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Regimen Liberal

CristiCalvache29 de Mayo de 2013

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REPUBLICA LIBERAL Y CULTURA POPULAR EN

COLOMBIA, 1930-1946.*

Renán SILVA **

Reintroducir la variación y la diferencia ahí en donde

espontáneamente surge la ilusión de lo universal,

es posible que nos ayude a desprendernos

de nuestras distinciones más seguras,

de nuestras evidencias más familiares.

S.S.C.V.

UNO

Como tópico y como moda, la llamada cultura popular -o culturas populares, como luego se escribió- se impuso hace ya unos 20 años a los investigadores en ciencias sociales en Colombia. Aquí no nos interesa restablecer la génesis de ese preciso fenómeno, a la vez ideológico y académico, sino solamente llamar la atención sobre dos características, en

apariencia contradictorias, que rodearon su reciente emergencia; y decimos reciente por cuanto el problema de la investigación de las culturas populares tenía antecedentes notables en nuestro medio, aunque estos fueron en realidad ignorados con cierta dosis de soberbia por quienes a principios de los años 80s comenzaron a plantearse de nuevo el problema, pensando tal vez que desembarcaban en tierra virgen. En primer lugar hay que reconocer que el problema se planteó, antes que como un real problema de investigación, como un tema ideológico, como un principio fácil de identidad de jóvenes investigadores que intentaban, con razón, una salida novedosa frente al encierro que significaba el economicismo marxista, y que al tiempo redescubrían la rica diversidad cultural del país y el peso de los elementos étnicos por contraste con las formas de conciencia social derivadas de la pertenencia de clase. Sin embargo, lo que hubiera podido ser una magnífica ocasión de avances investigativos reales sobre un problema fundamental, tendió a convertirse más bien en el motivo de pesadas disquisiciones de apariencia teórica sobre el método de investigación y sobre la definición

del objeto, volviendo a restituir, bajo otros nombres, la vieja trampa de los “marcos teóricos”, como protocolo de investigación que anula la investigación. De esta manera, antes que investigaciones sobre ésta o aquella cultura popular, hemos tenido informadas

disertaciones sobre su definición, y una especie de a priori, no siempre explícito, que declara

las culturas populares como objeto de veneración y conservación, porque en ellas se

encontraría, según esa visión, o bien las raíces de la identidad nacional perdida, o bien los

puntos de resistencia frente a todos los intentos invasores de las culturas transnacionales

dominantes a escala planetaria.

La observación sobre la desviación de una agenda efectiva de trabajo, y la respectiva crítica,

fueron hechas en su momento por don Jaime Jaramillo Uribe, quien, en 1987, en una

exposición oral que fue grabada y luego transcrita, presentada con ocasión de un Seminario

Sobre la Cultura Popular en Boyacá, llamó la atención sobre la necesidad de evitar las

“excesivas y prolijas consideraciones sobre el método” de investigación en torno del tema de

las culturas populares, recomendando más bien, con espíritu pragmático de historiador,

comenzar el inventario detallado y la descripción cuidadosa de por lo menos una de esas

culturas, a las que tanto se exaltaba. A manera un poco de conclusión de su alegato en defensa

de un trabajo pausado, inicialmente descriptivo, Jaramillo Uribe señalaba:

Quisiera terminar con unas palabras de sentido un poco más práctico.

El país está en mora de emprender una investigación seria sobre su

folklore y su cultura popular o su cultura básica, sea a escala regional

o a escala nacional. Por lo menos de realizar un inventario de ella.

En segundo lugar debe mencionarse que a pesar de los supuestos esfuerzos “teóricos”

realizados, de manera práctica se procedió -en las pocas ocasiones en que se procedióechando

mano de una especie de sociología espontánea, y las descripciones realizadas

resultaron, de una parte curiosamente semejantes a aquellas que se habían hecho entre los años

30s y 50s de este siglo -y aun en algunos casos se parecían a los cuadros costumbristas del

siglo XIX, menos la ideología conservadora, que ahora era sustituida por una especie de

izquierdismo universitario-, y de otra parte profundamente “aconceptuales”, pues los trabajos

jamás se interrogaban sobre el problema elemental, pero esencial, de las condiciones en las

cuales en una sociedad surge una forma de clasificación y de representación sociales que

define y localiza a una cultura precisamente como “popular”, en el marco de un sistema de

oposiciones binarias que la opone a una “alta cultura” o a una “cultura de élite”. De esta

manera, los nuevos investigadores se contentaban con renovar algo del vocabulario conocido -

en un supuesto estilo “gramciano”-, mientras aceptaban los términos tradicionales en los cuales

el problema se había propuesto desde hacía mucho tiempo.

Es en razón de ello que en el trabajo investigativo se procedió bajo la orientación implícita del

más ingenuo empirismo. Como al visitar una plaza de mercado, al observar las formas de

diversión en un parque público, al asistir a un espectáculo de canto y danza en el escenario

bogotano de la “Media Torta”, al escuchar las maneras de conversación en una vereda pobre y

alejada, al hacer la etnografía de un vecindario urbano de migrantes, al recoger formas de

narración oral, etc., se encontraba que en esos usos, maneras, costumbres y prácticas había

signos de una cierta diferencia con las formas culturales de la clase media urbana -que era en general el lugar de origen de los propios investigadores-, pues rápidamente se infería que sus

portadores, en general gentes pobres que identificamos como los “sectores populares” de la

sociedad, eran los representantes de la cultura y tradición populares, vistas éstas últimas,

por lo demás, como desprendidas de cualquier matriz colectiva que las cubriera y articulara al

conjunto de la sociedad. Se perdía así, pues, la posibilidad de escrutar el origen reciente de

un conjunto de formas de designación, al tiempo que no se daba cuenta de sus contenidos más

profundos, y se reenviaba el problema de la génesis de las formas de cultura popular al propio

siglo XVI, y en parte al siglo XVII, momento de encuentro de tres de nuestras grandes

herencias culturales.

DOS

Calmada un poco la tempestad inicial del tópico y la moda, no se puede dejar de mencionar

que el objeto “culturas populares”, y los problemas teóricos y prácticos que plantea, merece

una reflexión teórica cuidadosa, y un trabajo histórico y etnográfico como el que recomendaba

don Jaime Jaramillo Uribe. En cuanto a la reflexión teórica sobre el objeto “culturas

populares” hay que recordar que ella tiene una historia larga y nos remite, por lo menos -

para tomar un hito sobresaliente-, a los trabajos de la Escuela de Franckfurt sobre las

modernas culturas urbanas de masas en los Estados Unidos.,

De manera particular Leo Lowental había mostrado que la noción de cultura popular era una

creación intelectual que, de manera diferenciada según los contextos, se podía fechar, y que

su construcción daba lugar a una especial distribución de los productos culturales (productos

de “alta” y “baja” cultura), lo que por principio significaba una valoración prejuiciada de la

llamada “cultura de masas” y un cierto apego al “folclor”. Este análisis puede ponerse en

relación con las actuales perspectivas sociológicas -de inspiración durkheimiana- que,

modificando el punto de partida del análisis, no comienzan con el estudio de este o aquel

objeto considerado como “popular”, sino que primero se interrogan por la génesis de la

noción que clasifica los objetos sobre los cuales recae la designación de “popular”.

Para ello parece aconsejable en nuestro caso comenzar con una reflexión previa sobre las

condiciones históricas de constitución de esa forma de designación que llamamos la “cultura

popular”, pues tenemos la idea de que una genealogía de la noción puede arrojar muchísimas

luces sobre un conjunto de representaciones que son inseparables de las propias formas bajo

las cuales se piensa y es pensada la llamada “cultura popular”.

Por esa vía podemos comenzar a acercarnos no sólo a la génesis de una forma básica de

clasificación social, sino a un tipo de representación de la cultura popular en Colombia que,

creada hace más de medio siglo, sigue siendo parte esencial de nuestro “inconsciente cultural”,

como lo prueba una pequeña sesión solemne de colegio de barrio pobre, los trabajos

divulgativos de una programadora de televisión como Audiovisuales, o buena parte de la

programación de Señal Colombia -la cadena oficial de televisión-, para no hablar de esa

mezcla de aspiraciones políticas mal contenidas y representación folclórica de la cultura que

constituyó la “solemne celebración” con que inició tareas hace unos meses el nuevo Ministerio

de la Cultura, y en donde algunos de los más reconocidos intelectuales, escritores y artistas del

país tuvieron ocasión de encuentro con sus jefes

...

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