Venezuela Contemporanea
carmenreyesss7 de Marzo de 2014
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Venezuela contemporanea
Claro está que, aunque la crisis apareciera de forma brusca, tuvo unos antecedentes a los que luego se remitieron los especialistas para explicarla. La situación de desorden del sistema monetario internacional, aun sin ser la causa determinante de la crisis, contribuyó sin duda a ella. El desorden estaba causado por la caída del dólar, provocada por la decisión tomada por el presidente Nixon, sin ninguna consulta previa, de desligar el dólar del patrón oro en agosto de 1971. Como es sabido, lo hizo como consecuencia de la difícil situación de la economía norteamericana durante la Guerra de Vietnam. El déficit de la balanza de pagos creció en este país y también la liquidez internacional producida por la exportación del petróleo. Las principales monedas del mundo flotaron, en un marco de creciente inestabilidad.
Pero lo decisivo fue la sorpresa causada por los sucesivos choques por la elevación de precio de los productos petrolíferos. Ya la Revolución libia produjo un problema inicial, pero fue la Guerra del Yom Kippur y la caída del sha de Irán, todos ellos acontecimientos políticos, quienes tuvieron unos resultados más espectaculares sobre el precio del crudo. En 1971, todavía el precio del petróleo era negociado por las grandes compañías petrolíferas: siete de ellas dominaban el 80% de la producción mundial. Pero en 1973 ya no era así. Entre 1960 y 1971, el petróleo había permanecido estable en el precio y en la práctica había podido perder el 20% de su valor. Al mismo tiempo, su consumo había crecido de forma considerable hasta configurarse como la fuente de energía fundamental. Así se demuestra por el crecimiento del porcentaje del petróleo en el consumo total de energía. En 1950, representaba el 37.8% frente al 55.7% del carbón; en 1972, en cambio, el petróleo y el gas representaban el 64.4% del total.
En suma, puede decirse que la parte correspondiente al petróleo en el consumo de energía pasó de ser un tercio a dos tercios, en un momento en que el consumo anual de energía se triplicaba cada año. De este modo, las reservas petrolíferas descubiertas cada año eran inferiores al consumo anual. Por otra parte, los grandes países industrializados, a excepción de Estados Unidos y la URSS, eran grandes consumidores de energía pero no la producían. Gran Bretaña y Noruega empezaron a producirla con ocasión de la crisis, gracias al descubrimiento de nuevos yacimientos en el Mar del Norte.
Un factor decisivo en el panorama de los precios de la energía fue el hecho de que las grandes compañías explotadoras fueron nacionalizadas. En 1971, Argelia anunció, por boca de su presidente Huari Bumedian, la nacionalización de la industria petrolífera, hasta entonces francesa, en un 51%; en septiembre de 1973, Libia hizo lo propio. Incluso en un Estado tan conservador como Arabia Saudí sucedió lo mismo gracias a la constitución de Aramco en 1979. Durante el año 1972, otros países productores de materias primas intentaron presionar sobre los consumidores elevando los precios, por lo que se puede decir que había antecedentes del estallido que más adelante se produjo. Fue el petróleo, sin embargo, la única materia prima que influyó en la economía mundial.
La política internacional contribuyó de forma poderosísima a multiplicar el efecto de una tendencia así esbozada. El 16 de octubre de 1973, en un momento en que todavía la Guerra árabe-israelí no estaba concluida, los países de la OPEP tomaron la decisión de que el precio del barril del petróleo pasara de tres dólares a cinco. Al día siguiente, esos mismos países decidieron establecer un sistema de embargo para aquellos que parecían apoyar por completo a Israel como, por ejemplo, Estados Unidos y Holanda. En la práctica, estos embargos duraron muy pocos meses, acabando por ser levantados completamente en el verano de 1974. También los países de la OPEP optaron por reducir la producción entre un 15 y un 20% y, a continuación, hacerlo en un 5% al mes hasta que Israel abandonara los territorios ocupados.
Pero este sistema de limitación de la producción, que, en parte, se justificaba con la afirmación de que las reservas estaban agotándose acabó por dañar a los propios países productores, no correspondía a peligro tan acuciante y fue finalmente abandonado. Pero lo que no se detuvo fue la elevación del precio del petróleo. En diciembre de 1973, los países de la OPEP decidieron elevar al precio del barril de petróleo a casi doce dólares; se había cuadruplicado en el transcurso de tres meses.
No se detendría ahí el proceso. Llama especialmente la atención la persistencia unida a la brusquedad de los incrementos en el precio del petróleo, que se multiplicó por cinco en 1973-1974 y luego creció el 150% en 1979-1980. Aparte del efecto de la demanda creciente, el nuevo choque petrolífero de finales de los setenta estuvo motivado por la fuerte inestabilidad en la región que producía la mayor parte de petróleo consumido por el mundo y cuyo flujo principal procedía del cuello de botella del estrecho de Ormuz. La revolución blanca del sha, la posterior revolución iraníy la Guerra entre Irán e Iraq fueron factores que contribuyeron de forma decisiva a que el precio del petróleo alcanzara a fines de 1981 los 34 dólares por barril. Con respecto a 1973, se había incrementado en más de diez veces.
El impacto de este incremento del precio resultó variable según las latitudes, pero siempre fue grave, hasta el extremo de que bien se puede decir que remodeló la fisonomía económica del planeta. Europa y Japón dependían en mucha mayor medida de las importaciones que los Estados Unidos: la factura petrolífera pasó en las economías del Viejo Continente del 1.5% del producto nacional al 5%, cuando el volumen total del petróleo consumido había disminuido. La inflación, que hasta el momento era de un 4-5% anual, ahora se multiplicó hasta niveles inesperados y se hizo habitual que alcanzara los dos dígitos: en Gran Bretaña y en Italia, por razones diversas, el problema fue especialmente agudo. Todas las economías de los países industrializados debieron recurrir a planes de austeridad que, de forma inevitable, produjeron una disminución del consumo y una rebaja del nivel de vida.
A lo largo del año 1975, el crecimiento del PIB fue negativo en Estados Unidos (-0.7%), Gran Bretaña (-1.6%) y Alemania (-1.6%); los únicos países que crecieron lo hicieron en cantidades prácticamente inapreciables y, en ocasiones, por no haberse enfrentado todavía a la crisis. Las empresas tuvieron dificultades crecientes y el paro se incrementó. La recesión quedó confirmada como un fenómeno inevitable y se combinó con una cierta inflación de un modo un tanto inesperado en comparación con lo que había sido habitual hasta el momento.
En efecto, desde 1958 la inflación mundial había ido creciendo en un 2% anual y entre 1969 y 1972 lo hizo el 5%. Se había asociado en el pasado con una realidad inevitable para conseguir el pleno empleo, pero ahora apareció un fenómeno nuevo, la stagflation, es decir, la disminución del crecimiento convertido en compatible con el alza de los precios. Ha llegado, pues, el tiempo de la inflación de dos dígitos al mismo tiempo que la producción industrial disminuía su crecimiento en un 10-20% como mínimo. Además, con el transcurso del tiempo desapareció la sensación de que se podía salir de la crisis. Claro está que al mismo tiempo ésta no produjo una sensación de hundimiento semejante a la que tuvo lugar en los años treinta. Pero los tiempos de un crecimiento al ritmo de los años cincuenta y sesenta no se reprodujeron de nuevo, por más que con el paso del tiempo se alejara el fantasma de la crisis.
El aspecto en el que fue más manifiesta la crisis en todo el mundo fue el referido a la tasa de paro, que sobrepasó en los países de la OCDE el 5% en 1974-5 y en 1980-2 llegó al 10%. También las ganancias en la productividad se redujeron a partir de 1974. Tampoco en este caso las cifras del paro tenían nada que ver con el 20-30% de parados en los países industrializados en los años treinta. Se ha podido hablar de la aparición de una crisis de fondo en el trabajo en una onda de veinticinco años, al menos, de duración. A partir de mediados de los años ochenta, casi el 30% de los puestos de trabajo industriales desaparecidos no habían sido reemplazados por otros semejantes. Claro está que en este proceso había también un factor de progreso. Hubo, a partir del momento de la crisis, un doble fenómeno de industrialización del terciario y terciarización de la industria. El canciller alemán Helmut Schmidt llegó a la conclusión de que en el final de siglo, Europa no tendría más lugares de trabajo que oficinas, laboratorios y salas de visitas.
Pero es necesario hacer también mención del impacto que la crisis tuvo sobre los países subdesarrollados. Mucho más frágiles, en la práctica, no obstante, el destino de los países del Tercer Mundo después de la elevación del precio del petróleo fue muy variado. Una parte de ellos inició a partir de este momento un proceso de industrialización: éste fue el caso de Arabia Saudita, cuyo PIB se incrementó en un 250% en el transcurso de tan sólo el período 1973-1974. Claro está que los países productores de petróleo no se mantuvieron unidos. Frente a los que, como Irán y Libia, trataron de aprovechar al máximo el incremento en los productos petrolíferos, otros, como Arabia, actuaron con mayor prudencia de cara al impacto que sus medidas podían tener en los países desarrollados de Occidente. Pero los países pobres, carentes de petróleo, vieron cómo su situación se agravó todavía más, lo que alcanzó niveles especialmente dramáticos
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