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En busca de un quién para Hannah Arendt


Enviado por   •  9 de Mayo de 2018  •  Ensayos  •  2.410 Palabras (10 Páginas)  •  108 Visitas

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En busca de un quién para Hannah Arendt...

Carmen Martín de León

 

“... es más probable que el quién, que se presenta tan claro e inconfundible a los demás, permanezca oculto para la propia persona, como el daimon de la religión griega que acompañaba a todo hombre a lo largo de su vida, siempre mirando desde atrás por encima del hombro del ser humano y por lo tanto sólo visible a los que éste encontraba de frente.” (Hannah Arendt, La condición humana, pág.203)

En el pensamiento de Hannah Arendt  la acción y el discurso son los medios a través de los cuales los hombres  revelan activamente su identidad y hacen su aparición en el mundo humano, de tal forma que el descubrimiento de un “quién” en contradistinción a un “qué” está implícito en todo lo que ese alguien dice y hace. En este sentido, el libro Hannah Arendt. El orgullo de pensar constituye una biografía de Hannah Arendt, ya que en él, veinticinco años tras su muerte, diferentes filósofos aportan su recepción del hacer y  del decir de la autora, contribuyendo así a retratar a esta importante filósofa política del siglo XX.

La mayoría de estos filósofos coinciden  en la imposibilidad de caracterizarla como existencialista, liberalista, conservadora o anarquista (más bien se podría decir que Hannah Arendt es un poco de cada cosa). Y por otro lado, echan en falta cierta sistematicidad en sus obras, quizá porque lo que ella intente sea precisamente discernir sistemas ya existentes. Esto hace que resulte difícil sintetizar su pensamiento, por ello  trataré de enfocar su obra a partir de dos distinciones claves en la misma: “condición humana/naturaleza humana” y “Mundo/ Tierra”.

A partir de la distinción “condición humana/naturaleza humana” Hannah Arendt habla del ser humano como de un quién o un alguien, excluyendo de esta manera una formulación sustancialista que trate de desentrañar la naturaleza del ser humano, pues entiende que la identidad no es algo presupuesto sino el resultado de la acción humana. La condición humana es precisamente un estar condicionado del ser humano por diferentes actividades para poder vivir en la Tierra. De este modo, el ser humano no tiene otro remedio que laborar para suplir su condición básica que es el mantenimiento de la propia vida, trabajar para transformar esta tierra en un mundo humano en el que poder habitar, y por último, lo que se considera el genuino actuar, que implica un  hacer y dialogar en un espacio público. Este último actuar, vinculado al nacer y a la actividad política, constituye la más elevada de las actividades del ser humano, pues en ella éste aparece como protagonista, como ser libre, capaz de iniciativa y de establecer nuevos comienzos interrumpiendo la concatenación causal que caracteriza al mero comportarse. Sin embargo, las condiciones de la existencia humana – la Tierra y la propia vida, la mundanidad y  la pluralidad  – nunca pueden explicar lo que somos debido a que nunca nos condicionan de un modo absoluto.

Esta indagación por parte de la autora en la vida activa del ser humano es desarrollada en La condición humana, cuya contrapartida aparecería en su último libro no terminado que hubiera tenido que llamarse La vida del espíritu, en el cual distinguía entre pensamiento, voluntad y juicio. Respecto al pensamiento, Hannah Arendt lo considera una prerrogativa para actuar  y estar en sociedad, antes que para reflexionar y meditar. Si bien su concepción del pensamiento recoge aspectos del pensamiento poético – la metáfora, lo indecible – no por ello capta un origen común entre pensamiento y poesía, pues esta última precisamente ejercita el lado propiamente metafísico de aquél con su decir las cosas y con su hacer que resuene la Verdad. Los pensadores, en cambio, son los encargados de ir más allá, hacia un ejercicio político común a todos para permitir la orientación en el mundo. El pensamiento es pura actividad precisamente porque el sentido de la realidad, garantizado por la acción en la esfera de las apariencias, ya no se ve amenazado por un pensamiento que se retira del mundo sino que necesita apoyarse en un sí o un no cuando actuamos y reflexionamos sobre nuestros actos. Y es la pronunciación de este sí y este no respecto de la realidad la tarea del pensador, pues decidir si se hace aparecer o no una emoción, si se la presenta al mundo, es un acto mental porque antes de ser un acto frente a los demás, es una relación con nosotros mismos respecto de lo que consideramos digno de hacerse real.

Mientras el pensamiento griego había pensado lo que es y admitido un orden inteligible constituyente de las

cosas reales, con la cultura romana y luego cristiana y moderna la situación cambió: el pensamiento no era suscitado por el asombro y la búsqueda de un orden del universo, sino por la infelicidad de estar en un mundo que se ha convertido en una etapa del camino hacia Dios y por el deseo de escapar de él. Así es como comienza la historia de la voluntad, cuando la preponderancia del yo sobre la realidad sustituye a la del ser sobre el parecer. Relacionada con el futuro, la voluntad inaugura el poder de decir no a lo que es. Sustituye al pensamiento porque con ella la mente del hombre forma parte del tiempo y del devenir, al ser creadora de un mundo que renueva por completo lo real.

Sin embargo, pensamiento y voluntad no resuelven el problema del mal (que únicamente ha podido ser concebido por el pensar como privación). Es el juicio, la más política de las actividades de la mente, la que interviene en la reflexión sobre el bien y el mal. Pero  el juicio no sólo representa la moralidad del pensamiento, sino también aquello que le hace  tocar la realidad, pues la validez de sus principios no consiste en otra cosa que en un acuerdo potencial con los demás (en compartir un bagaje cultural, un mundo compartido) y no en la fuerza vinculante de una verdad. Las cuestiones de la praxis no son por tanto de conocimiento sino de opinión, de tal modo que el mundo común al que apela la facultad del juicio, lejos de ser una comunidad ética, es más bien una idea reguladora: el sensus común, que sólo en excepcionales ocasiones se ejercita  frente a opiniones prefabricadas.

Será la distinción entre Mundo y Tierra la que permita entender al ser humano - que ciertamente se halla vinculado a la Tierra y por ello ha de laborar para  procurarse el sustento - como un ser cuya existencia se encuentra separada de toda  circunstancia meramente animal. Pues el hombre se distingue del resto de las criaturas en virtud de su capacidad para generar un mundo propio que ya no es la Tierra: un “mundo artificial” de cosas a través de su trabajo, pero también un “mundo social” por medio de su actividad política.

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