Diversidad en el contexto

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La diversidad y el contexto.

“Lo mejor que el mundo tiene está en la cantidad de mundos que contiene…”. (Galeano, 2001)

Una persona es de alguna manera un mundo en sí mismo pues es el actor de una historia única en un escenario multifacético. Su historia se compone de fragmentos que tienen orígenes muy diversos, inician en el espacio tiempo en que sus padres unieron su acervo genético en un pequeño cigoto que contenía ya dentro de sí el rastro de millones de años de evolución. En ese encuentro milagroso ceñido por la causalidad, se vertieron como un caudal incontenible todos los genes que determinarían en el futuro ser su temperamento y sus potencialidades de desarrollo tanto físicas como intelectuales, de percepción y de movilidad, una suerte de coctel hecho a medida para este pequeño individuo que le proporcionaría las herramientas para su adaptación y supervivencia. Luego vino el embarazo y con su proceso, los factores ambientales que le añadieron al producto otras ventajas o desventajas con las  que afrontaría el mundo durante su desarrollo posterior.  El azar evolutivo se hizo presente y con él las características genéticas únicas de esta nueva vida.

Y entonces sobreviene el alumbramiento… si todo ocurre sin sobresaltos, un nuevo ser humano iniciará la ruta de la construcción de su identidad, su vida se convertirá en una lucha ininterrumpida por lograr la satisfacción de sus necesidades y de forma imperceptible al principio pero cada vez más determinantemente, impactará al entorno con su presencia,  inexorablemente.

Si todo sale bien, este futuro ciudadano podrá desarrollar todas sus potencialidades, pero qué ocurriría si el azar evolutivo y los factores ambientales que rodean al individuo desde su gestación hasta el alumbramiento, le agregan a la fórmula de la vida algunos ingredientes extra como para añadir un elemento sorpresivo y de suspenso a la trama de la nueva existencia.  Un shot de genio o una barrera inesperada podrían dar un giro a la historia.

Me pregunto si nuestra sociedad ha dejado atrás la despiadada dureza de Esparta en donde todo lo distinto era condenado a la extinción, o si solo hemos refinado las formas de la discriminación, nacer con barreras para el aprendizaje y/o la convivencia pueden representar un estigma que condene al ostracismo a quien las tiene pero paradójicamente en escenarios bastante próximos, estas barreras pueden llegar a ser un estímulo para el desarrollo dependiendo de si los factores ambientales son propicios o no.

El caso de Nick Vujicic es emblemático, un hombre que  nació sin brazos y sin piernas cuyas circunstancias lo convirtieron de lleno en un ser distinto, pero que no obstante no le impidieron satisfacer de forma amplia sus necesidades humanas.

¿Nacer con serios problemas motrices lo hicieron genial o el ser genial le permitió afrontar en forma excepcional sus limitaciones?

¿Es factible reproducir en cada uno de nuestros jóvenes una experiencia tan extraordinaria o está limitada a sujetos especialmente dotados?

En nuestra práctica diaria nos encontramos con jóvenes que por una u otra razón presentan barreras para su aprendizaje y/o para la convivencia… son, al igual que el resto de sus compañeros, únicos. Sin embargo tienen en su bagaje individual retos especiales tanto para ellos mismos como para sus tutores. Sus padres, sus entrenadores, sus maestros y aún sus compañeros, al relacionarnos con ellos nos enfrentamos a situaciones que ponen en jaque en más de una ocasión nuestra capacidad para la tolerancia, la empatía y la paciencia.

Por ello resulta importante no enfrentar solos la interacción con nuestros estudiantes con características atípicas. El trabajo colaborativo se convierte en una estrategia fundamental para lograr el éxito en el desarrollo de las potencialidades del estudiante y su inserción apropiada en el aula y en la sociedad bajo los enfoques de la equidad y la inclusión.

Para llevar a cabo la atención diferenciada y el trabajo coordinado es importante contar con un fundamento teórico que guíe nuestros esfuerzos y contar con los instrumentos de diagnóstico que nos permitan detectar el tipo de barrera que el estudiante presenta y saber así qué estrategias serán las adecuadas para la intervención docente y qué especialistas pueden colaborar en el logro académico de los alumnos.

En ese sentido, la Secretaría de Educación Pública enuncia en el Plan de Estudios 2011 una serie de  principios pedagógicos que  sustentan la educación básica, considerándolos como  “condiciones esenciales para la implementación del currículo, la transformación de la práctica docente, el logro de los aprendizajes y la mejora de la calidad educativa”. (SEP, 2011, p. 26).

En su punto 1.8, “Favorecer la inclusión para atender a la diversidad”, se menciona que “La educación es un derecho fundamental y una estrategia para ampliar las oportunidades… Por lo tanto, al reconocer la diversidad que existe en nuestro país, el sistema educativo hace efectivo este derecho al ofrecer una educación pertinente e inclusiva.”

Así mismo indica que “para atender a los alumnos que, por su discapacidad cognitiva, física, mental o sensorial (visual o auditiva), requieren de estrategias de aprendizaje y enseñanza diferenciadas, es necesario que se identifiquen las barreras para el aprendizaje con el fin de promover y ampliar, en la escuela y las aulas, oportunidades de aprendizaje, accesibilidad, participación, autonomía y confianza en sí mismos, ayudando con ello a combatir actitudes de discriminación. Por otra parte, para atender a los alumnos con aptitudes sobresalientes, el sistema educativo cuenta con modelos de enriquecimiento escolar y extraescolar, y brinda parámetros para evaluar a quienes muestren un desempeño significativamente superior al resto de sus compañeros en el área intelectual y requieran de una promoción anticipada. Para el logro de este principio es indispensable la organización, la toma de acuerdos y la vinculación entre autoridades, directivos, docentes y madres, padres o tutores. En ese sentido, a la Educación Básica le corresponde crear escenarios basados en los derechos humanos y el respeto a la dignidad humana, en los que cualquier estudiante, independientemente de sus condiciones, se desarrolle intelectual, social, emocional y físicamente. Para ello, se requiere que los docentes desarrollen empatía hacia las formas culturales y necesidades de los alumnos que pueden ser distintas a sus concepciones.”(SEP, 2011, P. 36).

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