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ANALISIS SITEMATICO

javier659 de Abril de 2013

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Introducción

En este artículo se vierten apuntes para comprender algunas de las dinámicas que inaugura la Televisión en su relación diaria con los agentes sociales (individuos, grupos e instituciones). Se observa el rol que juega en la construcción de intercambios. Estos objetivos se tratan, primero, señalando algunos datos que reflejan la importancia de la Televisión en la vida cotidiana contemporánea; segundo, describiendo el tipo de contacto que permite la Televisión con el medio social y con nosotros mismos; tercero, rastreando sus funciones primigenias; y por último, insertándola en las características generales que dominan al mundo contemporáneo, del que se saben noticias, justamente, por escenificarse en la pantalla televisiva.

Es un tópico recurrente sostener que hoy vivimos en sociedades que se denominan, casi indistintamente, sociedades de la información, sociedades de los medios de comunicación de masas, sociedades mediáticas, sociedades de la imagen, etc., apuntando cada uno de estos títulos a una referencia común: la importancia diaria de los medios de comunicación para las personas, los grupos, las instituciones, y, en general, para los agentes de una sociedad, devenida hoy por hoy en planetaria.

Ya no es un riesgo sostener que la comunicación es un rasgo distintivo de la vida moderna, o posmoderna si se prefiere, en cualquiera de sus vertientes, críticas u optimistas. Este rasgo proviene del hecho que hoy se utilizan los soportes técnicos de comunicación, diariamente, con toda la naturalidad cultural de la práctica cotidiana. El uso social de los medios de comunicación funciona en plena coincidencia y complementariedad con el hacer privado de personas y con el hacer colectivo de grupos e instituciones representadas en subculturas o en estilos de vida.

También sin el menor riesgo se puede sostener que, a partir del uso sistemático de los medios, desde la segunda guerra mundial a nuestros días, poco a poco nuestras percepciones sobre los límites entre lo público y lo privado, las fronteras entre sujeto y objeto, entre realidad y ficción, han sufrido grandes modificaciones. Es desde esta consideración que, en la versión pesimista, Baudrillard (1993) sostiene, por ejemplo, que los aspectos más íntimos de la vida diaria de las personas son la materia prima con que se alimentan algunos de los contenidos programáticos de los soportes comunicativos, ya sea el Diario, la Revista, la Radio, la Televisión, el Internet, el Teléfono, etc.

Los diferentes soportes técnicos agrupados en el término medios de comunicación de masas, tienen como característica el hecho, como el concepto lo indica, de mediar, de establecer espacios de comunicación, de establecer contactos, donde se otorgan nuevos significados a la realidad y donde se produce sentido social, cuya organización orienta hacia un receptáculo de mensajes que navegan en múltiples direcciones, a los cuales los individuos y grupos pueden o no acceder, quieren o no usar.

En particular, la Televisión, desde sus orígenes, ha estado orientada a mediar entre diferentes realidades e intereses. En efecto, aun cuando en sus primeras operaciones la Televisión fue sólo un sistema de envío y recepción de señales, bajo la transmisión casi instantánea de una sucesión de 25 imágenes por segundo, pronto se la vio, sobre todo a partir de la perspectiva estatal (por ejemplo en Alemania, Estados Unidos y Francia), como una herramienta de comunicación que permitía crear, entre otras de sus posibilidades, agendas horarias para el uso del tiempo libre de los ciudadanos, referencias publicitarias de productos y empresas, tribunas para el envío de mensajes de interés público y distribución de valores y prácticas sociales de perfil estatal.

Nacida en Europa en 1936 y Estados Unidos en 1939, la Televisión emergió como un servicio público, cuya función social radicaba en la creación de lazos comunicantes entre la sociedad civil y el Estado, a consecuencia del crecimiento de las ciudades y la dificultad que ello imponía para llegar a todos los rincones; esto se lograba a través de la transmisión de contenidos que consistían en retransmisiones de actos oficiales, deportes o piezas teatrales (Vilches 1996:19). En estricto rigor la Televisión, por un lado, fue resultado de una investigación de interés científico, esto es, emergió en el marco de un continuo de inventos con contenido técnico; y por otro, es resultado de un "accidente tecnológico" determinado por el uso de las técnicas electrónicas de comunicación, en el seno de los cambios antropológicos de este siglo, con el fin de obtener un nuevo formato, al servicio de la sociedad, la familia y el individuo, para apropiarse de un mundo cada vez más complejo.

Es, desde entonces, que la Televisión ha ido ocupando lugares centrales en la convivencia social; ha extendido, por un lado, modelos de mediación individual, con la creación de guiones y repertorios mentales para los individuos, los que permiten determinadas selecciones y/o rechazo de información, y configuran estereotipos de consumo de los contenidos televisivos, bajo el aprendizaje social; y, por otro, ha posibilitado la mediación institucional, que permite la naturalización de mensajes corporativos y comunitarios de ciertas instituciones, bajo clasificaciones preferenciales que canalizan interpretaciones para el resto de la sociedad; la publicidad comercial es su extremo.

Ya se sabe que cada medio posibilita y transporta diferentes mediaciones (un paradigma al respecto son las observaciones de McLuhan 1993, 1969; en una línea similar Ong 1997 ha aportado elementos). Describir, analizar, y en lo posible explicar tales dinámicas de los medios, ayuda a entender los procesos de intercambio entre las personas, los grupos y las instituciones de las sociedades contemporáneas; permite comprender el significado distintivo de los medios.

El Soporte Televisivo. Una Realidad Mediática

Hay una pregunta recurrente que transita sin más entre diferentes espacios de conversación, a saber: por qué ocupa la televisión un lugar privilegiado en nuestra vida cotidiana. Esta pregunta aparece a partir, sobre todo, de dos consideraciones: una material y una social; o, si se prefiere, a partir de la constatación de una marcada presencia física del receptor en distintos lugares, y a partir de la atribución que la señala como portadora de un tramado de funciones y contenidos; o también, desde un ángulo más crudo, a partir del diagnóstico básico que señala a la televisión como una realidad mediática ineludible, y a partir de la opinión de que ella emerge como una potencial fuente de mensajes que, ordenados o no, parecieran direccionar algunas de nuestras relaciones, conductas y actitudes colectivas e individuales. En esta última variante, en estricto rigor, se trata de apreciar a la televisión como fuente socializadora.

En efecto, las estadísticas indican que la disponibilidad de televisores por mil habitantes, entre 1970 y 1990, se duplicó en la mayoría de los países latinoamericanos, registrando en Chile un aumento de 53 a 205 (Fuenzalida 1997:25). Se estima, en realidad, que en Chile hay, actualmente, dos televisores, en promedio, por habitante. En el siguiente cuadro comparativo de la realidad Latinoamericana podemos visualizar con mayor precisión esta presencia física.

Los procesos de socialización televisiva se realizan mediante mecanismos como: el lenguaje lúdico afectivo, que posibilita la interiorización de conceptos como legitimar, valorar, conmover, emocionar, sensibilizar, interesar y, en general, motivar percepciones. Es en este sentido que la televisión aparece principalmente con un carácter propositivo en el marco del aprendizaje de actitudes hacia la valoración de sucesos. La socialización aquí, sobre todo en edad temprana, ayuda a tensionar nuestra socialización de carácter racional analítica. Desde otro ángulo, la socialización televisiva orienta hacia la globalidad, hacia la hibridación cultural, en la que se cruzan muchos factores a la hora de construir identidades comunitarias (se pueden ver con provecho para este tópico García Canclini 1995; 1989). Otro tanto ocurre con el proceso de socialización televisiva llevado acabo por la estructura formal de algunos mensajes, la que, en palabras de Fuenzalida, actúa en el sentido de socializar hacia el refuerzo de las capacidades del yo para enfrentar situaciones diversas (1997:53-54) y orienta hacia el trabajo en equipo para enfrentar problemas o resolver las situaciones adversas (ocurre, sobre todo, con la estructura de los programas de dibujos animados). También se ha visto que la televisión influye en algunos modos de socialización familiar al permitir a las audiencias familiares concurrir en temas de debate o compartir, por ejemplo, magazines, programas de consultas sobre salud, etc.; en último término, y no menos importante, se actualiza a través de la televisión una socialización que reaprecia la vida cotidiana protagonizada por gente común y corriente.

Aun en aquellos hogares en los que se desestiman todas estas potencialidades y que, por lo tanto, intentan eliminar la existencia del televisor en el hogar por otorgarle un efecto desequilibrador en tal tarea de socialización (4), la televisión transita como foco de atención. En efecto, esta crítica sólo aparece, sin duda, a partir del momento en que se reconoce la gravitación de la televisión en la vida moderna, o mejor, posmoderna.

2. Seguridad Ontológica

Al momento de esbozar alguna explicación de cómo la televisión tiene un papel preponderante en la vida social contemporánea, aparece como fundamental una descripción propuesta, entre otros, por Silverstone

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