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La Cajas De Luz

SussyXD10 de Marzo de 2013

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Para Melanie

El cargo más grave que puede imputársele a Nueva Inglaterra no es el puritanismo, sino el mes de febrero.

JOSEPH W OOD K RUTCH,

The Twelve Seasons

Thaddeus

Sentados en la colina, mirábamos las llamas que desde el interior de los globos calentaban la tela de colores fosforescentes. Los niños jugaban a Predicción.

Señalaban agujeros vacíos en el cielo y aguardaban. A veces se encendían todos los globos al mismo tiempo y producían aquel efecto de paraguas nocturno sobre el pueblo que se extendía a sus pies, cuyos edificios se llenaban con la tristeza de febrero.

Dentro de poco no habrá noches como esta, me susurró Selah al oído.

Los días se enfriaron, el cielo se nubló. Sentados en la colina, mirábamos las llamas que desde el interior de los globos calentaban la tela de colores fosforescentes.

Dentro de poco no habrá noches como esta, dijo Bianca, que salió corriendo del bosque, donde vio a tres niños retorciendo la cabeza de unos búhos.

Dentro de poco no habrá noches como esta, dijeron los carniceros, dirigiéndose colina abajo.

Permanecimos allí sentados por última vez para contemplar los globos, con los colores fosforescentes grabados en nuestra mente.

Los cerdos chillaron, y en el pueblo hubo ventanas que se hicieron añicos. Un enorme hocico rosado asomó en el perfil abombado de un globo. La tela se estiró en torno a los oscuros orificios nasales hasta tensarse al máximo sin llegar a romperse.

Aun así, los niños se quedaron en fila con sus faroles en alto para ver cómo la primera nevada de febrero cubría los campos.

Selah bajó la cabeza y juntó las manos sobre su regazo. Luego miró la nuca de los niños y vio cómo el hielo les formaba nudos en el pelo.

Solo podemos rezar, susurró Selah.

Yo la miré y recordé los dientes de león metidos entre sus dientes. Me vino a la mente la imagen de un sol abrasador y un iceberg derritiéndose en sus manos juntas.

Se cogieron de las manos y formaron

multitud de corros alrededor de sus globos desinflados y humeantes. Había globos de seda de color magenta, verde hierba y azul cielo desparramados por el barro, empapados de agua bendita y quemados por las costuras.

No lo entiendo, dijo Bianca.

Yo tampoco, dijo Thaddeus.

Es cosa de este mes de febrero, dijo ella.

Puede ser, dijo Thaddeus, alzando la vista al cielo.

En el tronco de un roble se clavó un rollo de pergamino donde se exigía el final de todo aquello que volara. Todos los habitantes del lugar se congregaron ante el anuncio para leerlo. Las trompetas gimieron en el bosque. Los pájaros bajaron de las ramas. Los sacerdotes recorrieron el pueblo blandiendo hachas a diestro y siniestro. Bianca se aferró a la pierna de Thaddeus. Él la cogió por debajo de los brazos y le dijo que se abrazara a su cuello como un arbolillo. Luego echó a correr.

Al llegar frente a su casa, vieron los globos esparcidos por el suelo. Habían destrozado las barquillas a hachazos. Los sacerdotes metieron sus faroles bajo la tela de los globos.

Thaddeus, Selah, Bianca y otros del pueblo se cogieron de las manos y formaron un corro.

Febrero, dijeron una y otra vez hasta que la palabra se convirtió en un canto. Hasta que todos imaginaron un arbolillo brotando en el centro de su globo en llamas.

Los sacerdotes bajaron por la

colina y se adentraron en el pueblo, donde se detuvieron en la escuela y en la biblioteca. Allí confiscaron los libros de texto y les arrancaron las páginas en las que se hablaba de aves, máquinas voladoras, zepelines, brujas montadas en escoba, globos, cometas y criaturas míticas aladas. Estrujaron entre sus manos los aviones de papel que habían hecho los niños y lo arrojaron todo a una fosa excavada en el bosque, donde le prendieron fuego.

Los sacerdotes hundieron sus palas con puntas oxidadas en el montón de tierra y rellenaron el hoyo. Algunos de ellos notaron que les caían lágrimas por las mejillas pero no sintieron tristeza. Otros se obligaron a desentrañar de su memoria el recuerdo del viento. Clavaron un segundo rollo de pergamino al tronco de otro roble, donde se dejaba constancia de la destrucción llevada a cabo para terminar con todo aquello que poseyera la capacidad de volar. En el comunicado se advertía además a los habitantes del pueblo que no debían hablar nunca más de nada que volara.

Firmaba el aviso Febrero.

Thaddeus, Bianca y Selah pintaban

globos allí donde podían. Levantaban las tablas del suelo de madera y pintaban hileras de globos en el roble cubierto de polvo. Bianca dibujaba globos diminutos en la base de las tazas de té. Aparecían globos detrás del espejo del baño, bajo la mesa de la cocina y en la cara interior de las puertas de los armarios. Y luego Selah pintó en las manos y muñecas de Bianca un intrincado encadenado de cometas, cuyas colas le subían por los antebrazos y le daban la vuelta por los hombros.

Cuánto durará febrero, preguntó Bianca, alargando las manos hacia su madre, que estaba soplándole en los brazos.

No tengo ni idea, respondió Thaddeus mientras observaba cómo nevaba fuera a través de la ventana de la cocina.

La nieve se acumulaba en la cima de las montañas que se veían a lo lejos.

Ya está, dijo su madre. A partir de ahora tendrás que ir con manga larga. Pero nunca te olvidarás de lo que vuela. Puedes ponerte vestidos bonitos… es una opción.

Bianca se miró los brazos con detenimiento. Las cometas eran amarillas y las colas negras. El color se fundió con su piel. Un soplo de brisa le dio en la tinta fresca y pasó a través de sus cabellos.

Thaddeus

Yo tenía una cometa escondida en mi taller, donde los sacerdotes no podían encontrarla. La saqué de la caja polvorienta donde estaba guardada y, después de desplegarla, dije a Bianca que podía hacerla volar unos minutos. Traté de ver si los sacerdotes estaban en el bosque, pero solo vi búhos esquivando los copos de nieve que les caían encima.

Animé a Bianca a no desistir en su empeño de hacer despegar la cometa, pero una mano invisible volvía a empujarla al suelo. Lo intentó varias veces más, pero la cometa se venía abajo de golpe. Vi una nube en forma de mano. Pensé en Bianca y me imaginé su felicidad como ladrillos de barro.

Es febrero, dijo Bianca.

Siento que no haya funcionado, me lamenté. Podemos volver a intentarlo.

Qué sentido tiene, repuso. Es el fin de todo lo que vuela. Es febrero.

El sentido está en seguir intentándolo por el mero hecho de intentarlo, contesté.

Aquella semana salimos cada noche con la intención de hacer volar la cometa. Pero lo que sentía como una ráfaga de viento en mi piel no bastaba para elevarla en el aire. Entré en el taller, cogí unos cuantos tarros de vidrio y volví a salir para dárselos a Bianca. Luego agarré la cometa y eché a correr con todas mis fuerzas en un triste intento por hacerla despegar. Corrí como un loco, tragando aire con la boca abierta mientras oía la risa de Bianca a lo lejos. Busqué a los sacerdotes con la mirada por si los veía afilando sus hachas en el bosque y soñé con Selah y Bianca cogidas de la mano con agosto. Cargué con la cometa al hombro antes de soltarla y notar cómo se estrellaba contra el suelo a mi espalda. Entonces caí de bruces, se me llenó la boca de nieve y barro y me abrí la rodilla con una piedra.

De vuelta en lo alto de la colina, Bianca hizo girar los tarros de vidrio en el aire. Las cometas que tenía dibujadas en los brazos se movieron.

Toma, dijo, pasándome los tarros con cuidado, con unos dedos como cuerdas de cometa. Ahora están llenos. Puede que el profesor se explique lo que ocurre en el cielo. Quizá lleguemos a entender a Febrero.

Bianca

Cuando yo era muy pequeña, mi padre entró en mi habitación con un trozo de tela que, según él, un día volaría por el cielo.

Te lo enseñaré, me dijo, sentado en el borde de la cama. Luego se deslizó hacia el medio, donde yo estaba sentada con las piernas cruzadas.

A través de la ventana de mi cuarto vi que un árbol perdía una rama bajo el peso de la nieve que llevaba meses cayendo. Antes de que la rama tocara el suelo, me cayó sobre los ojos una tela amarilla de tacto sedoso que olía a aceite y agua de arroyo.

Tras oír un sonido metálico, sentí el calor de una llama cerca de mi nuca. La tela se despegó entonces de mi cara y se convirtió en una flor gigante que llegó hasta el techo y se extendió hacia los rincones del dormitorio.

Qué se siente, preguntó mi padre.

Es como estar dentro de uno de esos globos que hacen los tenderos del pueblo, respondí, de pie ya sobre la cama para intentar tocar la flor con la punta de los dedos. Es una sensación fantástica. Como de felicidad.

Se llamará globo aerostático, anunció mi padre.

En un campo de cultivo encuentran a cuatro personas de pie, con la cabeza echada hacia atrás y los brazos congelados a los costados. Tienen los ojos cerrados y la boca abierta a la fuerza y llena de nieve.

Thaddeus estaba comprando manzanas cuando

...

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