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Para comparar dos versiones del mismo hecho: La conquista


Enviado por   •  8 de Octubre de 2015  •  Prácticas o problemas  •  1.200 Palabras (5 Páginas)  •  324 Visitas

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Para comparar dos versiones del mismo hecho histórico

Como sabes, la historia se construye a partir de la interpretación de diversas fuentes. Los testimonios que han dejado los protagonistas de un determinado momento histórico reflejan muchas veces puntos de vista diferentes. En la medida en que se conozcan y contrasten dichos puntos de vista, se podrá llegar a una visión más objetiva de dicho proceso histórico.

        El encuentro entre Moctezuma y Cortés fue narrado tanto por indígenas como por españoles. La versión indígena que te presento es recuperada por Miguel León-Portilla de una traducción de los informantes de Sahagún y es un testimonio colectivo. La versión española es narrada por Bernal Díaz del Castillo, uno de los soldados de Cortés y es un testimonio individual.

Lee atentamente ambas versiones y después contesta las preguntas.

Versión indígena

En este tiempo se adereza, se engalana Motecuhzoma para ir a darles el encuentro. También los demás grandes príncipes, los nobles, los magnates, sus caballeros. Ya van todos a dar el encuentro a los que llegan.

        En grandes bateas han colocado flores de las finas: la flor del escudo, la del corazón; en medio se yergue la flor de buen aroma, y la amarilla fragante, la valiosa. Son guirnaldas, son travesaños para el pecho.

        También van portando collares de oro, collares de cuentas colgantes gruesas, collares de tejido de petatillo.

        Pues ahí en Huitzillan les sale al encuentro Motecuhzoma. Luego hace dones al capitán, al que rige la gente, y a los que vienen a guerrear. Los regala con dones, les pone flores en el cuello, les da collares de flores y sartales de flores para cruzarse el pecho, les pone en la cabeza guirnaldas de flores.

        Pone enseguida delante los collares de oro, todo género de dones, de obsequios de bienvenida. […] Cuando él hubo de dar collares a cada uno, dijo Cortés a Motecuhzoma:

-¿Acaso eres tú? ¿Es que ya tú eres? ¿Es verdad que eres tú Motecuhzoma?

Le dijo Motecuhzoma: Sí, yo soy. Inmediatamente se pone de pie, para recibirlo; se acerca a él y se inclina, cuanto puede dobla la cabeza; así lo arenga, le dijo:

-Señor nuestro: te has fatigado, te has dado cansancio: ya a la tierra tú has llegado. Has arribado a tu ciudad: México. Aquí has venido a sentarte en tu solio, en tu trono. Oh, por tiempo breve te lo reservaron, te lo conservaron, los que ya se fueron, tus sustitutos. Los señores reyes: Itzcoatzin, Motecuhzomatzin el viejo, Axayácac, Tízoc, Ahuízotl. Oh, que breve tiempo tan sólo guardaron para ti, dominaron la ciudad de México. Bajo su espada, bajo abrigo estaba metido el pueblo bajo. […]

        Cuando hubo terminado la arenga […] la oyó el marqués, se la tradujo Malintzin, se la dio a entender.

        Y cuando hubo percibido el sentido del discurso de Motecuhzoma, luego le dio respuesta por boca de Malintzin. Le dijo en lengua extraña; le dijo en lengua salvaje:

-Tenga confianza Motecuhzoma, que nada tema. Nosotros mucho lo amamos. Bien satisfecho está hoy nuestro corazón. Le vemos la cara, lo oímos. Hace ya mucho tiempo que deseábamos verlo. […] Ya vimos, ya llegamos a su casa en México; de este modo, pues, ya podrá oír nuestras palabras, con toda calma.

LEÓN-PORTILLA, M. (2002) Memoria azteca de la conquista. México: Planeta-CONACULTA. [40-42]

Versión española:

Ya que llegábamos cerca de México, a donde estaban otras torrecillas, se apeó el gran Montezuma de las andas, y traíanle del brazo aquellos grandes caciques, debajo de un palio muy riquísimo, a maravilla, y el color de plumas verdes con grandes labores de oro, con mucha argentería y perlas y piedras chalchihuis, que colgaban de unas como bordaduras, que hubo mucho que mirar en ello. Y el gran Montezuma venía muy ricamente ataviado, según su usanza, y traía calzados unos como cotaras, que así se dice lo que calzan; las suelas de oro y muy preciada pedrería por encima de ellas […] y otros muchos señores que venían delante del gran Montezuma barriendo el suelo por donde había de pisar, y le ponían mantas porque no pisase la tierra. Todos estos señores ni por pensamiento le miraban en la cara, sino los ojos bajos y con mucho acato, excepto aquellos cuatro deudos y sobrinos suyos que lo llevaban del brazo […]

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