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Primavera silenciosa rache l lcarson

yonnestebanEnsayo27 de Marzo de 2016

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7. Destrucción innecesaria

Mientras el hombre se dirige hacia su anunciada meta de la conquista de la naturaleza, ha escrito un

deprimente inventario de estragos encauzados no sólo contra la tierra que habita, sino contra la vida

que la comparte con él. La historia de los recientes siglos tiene negros pasajes

—la carnicería de los búfalos en las llanuras del Oeste, el exterminio de los pájaros marinos

por los tiradores mercaderes, la casi destrucción de los airones o garzas reales para hacerse con las

plumas. Ahora, a esos y otros semejantes, estamos añadiendo un nuevo capítulo de una nueva clase de

exterminio: la matanza directa de pájaros, mamíferos, peces y en realidad de toda clase de criaturas

silvestres por medio de insecticidas químicos esparcidos sin discriminación sobre la tierra.

Según la filosofía que ahora parece guiar nuestros destinos, nada debe oponerse en el camino

del hombre con el arma pulverizadora. Las incidentales víctimas de su cruzada contra los insectos no

cuentan; si a petirrojos, faisanes, mapaches, gatos o incluso ganado, se les ocurre vivir en el mismo

pedazo de tierra que los odiados insectos y son acertados por la lluvia de venenos insecticidas, nadie

debe protestar.

El ciudadano que desea juzgar limpiamente la cuestión de las pérdidas de animales salvajes, se

enfrenta hoy día con un dilema. Por un lado los protectores y muchos biólogos aseguran que las

pérdidas han sido graves y en algunos casos incluso catastróficas. Por otro lado las oficinas de

vigilancia tienden a negar lisa y categóricamente que tales pérdidas hayan ocurrido o que sean de

alguna importancia si las ha habido. ¿Qué punto de vista hemos de aceptar?

La declaración de los testigos es de primera importancia. El biólogo especializado en animales

salvajes es sin duda el mejor calificado para descubrir e interpretar sobre el terreno las pérdidas de

esas criaturas. El entomólogo, cuya especialidad es el insecto, no se halla tan calificado por su

adiestramiento, y no está psicológicamente dispuesto a considerar por el lado malo los efectos de su

programa de limitación. Aunque son los designados por el Estado y por los gobiernos federales para

vigilar la limitación de insectos

—y desde luego los fabricantes de productos químicos

— los que más rápidamente niegan los hechos de que informan los biólogos y se apresuran a

declarar que ellos ven muy pocas muestras de peligro para los animales salvajes. Como el sacerdote

y el levita de la historia bíblica, escogen el pasar adelante por el otro lado y no ver nada. Incluso si

tratamos de explicarnos caritativamente sus negativas como debidas a la miopía del especialista y a la

del hombre con intereses en el asunto, esto no significa que debamos aceptarlas como testimonios

válidos.

El mejor modo de formar nuestro propio juicio, es mirar hacia algunos de los mayores

programas de limitación y enterarnos, por medio de observadores familiarizados con los animales

salvajes y sus costumbres e imparciales respecto a los productos químicos, de lo que ha sucedido

exactamente al despertar de una lluvia de veneno lanzada desde las alturas sobre el mundo de las

criaturas salvajes.

Para el que contempla a las aves, para el que mora en los arrabales y encuentra un placer en los

pájaros de su jardín, para el cazador, para el pescador o el explorador de regiones salvajes, cualquier

cosa que destruya la vida silvestre de un lugar, incluso por un solo año, le ha privado del placer al

que tiene legítimo derecho. Éste es un punto de vista válido. Hasta si, como ha ocurrido a veces,

algunas de las aves o de los mamíferos y peces pueden rehacerse después de una rociada única de

productos químicos, se ha efectuado un daño grande y real.

No obstante, tal restablecimiento es difícil que ocurra. Las pulverizaciones tienden a repetirse y,

además, una sola exposición a ellas de la que las colectividades de la vida silvestre puedan tener

oportunidad de recobrarse, es algo muy raro. Lo que resulta por regla general es un

emponzoñamiento de cuanto las rodea, una trampa letal en la que sucumben, no sólo las colonias

establecidas con carácter permanente, sino también las que se encuentran en calidad de pasajeras.

Cuanto más amplia sea la pulverización, más grande es el daño, porque no quedan espacios exentos.

Ahora, en una década marcada por los programas de limitación de insectos, en la que miles o incluso

millones de kilómetros han sido rociados; una década durante la cual se han efectuado

pulverizaciones particulares y colectivas en rápido crecimiento, se ha acumulado un inventario de

muerte y destrucción de la vida silvestre americana. Vamos a estudiar algunos de esos programas y

veamos lo ocurrido.

Durante el otoño de 1959 unos 27.000 acres de terreno al sudeste de Michigan, incluyendo

numerosos suburbios de Detroit, fueron sometidos a espesas rociadas desde el aire con bolitas de

aldrín, uno de los más peligrosos de todos los hidrocarburos clorados. El plan fue dirigido por el

Departamento de Agricultura de Michigan con la cooperación del Departamento de Agricultura de

Estados Unidos; el propósito que comunicaron era el de reducir el escarabajo japonés.

La necesidad de tan drástica y peligrosa medida era poco visible. Por el contrario, Walter P.

Nickell, uno de los naturalistas del Estado más conocido y mejor informado, que pasa gran parte de

su tiempo en el campo, con largas estancias al sur de Michigan cada verano, declaró: «Durante más

de treinta años, según mi directo conocimiento, el escarabajo japonés ha permanecido en la ciudad de

Detroit en pequeño número. Esas cantidades no han mostrado crecimiento apreciable en todos esos

años. Todavía estoy por ver uno solo (en 1959) aparte de los pocos cazados en las trampas del

gobierno en Detroit... Todo se ha mantenido tan secreto que yo no he podido todavía obtener

informes de cualquier clase, acerca de los efectos causados por su aumento».

Un funcionario destacado por la Oficina del Estado se redujo a declarar que el insecto había

«hecho su aparición» en las áreas designadas para el ataque aéreo contra él. A pesar de la falta de

justificación, el plan se realizó, proveyendo el Estado los elementos y supervisando la operación,

mientras que el Gobierno federal facilitaba el equipo y los hombres adicionales y las colectividades

pagaban el insecticida.

El escarabajo japonés, insecto importado accidentalmente a Estados Unidos, fue descubierto en

Nueva Jersey en 1916, cuando unos cuantos animalillos de un color metálico, verde brillante,

hicieron su aparición en un plantel próximo a Riverton. Los insectos, al principio no identificados,

fueron por fin reconocidos como habitantes comunes de la mayoría de las islas del Japón.

Aparentemente habían entrado en Estados Unidos entre la colección de plantas importadas antes de

las restricciones, que fueron impuestas en 1912.

Desde el punto de su llegada, el insecto se ha extendido bastante ampliamente por varios estados

al este del Mississipi, donde las condiciones de temperatura y de lluvias le eran favorables. Cada año

realiza alguna incursión más allá de los límites de sus predios. En los territorios del Este, donde los

escarabajos llevan afincados tantos años, se han hecho intentos de establecer limitaciones naturales.

Donde fueron llevadas a efecto esas limitaciones, las colonias de escarabajos se mantuvieron a

niveles relativamente bajos, como atestiguan muchos informes.

A pesar de los documentos que indican el razonable control de las extensiones del Este, ahora,

los Estados del centro que ocupan el límite del territorio habitado por esos insectos han desplegado

un ataque digno del enemigo más poderoso en vez de tratarse sólo de un insecto relativamente

dañino, empleando los productos químicos más peligrosos distribuidos de tal modo que exponen al

veneno destinado al escarabajo a gran número de seres, comprendidos sus animales domésticos y

toda la vida silvestre. El resultado ha sido la destrucción sobrecogedora de todos los animales y el

peligro de los seres humanos, expuestos a un innegable daño. Extensas comarcas de Michigan,

Kentucky, Iowa, Indiana, Illinois y Missouri están practicando lluvias de productos químicos en

nombre de la limitación de un escarabajo.

Las pulverizaciones efectuadas en Michigan han sido uno de los primeros ataques a gran escala

sobre los coleópteros japoneses desde el aire. El hecho de haber escogido el aldrín, una de las

sustancias más peligrosas de todos los productos químicos, no ha sido determinado por ninguna

especial adecuación al control del escarabajo japonés, sino simplemente por el deseo de ahorrar

dinero

—el aldrín era el más barato de todos los productos utilizables. Mientras el Estado, en su

comunicación oficial a la prensa, reconocía que el aldrín es un «veneno», daba a entender también

que ningún peligro podía significar para los seres humanos en los territorios densamente poblados a

los que iba a ser aplicado. (La respuesta

...

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