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La Llamada De Cthulhu


Enviado por   •  12 de Septiembre de 2012  •  2.664 Palabras (11 Páginas)  •  353 Visitas

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El horror en arcilla

Es imposible que tales potencias o seres hayan sobrevivido… hayan sobrevivido

a una época infinitamente remota donde… la conciencia se

manifestaba, quizá, bajo cuerpos y formas que ya hace tiempo se retiraron

ante la marea de la ascendiente humanidad… formas de las que sólo

la poesía y la leyenda han conservado un fugaz recuerdo con el nombre

de dioses, monstruos, seres míticos de toda clase y especie…

Algernon Blackwood

No hay en el mundo fortuna mayor, creo, que la incapacidad de la

mente humana para relacionar entre sí todo lo que hay en ella. Vivimos

en una isla de plácida ignorancia, rodeados por los negros mares de lo

infinito, y no es nuestro destino emprender largos viajes. Las ciencias,

que siguen sus caminos propios, no han causado mucho daño hasta ahora;

pero algún día la unión de esos disociados conocimientos nos abrirá a

la realidad, y a la endeble posición que en ella ocupamos, perspectivas

tan terribles que enloqueceremos ante la revelación, o huiremos de esa

funesta luz, refugiándonos en la seguridad y la paz de una nueva edad

de las tinieblas. Algunos teósofos han sospechado la majestuosa grandeza

del ciclo cósmico del que nuestro mundo y nuestra raza no son más

que fugaces incidentes. Han señalado extrañas supervivencias en términos

que nos helarían la sangre si no estuviesen disfrazados por un blando

optimismo. Pero no son ellos los que me han dado la fugaz visón de

esos dones prohibidos, que me estremecen cuando pienso en ellos, y me

enloquecen cuando sueño con ellos. Esa visión, como toda temible visión

de la verdad, surgió de una unión casual de elementos diversos; en este

caso, el artículo de un viejo periódico y las notas de un profesor ya fallecido.

Espero que ningún otro logre llevar a cabo esta unión; yo, por cierto,

si vivo, no añadiré voluntariamente un sólo eslabón a tan espantosa

cadena. Creo, por otra parte, que el profesor había decidido, también, no

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revelar lo que sabía, y que si no hubiese muerto repentinamente, hubiera

destruido sus notas.

Tuve por primera vez conocimiento de este asunto en el invierno de

1926-1927, a la muerte de mi tío abuelo, George Gammel Angell, profesor

honorario de lenguas semíticas de la Universidad de Brown, Povidence,

Rhode Island. El profesor Angell era una autoridad vastamente

conocida en materia de antiguas inscripciones y a él habían recurrido con

frecuencia los conservadores de los más importantes museos. Muchos

deben por lo tanto recordar su desaparición, acaecida a la edad de noventa

y dos años. Las oscuras razones de su muerte aumentaron aún más

el interés local. El profesor había muerto mientras volvía del barco de

Newport, y, según afirman los testigos, luego de recibir el empellón de

un marinero negro. Éste había surgido de uno de los curiosos y sombríos

pasajes situados en la falda abrupta de la colina que une los muelles a la

casa del muerto, en la Calle Williams. Los médicos, incapaces de descubrir

algún desorden orgánico, concluyeron, luego de un perplejo cambio

de opiniones, que la muerte debía atribuirse a una oscura lesión del corazón,

determinada por el rápido ascenso de una cuesta excesivamente empinada

para un hombre de tantos años. En ese entonces no vi ningún

motivo para disentir de ese diagnóstico, pero hoy tengo mis dudas… y

algo más que dudas.

Como heredero y ejecutor de mi tío abuelo, viudo y sin hijos, era de esperar

que yo examinara sus papeles con cierta atención. Trasladé con ese

propósito todos sus archivos y cajas a mi casa de Boston. El material ordenado

por mí será publicado en su mayor parte por la Sociedad Norteamericana

de Arqueología; pero había una caja que me pareció sumamente

enigmática, y sentí siempre repugnancia a mostrársela a otros. Estaba

cerrada, y no encontré la llave hasta que se me ocurrió examinar el llavero

que el profesor llevaba siempre consigo. Logré abrirla entonces, pero

me encontré con otro obstáculo mayor y aún más impenetrable. ¿Qué

significado podían tener ese curioso bajorrelieve de arcilla, y esas notas,

fragmentos y recortes de viejos periódicos? ¿Se había convertido mi tío,

en sus últimos años, en un devoto de las más superficiales imposturas?

Resolví buscar al excéntrico escultor que había alterado la paz mental del

anciano.

El bajorrelieve era un rectángulo tosco de dos centímetros de espesor y

de unos treinta o cuarenta centímetros cuadrados de superficie; indudablemente

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