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Mariana Rodrigez De Toro


Enviado por   •  28 de Enero de 2015  •  1.044 Palabras (5 Páginas)  •  430 Visitas

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Mariana Rodríguez del Toro de Lazarín

Era 8 de abril de 1811 y todo transcurría con normalidad como tantas otras reuniones en casa de Don Manuel Lazarin mi esposo, hombre acomodado dueño de la mina de La Valenciana, y yo su esposa Mariana Rodríguez del Toro de Lazarin nacida en la Ciudad de Mexico en 1775.

Llevavamos dos años de casados y habíamos llevado al matrimonio a un respetable dote, eramos anfitriones de una tertulia de varios jóvenes que, como decían las normas sociales de la época, estaban llenas de cumplidos, modales corteses y trato fino. Pero en realidad, lo que motivaba la reunión no era la vida social, sino que nuestro interés por el movimiento de independencia.

Sin embargo, a las 8:30 de la noche comenzamos a oír campanadas y salvas de artillería, lo que extrañó a todos los participantes de la tertulia, puesto que era semana santa y el clero cuidaba que no se tocaran las campanas. Por un invitado que llegaba con retraso, nos enteramos que dichas campanadas celebraban lo que los españoles consideraban el fin del movimiento independentista: la captura de don Miguel Hidalgo, los principales generales y más de doscientas personas, aprisionados en las Norias de Acatita de Baján, debido a la traición del teniente coronel Ignacio Elizondo.

En la reunión en mi casa, todos estaban consternados por la noticia. Un sentimiento de derrota se diseminó por la sala. Sin embargo yo Mariana Rodríguez del Toro me levante indignada y, enfrentándolos a todos pregunte: «¿Qué sucede, señores?, ¿no hay otros hombres en América aparte de los generales que han caído prisioneros?»

Presa de una euforia, desconocida hasta por mi marido, con toda la elocuencia de la que fui capaz, los conmine a no dejarse vencer y continuar e impulsar la lucha; para lo cual era preciso apoderarse del Virrey Francisco Xavier Venegas, y trasladarlo a la Suprema Junta presidida por Ignacio López Rayón, para negociar su liberación a cambio de la de los independentistas o, en caso extremo, asesinarlo en caso de rehusarse.

A pesar de que la euforia que me apreso era desconocida para todo quel en la habitacion, yo sabia de donde venia. Venia de todas las mujeres mexicanas que habian recorrido nuestras ciudades y campos de batalla, como guardianas protectoras, ya anunciando el génesis de nuestra independencia, ya avivando con su amor un amor más grande y santo; sorprendiendonos con hazañas, derramando su sangre, no contentas con haber ofrecido la de sus hijos.

En aquella época para una mujer alzar la mirada era ya signo de rebeldía, levantar la voz e idear una conspiración, fue sin duda un gran acto de audacia y valor o al menos eso pense.

En esta etapa de creación y construcción de la nación pareciera, que las mujeres ocupaban un papel muy ligado todavía a la estructura matriarcal, moviéndose en ámbitos domésticos y como acompañantes de caudillos, héroes o libertadores. Privadas del espacio público, las mujeres aún patriotas o nacionalistas seguían siendo madres, hijas o esposas. Pero la muestra que di enfrente de todos en la sala es que, a pesar de esta condición, durante el movimiento de independencia la participación fue en realidad más activa. Miles de mujeres

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