Cuentos De New York

El Peso del Tiempo

¿Han sentido que vales menos que un perro?, ¿o que su existencia incomoda, o incluso molesta a las personas que se supone deberían quererlos? Les daré un consejo, nunca envejezcan. A mis ochenta años de edad, de lo que mas me arrepiento en esta vida es de “haber vivido bien”. Yo fui (soy) un hombre de bien, y siempre me he arrepentido de no haber caído en un vicio. ¿Por qué acepté ese cigarro que José me ofreció?, me lo he preguntado muchas veces. – No pasa nada. – decía José, y el pobre desgraciado falleció a los cincuenta y cuatro años de edad por cáncer pulmonar. ¿Por qué no bebí con Luis?, quien siempre se ofrecía a pagar los tragos. – Eres todo un santito, Juan. – me decía Luis mientras se terminaba copa tras copa… El pobre diablo de Luis falleció a los cuarenta y dos años en un choque automovilístico en la carretera, obviamente ocasionado por el mismo al conducir en estado de ebriedad. Y no solo eso, se llevo de corbata a un joven veinteañero que caminaba también ebrio en medio del camino. Que pequeño es el mundo como para que se encuentre un conductor borracho y un peatón borracho. El doctor que reviso el cuerpo de Luis dijo que de cualquier forma sus problemas del hígado lo hubieran matado en un par de años mas. Cuando termine la preparatoria me encontré con Carlos, mi viejo amigo de la secundaria, y conversando acerca de nuestros planes me dijo que él se uniría al ejercito nacional tan pronto como pudiera. Me ofreció irme con él – Es nuestro deber servir al país, Juan. Somos jóvenes y fuertes. – me dijo, pero lo rechace porque tenia planeado estudiar una carrera universitaria, yo quería ser un académico; y así lo hice, y así lo hizo él. Cinco años después me informaron que Carlos había “desaparecido en acción”, al parecer nunca encontraron su cuerpo. El pobre ni siquiera llego a los 30 años. De haber sabido lo vacía que es una vida de rectitud, hubiera preferido morir en el campo de batalla con Carlos, tomar con Luis y fumar hasta quemarme la garganta con José. En lugar de eso seguí estudiando, trabajé duro, me gradué como licenciado en leyes y con el tiempo conseguí un buen puesto en la corte. Siempre rechace las invitaciones de mis compadres para ir a aquel club de desnudistas de la ciudad, incluso en mi despedida de soltero. – Yo solo tengo ojos para María. – les decía. ¡Ja!, vaya imbécil. De haber sabido que tras quince “felices” años de matrimonio María me dejaría por otro hombre, hubiera gastado mi sueldo de tres meses en el alcohol, los cigarrillos y las mujerzuelas de aquel lugar; en lugar de hacerlo en aquella estúpida hermosa sortija de compromiso que le di a María, la cual aún conserva. Cuando fui joven en la preparatoria, muchas ideas locas pasaron por mi cabeza; teñirme el cabello de rojo, raparme la cabeza, dejarme crecer una larga barba, tatuarme un as de aspadas en el antebrazo simulando tener un “as bajo la manga”, dejar la escuela y unirme al cuerpo de policías de la ciudad, o al cuerpo de bomberos (creo que esas ultimas fueron las mas razonables). Incluso recuerdo que mi amigo Francisco del club de música del plantel me ofreció co-fundar una banda de rock – Yo toco la guitarra, Juan, tu aprende a tocar el bajo, encontramos a alguien que toque la batería y buscamos a un buen vocalista. Es pan comido, Juan. – me dijo muy entusiasmado. Pero yo no estaba interesado en aprender a tocar el bajo, yo quería aprender a tocar el violín; un instrumento mas elegante y mucho mas complicado de tocar. Así lo hice. Después de 3 años de tomar clases pagadas de violín, logre aprender a tocarlo a la perfección. Sin embargo, ser violinista no era tan divertido como ser una estrella de rock, y Francisco lo logro. Su banda, “The Sexty Nines”, saco 5 álbums y vendió millones alrededor de todo el mundo. Según supe años después, el cuerpo de Francisco seria encontrado en la suite de un lujo hotel de Las Vegas, Nevada en U.S.A. Al parecer Francisco consumía grandes cantidades

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