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EL HOMBRE EN LA SAGRADA ESCRITURA -LA ANTROPOLOGÍA HEBREA-


Enviado por   •  22 de Febrero de 2022  •  Ensayos  •  7.127 Palabras (29 Páginas)  •  106 Visitas

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                                             EL HOMBRE EN LA SAGRADA ESCRITURA              

                       -LA ANTROPOLOGÍA HEBREA-

                                                                   

Breve ensayo literario: Daniel Adolfo Torino

1. Introducción general

        Luego del artículo sobre El hombre y las religiones antiguas, voy a continuar con la temática antropológica. En esta oportunidad, los invito a pensar la antropología hebrea: la visión que sobre el hombre se desprende de la lectura de los textos bíblicos. Para este propósito, la investigación del problema se abordará desde los escritos del español Juan Luis Ruiz de la Peña (1937-1996); un teólogo y filósofo del pos-concilio, siempre preocupado por la cuestión del hombre, y abierto al diálogo con la Filosofía y la Ciencia. En sus escritos, el tratado sobre el hombre integra una parte primordial de su pensamiento; diría: el eje central.

La finalidad del trabajo no es una exposición detallada del tema escogido, sino una mirada general, que resalte los aspectos particulares de la teología judía sobre el misterio humano. La intención es exponer un tema que, en la antropología teológica, es clave para el estudio y comprensión del hombre en la perspectiva cristiana actual: la unidad ontológica; una visión integradora de las múltiples dimensiones de lo humano.

        

        Escribe Ruiz de la Peña:

“Los relatos bíblicos no se proponen responder a una pregunta ontológica (la que versa sobre la esencia del hombre) como una definición. La misma ecuación hombre-imagen de Dios no aspira a ser un aserto metafísico acerca de la naturaleza; es, más bien, una descripción funcional; en vez de un discurso sobre el quid del ser en sí, lo que se nos ofrece es una reflexión sobre el ser-para”.[1]         

        Ahora bien. Tan insondable es el misterio humano que, al iniciar una investigación sobre la compleja figura del hombre, en clave contemporánea, es conveniente partir desde una de las grandes líneas del pensamiento que recorren la modernidad: la obra del filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804), una de las grandes figuras de la historia de la filosofía. Kant se formula tres preguntas centrales, que construyen una secuencia por las que el hombre puede pensarse: ¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué se me permite esperar? Tres cuestiones que corresponden, en principio, a los tres sectores de la cultura en los que la antropología se puede mirar: la Ciencia, la Filosofía y la Religión. Sin embargo, Kant no se pregunta por el qué, ni el cómo del conocer, sino por la posibilidad misma de conocer. Recoge las diversas aportaciones provenientes del racionalismo y del empirismo y las somete al tribunal de la razón.[2] Es el inicio de un diálogo interdisciplinar despertado por el amor al saber: la Filosofía.

Es importante destacar que desde muy antiguo, los problemas que plantea el conocer la naturaleza, la cualidad y la relación de las cosas, fueron tratados por muchos filósofos, y formaron una disciplina del conocimiento: la epistemología (ciencia que estudia los principios, fundamentos, extensión y método del conocimiento humano). La filosofía moderna trajo una nueva cosmovisión y una nueva orientación de ideas y estudios sobre la naturaleza física y sobre el hombre. A quien concibió como un problema, ya que las leyes físicas no alcanzan para explicarlo; luego, un intento de comprensión necesita del concurso de las diversas ciencias que lo abarquen y observen. Hoy, el diálogo interdisciplinar es indiscutible.

Con esta reflexión inicial, que tomé como disparador primero del pensamiento, el teólogo Adolph Gesché comienza su libro El hombre: Dios para pensar, planteando desde el inicio el enigma humano, y la necesidad de la convergencia de miradas diferentes para poder comprenderlo. ¿Por qué? Por participar el hombre de dos realidades: la del Cielo y la de la Tierra. Se podría decir que el hombre es un misterio menor, subsumido en el Misterio de Dios.[3] 

        

        En realidad, la pregunta por el hombre forma parte de una pequeña porción del todo que se intenta indagar y comprender, y de la que no se puede despegar ninguna búsqueda racional; es decir, se encuentra dentro de aquello por lo que se interroga: en el fondo, el hombre es observador y observado. Se desea conocer, pero no se logra llegar a la centralidad de la esencia humana. ¿El problema? Es que el hombre no es totalmente transparente para poder hacerlo. En este sentido, una definición interesante sería: el hombre es el ser en constante búsqueda.

Por esto, la respuesta al planteo sobre el hombre siempre llevará en sí la cuestión del origen, de la procedencia: de su causa primera. La búsqueda de las raíces es una constante humana. Encontrar la respuesta no es tan fácil. Si se afirma venir de la simple evolución animal, se minimiza y desconoce su significado; no se llega a tocar la identidad propia de lo humano: aquello que lo separa y distingue del resto de los seres y de las cosas; se termina perdiendo el sentido último y trascendente. Por el contrario, por la comprensión de su racionalidad y libertad, el hombre se convierte en un sujeto único e irrepetible; se abre al misterio del origen y del final, aquello último que lo tensiona. De allí que, al preguntarse por su propia esencia, el hombre trasciende lo inmediato y simple de la realidad cotidiana e indaga por el fundamento o la razón de su ser. Todo lo lleva al planteo del origen. [4] 

                

        La antropología pertenece en esencia a la Fe, a la Filosofía y a la Ciencia, pero no en forma exclusiva. Es, sin duda, un elemento constitutivo de la vida misma que, para comprenderlo, se necesita, ante todo, ver cómo actúa en la existencia cotidiana. El hombre es más de lo que cada uno imagina; con lo cual, el racionalismo estricto o la posición cerrada religiosa serían inviables para poder captar al hombre en su totalidad.

        El tema del hombre y, en especial, de los orígenes es común a la Teología, a la Filosofía y a la Ciencia. Pero son enfoques muy distintos frente al objeto material mirado. Sin duda, al hablar del origen humano no podemos dejar de oír aquello que las ciencias, tanto antropológicas como biológicas, tienen para aportar. En este cuadro de diversas opiniones, la labor de la Filosofía es ser árbitro entre pensamientos diferentes y lograr una mayor comprensión del hombre. No se puede intentar descubrir el sentido de la vida sin una visión de totalidad. La reflexión sobre el misterio del hombre es clave para la Teología Bíblica. ¿Quién es ese ser llamado hombre? es la pregunta central. La Escritura no hace un discurso especulativo acerca del hombre, sino que se fundamenta en la Palabra de Dios revelada. Luego, desde la revelación, creída y confesada, esa Palabra será interpretada según el sentir de la Iglesia.[5]   

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