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La Oposicion Y Las Elecciones Presidenciales En 1994 MEXICO


Enviado por   •  4 de Junio de 2015  •  6.011 Palabras (25 Páginas)  •  180 Visitas

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La oposición y las elecciones presidenciales de 1994 en México

POR:ANONIMO

Análisis de las condiciones y de la manera en que se fueron conformando las fuerzas políticas de la oposición antes y durante la campaña electoral por la Presidencia de la República en 1994. El texto se articula en torno a la transición política hacia la democracia y expone las dinámicas que se han ido creando en favor o en contra de ese cambio.

Introducción

El proceso político-electoral presidencial mexicano de

agosto de 1994 no se explica sin su antecedente de julio de 1988.

Aquél fue el inicio y éste la generalización de la crisis del sistema político basado en un partido de Estado que gobernó México, sin compartir nunca el poder, por más de setenta años. Desde iniciado el actual proceso se preveían las grandes dificultades que tendría el PRI para volver a imponerse. Los hechos políticos que, como en cascada, se sucedieron apenas inició el año 1994, y la evidente torpeza de la clase política gobernante para encontrar respuestas adecuadas y eficaces a la realidad distinta que se estaba presentando, llevaron a que la posibilidad de la derrota del PRI fuera casi segura pero, más importante, aun sin darse, la transición política se presentaba ineludible. La sociedad de manera generalizada quiere ver cambios políticos sustanciales en México, con el PRI o sin él en el gobierno, pero al margen de que ello signifique el advenimiento de la democracia, ¿a quién no le gustaría ver derrotado al candidato oficial en esta contienda?

Este proceso, vale decirlo, ha avanzado a mayor velocidad gracias a la respuesta y la participación creciente de la sociedad en la esfera de lo público; se ha visto acelerado también por el fortalecimiento y crisis de la oposición partidaria y social pero, sobre todo, debido a que el partido de Estado evidencia crecientemente no sólo su incapacidad para incor-porarse plenamente a dicho proceso, sino que lo obstaculiza.

Este ensayo fue terminado de redactar a fines del mes de junio de 1994 y, entonces y como saldo del debate entre los candidatos presiden-ciales, la tendencia visible era hacia la derrota del PRI y el triunfo de la oposición, concretamente de Diego Fernández de Cevallos, candidato del Partido Acción Nacional (PAN). Pero dada la dinámica del proceso electoral, y sobre todo los hechos políticos que ésta ha suscitado, no puede asegurarse aún nada; en los poco más de sesenta días que restan para el 21 de agosto pueden volver a suceder más eventos que modifi-quen dicho escenario. Por ejemplo, algunos comentaristas políticos por esas fechas hablaban de otra “concertacesión” de alto nivel entre el PRI y el PAN a partir de que el candidato panista, de pronto, se escondió y dejó de hacer campaña electoral por varios días. Por otro lado, dos hechos más estaban adquiriendo relevancia: a) el repunte de la campaña cardenista a partir de la concentración masiva en la UNAM y, b) el interés desesperado por la convocatoria del EZLN para realizar una Convención Nacional Democrática durante los días 6,7,8 y 9 de agosto.

Como digo, este fue un proceso de incertidumbres sobre lo que acontecería el 21 de agosto y después de esta fecha, pero de lo que no se podía dudar era que el clamor extendido por todo el país indicaba que quien ganara, debería demostrar que lo hizo limpiamente y, además, debería estructurar un gobierno plural e instrumentar cambios políticos sustantivos. En este sentido, se puede afirmar que el triunfo de un planteamiento democrático general estaba asegurado antes del 21 de agosto. Simplemente el que la derrota del candidato oficial se asumiera seriamente, por los mismos priístas y el presidente Salinas, ya signifi-caba un gran triunfo. Faltaba ver si la ciudadanía prefería que dicho proceso democratizador lo encabezara el PRI, o si prefería que lo hiciera la oposición. Superficialmente, la decisión parece fácil, pero no lo es dadas las características del sistema político mexicano y lo imprevisible del proceso. Otro triunfo del PRI y la victoria de la oposición entrañan grandes retos y riesgos, es decir, los retos y riesgos de la democracia y eso se convertía en el punto nodal.

Desde antes de iniciado el año 1994, por diversas razones, el proceso electoral ya era el suceso político más esperado y se consideraba que alcanzaría un alto grado de competitividad. Sin embargo, lejos se estaba de imaginar el cúmulo de hechos políticos que vendrían a modificar constantemente los escenarios: el alzamiento armado en el estado de Chiapas, justo el primer día del año y el protagonismo subsecuente de dos personajes, Manuel Camacho Solís, como Comisionado Para la Paz y el Subcomandante guerrillero “Marcos”, quien exitosamente volvió a poner en práctica una forma de lucha impensada ya en México y considerada superada en América Latina; el asesinato de Luis Donaldo Colosio Murrieta, candidato presidencial del PRI el día 23 de marzo de 1994, en la ciudad de Tijuana; la designación, ahora por videodedazo

presidencial, de su “sucesor”, Ernesto Zedillo Ponce de León; la realiza-ción el día doce de mayo, y por primera vez en la historia político-electoral mexicana, de un debate televisado a todo el país entre los tres candidatos presidenciales y, posteriormente, el 30 de mayo, entre el representante del PRD ante el IFE, Samuel del Villar, y Carlos Almada, director del Registro Federal de Electores; el consenso entre el PRI, PAN y PRD para la designación como Consejeros Ciudadanos a connotadas personalidades, caracterizadas por su honorabilidad; el apoyo y recono-cimiento de la ONU a una diversidad de organizaciones no gubernamen-tales (ONG’s) para que realizaran precisamente la observación electoral desde antes y hasta el 21 de agosto y para estar en condiciones de que, ese mismo día por la noche, se dispusiera de un “conteo rápido” sobre las tendencias del resultado electoral. De entre las ONG’s reconocidas, destacaba la denominada Alianza Cívica-Observación 94, ya que agru-paba alrededor de 400 organismos cívicos en todo el país; el surgimiento de otro grupo plural de intelectuales y dirigentes políticos que, en los medios periodísticos, se le conoció primero como el Frente Amplio y luego con el Grupo San Ángel, en donde inicialmente participó Manuel Camacho Solís; la renuncia de Manuel Camacho Solís (16 de junio de 1994) como Comisionado para la Paz, en abierta discrepancia con Zedillo, y la “amenaza de renuncia” de Jorge Carpizo MacGregor a su puesto de Secretario de Gobernación (24 de junio de 1994), argumentan-do “presiones” políticas partidarias para cumplir con su misión en el proceso electoral; la convocatoria del EZLN para realizar la Convención Nacional Democrática apenas unos días antes del 21 de agosto.

Como puede observarse, los sucesos políticos se agolpaban. No se acababa de asimilar uno cuando ya teníamos el otro enfrente. La pregunta era: ¿qué nos quedaba por ver todavía?

En suma, este proceso electoral se realizaría en un México distinto, ya casi desligado, por decreto, de su historia revolucionaria. La Consti-tución Política y las instituciones creadas por el Estado de la Revolución Mexicana se habían modificado en todo lo que se creyó conveniente para implantar el modelo neoliberal y privatizador. Entonces, en agosto de 1994, iban “a coincidir dos procesos de cambio. Uno previsto y puntual - el cambio presidencial -, y otro imprevisto, de mayor duración, y que se inició hace por lo menos una docena de años: el cambio en el modelo de desarrollo” (Meyer, 1993). Pero no solamente eso, también en agosto se concretaría toda una serie de esfuerzos realizados, desde la sociedad civil y los partidos opositores, a partir de 1988, en la dirección de configurar la vía mexicana para transitar pacíficamente a la democra-cia.

II.-Lo que no funcionó: características del sistema político mexicano.

Salinas de Gortari realizó, durante su sexenio, grandes esfuerzos por difundir en el extranjero la nueva imagen de un México moderno, neoliberal, abierto a las inversiones, con apertura comercial, con econo-mía globalizada, etcétera. Sin embargo, dicha modernidad, que efectiva-mente es notable en las actividades productivas, no se ha reflejado en un mejoramiento de las condiciones de vida de la mayor parte de la población, y contrasta severamente con la premodernidad del sistema político.

Modernidad, incluso para los neoliberales actuales, quiere decir democracia. Y democracia es lo que sustancialmente falta en México, además, claro está, de empleos, vivienda, salarios dignos, seguridad social, etcétera. No puede pensarse en ninguna modernización del sistema politico cuando sus características siguen siendo un presidencialismo acendrado más que nunca, donde “el Congreso, el Poder Judicial y el espacio público pertenecen al Presidente” (Monsivais, 1993); donde “las decisiones políticas fundamentales se toman en sigilosos grupos” (Arizpe, 1993); cuando se mantiene el “tapadismo” como la mejor muestra de premodernidad; cuando permanece la simbiosis entre el gobierno y el partido oficial y, en consecuencia, se “supeditan las necesidades del gobierno a los intereses del PRI, y se trasladan a funcionarios...de una Secretaría de Estado al partido oficial”6, y se hace

uso ilegal del erario público para la campaña del candidato del partido del gobierno; cuando se mantiene el control de los procesos electorales por parte del gobierno, y los funcionarios electorales en su mayoría militan en el partido del gobierno; cuando preexiste la práctica del fraude, no obstante las innovaciones tecnológicas en la elaboración del padrón electoral (parece ser caso único en el mundo donde la credencial de elector lleva fotografía); cuando se controlan los medios de comunica-ción electrónicos y se manipulan los mensajes, el caso de Televisa es patético, en favor del candidato oficial y se dosifica la información a la sociedad, etcétera.

Tan no somos modernos que aún nos referimos al proceso de cambio presidencial como la “sucesión” presidencial. La palabra sucesión remi-te a continuación y serie, descendencia, herencia e incluso patrimonio. Nos habla de “transmisión y reconformación de la cumbre del poder político, pero no de mecanismos simples, conocidos y transparentes” (Cordera, 1993) para el cambio político. El mecanismo que se sigue muy pocos lo conocen y, por tanto, se especula sobre si es una decisión de los que “pertenecen al círculo más íntimo del poder” (Córdova, 1993), o si “el presidente toma la decisión él solito y la noche anterior únicamente pocos la conocen” (Fernández C., 1993).

Con las variantes que se quiera, lo cierto es que la manera ortodoxa como fue designado primero Colosio, representó un retroceso político que “impidió hubiera un juego político más abierto y democrático entre los siete precandidatos del partido oficial”.7 “Precandidatos” que, vale decirlo, nunca se reconocieron públicamente como tales. Es decir, nunca ninguno de ellos dijo estar buscando la candidatura del PRI. Ciertamen-te, en la designación de Ernesto Zedillo como candidato sustituto se utilizaron mecanismos “modernos”, se hizo utilizando la tecnológia electrónica de punta, un videocassette.8

Lo anterior amerita una acotación en el sentido de que el presidencialismo mexicano ha imposibilitado el desarrollo de una clase política capaz de pensar y andar por sí sola. Esto por supuesto que ha

tenido efectos en la oposición, pero los más afectados son los propios miembros de la clase política gobernante. En ella es impensado no sólo hacer alguna crítica al Presidente, sino simplemente contradecirlo. Diputados, senadores, presidentes municipales, gobernadores, secreta-rios de Estado, etcétera, no se atreven o no se les permite pensar por sí mismos. Siempre interpretan, o suponen que lo hacen, el pensamiento del Presidente. Ello explica “la antipatía tenaz y evidente que el presidente manifiesta a Cárdenas y Muñoz Ledo por su osadía” (Monsivais, 1993) y atrevimiento a cuestionarlo y pretender hablar con él como iguales. Vale decir, guardando las distancias, que, en este sentido, sobresalieron las actitudes y tomas de posición tanto de Manuel Camacho Solís como de Jorge Carpizo McGregor, en su calidad de Comisionado para la Paz en Chiapas y como Secretario de Gobernación, respectivamente.

Como se fue conformando el escenario, no resultaba exagerado o fuera de contexto percibir una derrota del PRI y la entrada al gobierno de otro u otros partidos. No se podía asegurar tal resultado para las elecciones de agosto, pero el optimismo crecía debido a que la sociedad daba muestras de crecimiento político rápido y el país se llenaba “de iniciativas cívicas, con un fervor que recuerda los últimos años del Porfiriato”.9 Por otro lado, los partidos de oposición se habían fortalecido y representaban alternativas viables y creíbles al PRI-gobierno. Por ello, los analistas coincidían en que el de 1994 sería uno de los procesos electorales más interesantes de la historia política de México; el más vigilado, el más competido, etcétera.

Sin embargo, paralelamente se cernían sobre él grandes nubarrones en tanto que la modernidad política, como dije antes, no acaba de implantarse. Así, como ejemplo de modernidad, sectores de la sociedad en la capital del país, con toda independencia del gobierno, fueron capaces de organizar y llevar a buen término un plebiscito para que su población expresara su opinión sobre las formas en que prefiere ser

gobernada. Pero, a la par, también podemos encontrar, como ejemplo no sólo de premodernidad sino de barbarie que, en su corta vida, al PRD le han asesinado mas de 260 militantes. Junto con eso, en algunas regiones rurales del país, las más aisladas, ser de oposición o simplemente votar por ella, significa arriesgar la vida. Por ello no resultaba sorprendente que, en la encuesta realizada por la Alianza Cívica-Obsevación 94, un alto porcentaje de ciudadanos estuviera preocupado por la posibilidad de que se generara una situación de violencia e ingobernabilidad con motivo del proceso electoral.10 Esto y la forma como se conducía el partido oficial y el gobierno hacían difícil, mas no imposible, pensar que después de agosto de 1994 la ola democrática llegara a nuestro país. Por otro lado, los acontecimientos en Chiapas han hecho recordar que buena parte del país se encuentra más cerca de la pobreza centroamericana que de la riqueza del primer mundo. No obstante ello, en su balance sexenal el Secretario de Hacienda y Crédito Público, Pedro Aspe Armella, insiste en señalar que la pobreza en México es un mito porque, según él, lo que realmente estaba sucediendo era “la reducción de la tasa de aumento de los precios al consumidor hasta la recuperación salarial, el aumento del empleo y la reducción de los hogares en pobreza extrema” (La Jornada, 13-07-94).

IV.- Los partidos y sus candidatos

Los comentarios siguientes no se referirán al candidato del PAN. La referencia es sobre el resto de partidos y candidatos, de izquierda y derecha, con las reservas que tiene seguir hablando de esta manera.

A diferencia de 1988, ahora resultó imposible, legal y políticamente, la alianza o la coalición interpartidaria para postular un sólo candidato. Faltando aproximadamente un mes para la fecha de los comicios, todo parecía indicar que ninguno de ellos declinaría en favor de nadie y, por tanto, serían nueve los candidatos contendientes. También para estas fechas, las encuestas mostraban una tendencia hacia el abatimiento del abstencionismo, pero de todas maneras se perfilaba un problema ma-yúsculo: la posible desintegración del voto opositor. Esta cuestión preocupaba más porque, de antemano, se podía afirmar que varios de los abanderados opositores nunca tuvieron posibilidades de realizar siquie-ra una campaña real, ya no digamos de triunfar. Sin menospreciarlos, por más esfuerzos que realizaron, no pudieron evitar que la atención del electorado la acapararan sólo tres candidatos: Luis Donaldo Colosio Murrieta y en menor proporción Ernesto Zedillo por el PRI, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano por el PRD-Alianza Democrática Nacional (ADN) y Diego Fernández de Cevallos por el PAN. Ya cerca de la recta final del proceso electoral, Cecilia Soto, candidata del Partido del Trabajo, era colocada por las encuestas en el cuarto lugar pero, al unísono, se le cuestionaba sobre su pasado político, pero sobre todo acerca de la procedencia de los recursos para el despliegue tan fuerte que hizo de propaganda. En no pocas ocasiones candidatos panistas y perredistas le señalaron, por ejemplo, haber visto a las brigadas del PRI colocando un póster o cartel de Zedillo y otro de Cecilia.

La opinión predominante siempre fue en el sentido de que la confron-tación real sería sólo entre tres candidatos, el del PRI, el del PAN y el del PRD. Sin embargo, también era fuerte la posición que señalaba que en realidad sólo eran dos candidatos porque no había diferencias sustancia-les entre el PAN y el del PRI. En éste mismo sentido y de manera

también simplista, se afirmaba que Cárdenas pretendía retornar al pasado estatista y populista y otros lo defendían como el único que representaba la posibilidad democrática o del cambio. De Colosio y Zedillo no existió nunca duda, simbolizaban la continuidad del proyecto neoliberal que se inició en México desde 1982, bajo el mandato de Miguel de la Madrid. El proyecto del PAN, en efecto, coincidía con el del PRI, tanto que ellos mismos insistieron en que el PRI les había robado su programa y, además, Diego Fernández desde antes de ser candidato se había dedicado, con énfasis, a combatir a Cárdenas. Tal vocación anticardenista la demostró a la sociedad en el debate televisado. Quedó claro que para priístas y panistas, el enemigo a vencer era Cuauhtémoc Cárdenas.

Los otros partidos y candidatos que estuvieron en la contienda, además de los mencionados, fueron: la diputada federal Cecilia Soto por el Partido del Trabajo (PT); Marcela Lombardo Otero por el Partido Popular Socialista (PPS); Rafael Aguilar Talamantes por el Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional (PFCRN); Pablo Emilio Madero por el Partido

Demócrata Mexicano (PDM)- Unión Nacional Opositora (UNO); Jorge González Torres por el Partido Verde Ecologista y Álvaro Pérez Treviño por el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM). Por si fuera poco, hasta un candidato independiente, no registrado, Alejandro Gascón Mercado realizó campaña por el Partido de la Revolución Socialista (PRS).

En la elección de 1988, Cárdenas fue apoyado por varios de los partidos mencionados anteriormente: el PPS, el PARM, el PFCRN, el Partido Verde. El PDM, hoy UNO, en aquella fecha presentó su propia candidatura y ni siquiera logró la votación mínima nacional (1.5%) para mantener su registro. En 1994 volvería a participar con registro condi-cionado y con nombre y emblema nuevos. El PRS siempre ha carecido de registro, pero en 1988 no propuso candidato y tampoco, como en esta ocasión, se alió a nadie. En realidad ha terminado por ser un partido totalmente marginal.

Al margen de sus posibilidades, debe destacarse el hecho de que para esta campaña dos mujeres hayan sido postuladas al máximo cargo político del país. El ejemplo iniciado en 1982, y reiterado en 1988 por la

señora Rosario Ibarra de Piedra,13 parece haberse instituido. Otra cuestión que destacó, independientemente de su importancia, es que tres de los candidatos eran a su vez los presidentes de sus respectivos partidos: Rafael Aguilar Talamantes del PFCRN, Jorge González To-rres del Partido Verde y Alejandro Gascón Mercado del PRS.

Sus posiblidades

De los partidos mencionados, tres de ellos, el PFCRN, el PARM y el PPS, en 1988 estuvieron en la cresta de la ola cardenista y fueron protagonis-tas centrales de aquel movimiento. Gracias a ello lograron hacer llegar al Congreso una buena cantidad de diputados. Haber postulado a Cárdenas les permitió recibir en esa elección más votos que los obtenidos en toda su historia. Dichos partidos declinaron la invitación a construir el PRD. Hoy, no solamente no jugaron un papel similar, sino que tendrán que resolver grandes problemas que amenazarán su existencia y, en algunos casos, su registro.

De ellos en varias ocasiones se ha dicho que son una oposición ficticia y sostenida con votos que el propio gobierno les otorgaba cuando éste estaba en condiciones de administrar discrecionalmente los votos. Ahora esto se complicó porque el partido oficial y el gobierno tenían una preocupación mayor: ¿cómo asegurarse para sí mismo la cantidad suficiente de votos? La táctica divisoria no funcionó por la solidez que alcanzaron las candidaturas realmente opositoras y el nivel de informa-ción política de la ciudadanía. Desde un principio resultó evidente que estos partidos no estaban pensando en triunfar en 1994, sino sólo en conservar su registro y tener algunos diputados. Sin embargo, el nivel de competitividad alcanzado por la campaña hacía previsible que alguno ni siquiera alcanzara la votación mínima para mantener su registro.

En algunas entidades, el PFCRN tuvo discrepancias internas que llevaron a varios dirigentes y miembros de base a abandonarlo. Algunos se afiliaron prontamente a otro pertido, y otros se dedicaron a organizar su propio partido.14 Se trata de una agrupación siempre dispuesta a negociar con el gobierno a cambio de poco. Manejó un discurso anticardenista y, soberbiamente, siempre ha afirmado ser la primera fuerza electoral de la izquierda sin nunca haberlo comprobado en las urnas. Rafael Aguilar Talamantes, su eterno dirigente, ha dado mues-tras de habilidad y oportunismo político. En 1988, con gran olfato procedió rápidamente a cambiar de nombre a su anterior partido, el Socialista de los Trabajadores (PST), por el de Frente Cardenista, y sólo eso le bastó para ser, de los partidos que integraron el Frente Democrá-tico Nacional (FDN), el que más votos captó.

Las cosas, sin embargo, no le funcionaron para este proceso. Su descrédito es bastante amplio. Ahora no se le ocurrió volver a cambiar nombre a su partido por el de PFZRN (Partido del Frente Zapatista de Reconstrucción Nacional) pero, sin que nadie se lo pidiera, a dos días de iniciada la insurrección armada en Chiapas, él mismo se ofreció como embajador civil y representante del EZLN. No es descartable que pueda perder su registro y que su lugar sea ocupado por el PT.

Aunque la problemática ecológica en México es sumamente grave, el Partido Verde no pudo, con mucho, tener el éxito que este tipo de partidos han observado en Europa. Se trata de un partido que, aunque pequeño, no ha carecido de luchas internas en disputa por su conducción. Su candidato fue señalado como empleado de la Secretaría de Gobernación y, por ello, los principales grupos ecologistas no se han adherido a este partido y ni siquiera simpatizaron con su candidatura. De este partido, igual que del PFCRN, han salido dirigentes locales, Jalisco en un caso, con la pretensión de lograr un registro para un partido local.

El PARM es un partido envuelto dentro de una severa crisis interna por cuestiones de corrupción. Por tales razones, su dirigente histórico,

Carlos E. Cantú Rosas, fue destituido y, el 25 de noviembre, él mismo junto con otros 17 dirigentes fueron expulsados definitivamente del partido. Los voceros de este partido con cierta objetividad han reconoci-do que sólo aspiran a recoger entre el 2.3 y 2.5% de la votación nacional.15 En realidad, con el candidato que presentaron, era imposible pensar en algo mejor. Incluso, a partir de su postulación, la crisis interna arreció. En Sonora, por ejemplo, los comités municipales de Hermosillo, Guaymas, Empalme, Navojoa, Huatabampo y Nogales se les separaron para brindar su apoyo a Cecilia Soto.16 Por si eso fuera poco, a principios de marzo los dirigentes estatales, distritales y municipales de veinte entidades, a la vez que anunciaron su renuncia, declaraban su disposi-ción para construir el Partido de la Auténtica Democracia (PAD) e incorporarse a la Unión Nacional Opositora (UNO).17

El PDM, mejor conocido como el partido del “Gallo Colorado”, surgió como tal en los setenta; sin embargo, su ideario cuenta con una larga tradición política en el país, particularmente en las regiones del bajío y occidente. En 1988 perdió el registro, y se esperaba que tal experiencia lo llevara a realizar “cambios importantes en su dirección y aun en sus prácticas” (Alonso, 1989). Así lo hizo, de manera que, para participar en 1994, decidió dar muerte al “Gallo Colorado” (su emblema) para, junto con algunos organismos políticos poco conocidos en el ámbito nacional, integrar la Unión Nacional Opositora (UNO). Bajo esa nueva denomina-ción postularon a Pablo Emilio Madero, sobrino del apóstol de la democracia en México, Francisco I. Madero; excandidato presidencial del PAN en 1982 y dirigente del Partido del Foro Democrático, instancia que abandonó luego que no estuvo de acuerdo con la decisión de este partido para apoyar la candidatura de Cárdenas.

El cambio de nombre y emblema en ocasiones puede ayudar, pero también puede ser contraproducente. Su candidato es conocido y de

alguna manera prestigiado opositor, y ello le puede ayudar a conquistar su registro y lograr algunas curules. No es previsible nada mayor.

De Alejandro Gascón Mercado poco se puede decir. Se presenta como el único candidato presidencial comunista y, con poco conocimiento de la situación política nacional, afirmaba que en el país estaban “dadas las condiciones para que los mexicanos se inclinen por la opción comunis-ta”.18 En realidad no tiene siquiera posibilidades de lograr una votación significativa como para que luego exija su registro. Al principio de las campañas electorales, la prensa escrita le otorgaba algún espacio pero, dada la importancia de los acontecimientos que se vinieron en avalancha y la inconsistencia de sus actividades y más de sus propuestas, desapa-reció rápidamente.

Dicho lo anterior, obviamente destacaba Cárdenas como el principal candidato de la oposición democrática. En general, era considerado como el mayor crítico del sistema y, antes del debate presidencial, se le otorgaban mayores posibilidades de triunfo. A la fecha de redactar estas notas, el panorama para él había empezado a cambiar nuevamente, sobre todo a partir de su encuentro con los universitarios de la UNAM. Se puede plantear que la sola permanencia de su figura como opositor principal y la de su partido el PRD ya son ganancia, dado el combate cerrado y agresivo que le ha hecho el gobierno salinista. El PRD, gracias a su candidato y a la amplia alianza político-electoral que logró cons-truir, así como al alto nivel de deterioro del partido oficial y la debilidad de Zedillo, era seguro que ocuparía, en el peor de los casos. una significativa preferencia electoral. Suponiendo un triunfo priísta, de cualquier manera el gobierno estaría obligado a pensar una nueva forma de relación con esta fuerza. No obstante la importancia adquirida en sus pocos años de existencia, no está claro su futuro como partido dado que, en general, existen muchos cuestionamientos hacia él por no haber dado el ancho frente al reclamo de participación ciudadana y, finalmente, haber reproducido el viejo esquema de partido de corrientes, grupos compactos y cuotas de poder.

Con justicia debe decirse que Cárdenas sufrió los mayores embates

políticos de los candidatos opositores. Diego Fernández de Cevallos, Cecilia Soto y Rafael Talamantes dedicaron buena parte de su campaña a combatirlo, muchas veces con mayor vehemencia que a los dos candidatos que tuvo el partido oficial.

V.-Las alianzas y convergencias

En el apartado anterior se apuntaron algunos datos que empiezan a dibujar la geometría política con que se actuó en agosto 21. Éste fue el resultado de diversas rupturas y reacomodos dados a lo largo del sexenio salinista. Surgieron nuevas agrupaciones no caracterizadas por una definición ideológica estricta; dirigentes políticos de tendencias diversas han salido de algunos partidos, para juntos crear nuevas propuestas organizativas; dirigentes políticos han abandonado abruptamente sus partidos para convertirse en candidatos presidenciales de otros, etcéte-ra.

La campaña de 1994 tuvo, en este sentido, otra novedad más: la pluralidad de las alianzas y convergencias que se construyeron. No es que antes no se hayan dado este tipo de agrupamientos, lo novedoso fue la pluralidad con que ahora se hicieron. En 1982 se dieron alrededor de los candidatos de izquierda Rosario Ibarra de Piedra y Arnoldo Martínez Verdugo. En 1988, de manera más amplia, pero dentro de la izquierda, se dio alrededor de Cárdenas. Las alianzas y convergencias de 1994 rebasan con mucho aquellas experiencias. Tenemos dos ejemplos, aun-que con tendencias y posibilidades políticas distintas.

La Unión Nacional Opositora (UNO)

Como dije anteriormente, esta alianza vino a significar la desaparición del Partido Democrata Mexicano (PDM), instituto político con impor-tante tradición e influencia en la región centro-occidente del país. Además del PDM como principal fuerza, configuraron la UNO los partidos Liberal Demócrata, Demócrata Cristiano y la Federación de Partidos del Pueblo, de poca presencia pública en el país; sin embargo, su candidato presidencial, Pablo Emilio Madero, de origen y mucha cepa

panista, puede ayudar para el logro de su objetivo central: captar la votación suficiente para conquistar el registro definitivo para este nuevo partido y, optimistamente, contar con algún diputado.

En Jalisco, por ejemplo, la UNO logró captar la participación de las siguientes participaciones: el Partido Unión Cívica Jalisciense (PUCJ),19 el Partido de la Auténtica Democracia (PAD),20 el Partido Nacional Católico (PNC), el Frente de Partidos del Pueblo de México, la Unión Nacional Sinarquista y la Unión Estatal de Usuarios de Servicios Públicos y Consumidores.

La integración de la UNO y la desaparición del PDM representa un reto. El partido del “gallito” es posible que no pueda ser fácilmente suplido por la UNO. Sin embargo, al parecer, este cambio que parece radical, los dirigentes del PDM lo valoraron seriamente a partir de la necesidad de transformar sustantivamente sus formas de organización y prácticas políticas, dados los resultados negativos obtenidos a partir de 1988.

No era descartable que la UNO y su candidato lograran la votación necesaria para mantener su registro e incluso hacer llegar a la Cámara de Diputados algunos representantes. El mayor reto será que logren mantenerse unidos como frente opositor. Sin embargo, tampoco en este caso se puede asegurar nada.

La Alianza Democratica Nacional (ADN)

La pluralidad y la amplitud de los apoyos que tendría Cárdenas empezó a perfilarse apenas iniciado el año de 1994. El 29 de enero, en Ciudad Juárez, Chihuahua, “organizaciones políticas y civiles locales conforma-ron la Coordinadora de Apoyo a la Campaña de Cuauhtémoc Cárdenas. Entre los grupos participantes se encontraban el Frente de Orientación Ciudadana, dirigido por Sergio Hayen, quien había sido presidente estatal del PAN hasta 1992; Destacamento del Pueblo, organización afiliada al Partido del Trabajo; Maestros Democráticos y el Foro

Doctrinario”.21 Precisamente con el objetivo de agrupar el mayor número de apoyos, Cárdenas, antes que el PRD, se propuso ser candidato de la ciudadanía. Así, poco a poco, una diversidad de agrupaciones políticas y sociales fueron manifestando su adherencia. La Alianza Democrática Nacional (ADN), frente político que se constituyó formalmente el 5 de febrero de 1994 en el Distrito Federal con el objetivo de llevar a Cárdenas a la Presidencia de la República. Dicha instancia se integró, además del PRD, por los partidos sin registro: Revolucionario de los Trabajadores (PRT); el Social Demócrata (PSD); del Foro Democrático (PFD);22 el Partido Socialista; Refundación Socialista, Convergencia Democrática del Partido del Trabajo (PT)23 y del Partido Amplio de la Izquierda Socialista (PAIS).24

Convergieron también el Frente Patriótico Nacional; el Movimiento Urbano Popular;25 la Coalición Cívica Popular; 26 la CIOAC; la Unión General de Obreros y Campesinos de México (UGOCM);27 Fuerzas

VI.- Conclusiones

Resultaba difícil hablar de conclusiones sobre un proceso político que, al terminar de redactar este ensayo, aún no terminaba y que, por la cascada de acontecimientos que sobrevinieron desde el primer día de 1994, no era descartable que a un mes del 21 de agosto, el proceso pudiera sufrir modificaciones sustanciales que nuevamente cambiaran las preferencias electorales. La coyuntura podía volver a modificarse por la influencia de algún elemento interno o externo; los candidatos podían cometer otros errores; los partidos podían dividirse o, también, de último momento, algún o algunos candidatos podrían declinar en favor de otros, etcétera.

Sin embargo, ya desde aquella fecha existían algunas certezas que permitían ser optimistas y pesimistas. De entrada se aseguraba que, a) con el cambio obligado de candidato, el PRI se mostraba más débil y prácticamente había entrado en su ruta final como partido único en el poder; b) que frente a él, la oposición se desarrollaba rítmicamente al grado de convertirse en alternativa viable; c) que la ciudadanía estaba dando muestras de avance en su grado de politización y deseo de, en esta ocasión, no quedarse al margen de las urnas; d) que otra muestra del interés ciudadano por el proceso electoral era la integración y prepara-ción de varios grupos de observadores electorales, entre los que destaca-ba la Alianza Cívica-Observación ’94; e) que, aunque casi de última hora y no precisamente en los mejores horarios y sin dejar de mostrar su preferencia por el candidato oficial, la televisión privada, por vez

primera, se vio obligada a abrir espacios gratuitos para los candidatos opositores.

Por ello es que hoy se podía hablar de que habría, no obstante las grandes ventajas del PRI, competitividad electoral. Era altamente significativo que a los candidatos oficales, Colosio y Zedillo, ya no se les viera, en su momento, como los seguros futuros presidentes. La sociedad había crecido políticamente y mostraba capacidad para distinguir y decidir en función de las propuestas y los candidatos. Eso fue lo que demostró, en parte, el debate televisado entre Fernández de Cevallos, Zedillo y Cárdenas. Candidatos y partidos fueron obligados a mejorar y precisar sus ofertas y a desideologizar la competencia, etcétera.

En suma, la sociedad, dicho en general, a la vez que apostaba a que el proceso de cambio político fuera por la vía pacífica, también daba muestras de estar dispuesta a que, si no se avanza de esa manera, se podía presionar por la vía armada. Al menos así se podía leer su simpatía por la guerrilla zapatista y el interés por participar en la Convención Nacional Democrática convocada por el EZLN. Por la contraparte, es decir, el PRI-gobierno, no daba señales contundentes de pretender cambiar al ritmo en que lo estaba haciendo la sociedad y mucho menos de aceptar que ésta fuera quien marcara la pauta.

La preocupación social principal giraba en torno de si el PRI insistiría en prácticas fraudulentas y en el uso y abuso de los recursos estatales. Por otro lado, si además no se lograba resolver satisfactoriamente el conflicto chiapaneco, y si éste se juntaba con un resultado electoral carente de credibilidad, entonces habría que prepararse para el conflicto poselectoral y la tensión social. Debe decirse que, dadas las caracterís-ticas del sistema político mexicano, la posibilidad de la paz y la guerra seguían dependiendo, en primer lugar, de la actitud del gobierno y su partido. Después de las elecciones de 1988 y de las posteriores que se realizaron, el problema fundamental en 1994 seguía siendo la incredu-lidad de la población respecto de los resultados electorales. Dicho problema está íntimamente ligado con la cuestión de la legitimidad del futuro gobernante,30 y a ello trataba de responder la frase compromete-

dora del primer candidato oficial, Colosio, en el sentido de que “el PRI no necesita ni (él quiere) un solo voto al margen de la ley”. Dicha posición nunca fue reiterada por Zedillo.

Pero si Colosio no pretendía votos al margen de la ley, sí necesitó, para mantenerse como candidato presidencial hasta la mañana del día 23 de marzo, de un segundo destape. Con ello y además con la manera en que fue destapado Zedillo, Salinas y los priístas por tercera ocasión mostra-ron no tener disposición para adoptar cabalmente los riesgos de la democracia.

La credibilidad y la legitimidad del futuro Presidente de los Estados Unidos Mexicanos residía, estaba claro desde entonces, en que funda-mentalmente Salinas, Zedillo, su partido, el gobierno y todo su personal omitiera realizar actos de delincuencia electoral.

Es correcto cuando se señala que el PRI debía “entender que el veredicto sobre la limpieza de una elección no está en sus manos, sino en las de la oposición” (Molinar, 1994).31 Para esta elección se habían agregado otros jueces calificadores: el EZLN, los observadores y vigilan-tes electorales ciudadanos, los Consejeros Ciudadanos del IFE, la Convención Nacional Democrática e, incluso, la opinión pública inter-nacional que estaría atenta a los resultados finales.

El 22 de agosto de 1994, una situación de incredulidad social frente a los resultados electorales no la podría resistir el país. Se requería, entonces, que quienes resultaran derrotados aceptaran esa situación y reconocieran a quien hubiera ganado. Cárdenas, el PRD y la ADN no harían eso con nadie que no hubiera triunfado, como ellos se propusieron hacerlo, “a golpe de votos”

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