ETNOGRAFÍA Si pensamos en las Sagradas Escrituras
leindigogirl101Ensayo9 de Mayo de 2017
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Introducción
Si pensamos en las Sagradas Escrituras, nos damos cuenta de que en el universo todo tuvo un principio y un hacedor. Aunque existen controversias entre lo religioso y lo científico, eso no cambia la existencia de todo lo que podemos observar en la tierra que pisamos. Así, la ciudad de Lerdo de Tejada ha tenido un origen, y el paso del tiempo la ha constituido como un espacio de la memoria colectiva de sus habitantes, tanto de foráneos que se han encontrado en ella por aras del destino.
Toda mi vida he caminado por las calles de ciudad Lerdo; he observado a sus habitantes y sus ingenios azucareros. Ahora, es cuando me doy cuenta de que pasaba por transformaciones tanto económicas, como culturales. Dado que cuando en clase nos fue asignada la tarea de elaborar un trabajo etnográfico, me surgió la inquietud de escribir de algo lo suficientemente significativo para esta comunidad; por lo cual me di a la tarea de acercarme a preguntar a algunos de sus pobladores más antiguos y, solicitar su opinión sobre lo que para ellos era lo que más distinguía a esta pequeña ciudad, pues considero que éstos son testimonios de suma importancia de ‘El Naranjal’, lo que hoy se conoce como Lerdo de Tejada.
Después de esto, pasé tardes enteras pensando en lo que podría escribir. Anteriormente ya le había expuesto un tema a mi profesor, pero por diferentes razones solo no me convencía, por lo tanto, llegué a la conclusión de que cambiaría por completo el tema principal y empezaría desde cero con un nuevo argumento.
Al final, y tras varios días batallando en pensar en cómo abarcar solo uno de la infinidad de temas nuevos que tenía pensados; este proyecto dio un giro interesante y un tanto gracioso, cuando un día bastante soleado y caluroso –como de costumbre en ciudad Lerdo– un simple antojo fue lo que se necesitó para toparme justo frente a lo que pronto sería el tema central de todo esto.
“Ciudad Lerdo de Tejada
que te acaricia con la brisa,
y te bañas con ceniza
de la caña cosechada,
orgullosa y perfumada
con aroma de cachaza,
todo el que llega… te abraza
y por ti… se vuelve loco,
porque tu nieve de coco
es embrujo de la casa.”
—Fragmento de “Lerdo Mío”, por
Rolando Rojas Lira.
Hechos de madera, pintados de rojo y amarillo brillante, con lonas como techo que sirven para dar un poco de sombra en los días de calor infernal, y dos llantas de caucho para ser llevados con facilidad por las principales calles de la ciudad; sin duda alguna, los numerosos carritos de nieve de coco son algo que llama la atención por las calles de Lerdo de Tejada.
Esta delicia de la gastronomía lerdense, se ha establecido como parte importante de la historia de la ciudad. Sin mencionar el gran significado que esta tradición abarca en los corazones de sus habitantes.
En la década de 1930, la familia Aguilar (procedente de Lerdo de Tejada) acudió de visita a la Mixtequilla, Veracruz, encontrada en el límite occidental de la cuenca baja del río Papaloapan y abarca la cuenca de los ríos Blanco, Limón y las Pozas.
En ese tiempo, las fiestas de ese lugar eran como ahora las fiestas de Tlacotalpan, es decir, muy famosas en el mes de Octubre y llevaban alegrías y encantos a toda su bella gente.
En aquella visita, la joven Brígida Aguilar e Isidoro Gamboa se enamoraron después de pasar toda una noche bailando al son de la música en vivo que retumbaba en sus oídos, poco después comenzaron un noviazgo que finalmente desembocaría en un matrimonio feliz, pero los padres de esta les pusieron la condición de que ya fuera por chalan o lancha se trasladaran a Lerdo de Tejada y ese fuera el lugar de su residencia.
Y como el amor puede mover hasta una junta de bueyes, Isidoro aceptó la propuesta y así la familia Gamboa construyó un cálido hogar en ciudad Lerdo. Los padres de Brígida ayudaron con el patrimonio, hasta que Isidoro consiguió un trabajo fijo en una maderería.
Isidoro y Brígida tuvieron varios hijos. Entre ellos, los famosos ‘Cuates Gamboa’, quienes en un futuro recorrerían parte del estado de Veracruz con su marimba causando regocijo en todo corazón guapachoso.
A su llegada a Lerdo, Isidoro Gamboa empezó sus actividades como nevero y lo hizo de manera eficaz; ya que la receta de la nieve de coco resultaba un misterio, lo que muy pronto la colocó como la más rica de la región. Aunque existían otros neveros como “El Sordo” Yépez, -un hombre extremadamente alburero- quien también la preparaba muy sabroso, no se comparó nunca con la de su colega Gamboa.
Su imagen como “Nevero” y su inigualable carisma, tenía algo verdaderamente especial que a todos deleitaba. Vestido de blanco por completo, Isidoro Gamboa recorría las calles principales de San Francisco, El Naranjal.
Su fama creció cuando los vecinos de la colonia Poza Rica le pidieron que vendiera la nieve cerca de sus casas. Fue entonces cuando solicitó el apoyo de su amigo Ángel Corro, un pescador de la región -quien aprendió de él todas sus técnicas-, para que lo ayudara a vender la nieve, porque no podía distribuirla él solo.
Ángel Corro aceptó la propuesta y juntos trazaron una ruta con la cual todos los clientes quedaron satisfechos. Esta tradición continuó hasta que por motivos personales de la familia, Isidoro Gamboa se fue a radicar a Carlos A. Carrillo, donde sus nietos continúan haciendo la nieve hasta la fecha. A la ausencia de Isidoro Gamboa en Lerdo de Tejada, la familia de Ángel Corro ha continuado la tradición de la nieve de coco hasta la actualidad.
Al enterarme de este fascinante pedazo de historia, me apresuré a investigar si podía contactar a algún familiar cercano del mismísimo don Isidoro Gamboa ya que este falleció hace varios años; pero dado a que yo no podía estar de viaje en viaje para obtener la información que necesitaba de la familia que reside en Carlos A. Carrillo, recordé que aún quedaba el señor Ángel Corro. Aquel pescador al cual Gamboa le enseñó todo lo que sabía.
Al ser un lugar tan pequeño, Lerdo de Tejada está en su totalidad habitado por generaciones completas de familias que desde siempre han residido ahí; es por esto que se podría decir que todos se conocen. Fue así que gracias a mis abuelos, quienes llevaron una gran amistad con parte de su familia, tuve la oportunidad de sentarme a charlar con don Pablo y don Miguel Ángel Corro, dos de los nietos del difunto Ángel Corro.
En primera estancia, don Pablo me recibió en su casa, una acogedora construcción hecha de material con techos de lámina, para luego guiarme directo al patio y por consiguiente hacia su cuarto de trabajo, el cuál mantenía cerrado con cadena y candado.
Cuando le propuse contarme sobre la vida de su querido abuelo, pude observar que sobre su rostro se mostró una amplia sonrisa llena de sinceridad y nostalgia. Era bastante claro que tenía mucho que contar sobre -como él lo describiría en un principio-, “la mayor de sus inspiraciones en su vida”.
Después de cruzarse de brazos y ponerse cómodo sobre su silla, tomó una enorme bocanada de aire y tan solo se dejó llevar por los recuerdos.
Desde muy pequeño, a Don Ángel Corro Romero, originario de Tlacotalpan, Veracruz; lo que siempre le distinguió de los demás niños de su comunidad fue su humildad y la atención que le mostraba a las personas que de alguna u otra forma llegaran a necesitar de él. La educación que su familia le dio fue lo que al crecer hizo de él un hombre hecho y derecho con garra de trabajar y salir adelante.
Fue en su lugar de origen en donde conoció al amor de su vida, la joven María Isabel Rodríguez con quien empezó una relación. Poco después decidieron juntarse en matrimonio, pero les fue bastante difícil, ya que los padres de la susodicha no le permitían desposarse con su amado a menos que éste cambiara su fe cristiana por la católica.
Los padres de María Isabel eran católicos hasta el hueso, y a pesar de que la familia de Ángel era firme en cuanto a sus creencias cristianas, le permitieron sin oposición alguna este sacrificio, ya que estaban seguros que cuando dos personas se amaban lo suficiente, ya nada más importaba.
Al poco tiempo, tuvieron una gran celebración a lado de todos los integrantes de sus familias y sus amigos del barrio, en donde disfrutaron hasta que todos quedaron por completo “hasta las chanclas”. María y Ángel empezaron a construir un hogar después de por fin haber tenido la boda de sus sueños.
Corro disfrutaba de la pesca mucho más que como sólo un simple trabajo. A él, le era fascinante el llevar a sus hijos a las lagunillas y pasar un buen rato de diversión en su compañía mostrándoles de lo que se trataba el trabajo de verdad. Esa era una gran recompensa, al igual que al llegar a casa su esposa se dedicara a preparar un delicioso caldo con el producto que el trabajo arduo le acababa de proporcionar.
Tan solo un par de años más tarde,
...