Psicologia cuento
Ximena Manrique SevillanoApuntes22 de Junio de 2016
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Miedo. Fue lo primero que sentí. No pensé si hice lo suficiente en mi vida o no, simplemente pensé en mi familia. Los ojos de mi madre y la barba tan rasposa de mi padre que de seguro hubiera heredado, pero ahora no tendría tiempo para descubrirlo. Me estrellé contra el concreto y el dolor rasgó todo mi brazo y me impidió respirar. Sentí las gotas de sangre salir de mi boca con una arcada que hico doler mi tórax. La sustancia se impregnó en mi polo con una viscosidad desagradable, y mi jean quedó teñido de rojo.
El clima transmitía un humor totalmente inadecuado. El sol radiante parecía sonreír ampliamente como si tratara de una burla. Sentí ira. Y otra vez esa voz tan irritante me hablaba sólo para decirme cosas que ya sabía.
Acéptalo, aquí vas a morir. No puedes hacer nada.
El sonido de los carros alrededor se iba desvaneciendo, al igual que yo. El dolor se hacía más soportable, pero no tenía fuerzas para intentar pararme. Ni siquiera quería hacerlo. Era irónico que un medio de transporte propio de la escuela sea la culpable ahora de la muerte de uno de sus alumnos. La sombra del vehículo me dejaba apreciar el cielo repleto de nubes y empecé a preguntarme si ese día hubiera sido lluvioso.
Escuché la puerta del piloto abriéndose y los pasos apurados de algunos estudiantes. Estaba tendido en el suelo y mi brazo derecho extendido a pocos centímetros de una de las ruedas. La silueta de la conductora iba avanzando insegura hacia mí. La miré y sonreí.
No es tu culpa.
Pero había otra silueta extraña que salió del asiento del copiloto. Se acercó a mí mientras olvidaba cómo respirar. No podía ver quién era, pero su cabello recogido de manera tan única me encantaba. Los latidos de mi corazón hacían un eco irritante dentro de mi cabeza, recordándome que estos serían los últimos. Ella se acerca lo suficiente para ver sus ojos vidriosos y sus manos que tapaban la boca. Era ella. ¡Maldición era su movilidad!
Estaba seguro que era ella. Sus ojos marrones inyectados en sangre, su cabello que jugaba lejos de su frente, su tez clara y sus labios rojos ahora eran parte de mi pesadilla. Tenía el mismo polo blanco que yo y unos shorts jean que la hacían ver aún más coqueta y simple. Hasta ese momento no la había visto de manera que no fuese con enojo; pero ahora solamente quería decirle porqué hice lo que hice.
Levántate, por lo que más quieras levántate.
Esa voz tan sarcástica había adquirido un tono de desesperanza que me agitaba la respiración.
Puedo ver sus piernas moverse hacia mí. Entonces cae de rodillas a un lado mío. Me mira de pies a cabeza intentando controlar el llanto. Era la primera vez que la veía llorar, y aún no podía creer que lo hacía por mí. Acerca su mano a mi pecho y siento mi respiración cada vez más débil. La miro e intento memorizar cada uno de los detalles de su rostro ya que estaba seguro sería la última vez que la vería. Intento mover mi mano pero el dolor aumenta hasta que ella la toma. Acaricia mi rostro y noto que empiezo a llorar.
Por favor hazlo. ¡Mírala! ¿No vale la pena intentarlo de verdad por una vez?
La voz se tornaba más áspera y agresiva. Intenté mover mi mano hacia su rostro pero sólo pude apretar más la suya. Me desesperé. Intenté patear, rasgar el concreto, girar o algo pero no podía. El dolor se hacía más grande a medida que intentaba moverme. Sólo me detuve cuando vi sus labios moverse mientras cerraba un esfuerzo por no derramar más lágrimas.
- No te vayas, por favor. — su mano empezaba a temblar — No te atrevas a dejarme ahora. Fue mi culpa que todo terminara de esa manera. Perdón…
¡Basta!
- No quería… — siento mis costillas apretar mi pulmón al pronunciar las palabras.
- ¿Qué? — deja de llorar y acerca su rostro al mío — Dime que no querías.
Levántate
El eco de mi corazón empieza a enmudecer todo a mi alrededor. El cielo se empieza a oscurecer como si empezara una tormenta.
- No quería que supieras… — mi voz se hace más débil.
- ¡Saber qué! — el nudo en su garganta tiene una mezcla de miedo y desesperación
¡Levántate de una maldita vez!
Tomé una bocanada de aire y así lo hice. Levante mi tronco de golpe, aguantando el dolor que sentía al escuchar mis costillas crujir. Me acerqué a su rostro, posé mis labios en los suyos y la besé.
Se sorprendió. Abrió sus bellos ojos marrones como dos platos. Pero sus párpados se relajaron, sus ojos se cerraron al igual que los míos y me devolvió el beso. Las lágrimas de ambos humedecían nuestros labios. No quería dejar de sentir sus labios, pero el dolor se hacía mucho más fuerte. En un instante todo acabó, mi cuerpo cedió y cayó. Gritó mi nombre y empezó a llorar mientras me hundía en la más profunda oscuridad. Una lágrima tan fría como el hielo cayó en mi rostro y el dolor cesó.
FIN DEL CAPÍTULO 1
Mi despertador empieza a sonar con su típica canción de Guns N’ Roses.Una muy buena canción.
“…when i see her face, she takes me away to that special place…”
No me importa que sea buena. ¡Apágala ahora!
Me levanto haciendo un gran esfuerzo en mantenerme de pie. Tomo mi celular, apago el despertador y miro la hora. Eran las seis con quince de la mañana. Casi me desmayo pero antes de caer contra el suelo logro sujetarme de la cómoda. Mi lámpara cae al piso y se rompe.
- ¿Qué pasó? — grita mi madre desde la cocina.
Eso mismo me pregunto yo.
Se escuchan sus pasos acercarse a mi dormitorio y abre la puerta.
Esto no está pasando.
- ¡Demonios, que hiciste! — luce furiosa y me interrumpe antes de poder responder — No importa, sólo ven a desayunar. Hoy te toca tocar en el chapel. — y cierra la puerta.
Definitivamente esto no está pasando.
No soy la clase de chico que puede tener miles de cosas en la cabeza, pero claramente me acordaría de algo tan importante como eso. Estábamos a inicios de año, era imposible que fuera a haber una presentación tan rápido. Me quedé un rato arrodillado y empecé a creer que la voz me caía mejor que cuando…
Exactamente. Ahora estamos en la misma hoja.
Me faltaba el aire. Miré mis manos. Mi brazo ya no estaba sangrando, igual que mi nariz. El uniforme se había ido. En su lugar había un pijama de color azul oscuro y un pantalón negro. Pero lo que más me asustaba era el hecho de haber estado dormido hace unos segundos.
No habrá sido un sueño, ¿no?
No podría serlo. Todo había sido tan real. Me acordaba perfectamente de esa mañana, y de cómo había sentido mi estómago aplastarse contra el capó mostaza del auto. No había posibilidad de que hubiera sido todo un sueño. No podía ser sólo un sueño.
O talvez no quieres que lo sea. Es la chica, ¿verdad? ¿Era ella la de las lágrimas y los lloriqueos dramáticos? Pensar que sin mí no hubieras conseguido tanta acción me da tanta pena. Deberías agradecerme.
Pasé mi lengua por mis labios. Tenía razón, no quería que hubiera sido sólo un sueño. Me incorporé y empecé a aceptar la posibilidad de que lo hubiera soñado. Ahora, haría lo de siempre. Iría al colegio fingiendo que no siento nada al verla entrar por la puerta que da al patio. Prestaría atención a las clases y evitaría cruzarme con ella en los pasillos.
Fui a la cocina y tomé mi desayuno. Evité hablar de la lámpara y del sueño, y me fui a mi habitación. Tomé mi uniforme y alisté mi mochila. Mi habitación se veía diferente, aunque todo parecía estar en su lugar. Habían detalles que me inquietaban: los libros viejos del año pasado deberían estar en el suelo cerca de mi puerta, pero no estaban al igual que mis pocas novelas juveniles. Talvez mi padre les hubiera buscado un sitio mejor o los hubiera desechado.
Bajé con mi padre hasta la puerta del edificio y me percaté del cielo tan azul como el mar. Estábamos a inicios de abril, el clima no debería ser así. Bajé la vista y miré a ambos lados de la calle.
- ¿Y el carro? — soné mucho más insolente de lo que quería sonar.
- ¿Qué tienes esta mañana, hijo? Primero, la lámpara; después, esto. — hizo una pausa y dijo. — ¿No estarás tomando nada ilegal no?
Lo miré incrédulo. Su sonrisa me calmó y me advirtió que había sido víctima de su gran sentido del humor.
- ¿Cómo lo supiste? — respondí sarcásticamente.
- Sube de una vez.
Pulsó algo en su llavero y salió una luz de los faros del auto enfrente de nosotros. Conocía ese auto, lo recordaba muy bien. Era el antiguo Nyssan azul mecánico de mi padre. Pero según lo que sabía, lo había vendido hace más de un mes.
- ¿Lo recuperaste? — pregunté mientras me subía al asiento del copiloto
- ¿De qué hablas? Ha sido el mismo auto todos estos cinco años. Me estás asustando.
¿No lo hacía mucho antes?
Me reí por lo bajo pero no pregunté más. No tenía ganas de hablar después de ese beso que nunca existió, ni existirá.
El resto del camino fuimos muy callados, a excepción de momentos en que cantábamos las canciones de la radio. No recordaba tan alegre a mi padre, no desde que mi abuela fue internada. Desde ese momento algo se había apagado en él y en nosotros. Era el clásico tiempo padre – hijo que mi madre siempre quiso que tuviéramos. Incluso llegué a disfrutarlo. Había momentos muy cómicos en los cuales no se sabía la letra y la cambiaba a su gusto. Acabó la quinta canción y el carro se detuvo. Bajé, me despedí sin poder disimular la sonrisa de oreja a oreja que tenía. No tenía que hacerlo.
...