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Ensayo Rosario Tijeras


Enviado por   •  2 de Mayo de 2013  •  1.168 Palabras (5 Páginas)  •  1.291 Visitas

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Rosario Tijeras

La literatura colombiana, generalmente ausente del acontecer social y como producto mediocre de una cultura dominada y dependiente -salvo unas cuantas excepciones-, no pudo marginarse del movimiento sísmico de la Violencia. Esta se le impone y la impacta aunque de una manera desigual y ambigua. En una primera etapa, la literatura sigue paso a paso los hechos históricos. Toma el rumbo de la violencia y se pierde en el laberinto de muertos y de escenas absolutamente de la historia. Pero poco a poco, a medida que la violencia adquiere una coloración distinta al azul y rojo de los bandos iniciales en pugna, los escritores van comprendiendo que el objetivo no son los muertos, sino los vivos, que no son las muchas formas de generar la muerte (tanatomanía), sino el pánico que consume a las víctimas. Lentamente, los escritores se despojan de los estereotipos, del anecdotismo, superan el maniqueísmo y tornan hacia una reflexión más crítica de los hechos, vislumbrando una nueva opción estética y, en consecuencia, una nueva manera de aprehender la realidad.

Los jóvenes sicarios pasaron de una contracultura juvenil inconforme con su exclusión por parte de la sociedad y el Estado, a una subcultura cuyos miembros comparten las tendencias religiosas, lingüísticas y consumistas de los narcotraficantes, conformando un híbrido de creencias, prácticas y estilos de vida que oscilan entre la cultura rural y la urbana, entre lo viejo y lo moderno

La condición común era el fatalismo absoluto. Sabían que iban a morir jóvenes, lo aceptaban, y sólo les importaba vivir el momento. Las disculpas que se daban a sí mismos por su oficio abominable era ayudar a su familia, comprar buena ropa, tener motocicletas, y velar por la felicidad de la madre, que adoraban por encima de todo y por la cual estaban dispuestos a morir. Vivían aferrados al mismo Divino Niño y la misma María Auxiliadora de sus secuestrados. Les rezaban a diario para implorar su protección y su misericordia, con una devoción pervertida, pues les ofrecían mandas y sacrificios para que los ayudaran en el éxito de sus crímenes. Después de su devoción por los santos, tenían la del Rovignol, un tranquilizante que les permitía cometer en la vida real las proezas del cine.

La razón de ser de Rosario es la violencia. Antes de disparar a sus víctimas a quemarropa las besa, como le enseñó Ferney, igual que después harán con ella. Para Rosario “la guerra era el éxtasis, la realización de un sueño, la detonación de los instintos” (p. 64). Durante una temporada flirtea con el satanismo: explica que busca ayuda con los buenos y con los malos. Se imagina la muerte como una puta “de minifalda, tacones rojos y manga sisa” (p. 67), parecida a ella misma; de hecho, según confiesa Emilio a Antonio, sus besos saben como a muerto. Rosario Tijeras se convierte en un ídolo en las comunas de Medellín: “Su historia adquirió la misma proporción de realidad y ficción que la de sus jefes”

La novela reconstruye –a través de los recuerdos del narrador, Antonio– (parte de) la breve vida de Rosario Tijeras, figura trágica y simbólica de mujer dominadora, hermosa, cruel e imprevisible que ha logrado abandonar el submundo de los desheredados para ingresar en las falanges de los “duros de los duros” (se ignora si el ingreso tiene como contrapartida el ejercicio de sicario o de «narco amante», y si el sórdido mundo de los barones del narcotráfico y del terrorismo pone en peligro su vida

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