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La ética y la práctica profesional.


Enviado por   •  22 de Febrero de 2016  •  Apuntes  •  2.310 Palabras (10 Páginas)  •  404 Visitas

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La ética y la práctica profesional

Una serie de reflexiones acerca del papel que está jugando la ética en el desempeño de los profesionistas en México. Basado en algunas experiencias personales, obras vinculadas con el tema y una visión sobre las condiciones sociales, el autor sugiere observar detalladamente el estado de conformidad, la formación profesional y el compromiso con la comunidad para, en conjunto, ejercer un cambio social.

A modo de introducción

Juro que mi primera intención siempre es acercarme a un profesional. Si me siento mal voy a ver al doctor y si tengo que pagar mis impuestos, pues al contador; sin embargo, desde hace mucho no estoy seguro si ésta es la mejor opción, no porque los profesionistas no sean los indicados (deberían serlo), sino porque antes necesito encontrar aquellos que ejerzan su trabajo éticamente. Tarea difícil, pero a mi modo de ver, necesaria.

Si le parece que la observación previa es exagerada, lo invito a que responda: ¿cuántas veces se ha preguntado en los últimos años si los médicos que ha consultado le han hecho un diagnóstico adecuado, no por falta de capacidad (lo cual ya deja ver cierta falta de ética) sino por convenir a sus intereses? Quizá no se ha visto relacionado con algo similar (afortunado o afortunada sea usted), ¿pero no ha escuchado mencionar este tipo de dudas a sus familiares o amigos? Tal vez no se han referido a médicos, sino a abogados, arquitectos u otros profesionistas. Permítame un par de experiencias personales.

Apenas hace unos meses pedí la asesoría de una economista que se especializa en finanzas personales. Consciente de lo delicado del asunto y esperando proteger mis escasos pesos, me atreví a pedirle que recordara la secrecía a la que debemos apegarnos muchos profesionistas. Sacra incongruencia, como si hubiera invocado lo contrario: días después tenía encima a una vendedora de seguros amiga de la supuesta asesora. Mi conclusión fue que era la primera vez que ella oía el término secreto profesional.

Segundo caso. Tiempo antes, preparando una de las anheladas declaraciones de impuestos, el que entonces era mi contador se acercó quitado de la pena y me dijo que me iba a echar la mano. Dado que mis deducciones eran inexistentes, se le ocurrió (¿o debo decir recurrió?) aplicar el mecanismo usual: decirme que iba a sacar unas facturitas de por ahí y así alivianarme un poco. Implícito estaba que yo agradecería sus habilidades solicitando sus servicios el próximo año y seguir así “haciendo negocios” juntos.

Los dos casos pueden parecer intrascendentes, a lo mejor ni aguanto nada. ¿Pero no estamos más bien acostumbrados a escuchar estas historias todos los días al grado que ya no les damos importancia? Lo que me preocupa es que ésta sólo es la punta de la punta del iceberg. En realidad, todos estamos enterados de que la práctica profesional no ética es enorme y se oculta bien acompañada de nuestra indiferencia al asumirla como normal. No es que no agradezca la buena voluntad del brillante par de asesores profesionales antes expuestos. Sé que ambos buscaban su bien, es decir ¿el mío, el común? Lo que en realidad quisiera poner sobre la mesa es un cuestionamiento a la práctica profesional en México y los principios éticos que deberían regularla.

Apenas hace unos días, precisamente en la preparación de material para un seminario de ética, volví a ver La Ley de Herodes; a mi criterio, brillante película mexicana dirigida por Luis Estrada. Una de las sensaciones más fuertes que me dejó esta vez es que la práctica ética parece un verdadero problema en un contexto en el que prevalecen condiciones adversas. No es, en lo absoluto, un tema sencillo, el cual me aventuraré a abordar en el resto del texto, particularmente lo que tiene que ver con la formación y práctica profesionales.

No importa que se “lleve” algo al final

Lo he escuchado decir a diferentes personas, particularmente en los últimos sexenios. Palabras más palabras menos la idea es la misma:

Si va a quedar como presidente, al menos que haga algo por el país, no importa que se “lleve” algo al final, al menos habrá hecho algún bien.

Por otra parte, una amiga me contó que durante un viaje en microbús en la Ciudad de México, un muchacho abordó la unidad para pedir dinero con tono intimidatorio:

Pues miren, gente, yo acabo de salir de la cárcel. Les vengo pidiendo su cooperación para algo que comer

Ante la protesta abierta, el sujeto se acercó a mi amiga para decirle:

Mejor no digas nada, la próxima vez te robo el celular

Tercer acto. Conscientes de que conviene conservar la sociedad con una institución (que representa una de las más importantes fuentes de ingresos), las autoridades de un museo prefieren “ignorar” las limitaciones de un programa educativo del cual el museo es sede y corresponsable.

No parece tener sentido. ¿Qué sucede en la sociedad mexicana que con resignación permite tales irregularidades? Lo que subyace a los tres ejemplos antes expuestos es que hay un estado de conformidad ante la corrupción. Somos capaces, por extraño u ordinario que parezca, de aceptar un tanto el robo o la negligencia si de por medio hay un “beneficio”. La lógica que parece operar es: si hay tantito daño pues no está mal porque al menos se estará quedando algo de mayor provecho. El atentado contra sí mismo es claro. ¿Será por eso que se dice que México es el país al revés? Como si los autos circularan por las banquetas y los peatones por las carreteras (Mal ejemplo, eso también sucede en nuestro país).

Mi opinión es que hay un debilitamiento del estado nacional. Nuestro nivel de conformidad es enorme, al grado que renunciamos a nuestras mejores posibilidades en la mayoría de los ámbitos. En educación: al menos sabemos, por ahí más o menos, leer. En salud: difícilmente

somos atendidos y con suerte alcanzamos algo para el dolor. Con esas bases pensar en un gobierno libre de corrupción o de contadores honestos ya no entra en nuestros esquemas, en los cuales parece haber una condición inevitable: somos un pueblo dañado en los principios éticos, lo cual aparecerá en el ahora tan de moda “mapa genético de los mexicanos”.

Lo que deseo exponer con esto es que si nuestra formación durante la infancia carece de principios, seguro que lo que continúa en nuestras vidas se puede ver afectado con mayor facilidad. Tal vulnerabilidad no hace excepciones en la formación y en la práctica profesionales. En ocasiones hasta parece el

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