ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

Filosofia Dogmatica.


Enviado por   •  2 de Julio de 2014  •  Ensayos  •  4.529 Palabras (19 Páginas)  •  312 Visitas

Página 1 de 19

Hay que confrontar el dogmatismo de la ciencia y del poder con una aprehensión onto - epistémica de un pensar que transcienda los cristales de la pureza, que destile la prosa del tiempo y del espacio, la estética que la humanidad abandonó en un tiempo vacío de moral, vendido en su ética y depauperado en sus sentimientos.

Filosofia Dogmatica.

Filosofía a la que da lugar el uso de la razón pura que va más allá de la experiencia (uso dogmático de la razón).

En la filosofía kantiana esta expresión tiene varios sentidos, pero el más importante es seguramente el siguiente: cuando utilizamos la razón con la pretensión de alcanzar con ella un conocimiento de las realidades trascendentes, de las realidades que están más allá de nuestra experiencia posible, estamos haciendo un uso dogmático de la razón y la filosofía que construimos es una filosofía dogmática.

"El mundo no se divide entre crédulos e incrédulos, sino entre fanáticos y gente sensata", escribió en una de sus columnas el profesor Juan Esteban Constaín. Más adelante, en ese mismo artículo, afirma: “Mi clase, en sus modestas proporciones, es para eso, para vacunar a los muchachos contra el terrible dogmatismo de la ciencia…"

Si entendemos por una ideología dogmática cualquier conjunto de creencias o principios que no encuentran sustento en la lógica o en evidencia empírica, y cuya veracidad no admite objeciones, entonces es obvio que religión y ciencia se sitúan en extremos opuestos del espectro. El ánimo de la ciencia es producir teorías empíricamente adecuadas, y poco tiene que ver con la defensa de “verdades absolutas”, como se repite sin fundamento. De hecho, en sentido estricto, nunca se puede hablar de teoría “ciertas”; a lo sumo es posible afirmar que hasta la fecha no se ha observado algún hecho empírico que las refute.

Un asunto diferente podría ser la innegable prevalencia de una actitud dogmática en la enseñanza de la ciencia. Pero es obvio que este es un problema de la educación, no del método, de ahí que cualquier comparación con el adoctrinamiento religioso, no solo es improcedente, sino engañosa. Hay que reconocer, sin embargo, que la práctica de la ciencia no está exenta de posiciones dogmáticas y fanatismos. Para mencionar un ejemplo, el astrónomo norteamericano Percival Lowell defendió durante toda su vida la existencia de canales en la superficie marciana, construidos, según él, por una civilización avanzada, para llevar agua a sus ciudades desde los casquetes polares, a pesar de que nadie jamás, excepto el mismo Lowell, pudo observarlos. Y si se trata de fanatismo al mejor estilo de los inquisidores católicos, la historia de la ciencia cuenta con figuras como Trofim Lysenko, responsable del encarcelamiento y muerte de decenas de científicos soviéticos acusados de propagar las “dañinas ideas de la genética”, contrarias a sus doctrinas sobre la vernalización e hibridación de semillas.

Pero que existan científicos dogmáticos no implica en absoluto que este conjunto de conocimientos y metodologías pueda siquiera compararse con una ideología, en el sentido peyorativo del término. De ahí que lo realmente asombroso sea el dogmatismo de Feyerabend cuando compara ciencia con mitología, sin molestarse por mostrar un solo mito que haya desaparecido porque los experimentos lo refutaran, o que se haya modificado para ajustarse a nueva evidencia. Pensar, por ejemplo, que un teorema como la infinitud de los números primos pueda representar un dogma comparable a la resurrección de Cristo, es una idea que raya en lo ridículo, y no recibiría la menor atención si no fuera por la fascinación que despierta todo ese anarquismo epistemológico, una postura filosófica tan ingenua como pretenciosa, con ínfulas de gran profundidad, pero que se refuta a sí misma o colapsa en la vacuidad, como muestra el filósofo Thomas Nagel en su magnífico ensayo, “The Last Word”.

A manera de ejercicio lógico, asumamos por un momento la propuesta posmoderna y exijamos que la tradición racionalista dé un paso al costado para situarse en pie de igualdad con otras formas de conocimiento. Las implicaciones sociales y éticas serían enormes. En primer lugar, habría que comenzar por desmontar todo el sistema educativo, y sustituirlo por otro en el cual la enseñanza tradicional de las ciencias naturales podría suprimirse en su totalidad, o cambiarse por el estudio de los mitos o de las llamadas seudociencias. Asignaturas como astronomía o física podrían reemplazarse a discreción de los educadores por cátedras en astrología o en mitología, en las cuales se les haría entender a los jóvenes que afirmaciones como “la Tierra gira alrededor del Sol”, o “la Tierra es una esfera hueca que contiene el Sol, los planetas y las estrellas fijas”, son narraciones semejantes (no es sarcasmo, el ejemplo se debe al mismo Feyerabend).

No sé si para deleite de algunos intelectuales, ya se aprecian logros significativos en esa dirección: reclamando el derecho a impartir su propia cosmovisión, la derecha cristiana fundamentalista se anotó un gran triunfo cuando logró por fin que el Consejo de Educación de Kansas aprobara la enseñanza de la teoría del “diseño inteligente”, un reencauche de la vieja tesis del creacionismo bíblico con la cual se pretende hacerle contrapeso al “dogma” de la teoría de la evolución.

Un verdadero pluralismo exigiría que en asuntos trascendentales como la eutanasia o el aborto debamos acoger el concepto de personajes como Ordoñez y otros cavernarios iluminados, cuando juran que un amigo suyo que habita en otro mundo impregna el óvulo, en el preciso momento de la fecundación, con un ente intangible llamado “alma”. De ahí que quienes interfieran con ese acto divino deban purgar cárcel en este mundo, y luego arder por los siglos de los siglos en una sucursal del Santo Oficio, en el más allá, reservada para pecadores, infieles y otros infames.

Así mismo, si somos sinceros en practicar un verdadero pluralismo epistémico, no podríamos afirmar: “la Tierra tiene más de 4000 millones de años de antigüedad”. En su lugar habría que decir: dentro de las mitologías de Occidente, una narra que nuestro planeta tiene miles de millones de años. La leyenda se deriva del mito del registro geológico y otras fábulas sobre la vida media de ciertos elementos radioactivos. Y por supuesto, tendríamos que advertir sobre la posibilidad alternativa de datar la antigüedad del mundo cotejando fechas bíblicas. No olvidemos que el registro más preciso en esta dirección se lo debemos al arzobispo James Ussher, quien fijó la fecha de la creación: la noche del sábado

...

Descargar como (para miembros actualizados)  txt (28.5 Kb)  
Leer 18 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com