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Decisiones Gerenciales


Enviado por   •  27 de Noviembre de 2013  •  2.295 Palabras (10 Páginas)  •  264 Visitas

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La toma de decisiones en la dirección de empresas

junio 29, 2009 por Juan Carlos Valda

Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, pasamos el día tomando decisiones en nuestra vida

Cualquier gerente, directivo, empresario o mando intermedio de una empresa o persona que esté al frente de un negocio o de un grupo humano, se ve inexorablemente obligado a tomar decisiones continuamente. Aunque, con frecuencia, no sea consciente de ello, las cosas son así. Hay que elegir caminos, seleccionar personas, dar órdenes, elaborar programas, planificar acciones y mil cuestiones más continuamente. Todas no serán del mismo nivel ni tendrán la misma importancia, pero requieren tomar decisiones. Exactamente lo mismo que sucede en la vida de las personas, individualmente consideradas. Es preciso decidir infinidad de veces.

Esto es lo que le sucede a cualquier ser humano en su vida personal. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, pasamos el día tomando decisiones, aunque muchas de ellas sean inconscientes por haberse formado ya hábitos, mecanismos automáticos que ayudan a tomar decisiones muy repetitivas. Suena el despertador y hemos de decidir si nos levantamos ya o esperamos unos minutos. La ropa que nos ponemos, el desayuno que tomamos, todo van siendo decisiones que llenan el día de ellas hasta la hora de irse a dormir.

Pero la toma de decisiones en la empresa y, más concretamente, en la dirección de la misma tiene su complejidad y precisa ciertos requisitos para ser correcta y efectiva. Tomar decisiones por capricho o sin la menor racionalidad es tan fácil como equivocado. Pese a ello, todos hemos conocido o hemos sufrido ese tipo de jefes que tomaban sus decisiones sin el menor raciocinio y objetividad. Esa actitud errática y sujeta, con frecuencia, al humor o, más bien, al malhumor o mal carácter es pésima para dirigir al personal y para la empresa. Un jefe caprichoso o que obre y decida a impulsos, sin pararse a analizar las cosas, es sencillamente insufrible y acabará fracasando en su puesto.

La toma de decisiones, para ser adecuadamente planteada, exige:

• Saber cuales son los objetivos o la meta a alcanzar

• Qué camino hay que recorrer, es decir que hay que hacer para llegar a ese objetivo.

• Conocer dos o más alternativas.

• Ser consciente de los límites o dificultades que existen en cada una de ellas.

• Tener la información suficiente.

• Analizar y evaluar estas diferentes alternativas

• Concluir cuál es la mejor o la más aconsejable, dadas las circunstancias, de esas alternativas posibles.

Hemos desglosado el acto de la toma de una decisión, en unos componentes que han de darse siempre, aunque realmente se considera que ese acto de toma de decisiones se corresponde, precisamente, con lo último citado: concluir o elegir la alternativa a seguir. Y teniendo en cuenta que, a veces, todo eso ha de hacerse en breves instantes. Vamos a comentar más en profundidad alguna de las cuestiones apuntadas.

Si tan sólo existe una alternativa, realmente no existe decisión, se trataría de ir por el único camino posible. Se hace lo que hay que hacer y punto. Aunque, en ocasiones, una alternativa es precisamente no hacer nada en esa cuestión. Si hay que comprar una determinada máquina para el taller sin que pueda ser otra y se hace necesario para seguir fabricando, pero es muy cara para las posibilidades económicas de la empresa, no hay alternativa real. Se tiene que comprar o prescindir de esa máquina con consecuencias letales para la empresa. Son alternativas asimétricas.

La toma de decisiones exige pararse a pensar. Mucho o poco, eso dependerá de la naturaleza de lo que ha de decidirse y del tiempo de que se disponga. Y aquí topamos con un problema clásico en la dirección de una empresa o de un grupo de personas: la inseguridad y la indecisión de quien ha de tomarla. Con más frecuencia de lo que parece, el director, el gerente o el jefe que ha de decidir duda, vacila en hacerlo. Y esto suele llevar a la tardanza en tomar la decisión o a no tomar ninguna finalmente. Está muy extendido aquello de que los problemas y dificultades es bueno dejar pasar el tiempo. Así pueda que se solucionen por sí mismos. Y algunas veces funciona este invento, pero es una excepción. Analicemos esto.

Es evidente que no es lo mismo decidir si el presupuesto de la empresa para el año próximo va a ser este o aquel otro, si ha de contratarse más personal o no, o si se acepta un determinado contrato o trabajo. Son cuestiones de obligada elección, no cabe el vacío, la nada. Pero hay otras situaciones que sí pueden esperar. Entre los mil ejemplos que podríamos citar podemos señalar: el nombramiento de tal persona para un puesto determinado en la empresa, el cambio de un equipo informático o el lanzamiento de una campaña publicitaria. Son cosas que, si no las vemos claras, pueden esperar normalmente. Ahora bien, frente a esto, es inadmisible en una buena dirección y gestión empresarial la duda y el dejar de actuar por miedo a hacerlo o a equivocarse.

En las grandes empresas o en los organismos administrativos públicos, con amplias estructuras organizativas, con ascensos y ambiciones, con luchas por el poder y por subir en la pirámide, muchos jefes miden minuciosamente sus pasos para no cometer errores. E incluso para no hacer cosas o tomar decisiones que puedan perjudicar su carrera profesional, administrativa o política. Suele decirse de estos que actúan como linces, olfateando siempre las situaciones y viendo de donde sopla el viento en cada momento. Buscando siempre qué les conviene a ellos hacer, más que ver qué es bueno para la empresa u organismo al que pertenecen y en el que detentan una parcela o parcelita de mando y de poder. Estos suelen ser la antítesis de la toma de decisiones empresariales. Los ejemplos que he conocido en mi vida laboral y profesional son muchos. Veamos algunos.

En unos grandes astilleros en los que trabajé, cada departamento y cada oficina de las diferentes jefaturas, eran cada mañana un hervidero de reuniones privadas, de charlas mañaneras del jefe con sus muchachos de confianza, entre los que pululaban los consabidos pelotas, esa clase inextinguible en las sociedades humanas. Con frecuencia, allí se examinaba el hilo de los acontecimientos, qué pasaba por las alturas, cómo andaban los grandes jefes, quién subía o

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