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Texto Nietzsche

MuteM0de18 de Abril de 2014

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NIETZSCHE, F: El crepúsculo de los ídolos. (Trad. A. Sánchez Pascual). Madrid: Alianza Editorial, 1979,

pp. 45‐50.

 

 

‘La “razón” en la filosofía’ 

1

¿Me pregunta usted qué cosas son idiosincrasia en los filósofos?... Por ejemplo, su falta de sentido

histórico, su odio a la noción misma de devenir, su égipticismo. Ellos creen otorgar un honor a una cosa

cuando la deshistorizan, sub specie aeterni [desde la perspectiva de lo eterno], —cuando hacen de ella

una momia. Todo lo que los filósofos han venido manejando desde hace milenios fueron momias

conceptuales; de sus manos no salió vivo nada real. Matan, rellenan de paja, esos señores idólatras de los

conceptos, cuando adoran, —se vuelven mortalmente peligrosos para todo, cuando adoran. La muerte, el

cambio, la vejez, así como la procreación y el crecimiento son para ellos objeciones, —incluso

refutaciones. Lo que es no deviene; lo que deviene no es... Ahora bien, todos ellos creen, incluso con

desesperación, en lo que es. Mas como no pueden apoderarse de ello, buscan razones de por qué se les

retiene. «Tiene que haber una ilusión, un engaño en el hecho de que no percibamos lo que es: ¿dónde se

esconde el engañador?— Lo tenemos, gritan dichosos, ¡es la sensibilidad! Estos sentidos, que también en

otros aspectos son tan inmorales, nos engañan acerca del mundo verdadero. Moraleja: deshacerse del

engaño de los sentidos, del devenir, de la historia [Historie], de la mentira, —la historia no es más que fe

en los sentidos, fe en la mentira. Moraleja: decir no a todo lo que otorga fe a los sentidos, a todo el resto de

la humanidad: todo él es "pueblo". ¡Ser filósofo, ser momia, representar el monótono teísmo con una

mímica de sepulturero! —¡Y, sobre todo, fuera el cuerpo, esa lamentable idee fixe [idea fija] de los

sentidos!, ¡sujeto a todos los errores de la lógica que existen, refutado, incluso imposible, aun cuando es lo

bastante insolente para comportarse como si fuera real!...».

Comentario

Nietzsche critica a los filósofos, que han negado el cambio al que están sometidas las cosas, la

vida real, y la han sustituido por conceptos momificados (una sustancia siempre igual por toda la

eternidad). De ahí que rechace su falta de sentido histórico —al negar el cambio carece de sentido

la historia-, y su égipticismo, que representa aquí el gusto por lo eterno, por lo inmutable, como las

momias egipcias.

Nietzsche está exponiendo literalmente el pensamiento de Parménides, sobre el que se asienta la

diferenciación entre el ser, entendido como lo estático, lo real, y el devenir, el cambio, solo

aparente. Y siguiendo también a Parménides, los filósofos occidentales han culpado a los sentidos

de impedir que el hombre conozca la auténtica realidad inmutable, pues entorpecen la razón. Este

rechazo de los sentidos se mezcla con un desprecio del cuerpo por razones morales, como origen

de las reprobables pasiones humanas.

2

Pongo a un lado, con gran reverencia, el nombre de Heráciito. Mientras que el resto del pueblo de los

filósofos rechazaba el testimonio de los sentidos porque éstos mostraban pluralidad y modificación, él

rechazó su testimonio porque mostraban las cosas como si tuviesen duración y unidad. También Heráclito

fue injusto con los sentidos. Éstos no mienten ni del modo como creen los eléatas ni del modo como creía

él, no mienten de ninguna manera. Lo que nosotros hacemos de su testimonio, eso es lo que introduce la

mentira, por ejemplo la mentira de la unidad, la mentira de la coseidad, de la sustancia, de la duración...

 La «razón» es la causa de que nosotros falseemos el testimonio de los sentidos. Mostrando el devenir, el

perecer, el cambio, los sentidos no mienten... Pero Heráclito tendrá eternamente razón al decir que el ser

es una ficción vacía. El mundo «aparente» es el único: el «mundo verdadero» no es más que un añadido

mentiroso...

Comentario

Al contrario que las ideas expuestas en el párrafo anterior, la filosofía de Heráclito se caracteriza

por reconocer que la realidad es múltiple y está en constante cambio y transformación. Este cambio

se produce por la lucha constante de contrarios (dialéctica), y según una ley, el logos, que es la

responsable del orden y la proporción en el mundo.

No nos debemos dejar engañar por las palabras de Nietzsche criticando que Heráclito fuese injusto

con los sentidos.

Lo que pretende es acentuar esa idea de devenir, negando el ser, la unidad, la coseidad, etc., y

dando la vuelta a la teoría del conocimiento tradicional: no son los sentidos los que nos engañan,

sino la razón, que se inventa un «mundo verdadero» que solo es un engaño.

3

— ¡Y qué sutiles instrumentos de observación tenemos en nuestros sentidos! Esa nariz, por ejemplo, de la

que ningún filósofo ha hablado todavía con veneración y gratitud, es hasta este momento incluso el más

delicado de los instrumentos que están a nuestra disposición: es capaz de registrar incluso diferencias

mínimas de movimiento que ni siquiera el espectroscopio registra. Hoy nosotros poseemos ciencia

exactamente en la medida en que nos hemos decidido a aceptar el testimonio de los sentidos, —en que

hemos aprendido a seguir aguzándolos, armándolos, pensándolos hasta el final. El resto es un aborto y

todavía-no- ciencia: quiero decir, metafísica, teología, psicología, teoría del conocimiento. O ciencia formal,

teoría de los signos: como la lógica, y esa lógica aplicada, la matemática. En ellas la realidad no llega a

aparecer, ni siquiera como problema; y tampoco como la cuestión de qué valor tiene en general ese

convencionalismo de signos que es la lógica. —

Comentario

Vuelve Nietzsche a reivindicar la importancia de los sentidos, sobre los que se funda nuestro

conocimiento: solo el saber que parte de ellos puede considerarse ciencia, pues ellos nos muestran

la realidad con fidelidad. Otros saberes, como la metafísica, la teología, etcétera, que rechazan los

sentidos, no son ciencia. La lógica o las matemáticas son saberes de signos; ni siquiera se

plantean el problema de la realidad. Nietzsche recuerda mucho a los positivistas.

4

La otra idiosincrasia de los filósofos no es menos peligrosa: consiste en confundir lo último y lo primero.

Ponen al comienzo, como comienzo, lo que viene al final —¡por desgracia!, ¡pues no debería siquiera

venir!— los «conceptos supremos», es decir, los conceptos más generales, los más vacíos, el último humo

de la realidad que se evapora.

Esto es, una vez más, sólo expresión de su modo de venerar: a lo superior no le es lícito provenir de lo

inferior, no le es lícito provenir de nada... Moraleja: todo lo que es de primer rango tiene que ser causa sui

[causa de sí mismo].

El proceder de algo distinto es considerado como una objeción, como algo que pone en entredicho el valor.

Todos los valores supremos son de primer rango, ninguno de los conceptos supremos, lo existente, lo

incondicionado, lo bueno, lo verdadero, lo perfecto —ninguno de ellos puede haber devenido, por

consiguiente tiene que ser causa sui.

 Mas ninguna de esas cosas puede ser tampoco desigual una de otra, no puede estar en contradicción

consigo misma... Con esto tienen los filósofos su estupendo concepto «Dios»... Lo último, lo más tenue, lo

más vacío es puesto como lo primero, como causa en sí, como ens realissimum [ente realísimo]... ¡Que la

humanidad haya tenido que tomar en serio las dolencias cerebrales de unos enfermos tejedores de

telarañas!— ¡Y lo ha pagado caro!..

Comentario

Además de negar el devenir, el cambio, los filósofos han cometido el error de colocar los

«conceptos supremos», es decir, lo existente, lo bueno, lo verdadero, lo perfecto, como

fundamento de la realidad, cuando en realidad son conceptos vacíos, humo. Estos conceptos son

metafísicos, son abstractos, pues están más allá del mundo físico y no pueden depender de los

hombres, sino que su origen tiene que ser una instancia trascendente: aquí surge el concepto de

«Dios», concebido por los filósofos como realidad fundamental.

5

- Contrapongamos a esto, por fin, el modo tan distinto como nosotros (-digo nosotros por cortesía...)

vemos el problema del error y de la apariencia. En otro tiempo se tomaba la modificación, el cambio, el

devenir en general como prueba de apariencia, como signo de que ahí tiene que haber algo que nos

induce a error. Hoy, a la inversa, en la exacta medida en que el prejuicio de la razón nos fuerza a asignar

unidad, identidad, duración, sustancia, causa, coseidad, ser, nos vemos en cierto modo cogidos en el error,

necesitados al error; aun cuando, basándonos en una verificación rigurosa, dentro de nosotros estemos

...

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