Quinta Jornada Cuento Cuarto
pedromeva1 de Septiembre de 2013
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QUINTA JORNADA
CUENTO CUARTO
Ricciardo Manardi es hallado por micer Lizio de Valbona con su hija, con la cual se casa, y con su padre queda en paz.
Al callarse Elisa, las alabanzas que sus compañeras hacían de su historia escuchando, ordenó la reina a Filostrato que él hablase; el cual, riendo, comenzó:
- He sido reprendido tantas veces por tantas de vosotras porque os impuse un asunto de narraciones crueles y que movían al llanto, que me parece (para restañar algo aquella pena) estar obligado a contar alguna cosa con la cual algo os haga reir; y por ello, de un amor que no tuvo más pena que algunos suspiros y un breve temor mezclado con vergüenza, y a buen fin llegado, con una historieta muy breve entiendo hablaros.
No ha pasado, valerosas señoras, mucho tiempo desde que hubo en la Romaña un caballero muy de bien y cortés que fue llamado micer Lizio de Valbona, a quien por acaso, cerca de su vejez, le nació una hija de su mujer llamada doña Giacomina; la cual, más que las demás de la comarca al crecer se hizo hermosa y placentera; y porque era la única que les quedaba al padre y a la madre sumamente por ellos era amada y tenida en estima y vigilada con maravilloso cuidado, esperando concertarle un gran matrimonio. Ahora, frecuentaba mucho la casa de micer Lizio y mucho se entretenía con él un joven hermoso y lozano en su persona, que era de los Manardi de Brettinoro, llamado Ricciardo, del cual no se guardaban micer Lizio y su mujer más que si hubiera sido su hijo; el cual, una vez y otra habiendo visto a la joven hermosísima y gallarda y de loables maneras y costumbres, y ya en edad de tomar marido, de ella ardientemente se enamoró, y con gran cuidado tenía oculto su amor. De lo cual, percibiéndose la joven, sin esquivar el golpe, semejantemente comenzó a amarle a él, de lo que Ricciardo estuvo muy contento.
Y habiendo muchas veces sentido deseos de decirle algunas palabras, y habiéndose callado por temor, sin embargo una vez, buscando ocasión y valor, le dijo:
- Caterina, te ruego que no me pagas morir de amor.
La joven repuso de súbito:
- ¡Quisiera Dios que me hicieses tú más morir a mi!
Esta respuesta mucho placer y valor dio a Ricciardo y le dijo:
- Por mí no quedará nada que te sea grato, pero a ti corresponde encontrar el modo de salvar tu vida y la mía.
La joven entonces dijo:
- Ricciardo, ves lo vigilada que estoy, y por ello no puedo ver cómo puedes venir conmigo; pero si puedes tú ver algo que pueda hacer sin que me deshonre, dímelo, y yo lo haré.
Ricciardo, habiendo pensado muchas cosas, súbitamente dijo:
- Dulce Caterina mía, no puedo ver ningún camino si no es que pudieras dormir o venir arriba a la galería que está junto al jardín de tu padre, donde, si supiese yo que estabas, por la noche sin falta me las arreglaría para llegar, por muy alta que esté.
Y Caterina le respondió:
- Si te pide el corazón venir allí creo que bien podré hacer de manera que allí duerma.
Ricciardo dijo que sí, y dicho esto, una sola vez se besaron a escondidas, y se separaron.
Al día siguiente, estando ya cerca el final de mayo, la joven comenzó delante de la madre a quejarse de que la noche anterior, por el excesivo calor, no había podido dormir.
Dijo la madre:
- Hija, pero ¿qué calor fue ése? No hizo calor ninguno.
Y Caterina le dijo:
- Madre mía, deberíais decir a mi parecer y tal vez diríais bien; pero deberíais pensar en lo mucho más calurosas que son las muchachas que las mujeres mayores.
La señora dijo entonces:
- Hija, es verdad, pero yo no puedo hacer calor y frío a mi gusto, como tú parece que querrías; el tiempo hay que sufrirlo como lo dan las estaciones; tal vez esta noche hará más fresco y dormirás mejor.
- Quiera Dios -dijo Caterina-, pero no suele ser costumbre, yendo hacia el verano, que las noches vayan refrescándose.
- Pues -dijo la señora-, ¿qué vamos a hacerle?
Repuso Caterina:
- Si a mi padre y a vos os placiera, yo mandaría hacer una camita en la galería que está jUnto a su alcoba y sobre su jardín, y dormiría allí oyendo cantar el ruiseñor; y teniendo un sitio más fresco, mucho mejor estaría que en vuestra alcoba.
La madre entonces dijo:
- Hija, cálmate; se lo diré a tu padre, y si él lo quiere así lo haremos.
Las cuales cosas oyendo micer Lizio a su mujer, porque era viejo y quizá por ello un tanto malhumorado, dijo:
- ¿Qué ruiseñor es ése con el que quiere dormirse? También voy a hacerla dormir con el canto de las cigarras.
Lo que sabiendo Caterina, más por enfado que por calor, no solamente la noche siguiente no durmió sino que no dejó dormir a su madre, siempre quejándose del mucho calor, lo que habiendo visto la madre fue por la mañana a micer Lizio y le dijo:
- Micer, vos no queréis mucho a esta joven; ¿qué os hace durmiendo en esa galería? En toda la noche no ha cerrado el ojo por el calor; y además, ¿os asombráis porque le guste el canto del ruiseñor siendo como es una criatura? A los jóvenes les gustan las cosas semejantes a ellos.
Micer Lizio, al oír esto, dijo:
- Vaya, ¡que le hagan una cama como pueda caber allí y haz que la rodeen con sarga, y que duerma allí y que oiga cantar el ruiseñor hasta hartarse!
La joven, enterada de esto, prontamente hizo preparar allí una cama; y debiendo dormir allí la noche siguiente, esperó hasta que vio a Ricciardo y le hizo
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