traía pocos negros. Al pasar por Nevis, donde esperaban desde muy temprano, los sumaron como treinta. Subieron rápido, partieron de inmediato y como a la hora ya estaban en Saint Kitts. Sus rostros reflejaban la mezcla de una alegría y tristeza que no sabía cuál iba a imponerse.

En el recorrido los iban dividiendo. Hacían operaciones matemáticas con ellos, hicieron cuatro grupos y a él lo mandaron al mayor de todos. Estaba formado como por treinta y cinco personas. Cuando terminó la repartición los llevaron a una locomotora, se trataba de una nave extraña: era totalmente negra, tenía el frente parecido a un submarino de esos que ahora es fácil de ver en las películas y en los museos de algunos países. Delante, en el centro, tenía un tubo grueso que se elevaba; por ese tubo salía un humo infernal.

Los montó el primero y en el segundo, y en el tercero subieron todos los motetes que no se podían llevar en las manos. Esa locomotora a los que todos les decían máquinas, los llevaría hacia su destino final. A los otros grupos no los volvió a ver jamás. Se los llevaron por rumbos distintos. No le importó; después supo que se trataba de caminos que los conducirían por la misma ruta de la amargura.

Segundo Conjunto

La máquina no demoró en partir. Hizo lo que querían para que la gente aglomerada allí dejara de mirarlos tanto como si fueran bichos raros. Él, que siempre aprovechó todo, buscaba entre ellos a ver si reconocía a su tío, un hermano de su madre. Durante unos diez años oyó decir allá en Nevis que vino para este país. Fue por esa razón que se decidió a venir a esta tierra.

Él no sabía su dirección y nunca la preguntó. Además, allá en las islas nadie sabía la forma de localizar a los parientes que tenían aquí. Él siempre pensó que era igual en todas partes. Que los ingenios, aunque eran varios estaban en un solo poblado y que podría encontrar al tío por las calles o por referencias, como sucedía en Nevis, en eso falló…

Pronto dejaron el muelle y atravesamos la ciudad. Entonces volvieron a sentir el sol, por suerte ahora ya se había puesto amarillento y solo los miraba de forma calmada desde el oeste. La ciudad iba quedando atrás en el penetrante olor a melao, a azúcar. La máquina tomó velocidad. Con un pito ensordecedor que no cesaba penetró a un carril cubierto de cañas. Eran cañaverales interminables, como él jamás había visto.

Pasaron por otro batey. Aquí más que las casuchas, tenía tristeza la tarde misma. El sol terminaba de acostarse y solo un resplandor amarillento caía sobre los pañados de casas que aparecían sumergidos en la quietud. La máquina comenzó a reducir la velocidad. En vez de cañaverales, empezaron a aparecer casas más variadas donde se reafirmaba la miseria de la mayoría y el bienestar de la minoría. Era el Ingenio Consuelo, donde por fin llegaron. Les dio la bienvenida el humo que salía de las dos chimeneas. Eran los tubos más inmensos que habíamos visto en nuestras vidas. Poco a poco se fueron acercando. La velocidad del aparato que los llevaba se redujo casi al mínimo. Luego se paró totalmente.

Llegaron al ingenio, dijo alguien que se acercó. Fue en ese momento que lo reafirmaron, el ingenio no era más que un montón de motores que trabajaban sincronizados.

Se desmontaron. Los que traían sus pocos motetes los bajaron con rapidez. Cuando terminó de bajar el último, la maquina se alejó arrastrando ese ruido infernal que ya llevábamos dentro. Hicieron una fila frente a la mesa, les hablaban en español. Entendían, más bien, por las señales que les hacían, por intuición o por puro milagro. El grupo restante repetía lo que hacía el primero, por él supieron que preguntaban los nombres para ir anotándolos.

Después de dar el nombre les entregaban un paquete. Con el de él en la mano se apartó y pudo ver de lo que se trataba: un saco de henequén vacío, una lata de sardinas con un pan, una mocha y tres centavos. Mientras se hacia el reparte llego un hombre. Vino caminando con cierta prisa, habló algo con los de la mesa. Luego los dejó, se acercó a ellos y les habló. Articulaba la lengua de una forma pésima; pero en inglés. Con la explicación entendieron que la lata de sardinas con el pan eran la cena de esa noche

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