Campo Intelectual y Proyecto Creador. P. Bourdieu
Clari SidResumen26 de Noviembre de 2017
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Campo Intelectual y Proyecto Creador. P. Bourdieu
La relación que un creador tiene con su obra y la obra misma, se encuentran afectadas por el sistema de relaciones sociales en las cuales se realiza la creación como acto de comunicación o, con más precisión, por la posición del creador en la estructura del campo intelectual. El campo intelectual, a la manera de un campo magnético, constituye un sistema de líneas de fuerza: esto es, los agentes o sistemas que forman parte de él pueden describirse como fuerzas que, al surgir, se opone y se agregan, confiriéndole su estructura específica en un momento dado del tiempo. Por otra parte, cada uno de ellos está determinado por su pertenencia a este campo: debe a la posición en particular que ocupa en él propiedades de posición irreductibles a las propiedades intrínsecas y, en particular, un tipo determinado de participación en el campo cultural, como sistema de relaciones entre los temas y los problemas, y, por ello, un tipo determinado de inconsciente cultural, al mismo tiempo está dota de un peso funcional, porque su poder en el campo no puede definirse independientemente de su posición en él.
Agentes
Producidos por su pertenencia al Campo Intelectual |
Este enfoque se fundamenta en la autonomía relativa del campo intelectual, la cual permite la autonomización metodológica, cuyo método estructural trata el campo intelectual como un sistema regido por sus propias leyes. La vida intelectual se organizó progresivamente en un campo intelectual, a mediad que los creadores se liberaron, económica y socialmente, de la tutela de la aristocracia y de la Iglesia y de sus valores éticos y estéticos, y también a medida que aparecieron instancias específicas de selección y de consagración propiamente intelectuales.
A medida que se multiplican y se diferencian las instancias de consagración intelectual y artística, tales como las academias y los salones, y también las instancias de consagración y difucion cultural, tales como las casas editoras, los teatros, las asociaciones culturales y científicas, a medida, asimismo, que el público se extiende y se diversifica, el campo intelectual se integra como sistema cada vez más complejo y más independiente de las influencias externas, como campo de relaciones dominadas por una lógica específica, la de la competencia por la legitimidad cultural.
La integración de un campo intelectual dotado de una autonomía relativa es condición de la aparición del intelectual autónomo, que no conoce ni quiere conocer más restricciones que las exigencias constitutivas de su proyecto creador. Con el siglo XIX y el movimiento romántico comienza el movimiento de liberación de la intención creadora. Esta nueva definición revolucionaria de la vocación intelectual y de su función en la sociedad presenta, según Raymond Williams, cinco características fundamentales:
- La naturaleza de la relación entre el escritor y sus lectores sufre una transformación profunda
- Se vuelve habitual una actitud diferente respecto al “público”
- La producción artística tiende a considerarse como un tipo de producción especializada entre otras, sujeta a las mismas condiciones que la producción general
- La teoría de la realidad “superior del arte” como sede de una verdadera imaginación
- La representación del escritor como creador independiente
En el pequeño círculo de lectores que frecuentaba el artista estaba acostumbrado a admitir consejos y críticas, y ese círculo se sustituye por un público, “masa” indiferenciada, impersonal, anónima de lectores sin rostro, que son también un mercado de compradores capaces de dar a la obra un valor económico, el cual, además de que puede asegurar la independencia económica e intelectual del artista, no siempre está desprovista de toda legitimidad cultural. La existencia de un “mercado literario y artístico” hace posible la formación de un conjunto de profesionales propiamente intelectuales, es decir, la integración de un verdadero campo intelectual como sistema de las relaciones que se establecen entre los agentes del sistema de producción intelectual.
La especificidad de este sistema de producción, vinculada a la realidad de doble faz, mercancía y significación, donde el valor estético sigue siendo más importante que el valor económico, caracteriza la especificidad de las relaciones que ahí se establecen: las relaciones entre cada uno de los agentes del sistema y los agentes o instituciones total o parciamente externas al sistema, siempre están mediatizadas por las relaciones que se establecen en el interior del campo intelectual, y la competencia por la legitimidad cultural. Es decir, las relaciones entre los agentes internos y externos depende de las relaciones al interior del campo intelectual.
Los pájaros de Psafón
Existen pocos actores sociales que dependan tanto como los artistas, y más generalmente los intelectuales, en lo que son y en la imagen que tiene de sí mismo de la imagen de los demás tiene de ellos y de lo que los demás son. Así ocurre con el renombre del escritor, es decir, con la representación que la sociedad se hace del valor de la verdad de la obra de un escritor o artista.
Por medio de esta representación social, que tiene la opacidad y la necesidad de un dato de hecho, la sociedad interviene, en el centro mismo del proyecto creador, invistiendo al artista de sus exigencias o sus rechazos. El artista debe enfrentar la definición social de su obra, las interpretaciones que de ella se dan, la representación social, a menudo estereotipada y reductora.
El proyecto creador es el sitio donde se entremezclan y a veces entran en contradicción la necesidad intrínseca de la obra que necesita proseguirse, mejorarse, terminarse y las restricciones sociales que orientan la obra desde afuera. Según Valéry “obra que parecen creadas por su público y obras que, por el contrario, tienden a crear su público”
De esto siguen consecuencias para el método: éste será tanto más adecuado cuanto que las obras a las cuales se aplique sean más autónomas; un análisis de la obra corre el riesgo de volverse equivocado cuando se aplica a obras creadas por su público. Es el caso de los “autores de éxito”, para ellos las restricciones sociales son más importantes, en su proyecto intelectual, que la necesidad intrínseca de la obra.
Sin embargo, ni siquiera la más “pura” intención artística escapa a la visión del público. La relación que el creador mantiene con su creación es siempre ambigua y a veces contradictoria, en la medida en que la obra intelectual, como objeto simbólico destinado a comunicar, como mensaje que puede reconocerse o ignorarse, y con él al autor del mensaje, obtiene no solamente su valor, sino también su significación y su verdad de los que la reciben tanto como del que la produce. De esta manera, la matriz social interviene tanto en los “autores de éxito”, fuertemente determinados por el público, como en los “autores puros”, determinados de un modo más sutil.
En la actualidad el discurso del crítico sobre la obra se presenta al creador mismo no tanto como un juicio crítico, dirigido al valor de la obra, sino como una objetivación tal del proyecto creador que puede desprenderse de la obra misma y se distingue por ello de la obra como expresión prerreflexiva del proyecto creador, y aún del discurso que el creador puede tener de su obra. La crítica no es una reflexión previa a la obra ni una explicación de la misma, sino que integra el proyecto creador diciéndolo, y por ello, determinado que sea según se le diga.
La objetivación que realiza la crítica está sin duda alguna predispuesta a desempeñar un papel específico en la definición y la evolución del proyecto creador. La crítica, entonces, contribuye a la evolución de dicho proyecto. La objetivación progresiva integra el sentido público de la obra y del autor, conforme al cual el autor se define y define las relaciones que mantiene dentro del campo intelectual. Interrogarse sobre la génesis de ese sentido público es preguntarse quién juzga y quién consagra, cómo se opera la selección de obras dignas de ser amadas y admiradas. Es decir, quién moldea el gusto.
El sentido público de la obra, como juicio objetivamente instituido sobre el valor y la verdad de la obra, es necesariamente colectivo. El sujeto del juicio estético es un “nosotros” que se toma como un “yo”: la objetivación de la intención creadora, que podría denominarse “publicación”, se realiza a través de una infinidad de relaciones sociales específicas. En cada una de estas relaciones, cada uno de los agentes empeña no solamente la representación socialmente constituida que tiene del otro término de la relación, sino también la representación de la representación que el otro término de la relación tiene de él, es decir, de la definición social de su verdad. La relación que el creador mantiene con su obra está siempre mediatizada por la relación que mantiene con el sentido público de su obra.
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