El comercio y la crisis colonial - Sergio Villalobos
Felipe Contreras ValenzuelaResumen28 de Marzo de 2016
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Sergio Villalobos. El comercio y la crisis colonial
(Villalobos inició esta tesis en su escrito: Comercio y contrabando en el Río de la Plata y Chile, publicado en 1965)
El autor comprende que el comercio durante el período colonial,- específicamente el último siglo- lejos de estar sujeto a trabas limitantes para su desarrollo, gozó de gran apertura comercial a partir del contrabando, al punto de que el monopolio ya no existía en las últimas décadas coloniales. Por lo tanto, el real problema de la época radicaba en que los comerciantes pedían que se limitara y controlara, desde el Estado[1], tal intensidad del tráfico económico, ya que estaba generando problemas en la economía interna, como fue “la quiebra de mercaderes, deterioro de la industria, fuga de metales preciosos, escasez de circulante, etc”. (pág. 12).
Por lo tanto, según Villalobos, un antecedente económico del proceso independentista fue la intención criollo comercial de desarrollar la economía interna, apelando al rol del Estado en la economía: “El verdadero problema-real o supuesto por los contemporáneos- había residido en la excesiva apertura del tráfico y la necesidad de proteger a la economía local en conformidad con el pensamiento mercantilista que dominaba ampliamente” (pág.9)
Pero la medida tomada por la Junta de Gobierno, respecto al control económico y el desarrollo interno, fue la menos adecuada- desde la visión de los comerciantes criollos de la época- ya que estableció el libre comercio desde la legalidad, con la intención de aumentar las arcas fiscales desde las aduanas: tributos. Esta decisión más que generar apoyo social generó todo lo contrario, ya que se estaba utilizando una herramienta económica que más que beneficiar debilitaba el desarrollo interno, por lo tanto el descontento criollo fue importante, teniendo en cuenta que ellos “querían desarrollar la economía propia del país” (pág. 12).
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Una de las consecuencias más importantes de la muerte de Carlos II fue la alianza entre España y Francia. Las malas condiciones de la corona Española, como resultado de la guerra de sucesión, derivó en que Francia lograra imponerse, estableciendo así una mayor influencia política y económica.
Esta situación que trajo como consecuencia la crisis de España, se hizo visible y palpable en el cambio de las relaciones comerciales y de navegación con sus colonias, debido al aletargamiento del navío español. El fin del exclusivismo económico español en América, a partir de la apertura total de la ruta del pacífico, se hizo necesaria para lograr mantener la comunicación con América. Este proceso se hizo latente desde las cédulas reales de 1701 que daban orden de apertura a las naves marítimas francesas.
Esta apertura del pacífico a los barcos franceses fue tomada con resquemor, sobre todo por parte del gobernador de Chile, don Francisco Ibáñez y Peralta, quien daba a conocer las consecuencias negativas que traía esta nueva condición, ya que abría las puertas al desarrollo del contrabando. El desarrollo de esta práctica ilegal generaba varios desajustes en la economía formal, generando el descontento de la corte española, que poco podía hacer al respecto, debido a la alianza que la ataba a la corte francesa.
En este contexto, las naves francesas pasaron a formar parte elemental del desarrollo tanto económico como de protección en el pacífico; tomando en cuenta el receso de la flota española que limitaba el desarrollo económico y la defensa de las costas, por lo que el servicio de los barcos franceses vino a ser de gran utilidad, por su servicio de protección, sobre todo contra el ataque de corsarios ingleses, y por la economía informal (contrabando francés) que venía a suplantar el desajuste económico oficial.
En este aspecto, el rol de las autoridades fue importante, ya que muchos de ellos actuaron en beneficio del contrabando, autorizando el comercio de los franceses. Tal es el caso de los virreyes del Perú y el gobernador de Chile, quienes justificaban su permisividad a tal actitud tomando en cuenta el rol que cumplían estos navíos de proteger la zona, muchas de las relaciones entre contrabandistas y las autoridades locales pasaron a ser informales también, es decir, muchos generaban permisos para la venta de productos franceses a cambio de productos, o pagos personales, sin tomar en cuenta la órdenes reales, cuestión que muestra el accionar contradictorio entre las autoridades coloniales y la corona en general.
Pero las condiciones no fueron siempre así de dóciles para los marinos franceses, por lo que éstos últimos tuvieron que valerse de artimañas para lograr el ingreso en esos momentos que se apelaba a cumplir la orden real. Según el autor, una de las prácticas más conocidas fue el bautizar sus naves con nombres amigables, donde se apelaba a la amistad y alianza entre España y Francia. Por otro lado estaban las excusas para lograr arribar en las costas del pacífico, ideas que iban desde fingir enfermedades de tripulación, hasta la escasez de víveres.
El desarrollo comercial de los contrabandistas franceses generó cierta permanencia en las costas del pacífico, por un lado recurrían a adentrarse en las zonas aledañas con el fin de vender sus productos, y por otro, y debido a la dificultad de venta a corto plazo, muchos marinos se establecieron en tierra por períodos prolongados e incluso indefinidos. Villalobos hace referencia a Concepción, Talcahuano, Valparaíso, Lima, Callao y Pisco, como lugares donde se generó este establecimiento de franceses y sus implicancias culturales en la zona latinoamericana.
Cuando la condición de comercio con Perú y Chile se dificultó, los marinos franceses vieron en Asia la solución a sus dificultades económicas, por lo que utilizaron la vía del pacífico para mejorar las condiciones y tiempos de viaje. Los productos adquiridos en Asia fueron bien recibidos por el mercado Peruano y Chileno.
Respecto al número de navíos franceses que ingresaron a las costas chilenas, se habla de 153 a 200, pero la importancia de establecer la cantidad, pasa más bien por lograr dilucidar la fluidez de este proceso. Por lo que el autor establece que desde 1701 hasta 1714 hay una constante ascendente de ingresos a las costas, pero que esto se detuvo debido a la crisis de las expediciones[2] y la fuerte represión del contrabando en la costa del Perú y Chile[3], situación que se modificó en 1719 con la Guerra de la Cuádruple Alianza, donde España y Francia se enfrentaron, logrando esta última retomar la salida de sus marinos por la costa del sur.
En definitiva, tal afluencia de barcos franceses a las costas de Chile y Perú produjo una crisis económica importante, debido al exceso de mercancías y la baja de precios, estableciéndose un colapso de la economía colonial local: saturación del mercado colonial.[4] Si bien la llegada de flota francesa se debió en gran medida a la ausencia e imposibilidad de la flota española, cuando ésta logro reestablecerse fue difícil debido a los lazos comerciales generados desde tales prácticas de contrabando; el accionar de los marinos franceses caló hondo en el desarrollo comercial y económico de América, tal como establece Villalobos: “Tan dramático llegó a ser para el comercio americano el problema creado por los franceses, que cuando la corono española llegó a un acuerdo con Luis XIX, en 1712, para impedir la salida de naves francesas al Pacífico, se dieron siete años de plazo antes de restablecer las flotas a fin de que en el mercado americano se consumiesen las mercancías dejadas por el tráfico ilícito” (pág. 28)
Las condiciones de apertura del pacífico, también trajo consecuencias en la relación Chile Perú, sobre todo tomando en cuenta que la mercadería en vez de llegar por la vía Panamá- Lima, comenzó a ingresar por la ruta Cabo de Hornos-Chile-Perú, y en menor escala Buenos Aires, eso acrecentó las diferencias que tenían Peruanos y Chilenos[5], respecto a la dependencia económica de la que se valía el virreinato y del cual Chile buscaba desprenderse, lo que el autor entiende como el primer paso.[6]
El contrabando francés se dio durante el proceso de poder francés, pero esto duró hasta el fin de la guerra de Sucesión (tratado de Utrecht) donde tomó predominancia la posición inglesa respecto al desarrollo económico con América.
El triunfo de los ingleses generó que estos exigieran concesiones respecto al mercado americano, para así acabar con la potencialidad establecida por Francia. Uno de los resultados de estas nuevas condiciones fue el Tratado de asiento de negros, (1713), mediante este tratado España cedía a Inglaterra de manera exclusiva el comercio negrero con sus colonias durante treinta años y además concedía permiso para la comercialización por la vía del pacífico de mercancías inglesas libre de todo derecho[7] Con esto Inglaterra logró un triunfo significativo a nivel económico, ya que dejaba fuera a Francia en el comercio con las colonias españolas y se adjudicaba la trata de esclavos, este último se llevó a cabo por South Sea Company, empresa naviera que estableció una base firme para el comercio de esclavos y el contrabando, actividad comercial que venía encubierta en los barcos negreros[8], tal como establecer Villalobos: “La llegada del contrabando a Chile[9] se veía facilitada por la introducción de negros, autorizada por el tratado, de suerte que las caravanas que los conducían venían bien provistas de especies comerciales, absolutamente inútiles para la mantención de los negros, que era el pretexto alegado” (pág. 43).
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