La Teoria Del Conocimiento De Matrix
lizethe242814 de Octubre de 2013
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Existen dos clases de libros de física. Por una parte están aquellos que presentan la física en forma deductiva, es decir, que parten de unas leyes que describen el mundo (o uno de sus aspectos, como la gravitación, el electromagnetismo, etc.) y a partir de ellas deducen consecuencias. Es evidente que tales libros son incompletos, en el sentido de que, si la física sólo fuera eso, sería una teoría tan dogmática como cualquier otra. Es esencial que las leyes aceptadas por la física no son arbitrarias, sino que proceden de la experiencia mediante una serie de inducciones honestas. Esto nos lleva a la segunda clase de libros, que son los que presentan las leyes de la física, no como principios, sino como el final de un proceso inductivo basado en experimentos. Dentro del grado de libertad que uno tiene para exponer la física en un orden u otro, estos libros parten necesariamente de conceptos cotidianos, tales como el espacio, el tiempo, el movimiento, la masa, bolas que chocan, cañones que disparan proyectiles, etc. Es evidente que si queremos experimentar para extraer consecuencias sobre cómo se comporta el mundo tendremos que tratar con bolas, relojes, espejos, tubos de ensayo, telescopios, radares, aceleradores de partículas, etc. En definitiva, las inducciones que llevan a proponer leyes físicas parten necesariamente de un conocimiento "cotidiano" del mundo, que es lo que vagamente se conoce como "sentido común".
Ahora bien, si queremos llegar a una teoría racional, adogmática, sobre el mundo, tendremos que vigilar que no se cuelen dogmas inadvertidamente en un sentido común mal entendido. De hecho, la física moderna ha demostrado que el sentido común debe ser revisado. Por ejemplo, es de sentido común que el tiempo es el mismo para todos, mientras que la teoría de la relatividad concluye justo lo contrario. Son muchos los aspectos de la física que causan desconcierto a los principiantes: hay partículas que surgen de la nada y desaparecen en ella, otras van de un sitio a otro sin pasar por puntos intermedios, otras son a veces partículas y a veces ondas, tal vez es posible en teoría caminar constantemente en línea recta y acabar en el punto de partida, etc. La reacción más frecuente entre los principiantes, y también entre los no principiantes, es la de huir hacia adelante: en lugar de reflexionar sobre cómo es posible que la razón contradiga al sentido común, se asume que es así. Extrañarse y dudar de la física es propio de "novatos", mientras que sonreír diciendo "esto es así, y ya te acostumbrarás", queda mucho más profundo y profesional. Así, deben de ser muchos los físicos que simplemente saben que, en determinados contextos, han de prescindir de lo que les dice el sentido común, aunque no sepan muy bien por qué.
Sin embargo, las cosas se pueden hacer bien. La física no tiene por qué descansar en un barullo de conceptos mal entendidos y de aplicación restringida. El análisis de estos conceptos y hechos fundamentales en los que se basa nuestro conocimiento del mundo es lo que se conoce como teoría del conocimiento, y es precisamente el propósito de este trabajo. Sería erróneo entender que la teoría del conocimiento es la parte más básica y elemental de la física. Por el contrario, la naturaleza de ambas disciplinas es muy diferente. Para entender esto vamos a poner un ejemplo de problema que queda fuera del alcance de la física y que corresponde, en cambio, a la teoría del conocimiento. Es una posibilidad filosófica que últimamente ha sido explotada en el argumento de muchas películas, la más famosa de las cuales es, sin duda, Matrix.
En Matrix, la humanidad ha sido conquistada por una raza de máquinas que, no obstante, necesitan mantener vivos a los humanos y, para tenerlos dominados, los han conectado a un gigantesco ordenador que controla todas las terminaciones nerviosas de cada persona. Los seres humanos viven atados a una cápsula en la que son alimentados y mantenidos artificialmente, pero ellos no son conscientes de ello, sino que el ordenador les hace ver Matrix, una realidad virtual idéntica a la Tierra antes de que las máquinas dominaran el mundo. Si una persona quiere, por ejemplo, mover su mano, su cerebro envía un impulso nervioso que es recogido e interpretado por el ordenador, de modo que Matrix responde enviando a dicho cerebro los impulsos nerviosos que éste interpretará como que su mano se está moviendo de la forma deseada, pero, en realidad, la mano no se mueve. El problema es, ¿podemos asegurar que lo que vemos no es Matrix?
Observemos que no podemos objetar que es físicamente imposible controlar de ese modo las terminaciones nerviosas de la gente, tanto por razones anatómicas como tecnológicas, porque nadie nos garantiza que la física y la anatomía que conocemos sean reales. Tal vez el mundo real tiene una física diferente de la que Matrix nos muestra e, igualmente, la anatomía humana puede ser distinta a la que parecemos tener dentro de Matrix. Quizá con la física, la tecnología y la anatomía reales sí es posible la existencia de Matrix. Quizá Matrix nos muestra unas condiciones distintas precisamente para que creamos que la existencia de Matrix es imposible.
Esta "teoría" no es nueva. Berkeley defendía, no como una mera hipótesis, sino como un hecho probado, que Dios es la causa de las percepciones que tienen las almas, de modo que, para Berkeley, Dios era una versión espiritual de Matrix.
Es cierto que no tenemos ningún dato empírico que nos lleve a postular que vivimos en Matrix, si bien no es menos cierto que, si lo que vemos es Matrix, no puede haber ningún dato empírico que lo sugiera. En cualquier caso, debemos reconocer que postular la existencia de Matrix sería caer en el dogmatismo arbitrario que hemos criticado en el artículo anterior. Ahora bien, vamos a ver que el mero hecho de que Matrix sea una posibilidad, por remota que ésta sea, nos permite concluir algo que no tiene nada de hipotético ni, en particular, de dogmático.
Consideremos, por ejemplo, el radiador de calefacción que estoy viendo en estos momentos, situado a poco más de un metro de mí. Ocupa una posición concreta en el espacio y está separado de mí por un espacio vacío (ocupado por aire, naturalmente). Sin embargo, nada de esto contradice la posibilidad de que sólo sea una imagen en mi mente generada por un ordenador que controla mis nervios ópticos. Así pues, el hecho de que yo pueda ver y tocar el radiador no prueba que exista. Hasta aquí todo son supuestos exóticos, pero ahora viene la consecuencia indiscutible: el radiador que estoy viendo es sólo una imagen en mi mente, tanto si existe un radiador "ahí fuera" como si no.
Para discutir esto con más precisión conviene introducir algo de vocabulario: algo externo a mí, no en el sentido en que el radiador que veo está a un metro de mí, sino en el sentido de que no forma parte de mí, es un objeto trascendente, mientras que algo que sólo es una imagen en mi mente es algo inmanente. Un objeto que conozco a través de la experiencia (como el radiador del que hablo) es un fenómeno, y lo que estoy afirmando es que los fenómenos son necesariamente inmanentes, con independencia de si "aparecen" en nuestra mente porque somos afectados por objetos trascendentes, porque estamos soñando o porque alguien o algo manipula nuestra mente.
Podemos argumentar de este modo: supongamos que existe un objeto trascendente al que llamar radiador, y que éste me afecta de algún modo. Por ejemplo, la luz que él refleja llega a mis ojos, éstos generan impulsos nerviosos que llegan a mi cerebro y yo termino viendo un radiador. Lo único que mi cerebro "sabe" es que le han llegado unos impulsos nerviosos a través de mis nervios ópticos, y es a partir de ellos desde donde se genera la imagen que yo veo, luego lo que yo veo, el radiador como fenómeno, no es lo mismo que el radiador trascendente. Lo seguiría viendo si el radiador trascendente no estuviera ahí y algo hiciera que mis nervios ópticos transmitieran los impulsos adecuados. Insistimos en que el hecho de que yo sitúe el fenómeno a un metro de mí no contradice que esté en mi mente, pues, por el mismo motivo, puedo concluir que todo el espacio que veo está en mi mente.
Más aún, aunque supongamos que existen objetos trascendentes, faltaría saber hasta qué punto las imágenes que me generan se corresponden con ellos. Como dijo Bertrand Russell, decir que veo una estrella porque veo la luz que procede de ella es como decir que estoy viendo Australia cuando veo a un australiano. Si un objeto trascendente me afecta, lo único que yo conozco es el efecto que tiene sobre mí dicha interacción, a saber, el fenómeno que percibo, pero no tengo ninguna información sobre las características del objeto que ha causado ese fenómeno. El ejemplo de Matrix prueba que ni siquiera puedo estar seguro de que exista.
Quizá el lector piense que esto que estamos diciendo contradice de pleno al sentido común, pero no es así. El sentido común afirma que ahí, a un metro y pico de distancia, hay realmente un radiador, blanco, metálico, que es algo externo a mí (precisamente por estar a un metro y pico de distancia), y que, en particular, no está en mi mente, en mi cerebro, el cual está situado en mi cabeza, relativamente lejos del radiador. Ahora es crucial entender que no estamos negando nada de esto. Ciertamente, el radiador es un objeto real situado en un espacio real a una distancia de mi cerebro real, así lo dice el sentido común y no tenemos motivos para dudar de ello. Lo que estamos discutiendo es la naturaleza de esa realidad, y observamos que puede tratarse de una realidad trascendente o de una realidad virtual. El sentido común
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