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CAPÍTULO III La etnicidad: ¿está en juego la ética global?


Enviado por   •  25 de Junio de 2016  •  Apuntes  •  7.331 Palabras (30 Páginas)  •  406 Visitas

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CAPÍTULO III

La etnicidad: ¿está en juego la ética global?

Roberto Cardoso de Oliveira

En este ensayo analizaré la moralidad como tema susceptible de estudio antropológico, para lo cual exploraré dos vertientes: primero trataré de explicar el concepto de moralidad conforme a la investigación interdisciplinaria y, posteriormente, demostraré que el concepto puede utilizarse de modo provechoso en la investigación antropológica empírica.  Ambas vertientes deben conducirnos al mismo punto de llegada: llevarnos a discutir la posibilidad de la ética global.  Lo que me impulsa a abordar un tema tan amplio es la propia extensión de la temática de la sesión dedicada a “Sociedad, evolución y globalización”.  Aunque en este trabajo me concentraré en la etnicidad como un dominio privilegiado para la observación empírica de los factores morales y éticos, pienso que esto no tiene que restringir el alcance de las ideas que pienso desarrollar.  Espero que éstas resulten interesantes no sólo a los etnólogos y  a los especialistas en cultura indígena, sino al conjunto de la comunidad de científicos sociales.  Efectivamente, la reaparición de los grupos étnicos en todo el mundo durante la segunda mitad del siglo, plantea también temas nuevos.  A menudo, estos temas han sido formulados en términos políticos o económicos lo que, sin lugar a dudas, les otorga mayor relevancia.  En este trabajo pretendo analizarlos en términos éticos, en un intento por descubrir cómo se relaciona la etnicidad con la moralidad de las acciones llevadas a cabo, o respaldadas por los gobiernos nacionales.  Lo anterior debería permitirme interpretar estas acciones a la luz de un código ético global, lo cual es una perspectiva poco común en la antropología.

La moralidad como un tema antropológico

La moralidad es un tema frecuentemente tratado por la filosofía, pero muy raro en la antropología.  Parecería que los antropólogos prefieren transferir las cuestiones morales a aquellos (posiblemente los filósofos) más capacitados para abordarlas.  Los antropólogos pueden ser muy precavidos para evitar que sus estudios lleguen a un callejón sin salida.  Me refiero, principalmente, a temas de valor y, por lo tanto, a los juicios de valor, ya que éstos son inherentes a la moralidad y resultan demasiado amenazadores para aquellos (y principalmente para los antropólogos) que han sido entrenados para evitar el prejuicio en todas sus formas.  Sin embargo, luchar contra el etnocentrismo, aunque resulte generoso y científicamente sólido, no debería impedirnos aceptar el reto de la moralidad, utilizando las herramientas que nos brinda nuestra disciplina, en lugar de considerarlo como un aspecto importante que otros deberían analizar.  Por último ¿cómo juzgar las acciones de los individuos de otra sociedad, que son guiadas por valores específicos de su cultura?  Es evidente que esto no le corresponde al antropólogo, sino más bien a los jueces, los moralistas, y a los ciudadanos comunes en el ejercicio de su vida diaria;  se ven obligados a juzgar todas las acciones que ellos y los demás llevan a cabo con el fin de orientar su propia conducta.  El antropólogo, en su trabajo, deberá buscar solamente el significado de un factor moral, con la intención de comprender mejor y lograr una mayor claridad para él, sus lectores y sus estudiantes.  Con todo lo anterior en mente, es importante regresar al tema de la moralidad, antecesora de nuestra disciplina, como un tema susceptible de investigación antropológica.

Deseo señalar que no tocaré la ética del antropólogo,  como científico, como ciudadano, porque es un tema que a menudo se discute en nuestra comunidad profesional.  Además es un tema distinto y, a pesar de estar muy de moda en estos días, no cabe en este estudio.  Pretendo tratar los factores morales como objetos de investigación y reflexión en términos de moralidad y, en consecuencia, como un concepto poderoso capaz de iluminar acontecimientos de la vida social que no hemos podido considerar total o parcialmente.  Trataré de demostrar esto de la siguiente manera.

Es curioso comprobar que, aunque el concepto de moralidad estuvo presente desde los inicios de la antropología, parece haber quedado excluido como una de las condiciones —posiblemente la principal— sobre las cuales se fundaba nuestra disciplina.  Vayamos a sus orígenes franceses (sólo con el propósito de ilustrar mi punto de vista).  Lucien Lévy-Bruhl, un filósofo con vocación antropológica, estudió primero sociología (pero después se inclinó por la antropología).  Lévy-Bruhl reflexionó acerca de la moralidad con especial interés en la responsabilidad, que luego eliminó de sus supuestos metafísicos, cuando dirigió su atención a la reconstrucción teórica de las mentalidades (primitivas y europeas) con miras a crear una verdadera ciencia social.1   Para Lévy-Brulh, el orden moral no podía seguir percibiéndose en términos deontológicos, normativos, sino más bien como tema de una “ciencia de las costumbres”; en otras palabras, como tema para la antropología.  Esto lo experimentaba como un avance personal de su postura como filósofo hacia  la de savant, o como diríamos hoy día, científico o investigador.  Sin embargo, es irónico que la desaparición de la moralidad como tema de investigación filosófica condujo al desuso casi completo en el trabajo antropológico.  Sería justo utilizar un cliché y decir que se nos fue el bebé junto con el agua de la bañera.  Por lo menos, eso es lo que se percibe al revisar la literatura antropológica en búsqueda de información sobre moralidad y, sin embargo, se trata de uno de los valores fundamentales de cualquier cultura, puesto que se trata de un componente de toda sociedad.

Otros autores modernos, cuyas obras se consideran ya clásicos antropológicos, como Raymond Firth (1964) o Louis Dumont (1966, 1983) abordaron el valor en sociedades letradas y analfabetas, sin mencionar siquiera la cuestión de la moralidad.  Estos autores parecían más preocupados por cuestiones axiológicas más generales, tales como analizar la forma en que el valor se ajusta a contextos religiosos e ideológicos y evitaban analizarlo en términos de moralidad.  Habiendo mencionado a estos dos antropólogos, es necesario mencionar también a Melville Herskovits (1948).  Sin lugar a dudas, Herskovits es el defensor más importante del relativismo cultural y su Statement on Human Rights muestra que, aparentemente, fue uno de los pocos que abordaron esta cuestión.  No obstante, durante el famoso Simposio Internacional de Antropología, realizado en Estados Unidos en 1951, bajo el auspicio de la fundación Wenner-Gren, David Bidney (1954) al analizar el valor, declaró que el trabajo de Herskovits distaba mucho de estar exento de ambigüedades.  Más adelante volveré a hablar de Herskovits al examinar brevemente la relación entre el relativismo y la moralidad.  Mientras tanto, continuaré explorando el pensamiento de algunos autores cuyos descubrimientos nos acercan —algunas veces sin querer— al reino de la moralidad en vista de que su obra otorga legitimidad a los juicios de valor.

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