Regiones De Italia
lobonegro199329 de Octubre de 2014
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Historia de Italia
Entre los años 2000 y 1000 a.C. la península italiana recibió el aporte de pueblos indoeuropeos provenientes de Europa Central. En ese período se desarrollaron dos áreas culturales homogéneas: una en la parte septentrional, que se caracterizó por la construcción de palafitos y la incineración de los restos mortuorios, y otra en la zona meridional, que se abrió a las influencias de las civilizaciones mediterráneas. A fines del segundo milenio a.C. fuertes corrientes migratorias debilitaron la cultura septentrional y fragmentaron a la meridional. Surgió una multiplicidad de culturas regionales (latina, ligur, véneta, villanoviana e ilírica entre otras). La fundación de colonias griegas a partir del siglo VIII a.C. se convirtió en un elemento culturalmente significativo. Por su parte las ciudades de Sicilia, originariamente poblada por los pueblos sicanos, sículos y elimios, y Cagliari, en Cerdeña, fueron fundadas por los fenicios.
Al desintegrarse el Imperio Hitita, los etruscos se establecieron al norte del río Tíber por el año 900 a.C. Su influencia se extendió por el valle del río Po hasta fines del siglo VI, cuando la presión de los celtas logró quebrar la unidad territorial de sus dominios.
Según la leyenda, en el año 753 a.C. Rómulo fundó la ciudad de Roma y durante el octavo siglo las colonias de las colinas Palatina, Esquilina, Quirinal y Capitolina comenzaron un proceso de unión, que tenía un lugar común de encuentro: el foro. La primera forma de gobierno fue una monarquía electiva –y no hereditaria– limitada por un Senado y una asamblea de los clanes, encargada de otorgar el imperium o mandato.
Existían dos clases sociales: los patricios, que podían integrar el Senado y los plebeyos, que debían unirse para defenderse de los abusos de los grandes propietarios de tierras.
Con el Rey Tarquino Prisco (616-578), Roma entró en la Liga Latina. La pobreza de los plebeyos y el sistema de esclavitud por deudas llevó a que en el año 509 se expulsara a los reyes. En el siglo V se promulgaron las doce tablas de la ley, válidas también para los plebeyos. Tras violentas luchas, éstos lograron incluir sus derechos en las disposiciones legales.
Las Guerras Púnicas contra Cartago (siglo III) permitieron a Roma, otra vez, expandir sus posesiones y a comienzos del siglo II, tras desplazar a los macedonios, se hizo protectora de Grecia. En pocos años, Asia Menor, el noreste de la Galia, España, Macedonia y Cartago (con el norte de África) cayeron en manos romanas.
A fines del siglo II, los tribunos Tiberio y Cayo Graco fueron asesinados por los nobles –junto con 3 mil de sus seguidores– por favorecer a los plebeyos. Octavio se consolidó como primer emperador en el año 27 a.C., iniciando un largo período de paz.
El Imperio, que nació dominando tierras desde el río Rhin en Germania hasta el norte de África, abarcaba además toda la península ibérica y los actuales territorios de Francia, Gran Bretaña, Europa Central y Oriente Medio hasta Armenia. Su expansión duró hasta comienzos del siglo II, cuando los disturbios internos volvieron a sumir a Roma en el caos.
En el año 330 el emperador Constantino trasladó la capital del Imperio hacia Bizancio –llamada Nueva Roma–, se convirtió al cristianismo, prohibió las crucifixiones y defendió las fronteras contra los francos, alemanes y godos. A la muerte de Teodosio (año 395), el Imperio se dividió en el de Occidente y el de Oriente.
El final del siglo V se caracterizó por las invasiones mongolas y de otras tribus del norte y las luchas de Bizancio por recuperar los territorios perdidos. A mediados del siglo VI, Italia volvió a ser una provincia, pero los lombardos, dirigidos por sus jefes militares llamados duces, conquistaron el norte de la península.
Desde el traslado de la capital imperial a Bizancio, los obispos romanos se presentaron como una alternativa de poder en la ciudad. Cuando los reyes lombardos empezaron a defender el cristianismo por las armas, contra los enemigos de la ciudad, los obispos –ya denominados papas– abandonaron la alianza, para mantener su poder temporal.
En el año 754 el Papa Esteban II pidió ayuda a Pipino el Breve y en reciprocidad lo coronó rey de los francos. Luego de derrotar a los lombardos, Pipino entregó al Papa el centro de la península. Carlomagno, hijo de Pipino, fue coronado Rey y Emperador de Roma en el año 800, pero las invasiones musulmanas de mitad de siglo dejaron a la región nuevamente sin gobierno.
Entre los siglos IX y X, la iglesia formó los Estados Pontificios en la zona central, Roma inclusive. La falta de un poder central favoreció, a partir del siglo XII, el autogobierno de varias ciudades que, con el gran desarrollo del comercio, la manufactura y el artesanado, desafiaron a las autoridades de un imperio que era meramente nominal.
Cuando la lucha entre los güelfos –partidarios del papado– y los gibelinos –defensores del imperio– se extendió, el Papa Inocencio VI decidió refugiarse en Avignon (siglo XIV). La prosperidad y estabilidad de ciudades como Venecia, Génova, Florencia y Milán, produjo, dos siglos después, el movimiento intelectual y artístico del Renacimiento.
A comienzos del siglo XVI la península fue atacada por franceses, españoles y austríacos, que se disputaban Italia. En 1794 Napoleón Bonaparte entró en el país y expulsó a los austríacos. Cuatro años después ocupó Roma y creó la República Romana y la República Partenopea en Nápoles. Sólo dos estados italianos quedaron fuera de la dominación napoleónica: Sicilia y Cerdeña, donde gobernaba Víctor Manuel I. El emperador francés abolió el poder temporal de los papas y deportó a Pío VII a Savona.
Después de la caída de Napoleón, en 1814, el Congreso de Viena (1815) restauró la situación pre-napoleónica, reincorporó Génova a Saboya y la zona del Véneto y Lombardía a Austria. La lucha por la independencia italiana recibió un nuevo impulso. En 1852 Víctor Manuel II (de Saboya) nombró a Camillo Benso Di Cavour presidente del consejo de ministros. Artífice de la unificación, Cavour logró que el reino sardo-piamontés se convirtiera en el Reino de Italia, del que sólo Roma y el Véneto quedaron excluidos. En 1870 los italianos invadieron Roma y ante la negativa del Papa Pío IX a entregar el poder temporal, lo confinaron en el Vaticano, donde sus sucesores permanecieron hasta 1929. El Rey Humberto I firmó la Triple Alianza con Austria-Hungría y Alemania en 1878 y comenzó la conquista colonial de Eritrea y Somalía en África.
Al influjo de los sucesos de la Comuna de París, en 1872 se formó la primera organización socialista de Italia, que en 1892 dio origen al Partido Socialista (PSI). La industrialización –principalmente textil– que se desarrolló en esos años le facilitó la inserción en el norte del país, pero no logró los mismos resultados en el sur agrícola y relativamente más atrasado. La encíclica Rerum Novarum (1891) orientó a los católicos hacia la militancia sindical.
Al estallar la Primera Guerra Mundial, en 1914, Italia se mantuvo neutral, pero ante las presiones de sectores nacionalistas y de izquierda, terminó declarando la guerra a sus viejos aliados de la Triple Alianza.
Al finalizar la guerra, Benito Mussolini –expulsado del PSI por haber apoyado el ingreso a la guerra– canalizó el resentimiento por los insuficientes resultados de la contienda, con una mezcla de nacionalismo y pragmatismo.
En 1921 una escisión encabezada por Amadeo Bordiga y Antonio Gramsci formó el Partido Comunista (PCI), dejando al PSI sin su ala más radical.
Tras sucesivas crisis de gobierno y luego de una impresionante marcha sobre Roma, Víctor Manuel III ofreció el gobierno a Mussolini. Una reforma electoral le otorgó mayoría al Partido Fascista, maniobra que denunció el dirigente socialista Giácomo Matteotti, a quien asesinaron, en 1924, adictos al Duce (Mussolini). Una nueva Constitución implantó la censura de prensa y en 1929 se firmó el Pacto de Letrán con el Vaticano, por el cual se restablecía el poder temporal de los papas, con lo que el gobierno ganó apoyo entre los católicos.
La política internacional de Mussolini se dirigió casi exclusivamente a la conquista de colonias. En 1936 Italia invadió Etiopía y un año después se constituía el Imperio Italiano de África Oriental. Durante la Guerra Civil Española se estrecharon los lazos con la Alemania hitleriana conformando el eje Roma-Berlín. En abril de 1939 las tropas italianas tomaron Albania.
En junio de 1940 Italia declaró la guerra a Gran Bretaña y a Francia, y en octubre invadió Grecia. Los fracasos militares en el norte de África y Grecia llevaron a Alemania a correr en su auxilio. Los aliados invadieron Sicilia en julio de 1943 y muy pocos días después el Gran Consejo Fascista pidió al rey que reasumiese sus poderes. Humberto I destituyó e hizo encarcelar a Mussolini y nombró primer ministro a Pietro Badoglio. Cuando Bodoglio concertó un armisticio con los aliados, los alemanes invadieron la península y rescataron a Mussolini. El Duce fundó entonces la República Social Italiana (en Saló), donde actuó como títere de los alemanes hasta que en abril de 1945 fue capturado y ejecutado por resistentes comunistas. Los resistentes, conocidos como partisanos –entre los que también había democristianos, socialistas, republicanos, radicales y liberales– jugaron un papel crucial en la caída del fascismo, especialmente entre 1943 y el final de la guerra.
Al final de la guerra, 444 mil italianos murieron –incluyendo de 280 mil civiles– y se perdieron todas las colonias. El rey traspasó el poder a su hijo
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