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Didactica

itzzia13 de Enero de 2012

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2. El grado en que el patrimonio heredado es parroquial

La afirmación de universalidad, con más o menos calificaciones -relevancia universal, aplicabilidad universal, validez universal-, no puede faltar en la justificación de las disciplinas académicas: es parte de los requisitos para su institucionalización.

La justificación puede hacerse sobre bases morales, prácticas, estéticas, políticas, o alguna combinación de todas ellas, pero todo el conocimiento institucionalizado avanza sobre la premisa de que las lecciones del caso presente tienen importancia para el próximo caso y que la lista de casos potenciales es, para cualquier fin práctico, interminable.

Por supuesto que las afirmaciones de este tipo rara vez convencen de una vez y para siempre. Las tres divisiones principales del conocimiento contemporáneo (humanidades, ciencias naturales y ciencias sociales).

Así como las disciplinas que se consideran componentes de cada una de ellas, han luchado continuamente en una serie de frentes diferentes -intelectual, ideológico y político-para mantener sus distintas afirmaciones de universalidad Esto se debe a que todas esas afirmaciones son desde luego históricamente específicas, concebibles únicamente desde dentro de determinado sistema social, impuesto siempre por medio de instituciones y prácticas históricas y, en consecuencia, perecedero.

El universalismo de cualquier disciplina -o de grandes grupos de disciplinas- se basa en una mezcla particular y cambiante de afirmaciones intelectuales y prácticas sociales. Esas afirmaciones y prácticas se alimentan mutuamente y son reforzadas a su vez por la reproducción institucional de la disciplina o división.

El cambio en la mayoría de los casos adopta la forma de adaptación, una afinación continua, tanto de las lecciones universales supuestamente transmitidas, como de los modos de esa transmisión.

Históricamente esto significa que una vez institucionalizada una disciplina sus afirmaciones universalistas son difíciles de desafiar con éxito, independientemente de cuál sea su plausibilidad intelectual presente.

La expectativa de universalidad, por muy sincera que sea su persecución, no ha sido satisfecha hasta ahora en el desarrollo histórico de las ciencias sociales.

En los últimos años los críticos han denunciado severamente los fracasos y las inadecuaciones de las ciencias sociales en esa búsqueda.

Las críticas más extremas han insinuado que la universalidad es un objetivo inalcanzable, pero la mayoría de los científicos sociales todavía cree que es un objetivo plausible y digno de perseguir a pesar de que hasta ahora las ciencias sociales han sido parroquiales en un grado inaceptable.

Algunos podrían argumentar que las críticas recientemente formuladas por grupos antes excluidos, incluso del mundo de la ciencia social, están creando las condiciones que harán posible el verdadero universalismo.

En muchas formas los problemas más severos han sido los relacionados con las tres ciencias sociales nomotéticas. Al tomar como modelo a las ciencias naturales, alimentaron tres tipos de expectativas que han resultado imposibles de cumplir tal como se había anunciado en forma universalista: una expectativa de predicción, y una expectativa de administración, ambas basadas a su vez en una expectativa de exactitud cuantificable.

A veces se pensaba que los puntos más debatidos en el campo de las humanidades estaban relacionados con las preferencias subjetivas del investigador, pero las ciencias sociales nomotéticas se construyeron sobre la premisa de que las realizaciones sociales se pueden medir y que es posible el acuerdo universal sobre las medidas mismas.

Ahora podemos ver retrospectivamente que la apuesta a que las ciencias sociales nomotéticas eran capaces de producir conocimiento universal era realmente muy arriesgada. Porque a diferencia del mundo natural definido por las ciencias naturales, el dominio de las ciencias sociales no sólo es un dominio en que el oi:>jeto de estudio incluye a los propios investigadores sino que es un dominio en el que las personas estudiadas pueden dialogar o discutir en varias formas con esos investigadores. Las cuestiones debatidas en las ciencias naturales normalmente se resuelven sin necesidad de recurrir a las opiniones del objeto de estudio.

En cambio la gente (o los descendientes de la gente) estudiada por los científicos sociales ha ido entrando cada vez más en la discusión, por voluntad de los investigadores o no, e incluso en muchos casos en contra de éstos. Esa intrusión ha ido adoptando cada vez más la forma de un desafío contra las pretensiones universalistas. Voces disidentes -especialmente (pero no únicamente) feministas- cuestionaron la capacidad de las ciencias sociales para explicar la realidad de ellas. Parecían decir a los investigadores: "Es posible que tu análisis sea apropiado para tu grupo. Pero simplemente no encaja con mi caso." O bien los disidentes, en un cuestionamiento aún más amplio, enfrentaban el propio principio de universalidad alegando que lo que las ciencias sociales presentaban como aplicable al mundo entero en realidad representaba sólo las opiniones de una pequeña minoría de la humanidad.

Además sostenían que las opiniones de esa minoría habían llegado a dominar el mundo del conocimiento simplemente porque esa minoría también dominaba el mundo fuera de las universidades.

El escepticismo acerca de las virtudes de las ciencias sociales como interpretaciones no tendenciosas del mundo humano fue anterior a su institucionalización y apareció en las obras de intelectuales occidentales prominentes desde Herder y Rousseau hasta Marx y Weber. En muchas formas, las actuales denuncias de esas disciplinas como eurocéntricas/machistas/ burguesas en cierta medida son una mera repetición de críticas anteriores, tanto implícitas como explícitas, formuladas por practicantes de la disciplina y por personas ajenas a ella, pero antes esas críticas habían sido, en gran parte, ignoradas.

El hecho de que las ciencias sociales construidas en Europa y Estados Unidos durante el siglo XIX fueran eurocéntricas no debe asombrar a nadie. El mundo europeo de la época se sentía culturalmente triunfante y en muchos aspectos lo era. Europa había conquistado el mundo tanto política como económicamente, sus realizaciones tecnológicas fueron un elemento esencial de esa conquista y parecía lógico adscribir la tecnología superior a una ciencia superior y a una superior visión del mundo. Parecía plausible identificar el éxito de Europa con el impulso hacia el progreso universal. El periodo entre 1914 y 1945 fue de shock, pues parecía desmentir las afirmaciones occidentales de progreso moral, pero en 1946 el mundo occidental cobró nuevos ánimos. El desafío a la universalidad cultural de las ideas occidentales sólo empezó a ser tomado en serio cuando el dominio político de Occidente enfrentó los primeros desafíos significativos después de 1945, y cuando el Asia Oriental llegó a ser una nueva sede de actividad económica sumamente fuerte en la década de 1970.

Además ese desafío no provenía únicamente de los que se sentían excluidos de los análisis de las ciencias sociales sino que se originaba también dentro de las

ciencias sociales occidentales. Las dudas de Occidente sobre sí mismo, que antes sólo existían en una pequeña minoría, ahora eran mucho mayores.

Es pues en el contexto de cambios en la distribución del poder en el mundo cuando llegó al primer plano el problema del parroquialismo cultural de las ciencias sociales tal como se habían desarrollado históricamente. Representaba el correlato civilizatorio de la pérdida del dominio político y económico indiscutido de Occidente en el mundo. Sin embargo la cuestión civilizatoria no adoptó la forma de un conflicto directo: las actitudes eran profundamente ambiguas y los estudiosos, tanto occidentales como no occidentales, nunca formaron grupos con posiciones

unificadas en torno a la cuestión (posiciones opuestas a Jortion a las de otro grupo). Organizacionalmente, los vínculos entre ellos eran complejos.

Muchos estudiosos no occidentales habían estudiado en universidades occidentales y muchos más se sentían comprometidos con epistemologías. Metodologías y teorizaciones asociadas con estudiosos occidentales.

Por el contrario, había algunos científicos occidentales, desde luego muy pocos, que conocían profundamente el pensamiento actual de los científicos sociales no occidentales y habían recibido profundas influencias de ellos.

En conjunto, en el periodo 1945-1970 las opiniones científico•sociales predominantes en Europa y Estados Unidos siguieron siendo dominantes también

en el mundo no occidental. En realidad, en ese periodo las ciencias sociales académicas tuvieron un crecimiento considerable en el mundo no occidental, a menudo bajo la éjida o con la ayuda de instituciones occidentales que predicaban la aceptación de las disciplinas desarrolladas por ellas en Occidente como universalmente normativas. Los científicos sociales tienen misiones, igual que los líderes políticos o religiosos; buscan la aceptación universal de determinadas prácticas en la creencia de que eso maximiza la posibilidad de alcanzar ciertos fines, tales como conocer la verdad. Bajo la bandera de la universalidad la ciencia intenta definir las formas de conocimiento que son científicamente legítimas y las que quedan fuera de la aceptabilidad. Dado que las

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