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Qué Es El Fundamentalismo

201391010226 de Abril de 2015

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¿QUÉ ES EL FUNDAMENTALISMO?

CRÍTICA DEL PODER OCCIDENTAL Y CRISTIANO

Iñaki Gil de San Vicente

NOTA ACLARATORIA

Este breve opúsculo fue redactado abril de 1995 para un debate entre varias personas interesadas en los problemas internacionales surgidos a raíz de lo que Bush, presidente norteamericano cuando la llamada "guerra del golfo", denominara "nuevo orden internacional".

Su finalidad no era otra que la de ofrecer a los miembros del grupo unos puntos de vista críticos sobre el proceso internacional de criminalización de todo lo que no fuera "pensamiento occidental"; muy especialmente, criminalización de las corrientes llamadas islamistas y, a la vez, aprovechando la marea, de todo el pensamiento izquierdista y progresista que cuestionaba la fría lógica del máximo beneficio que alimenta la contrarrevolución neoliberal en curso.

También pretendía ofrecer unos elementales argumentos en defensa de la capacidad humana de raciocinio, de pensamiento crítico, científico y materialista, en unos momentos en los que sufrimos una nueva oleada de irracionalismo autoritario, apologías de las religiones, cuentos y patrañas mistéricas y esotéricas. Precisamente ahora que el método científico esta superando las limitaciones mecanicistas inherentes a la revolución científica del XVII, abriéndose gradualmente a paradigmas dialécticos, globalizadores e interrelacionados, es ahora, cuando la ofensiva irracionalista intenta cuestionar el potencial emancipador del pensamiento humano.

El opúsculo tiene muchas limitaciones. Basta leerlo con algún detenimiento para darse cuenta de que esta escrito con fines muy precisos y urgentes. Digamos que para andar por casa y entre amigos. pese a ello y si no fuera demasiada molestia y perdida de tiempo, nos gustaría conocer vuestra opinión sobre dos cosas: una, la valía del opúsculo en si, sin hacerle ni cambios ni añadidos substanciales, y otra, si es posible publicarlo de algún modo, una vez mejorado y ampliado.

INTRODUCCIÓN

Hoy, ahora mismo en nuestra sociedad y entorno cultural, calificar a alguien de "fundamentalista" o "integrista" es tanto como llamarle "dogmático", "retrógrado", "fanático", "oscurantista"; es parangonable a "terrorista". Si decimos de fulanito o de tal corriente sociopolítica o religiosa que es "integrista", "fundamentalista" le colgamos los sambenitos de "antidemócrata", "autoritario" y "dictatorial".

¿Razones de ello? Dos:

Una, que entre la progresía occidental ha penetrado tanto la mezcla de postmodernismo, reformismo blando y pensamiento débil, que todo lo que sea mantener y argumentar criterios sólidos, fundamentales, históricos y tensionadores, es de inmediato rechazado y menospreciado. Reina lo blandibluff, lo superficial y la mierda televisiva. Un libro de ensayo debe tener menos de 200 páginas; una ponencia interna justo 10 y un artículo apenas 2. ¡Y nada de rigor ni complejidades! A lo sumo, se usa y se abusa del método llamado periodístico, que sacrifica el rigor y la lógica al sensacionalismo, a la fácil asimilación acrítica y a la ausencia de todo esfuerzo personal y colectivo.

La humanidad ha tenido siempre como instrumentos de su larga conquista del reino de la libertad, partiendo del de la necesidad, dos instrumentos básicos, dialécticamente dependientes, la palabra y la mano. La dialéctica entre ambos se realizó primero mediante la praxis oral y la relación piedra-mano, unido al larguísimo espacio de tiempo necesitado para controlar el fuego. Más adelante, algunos humanos que eran masculinos, ricos y sacerdotes-guerreros, inventaron y acapararon para ellos la praxis escrita cuneiforme, mientras que la mano abandonaba la piedra y pasaba a controlar el cobre y el bronce; también el fuego, ya dominado, dejaba espacio en la inquietud y necesidad colectiva a las primeras irrigaciones y al amaestramiento de animales. Fue la revolución neolítica.

Luego, la praxis escrita mejoró su efectividad e inventó el alfabeto y hasta algunos números, aunque no el cero, mientras que la mano, que ya había visto la endebles del bronces, se lanzó a manipular el hierro, y con él se construyeron arados más profundos pero también espadas y escudos más perfectos; pero también apareció eso que se llama dinero, el equivalente universal, el gran igualador pero el gran diferenciador.

Partiendo de las potencialidades implícitas en esos avances contradictorios -tan contradictorios como la vida social misma- se inventó la filosofía y una cosa que podríamos llamar como método pre-científico, que anunciaba ya algunas características básicas de lo que sería, hasta hoy, el método científico. Sin embargo, bien pronto, aquella explosión de creatividad sería objeto de una dura oposición idealista y religiosa que sustentó el núcleo del irracionalismo y del conservadurismo en el pensamiento humano.

Pasaron los siglos y con el Renacimiento la praxis escrita dio un salto de gigante: se inventó la imprenta y con ella, el libro, ese bello y nunca ponderado montón de hojas ordenadas. La palabra humana podía ya dialogar consigo misma y con otras al margen del tiempo y de la distancia. Un objeto cada vez más liviano y menos voluminoso servía como demoledor instrumento de dogmas y maravilloso medio de emancipación. Simultáneamente, la mano aprendió a manejar brújulas, telescopios y microscopios. No faltó mucho para que la mano y la palabra se atrevieran a bajar a dios del pedestal. La respuesta fue el endurecimiento de la Inquisición. Durante cerca de cuatro siglos, el libro fue el continente de la inteligencia y de la libertad, dando forma e influenciando al contenido.

Desde mediados del siglo XX, el libro está padeciendo ataques cada vez más demoledores. La alianza de la televisión, nuevas tecnologías de la comunicación, ordenadores y neoliberalismo, está sometiendo al libro y todo lo que implica, conlleva y potencia, a una presión terrible. Las nuevas formas de explotación del trabajo, de vida y cotidianeidad, están suprimiendo el tiempo propio y libre, el que se puede dedicar a la lectura, pero también están cambiando drásticamente los métodos pedagógicos; los nuevos sacrifican la educación global, integral y crítica a la sectorialización hiperespecializada, a la idiotez técnificada y a la dependencia absoluta de cualquier especialista hacia otros especialistas. Aumenta el analfabetismo funcional y la ignorancia global mientras crece la incomunicación y el aislamiento especializado. Cada vez es más difícil, afirmar los pedagogos críticos y progresistas, lograr que los estudiantes aguantes más de quince minutos una lectura compleja y novedosa.

La telebasura, la cultura del zapings y de la risa tonta está segando de raíz la esencial dialéctica entre la palabra y la mano. Ahora, no sólo las campañas electorales sino hasta los programas en los que supuestamente se debaten y confrontan cuestiones vitales para la existencia humana, son diseñados para intercalar anuncios de mostaza y de violencia sexo-policíaca cada pocos minutos, independientemente de lo que en ese momento se esté argumentando. Los telepredicadores prometen la salvación eterna entre spot publicitarios de viajes al Caribe y marcas de lujosos coches cargados de simbología fálica. No es extraño, en absoluto, que semejante miseria de la inteligencia conlleve el engrandecimiento de la estupidez. Y uno de los caldos de cultivo de cualquier dogma, del fundamentalismo autoritario, es la ignorancia.

La otra razón es que, paralelamente, esa progresía ha aceptado la criminalización de toda resistencia antioccidental, de todo movimiento de respuesta que se nuclee y centralice alrededor de un pensamiento propio, no occidental o al menos no controlado por el aparato militar, político, económico y cultural imperialista. Este aparato define lo que es fundamentalismo de lo que no es según las necesidades del momento y la progresía ni siquiera intenta preguntarse porqué. Se limita a asentir con la cabeza, abriendo la boca para decir cualquier sandez o tópico disfrazados de grandilocuencia.

Esa progresía se pliega a las condiciones de la industria de la manipulación. Sabe, lo sabe a ciencia cierta, que si quiere seguir apareciendo en la caja de luces, en la prensa de masas, en los programas de audiencia, en las editoriales potentes, ha de aceptar los dictados del poder. Sabe que, para publicar un texto, además de limarlo de cualquier atrevimiento crítico, ha de pasar por los filtros del márketing, de los anuncios y spot, del comentario pelotero y mitificador. Sabe que muy pocos, contadísimos, son los intelectuales que han logrado independizarse de las mallas del poder, casi siempre con tremendos esfuerzos personales, sacrificios y rupturas. Y no están dispuestos a seguir ese camino. Prefieren el dinero, la imagen y la foto en la prensa.

Saben, por demás, que la fácil defensa del occidentalismo está cargada de peligros conservadores y reaccionarios, pero no les importa. Dado que la historia oficial, la que se enseña y se repite en todo momento, ha sido escrita por los vencedores, por el genocida proceso expansivo occidental, defender las razones propias de los pueblos y culturas arrasadas exige criticar la historia occidental: exige criticarnos a nosotros mismos. Y nosotros somos parte del poder que desde hace siglos

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