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Los Intelectuales Y La Revolucion Cubana


Enviado por   •  13 de Noviembre de 2013  •  3.303 Palabras (14 Páginas)  •  444 Visitas

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En sus inicios, la Revolucion Cubana y los intelectuales de izquierda caminaron juntos, la euforia colectiva y entusiasmo inicialmente compartida hizo que las contradicciones entre una y otros sean minimas y subsanables. La Cuba de los 60 se convirtió en un lugar de peregrinación para múltiples intelectuales de las más variadas corrientes socialistas: escritores, pintores, artistas, músicos, etc. desfilaron por La Habana para conocer de cerca lo que estaba. En 1966 el intelectual parisino Régis Debray visitó cuba, y su folleto ¿Revolución en la Revolución? fue publicado en los Cuadernos de la revista Casa de las Américas, institución cultural fundada en La Habana el 28 de abril de 1959 (Ley Nº 229), dependiente del Ministerio de Cultura de Cuba (ex Consejo Nacional de Cultura), cuya primera directora fue Haydee Santamaría (1959-1980). En este texto se pueden leer expresiones de apoyo y elogios a la revolución: “Toda línea presuntamente revolucionaria debe poder dar una respuesta concreta a esta pregunta: ¿cómo derribar el poder del Estado capitalista? Es decir, ¿cómo romper su esqueleto, al ejército, reforzado de día en día por las misiones militares norteamericanas? La revolución cubana ofrece a los países hermanos americanos una respuesta que hay que estudiar en los detalles de su historia: mediante la construcción más o menos lenta, a través de la guerra de guerrillas libradas en las zonas rurales más propicias, de una fuerza móvil estratégica, núcleo del Ejército Popular y del futuro estado Socialista.”

Era “la edad de la inocencia”, como la califica en su libro “Y Dios entró en La Habana” Manuel Vázquez Montalbán , que hace un repaso profundo de casi medio siglo de Revolución: “En 1961, la Revolución cubana estaba mimada por la inteligencia de las izquierdas del mundo, y La Habana, como el Moscú de 1920, fue la meca de todos los violadores de códigos del mundo, que buscaban en Cuba un nuevo destinatario social capaz de entender lo nuevo”, escribe el autor español, que recoge como un hito especial el viaje que hicieron a la isla Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, quienes calificaron a Fidel Castro como “un amigo”.

Los contenidos que la Revolución no considera útiles a su causa fueron reprimidos, en su idea de que su supervivencia dependía de tener a toda la población de su lado. “Somos un país bloqueado y por lo tanto el arte también debe ser un arma defensiva de la Revolución”, sentenció Fidel. Amenazada en varios frentes (internos como externos), la dirigencia cubana decide no dejar en manos de los intelectuales cubanos la formación cultural del pueblo. Muchos son acusados de contrarrevolucionarios y burgueses y son excluidos. Es decir que se construye una producción cultural en torno a un centro que prescinde o expulsa a los que no se conviertan en defensores de la política revolucionaria.

Según fue intensificándose la presión social, los miembros de grupo Ediciones El Puente -proyecto literario para autores jóvenes en Cuba - fueron llamando la atención cada vez más de la seguridad del estado. En 1964, Ana María Simo fue encarcelada durante varias semanas e interrogada. Los hombres que eran abiertamente homosexuales, como el poeta José Mario, comenzaron a ser detenidos con regularidad a causa de su orientación sexual y por sus críticas al autoritarismo, pero también porque leían los libros equivocados (Antoni Gide) y escuchaban la música equivocada (The Beatles). Durante mucho tiempo, escritores críticos o considerados contrarrevolucionarios no pudieron publicar y fueron marginados a trabajos fuera de la producción intelectual.

Con el caso Padilla se produjo en 1971 la primera gran herida, los primeros signos de agotamiento de esa ola ascendente en esta relación idílica entre intelectuales y revolución, que no sólo haría alejarse a algunos de los simpatizantes sino que también definiría a partir de allí dos posiciones antagónicas. De un lado: los intelectuales latinoamericanos que permanecerían fieles durante décadas y continuarían apoyando a Cuba; del otro, los que consideraron que la Revolución había traicionado sus propios ideales.

Entre los primeros se cuentan figuras como Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Mario Benedetti y en un principio, Carlos Fuentes, mientras que entre los últimos están Mario Vargas Llosa, Jorge Edwards, Octavio Paz, Pablo Neruda, o exiliados como Guillermo Cabrera Infante, al que con el tiempo se sumarían muchos más.

El conflicto comenzó con el rechazo de la dirigencia cubana al libro Fuera de juego, de Padilla, en 1968, obra que desde su título proclamaba su toma de distancia con el régimen revolucionario, y a las obras de otros autores como Antón Arrufat y César López. Siguió la cárcel y finalmente una declaración pública en la que los escritores se autoinculpaban de contrarrevolucionarios.

La reacción de un grupo de intelectuales no se hizo esperar. En una carta dirigida a Fidel expresaron: “Creemos un deber comunicarle nuestra vergüenza y nuestra cólera. El lastimoso texto de la confesión que ha firmado Heberto Padilla sólo puede obtenerse mediante métodos que son la negación de la legalidad y de la justicia revolucionaria”. Bajo la iniciativa de Vargas Llosa, el texto fue firmado por Sartre, Beauvoir, Italo Calvino, Isaac Deutscher, Giulio Einaudi, Juan y José Agustín Goytisolo, Alberto Moravia, Ricardo Porro, Carlos Franquee, Jorge Semprún y Susan Sontag.

LAS EXPERIENCIAS DE JEAN PAUL SARTRE Y CHARLES WHIGHT MILLS

La lectura de Sartre del proceso revolucionario cubano fue hecha en clave de la descolonización norafricana y de la cuestión nacional. Sartre se hizo eco de la tesis de la descolonización defendida por Frantz Fanon en el periódico Moudjahid, órgano del frente de Liberación Nacional argelino. Creyó ver en la victoria del M-26-7, otra experiencia de liberación nacional contra una metrópolis extranjera; consideraba que el latifundio y el monocultivo del azúcar creaban una dependencia casi total de Estados Unidos, por lo que el proceso revolucionario debía partir de una reforma agraria para lograr la soberanía nacional.

Para el gobierno cubano, interesado en la constitución acelerada de una nueva ciudadanía, la nación no podía ser pensada desde alegorías fraternales sino patriarcales.

Tras la adopción del modelo de partido único marxista-leninista, el liderazgo revolucionario hizo del respaldo a la descolonización de Asia y África una de las prioridades de su política exterior. Entre 1961 y 1965 fue Che Guevara quien más impulsó la plataforma descolonizadora, adoptando de Sartre los conceptos de enajenación y vanguardia: En El socialismo y el hombre en Cuba, Guevara hacía referencia a las “masas dormidas” que debían

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