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LABERINTO DE LA SOLEDAD


Enviado por   •  19 de Mayo de 2020  •  Ensayos  •  4.544 Palabras (19 Páginas)  •  286 Visitas

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EL LABERINTO DE LA SOLEDAD

De Octavio Paz

“El laberinto de la Soledad” libro escrito por el escritor Octavio Paz,  fue publicado por primera vez en el año de 1950, el cual consta de 8 capítulos y un apéndice, mismos que conforman una intensa reflexión de su autor sobre la hábitat y estructura del mexicano actual, concebido por Paz como el resultado de un largo proceso de mestizaje, que le proporcionan medios psicológicas, morales, culturales e históricas particulares.

CAPITULO I: EL PACHUCO Y OTROS EXTREMOS

En este primer ensayo el autor Octavio Paz, realiza un análisis entre el lapso de la adolescencia y los contextos que hacen a nuestro país comenzar a advertirse a sí mismo; así como el adolescente no puede desconocerse –pues apenas lo consigue deja de serlo- los mexicanos no podemos sustraernos a la sociedad de interrogarnos y contemplarlos, esto no quiere decir que el mexicano sea por naturaleza crítico, sino que atraviesa una etapa reflexiva.

El escritor narra un lapso de su vida, cuando se estableció por un tiempo en Los Ángeles, California, y toma de modelo al  personaje del pachuco para relatarnos como se singularizan los mexicanos dentro de la sociedad estadounidense, expone detalladamente: el sentimiento de soledad, de inferioridad, su comportamiento social, su vestimenta (moda), su conducta retadora.

La alteración del norteamericano procede según el autor, en que observa al pachuco como un ser mítico y por consecuencia amenazador, provocándolo, y es así como ingresa a la sociedad norteamericana, misma que lo rechazaba, ahora el pachuco se lanza al exterior pero no para fundirse con lo que lo rodea, sino para retarlo.  

CAPITULO II: MASCARAS MEXICANAS

En el segundo capítulo  Paz comenta que los mexicanos utilizan mascaras para diferentes situaciones y lugares; estigmatiza a los hombres en la sociedad mexicana,  habla de la hombría y los tacha de machistas, los cuales tratan de imponer  su rudeza ante cualquier situación, mencionando que un hombre se puede doblegar pero en absoluto  deberá “rajarse”.

A las mujeres las detalla como seres inferiores, porque al entregarse se abren.  Su inferioridad es constitucional y reside en su sexo, en su “rajada”, herida que jamás cicatriza, en casi todos los pueblos, los mexicanos consideran a la mujer como un instrumento, un ser oscuro, secreto y pasivo, sin embargo no se le atribuyen malos instintos, se pretende que ni siquiera los tiene.

La mujer mexicana, es un emblema que personifica la estabilidad y la continuidad de la raza y cuando es madre, todos la cuidan para que nadie “le falte al respeto”, noción universal, sin duda, pero que en México se lleva hasta sus últimas consecuencias.

Todas estas acciones confirman el carácter cerrado de nuestras reacciones frente al mundo o a nuestros semejantes, pero no basta por eso simulamos, mentimos.

Nuestras mentiras reflejan simultáneamente, nuestras carencias y nuestros apetitos, lo que no somos y lo que deseamos ser.  Simular es inventar o, mejor aparentar y así eludir nuestra condición.

El mexicano tiene tanto horror a las apariencias, como amor le profesan sus demagogos dirigentes.  Por eso se disimula su propio existir hasta confundirse con los objetos que lo rodean.  Y así, por miedo a las apariencias, se vuelve solo Apariencia, un disfraz para pasar inadvertidos, una máscara para ocultar nuestro ser.

 CAPITULO III: TODOS SANTOS, DÍA DE MUERTOS

Este capítulo describe a México, como un pueblo ritual, ya que atesoramos un calendario saturado de fiestas, por lo que festejamos todas y cada una de las ellas, en ningún país festejan con esa pasión, que se ve desde los arreglos con colores llamativos, las danzas, los fuegos artificiales, ceremonias, trajes inusitados, la comida clásica mexicana.

Curiosamente los países de primer mundo no tienen celebraciones de esta naturaleza,  se podría decir que la miseria económica de los mexicanos puede medirse por la cantidad y el lujo de sus fiestas (tradiciones).

Los indígenas conceptuaban que la vida se extendía con la llegada de la muerte, eso antes de la arribo de los españoles a México, por eso uno de los festejos más importantes para los mexicanos es el día dos de noviembre “día de los muertos”.

CAPITULO VI: LOS HIJOS DE LA MALINCHE

En este capítulo se habla de la economía del mexicano a través de su trabajo, un régimen financiero donde la condición humana es reducida hasta sus últimas consecuencias. El sujeto se vuelve obrero y este se vuelve un número más en la estadística del trabajo.

También menciona a la mujer, otro de los seres que viven aparte, también es figura enigmática. Mejor dicho, es el Enigma. A semejanza del hombre de raza o nacionalidad extraña, incita y repele. Es la imagen de la fecundidad, pero asimismo de la muerte. En casi todas las culturas las diosas de la creación son también deidades de destrucción.

Una frase que nos viene a la boca cuando la cólera, la alegría o el entusiasmo nos llevan a exaltar nuestra condición de mexicanos: ¡Viva México, hijos de la Chingada!

¿Quién es la Chingada? Ante todo, es la Madre. No una Madre de carne y hueso, sino una figura mítica. La Chingada es una de las representaciones mexicanas de la Maternidad, como la Llorona o la "sufrida madre mexicana" que festejamos el diez de mayo. La Chingada es la madre que ha sufrido, metafórica o realmente, la acción corrosiva e infamante implícita en el verbo que le da nombre. Vale la pena detenerse en el significado de esta voz.

La Chingada es la Madre abierta, violada o burlada por la fuerza. El "hijo de la Chingada" es el engendro de la violación, del rapto o de la burla. Si se compara esta expresión con la española, "hijo de puta", se advierte inmediatamente la diferencia. Para el español la deshonra consiste en ser hijo de una mujer que voluntariamente se entrega, una prostituta; para el mexicano, en ser fruto de una violación.

Si la Chingada es una representación de la Madre violada, no me parece forzado asociarla a la Conquista, que fue también una violación, no solamente en el sentido histórico, sino en la carne misma de las indias. El símbolo de la entrega es doña Malinche, la amante de Cortés. Es verdad que ella se da voluntariamente al Conquistador, pero éste, apenas deja de serle útil, la olvida. Doña Marina se ha convertido en una figura que representa a las indias, fascinadas, violadas o seducidas por los españoles. Y del mismo modo que el niño no perdona a su madre que lo abandone para ir en busca de su padre, el pueblo mexicano no perdona su traición a la Malinche. Ella encarna lo abierto, lo chingado, frente a nuestros indios, estoicos, impasibles y cerrados. Cuauhtémoc y doña Marina son así dos símbolos antagónicos y complementarios. Y si no es sorprendente el culto que todos profesamos al joven emperador —"único héroe a la altura del arte", imagen del hijo sacrificado— tampoco es extraña la maldición que pesa contra la Malinche. De ahí el éxito del adjetivo despectivo "malinchista", recientemente puesto en circulación por los periódicos para denunciar a todos los contagiados por tendencias extranjerizantes. Los malinchistas son los partidarios de que México se abra al exterior: los verdaderos hijos de la Malinche, que es la Chingada en persona. De nuevo aparece lo cerrado por oposición a lo abierto.

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