El concepto de bien común de la sociedad
lilianadelgado01Resumen23 de Mayo de 2015
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ORIGINAL DEL LIBRO
Aristóteles comienza su Política afirmando que toda comunidad huma¬na tiende siempre a conseguir algún bien, y en el curso de la obra se pregunta el filósofo en qué consiste la felicidad de la vida política y cuáles son las con¬diciones que permiten alcanzada. En la tradición del pensamiento político griego representada por Platón y Aristóteles el fin que se asigna a la polis es ante todo una excelencia moral, que culmina en algunos hombres, la elite de los sabios y los justos; y el simple ciudadano se hace virtuoso en cuanto confor¬me su vida a las leyes de la ciudad. Además, sólo en ésta y mediante ésta alcanza el hombre la realización de sus más altas potencialidades, de las que lo caracterizan precisamente como hombre, por lo cual la polis es la única comunidad humana que se basta a sí misma para proporcionar a sus miem¬bros una vida plenamente digna de su naturaleza. Aristóteles dice repetidas veces que la polis no surgió para el mero vivir sino para el bien vivir . Y en pasajes que constituyen un rechazo previo de teorías que reaparecen en la filosofía política desde los tiempos de Hobbes, declara que "no es el fin del Estado proveer una alianza para defensa mutua contra toda injuria, ni facili¬tar y promover el intercambio económico" . Ni es tampoco el fin de la polis simplemente prevenir toda injusticia en el curso del intercambio comercial con otras naciones, pues esto no constituye a estas comunidades en una ciudad una, ya que no hay para ellas ni leyes ni magistrados en común, y "ninguna de las partes se ocupa en asegurar la debida cualidad de carácter en los miembros de la otra; ninguna de ellas busca el lograr que todos aquellos [52] que estén incluidos bajo los términos de los tratados sea libre de injusticia así como de cualquier forma de vicio" . Con lo cual claramente implica Aris¬tóteles que todo verdadero Estado debe tratar de asegurar a sus miembros un vivir conforme a una elevada cualidad de carácter y virtud. Que es lo que luego declara expresamente como conclusión: "toda ciudad verdaderamente así llamada, y no meramente de nombre, debe consagrarse al fin de promover la bondad moral" .
Santo Tomás hace de estas ideas temas centrales de su pensamiento político. En sus Comentarios a la Política de Aristóteles escribe que lo que caracteriza la "sociedad civil" es la communicatio bene vivendi para el fin de una vida perfecta, gratia vitae perfectac" . Alrededor de este buen vivir, bene vivere, se organiza toda la concepción tomista del "bien común de la sociedad política" . Ese bene vivere consiste para el hombre en el recto ejer¬cicio de sus funciones específicamente humanas, que son principalmente las de conocimiento y voluntad. El ejercicio de ellas, estando arraigado en lo más profundo de lo que hace al hombre ser hombre, es lo único que puede alcanzarle una vida de plenitud y felicidad. Siendo este supremo bien huma¬no el objeto de la ciencia y arte políticos, es por lo mismo la regla y medida del buen ordenamiento de la ciudad, la cual por su parte ha de ser propor¬cionada a esa excelencia dual en que consiste toda vida humana buena -y por lo mismo feliz, según tesis del eudemonismo aristotélico-: la recta operación de la inteligencia, y la actividad de la voluntad regulada por la [53] razón. Esta es la mejor vida elegible para el hombre: ella abraza en la concep¬ción de Aristóteles todo el rico repertorio de "virtudes" examinadas en la Ética a Nicómaco. Debe tenerse en cuenta lo que virtud significa en el con¬texto aristotélico: se trata de las nobles y muy diversas cualidades de carácter e inteligencia que las funciones propiamente humanas están destinadas a realizar. Hay que evitar dar a la noción de virtud, tanto en Aristóteles como en Santo Tomás, una connotación de pequeña vida devota y ritualista.
De los dos aspectos -intelectual y moral- del bien que el hombre al¬canza en la sociedad de sus semejantes no vacila Santo Tomás en afirmar la primacía de la vida moral, ya que los dictámenes de la razón práctica y la recta voluntad, que rigen esa vida, presentan un carácter de exigente cum¬plimiento aún con exclusión, si es necesario, de toda otra forma de actividad humana. Con lo cual surge una dificultad. Es bien sabido, en efecto, que Santo Tomás defiende la primacía de la vida contemplativa sobre la activa; que el hombre alcanza la felicidad en el ejercicio de la razón especulativa; y que los hábitos que refinan y perfeccionan la inteligencia son más nobles que los que fortifican la voluntad . Cómo es posible entonces que el aspecto primordial del bien común de la ciudad, único bien que está a la altura de los supremos valores humanos, sea un vivir ajustado a los imperativos éticos, los que más propiamente se refieren a la voluntad y a la esfera de lo afectivo? Santo Tomás declara sin vacilaciones que las virtudes morales, que son las que con más propiedad se llaman virtudes, de preferencia a las intelectuales, son las más necesarias al hombre. Pudiera decirse que a este respecto se iden¬tifican en Santo Tomás el filósofo y el téologo para considerar la "salvación" -o sea el no haber vivido en vano ni en esta vida temporal ni para la eterna- ¬como vinculada por necesidad solamente a la virtud moral.
El buen vivir de la multitud asociada es pues el elemento esencial, la condición sine qua non, del bien común para Santo Tomás. Ese bene vivere se manifiesta socialmente como salud moral de la comunidad, como ambiente en que el individuo, gracias a la comunicación y ayuda mutua con los demás, inicia y desarrolla su vida moral. El bien común es ante todo el patrimonio de virtudes adquiridas y poseídas en común, al que todos los hombres virtuosos contribuyen y del que a su vez reciben todos influjo benéfico, en un intercambio de ejemplos e incentivos para el buen obrar; es, en resumen, el conjunto de cualidades que forman una civilización moral -y también política, dado el estrecho contacto que entre política y moral reconocen Aristóteles y Santo Tomás. Es cierto por lo demás que la expresión del bien [54] común tiene diversos sentidos, de conformidad con los diversos aspectos y niveles de los valores realizados en una sociedad; pero todos los bienes que de uno u otro modo pueden llamarse comunes están en último análisis subordinados a ese aspecto primordial del bien común que es el bene vivere secundum virtutem de la comunidad, las instituciones sociales de toda especie, las cosas que se poseen económicamente y, diríamos hoy, las adquisiciones de la cultura en todos sus órdenes, no obstante el valor autónomo que tengan están en último término destinadas a contribuir, cada una a su manera, a la existencia, preservación y promoción de la excelencia moral de la ciudad y de sus miembros en ella.
De ahí la insistencia de Santo Tomás en que el gobernante sea un vir bonus. El buen gobernante es en efecto el que por la alta perfección de sus virtudes es capaz de dirigir no sólo la vida propia sino la conducta de la co¬munidad puesta a su cuidado; es el que por su agudo discernimiento, en toda circunstancia, del bien y el mal, lo justo y lo injusto, lo conveniente y lo nocivo, está calificado para presidir a los demás. De modo que para Aristó¬teles, como también y quizás en mayor grado para Santo Tomás, quien trazó la figura del perfecto príncipe cristiano en su De Regimine Principum, el gobernante es una especie de líder moral, un hombre justo y sabio que por descollar sobre los demás puede guiados por la difícil senda de la vida moral. También Aristóteles ve una conexión necesaria entre el fin que asigna a la polis -"la vida perfecta y completa en sí misma" - y la condición de que el buen gobernante como tal sea varón justo y virtuoso. Por lo demás, es creen¬cia casi general en el pensamiento político griego -lo que aparece de modo muy claro en Platón y Aristóteles- que, siendo la perfección moral realizable sólo en la polis, como fin último que es de todo régimen político, el estado¬-ciudad es fuente Única y suficiente de vida moral para el hombre, y las leyes civiles la más segura norma de virtud. En la polis antigua estaban tan íntima¬mente entremezcladas las creencias religiosas, morales y políticas que la ciudad-estado aparecía al mismo tiempo como ciudad-iglesia, si se permite aquí llamar iglesia, palabra esencialmente cristiana, a la comunidad religiosa antigua; y por eso a la palis se atribuía por excelencia la capacidad de mode¬lar la virtud del ciudadano y mediante ella su felicidad total.
Las ideas aristotélicas sobre el fin de la polis implican -para decido en términos modernos- que entre la materia o contenido de moral y derecho debe haber completa identificación. Pero si se tiene en cuenta la teoría aris¬totélica de los regímenes políticos y sus diversos criterios morales, aparece [55] claro que esa identificación sólo se da en el caso límite del mejor de los regí¬menes, que es aquel en el cual "la vida perfecta y completa en sí misma", el bien vivir en toda su plenitud, es el ideal de vida colectiva incorporado en la constitución. En el Estado perfecto, la virtud del hombre bueno y la del buen ciudadano coinciden perfectamente . Aristóteles se ha preguntado ya si la virtud del hombre justo y la del buen ciudadano son idénticas o por el contrario difieren. Y responde que, siendo el ciudadano como tal parte de la ciudad, su virtud se define en función de la constitución bajo la cual vive. En cambio la virtud del hombre bueno a secas se define según un criterio ético absoluto. Pero la
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