Selección De Ensayos De Oreste Plath
semataz25 de Septiembre de 2013
11.013 Palabras (45 Páginas)374 Visitas
Ensayos de Orestes Plath
L´Animita
Reverencias a las "Animitas"
- Al pasar frente a una "animita" las personas se descubren.
- Frente a una "animita", se persignan.
- Los pasajeros de los buses hacen la señal de la cruz para seguir buen viaje.
- Los choferes que van y vienen por los caminos de la pampa cuando pasan delante de ellas levantan la mano y tocan la bocina en señal de saludo.
- Los soldados, viajeros por la pampa, saludan a las "animitas", llevándose la mano a la visera.
- En el desierto, la "animita" que recuerda a un uniformado víctima de un accidente, ostenta una bandera chilena. Un familiar o una persona anónima renueva el emblema nacional que se destiñe y deteriora a raíz del intenso sol y viento reinante en la zona.
Creencias Animistas
Las personas que mueren trágicamente tienen poderes para resolver "mandas" (Arica, Chile).
Las almas de los sentenciados injustamente son "milagrosas" (Francisco J. Cavada, "Chiloé y los chilotes").
El asesino carga con la culpa de la víctima, la cual, libre de ellas, vuela al cielo (Francisco J. Cavada, "Chiloé y los chilotes").
Los vientos más violentos no pueden apagar las velas que se encienden sobre la tumba de los ajusticiados víctimas de una calumnia (Francisco J. Cavada, "Chiloé y los chilotes").
La sangre del que cae al suelo, que ha sido muerto violentamente, clama venganza.
Las flores de la "animita" no se secarán ni las velas se apagarán, mientras la justicia no castigue a los culpables.
Cuando asesinan a alguno en despoblado, la sangre que cae al suelo queda penando, y el ánima del muerto, errando en la oscuridad, se esfuerza en vano para encontrar el camino del cielo (Julio Vicuña Cifuentes, "Mitos y Supersticiones").
Prender velas a las "animitas" permite que éstas ayuden a las peticiones (Renato Cárdenas y Catherine Hall, "Manual del Pensamiento Mágico y la Creencia Popular").
Las ánimas penan porque quieren comunicarse o porque necesitan rezos.
Las ánimas son muy "cobradoras", cuando se les hace una promesa habiendo cumplido ella, hay que proceder a "pagarla", porque reclama el "cobro" de cualquier manera.
Las ánimas cobran el pago de una "manda" "cargando" a los vivos durante el sueño.
La aparición de un ánima indica que necesita oraciones "para salir de pena y ver la cara de Dios".
Si a una persona se le aparece un ánima, ésta debe decirle: "De parte de Dios te mando que me digas quién eres y lo que quieres". "Las ánimas tienen que trabajar para llegar a Dios y por eso nos ayudan". Ella responderá si Dios no se lo hubiere prohibido (Santiago, La Serena).
Las ánimas se vengan de las personas que en vida las ofendieron, presentándose de espaldas a su enemigo, "para que este les vea las ‘penas’ y se espante". Las "penas" son llamas que las ánimas llevan en sus espaldas. Se cree que quien las ve "queda espantado y muere antes de cumplirse un año".
"Quienes tienen la desgracia de ver las ‘penas’, caen al suelo arrojando sangre por boca y narices" (Chiloé, Chile).
L´Animita
"Animita" de Dubois
(pág. 65-76)
El 7 de enero de 1905 es encontrado muerto en Santiago el contador Ernesto Lafontaine. Había sido ultimado a golpes de laque de goma y apuñalado; el móvil, el robo; el 4 de septiembre de ese mismo año moría el importador Reinaldo Zillmanns, en Valparaíso, asesinado con laque de goma y puñal; el 4 de octubre, siempre del año 1905, era hallado muerto en Valparaíso don Gustavo Titius, corredor de comercio. Armas con que fue atacado: laque de goma y puñal, con el que se le mutilaron las manos; móvil, el robo; al año siguiente, el 4 de abril de 1906, es asesinado en Valparaíso, de seis puñaladas en la puerta de su casa, el comerciante Isidoro Challe; y el 2 de junio, siempre en el puerto, se defiende de un asalto el dentista Charles Davies: un varón de setenta años, atlético y deportista que se opone a los golpes de laque y es tal la resistencia que hace huir al asaltante, pero éste es perseguido en forma sensacional.
El atacante era un hombre bajo, fuerte, de bigote cuidado y barbilla que terminaba en punta, vestía chaqué y un sombrero calañé negro.
Oriundo de Francia, nacido en Etaples, Paso de Calais, el 29 de abril de 1867, donde figuraba inscrito como Luis Amadeo Brihier Lacroix. De azarosa vida en Francia, después en América del Sur y Central. En Colombia sedujo a Ursula Morales, joven de quince años, que abandonó su hogar para seguirlo en sus viajes por Colombia, Venezuela, Panamá, Ecuador, Perú, Bolivia y Chile, donde tuvieron un hijo, inscrito en el Registro Civil de Iquique, en enero de 1903, con el nombre de Luis Dubois.
Este personaje ostentaba aparte de su nombre y apellido verdaderos, Luis Amadeo Brihier, los siguientes: Emilio Dubois Murraley, Emilio Morales Dubois, estos dos últimos arreglos del apellido de su conviviente Ursula Morales.
Al allanar su casa se encontraron tarjetas que lo acreditaban como Ingeniero de Minas, laques de goma, dagas, llaves ganzúas, linternas, herramientas de cerrajería y un permiso de mendicidad.
No se le certificó trabajo en Chile. Se dedicaba a obtener dinero de diversas personas para finalidades imaginarias.
Era un aventurero que se había desempeñado en los más variados oficios en el extranjero.
Pese a su azarosa vida y a todas las pruebas que se juntaron, alega ser inocente.
En esto viene el terremoto del 16 de agosto de 1906 y Dubois se encontraba entre los quinientos noventa y ocho reos de la cárcel de Valparaíso.
Este personaje tenía preocupado no sólo a los habitantes del puerto sino a todo el país.
La pregunta era ¿y Dubois?
Muchos creían que había perecido aplastado en su celda y otros pensaban que había huido aprovechando el espanto y la confusión.
Poco después de producirse el terremoto se le encontró debajo de unas latas, completamente transformado y cubierto con un poncho. Además, se había afeitado la barba. Los grillos y las esposas habían sido limados por miembros de la población penal.
Interrogado, contestó que sus compañeros de prisión le habían proporcionado un poncho y un sombrero y que le habían hecho las limaduras para que se fugara, pero no tuvo intención de huir. Los reos habían ideado una evasión y pensaban que él podía capitanearlos.
En lo mejor del proceso la policía de Santiago encuentra a los asesinos de don Ernesto Lafontaine, el primero de los asesinados. Tres delincuentes son apresados. Ladrones urbanos fueron obligados a confesar con los métodos de tortura de la época y condenados a muerte. Trasladados a Valparaíso, el juez no les reconoció culpabilidad y los indulta.
La prensa habló del caso, contra los sistemas policiales; y en el público se produjo una reacción a favor de los condenados injustamente ofreciéndoles un beneficio en un teatro de Valparaíso.
Los diarios siguen hablando de "un señor del crimen", "asesino silencioso", "artista del crimen", "el hombre del laque de goma", "el genio del crimen", "el hombre monstruo".
La defensa, su abogado Sanz Frías, como recurso pretendió presentarlo como un enajenado mental, irresponsable, que no merecía sanción, sino que la ciencia médica tenía que hacerse cargo de él. Dubois, al saber esto, se indignó y descalificó a su defensor que aducía que se trataba de un enfermo de manía criminal y le quitó de inmediato el poder, después de tildarlo de ignorante.
Él asumió su defensa, trató de comprobar que era inocente, que la causa era mal llevada.
Se defendió sin ayuda, lo que cumplió durante tres días en el tribunal de alzada; actuó con extraordinaria facilidad de palabra, originando estupor y desasosiego entre los ministros del tribunal.
La noche del último alegato, en una de las plazas de la ciudad se organizó un comicio público en favor de Dubois.
Consultado si creía que ese movimiento lo favorecía —"yo no podría decirlo"— dijo y añadió: "Vox populi, vox Dei".
No obstante, el Juez del Crimen de Valparaíso, don Santiago Santa Cruz Artigas, lo condenó a muerte por cuatro crímenes y un asalto.
En la madrugada del fusilamiento, muy temprano se le sirvió un café, luego atendió a Ursula Morales, que en compañía de su hijo venía a dar el último adiós al hombre al que había unido por amor su suerte desde hacía catorce años y que el día anterior había recibido por esposo ante los hombres. El mismo que en pocas horas más habría de perecer en el cadalso.
Confundidos en un solo abrazo permanecieron un largo rato.
Poco después de las siete de la mañana penetraron a la celda dos religiosos de la Compañía de Jesús.
Dubois dijo a uno de ellos que no necesitaba auxilio de ninguna clase. Como insistiera, tratando de convencerlo con frases cariñosas y persuasivas, el reo le respondió: "Yo creo en Dios, señor, ya lo he dicho, no soy hereje, pero no creo en sus representantes. Es inútil lo que ustedes me piden; yo me confesaré con Dios".
No vencido aún, el religioso le dijo: "Dios tiene misericordia infinita. Sus fallos son superiores a los de los jueces de la Tierra".
—"Sí,
...