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La Llamada De Cthulhu

AXEL9112 de Septiembre de 2012

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El horror en arcilla

Es imposible que tales potencias o seres hayan sobrevivido… hayan sobrevivido

a una época infinitamente remota donde… la conciencia se

manifestaba, quizá, bajo cuerpos y formas que ya hace tiempo se retiraron

ante la marea de la ascendiente humanidad… formas de las que sólo

la poesía y la leyenda han conservado un fugaz recuerdo con el nombre

de dioses, monstruos, seres míticos de toda clase y especie…

Algernon Blackwood

No hay en el mundo fortuna mayor, creo, que la incapacidad de la

mente humana para relacionar entre sí todo lo que hay en ella. Vivimos

en una isla de plácida ignorancia, rodeados por los negros mares de lo

infinito, y no es nuestro destino emprender largos viajes. Las ciencias,

que siguen sus caminos propios, no han causado mucho daño hasta ahora;

pero algún día la unión de esos disociados conocimientos nos abrirá a

la realidad, y a la endeble posición que en ella ocupamos, perspectivas

tan terribles que enloqueceremos ante la revelación, o huiremos de esa

funesta luz, refugiándonos en la seguridad y la paz de una nueva edad

de las tinieblas. Algunos teósofos han sospechado la majestuosa grandeza

del ciclo cósmico del que nuestro mundo y nuestra raza no son más

que fugaces incidentes. Han señalado extrañas supervivencias en términos

que nos helarían la sangre si no estuviesen disfrazados por un blando

optimismo. Pero no son ellos los que me han dado la fugaz visón de

esos dones prohibidos, que me estremecen cuando pienso en ellos, y me

enloquecen cuando sueño con ellos. Esa visión, como toda temible visión

de la verdad, surgió de una unión casual de elementos diversos; en este

caso, el artículo de un viejo periódico y las notas de un profesor ya fallecido.

Espero que ningún otro logre llevar a cabo esta unión; yo, por cierto,

si vivo, no añadiré voluntariamente un sólo eslabón a tan espantosa

cadena. Creo, por otra parte, que el profesor había decidido, también, no

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revelar lo que sabía, y que si no hubiese muerto repentinamente, hubiera

destruido sus notas.

Tuve por primera vez conocimiento de este asunto en el invierno de

1926-1927, a la muerte de mi tío abuelo, George Gammel Angell, profesor

honorario de lenguas semíticas de la Universidad de Brown, Povidence,

Rhode Island. El profesor Angell era una autoridad vastamente

conocida en materia de antiguas inscripciones y a él habían recurrido con

frecuencia los conservadores de los más importantes museos. Muchos

deben por lo tanto recordar su desaparición, acaecida a la edad de noventa

y dos años. Las oscuras razones de su muerte aumentaron aún más

el interés local. El profesor había muerto mientras volvía del barco de

Newport, y, según afirman los testigos, luego de recibir el empellón de

un marinero negro. Éste había surgido de uno de los curiosos y sombríos

pasajes situados en la falda abrupta de la colina que une los muelles a la

casa del muerto, en la Calle Williams. Los médicos, incapaces de descubrir

algún desorden orgánico, concluyeron, luego de un perplejo cambio

de opiniones, que la muerte debía atribuirse a una oscura lesión del corazón,

determinada por el rápido ascenso de una cuesta excesivamente empinada

para un hombre de tantos años. En ese entonces no vi ningún

motivo para disentir de ese diagnóstico, pero hoy tengo mis dudas… y

algo más que dudas.

Como heredero y ejecutor de mi tío abuelo, viudo y sin hijos, era de esperar

que yo examinara sus papeles con cierta atención. Trasladé con ese

propósito todos sus archivos y cajas a mi casa de Boston. El material ordenado

por mí será publicado en su mayor parte por la Sociedad Norteamericana

de Arqueología; pero había una caja que me pareció sumamente

enigmática, y sentí siempre repugnancia a mostrársela a otros. Estaba

cerrada, y no encontré la llave hasta que se me ocurrió examinar el llavero

que el profesor llevaba siempre consigo. Logré abrirla entonces, pero

me encontré con otro obstáculo mayor y aún más impenetrable. ¿Qué

significado podían tener ese curioso bajorrelieve de arcilla, y esas notas,

fragmentos y recortes de viejos periódicos? ¿Se había convertido mi tío,

en sus últimos años, en un devoto de las más superficiales imposturas?

Resolví buscar al excéntrico escultor que había alterado la paz mental del

anciano.

El bajorrelieve era un rectángulo tosco de dos centímetros de espesor y

de unos treinta o cuarenta centímetros cuadrados de superficie; indudablemente

de origen moderno. Los dibujos, sin embargo, no eran nada

modernos, ni por su atmósfera ni por su sugestión; pues aunque las rarezas

del cubismo y el futurismo sean numerosas y extravagantes, no

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suelen reproducir esa críptica regularidad de la escritura prehistórica. Y

la mayor parte de los dibujos parecía ser ciertamente alguna especie de

escritura. A pesar de mi familiaridad con los papeles y colecciones de mi

tío, no logré identificarla, ni sospechar siquiera alguna remota relación.

Sobre esos supuestos jeroglíficos había una figura de carácter evidentemente

representativo, aunque la ejecución impresionista impedía comprender

su naturaleza. Parecía una especie de monstruo, o el símbolo de

un monstruo, o una forma que sólo una fantasía enfermiza hubiese podido

concebir. Si digo que mi imaginación, algo extravagante, se representó

a la vez un pulpo, un dragón y la caricatura de un ser humano, no traicionaré

el espíritu del dibujo. Sobre un cuerpo escamoso y grotesco,

provisto de alas rudimentarias, se alzaba una cabeza pulposa y coronada

de tentáculos; pero era el contorno general lo que la hacía más particularmente

horrible. Detrás de la figura se embozaba una arquitectura

ciclópea.

Las notas que acompañaban a este curioso objeto, además de unos recortes

de periódicos, habían sido escritas por el profesor mismo y no tenían

pretensiones literarias. El documento en apariencia más importante

estaba encabezado por las palabras EL CULTO DE CTHULHU, escritas

cuidadosamente en caracteres de imprenta para evitar todo error en la

lectura de un nombre tan desconocido. El manuscrito se dividía en dos

secciones: la primera tenía el siguiente título: "1925, Sueño y obra onírica

de H. A. Wilcox, Calle Thomas 7, Providence, R.I.", y la segunda:

"Informe del inspector John R. Legrasse. Calle Bienville 121, Nueva Orleáns,

a la Sociedad Norteamericana de Arqueología, 1928. Notas del

mismo y del profesor Webb". Las otras notas manuscritas eran todas

muy breves: relatos de sueños curiosos de diferentes personas, o citas de

libros y revistas teosóficos (principalmente La Atántida y la Lemuria perdida

de W. Scott-Elliot), y el resto comentarios acerca de la supervivencia

de las sociedades y cultos secretos, con referencia a pasajes de tratados

mitológicos y antropológicos como la La rama dorada de Frazer, y El culto

de las brujas en Europa Occidental de la señorita Murray. Los recortes

de periódicos aludían principalmente a casos de alienación mental y a

crisis de demencia colectiva en la primavera de 1925.

La primera parte del manuscrito principal relataba una historia muy

curiosa. Parece que el 1° de marzo de 1925 un joven delgado, moreno, de

aspecto neurótico y presa de gran excitación, había visitado al profesor

Angell con el singular bajorrelieve de arcilla, entonces todavía fresco y

húmedo. En su tarjeta se leía el nombre de Henry Anthony Wilcox, y mi

tío había reconocido en él al hijo menor de una excelente familia, con la

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que estaba ligeramente relacionado. Wilcox, que desde hacía un tiempo

estudiaba dibujo en la Escuela de Bellas Artes de Rhode Island, y que vivía

en el hotel Fleur de Lys muy cerca de esta institución, era un joven

precoz de genio indudable, pero muy excéntrico. Desde su infancia había

llamado la atención por las historias y sueños extraños que se complacía

en relatar. Se denominaba a sí mismo "físicamente hipersensitivo"; pero

la gente seria de la vieja ciudad comercial lo consideraba simplemente

"raro". No había frecuentado nunca a los de su propia clase y poco a poco

había ido retirándose de toda actividad social. Actualmente sólo era

conocido por algunos estetas de otras ciudades. La Asociación Artística

de Providence, deseosa de preservar su conservadorismo, lo había

desahuciado.

En aquella visita, decía el manuscrito, el escultor había pedido bruscamente

la ayuda de los conocimientos arqueológicos de su huésped para

identificar los jeroglíficos. El joven hablaba de un modo pomposo y descuidado

que impedía simpatizar con él. Mi tío le respondió con sequedad,

pues la evidente edad de la tableta excluía toda posible relación con las

ciencias arqueológicas. La réplica del joven Wilcox, que impresionó

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