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Enviado por   •  28 de Enero de 2015  •  1.652 Palabras (7 Páginas)  •  241 Visitas

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Tópico de Actualidad

Año 53. Abril del 2012. No 1,011

Nota del editor:

Mary O’Grady, editora especializada en temas de América Latina, del Wall Street Journal, comparte aquí sus reflexiones

sobre el poder de las ideas. Las consecuencias de ciertas ideas como el colectivismo, la socialización del riesgo y

principalmente la igualdad económica han ayudado a consolidar ciertos aparentes valores y determinadas discutibles

normas que entorpecen el desarrollo del continente. La población, en cambio, con una mirada bastante miope, celebra las

nacionalizaciones de empresas privadas, mientras el tic-tac del reloj apenas si separa al ciudadano de la expropiación de su

vida, su propiedad y su libertad, en nombre de las ideas y de los intelectuales. Este es el texto del discurso que Mary

Anastasia O'Grady pronunció el 16 de marzo del 2012 en el evento “Perspectivas de Políticas Públicas 2012”, organizado

por el Cato Institute. GWM.

Consecuencias de considerar inmoral al mercado y moral al Estado

Por Mary O’Grady

Sin duda muchos de ustedes posiblemente estarán preguntándose qué podría enseñarle América Latina a los Estados

Unidos, dada nuestra sólida Constitución, nuestros mercados abiertos, un poder federal limitado y un banco central

independiente (nada de mofas, por favor). Antes yo solía pensar así. Pero, en los últimos años, he descubierto una serie de

alarmantes similitudes entre este país y nuestros vecinos del sur. Por supuesto que tales similitudes no comenzaron con

este presidente, pero se han acentuado en la actual administración.

La explicación de moda para entender el subdesarrollo de América Latina ha sido la corrupción, la falta de educación, una

infraestructura deficiente y —esta es mi explicación favorita— la escasez de dinero. Pero estos son síntomas de malas

políticas, que yo considero las tres Pes de la pobreza: populismo, proteccionismo y prohibición. Nuestros desafíos son

estos: ¿Cómo podemos evitar que nuestros políticos nos hagan dependientes del Gobierno? ¿Cómo mantenemos los

mercados abiertos? ¿Cómo cambiamos las leyes sobre las drogas, de forma que el crimen organizado no pueda

reemplazar a las instituciones democráticas?

Sin embargo, estoy cada vez más convencida de que, igual que la corrupción y la mala infraestructura son productos

derivados de esas tres Pes, esas tres Pes son también producto de algo más. La fuente de nuestros problemas económicos

—tanto en América Latina como en Estados Unidos— es, creo yo, mucho más profunda y compleja.

Tomemos en cuenta dos simples observaciones: primera: tomando prestado un principio fundamental del Instituto Cato, las

ideas importan; seré más específica: aquellas ideas que prevalecen en la sociedad como legítimas son lo que más importa;

segunda: sin un espíritu emprendedor, es imposible que una sociedad alcance la prosperidad.

Mirando más allá de los desafíos inmediatos de las políticas en América Latina, resulta evidente que son las ideas de la

academia —y sobre todo de los intelectuales— las que más han contribuido a desalentar el espíritu emprendedor en

América Latina durante el último siglo. Ideas hostiles a la actividad empresarial no son solo parte de la cultura popular, sino

que están enraizadas en las instituciones elementales de estos países.

En esencia, estas ideas sostienen que las ganancias son moralmente sospechosas y que la propiedad privada no se

justifica. Son estas ideas las que obstaculizan directamente la prosperidad de cientos de millones de latinoamericanos.

¿Cómo sucedió esto? John Maynard Keynes escribió: “Las ideas de los economistas y los filósofos políticos, tanto cuando

están en lo correcto como cuando no lo están, son más poderosas de lo que comúnmente se entiende. En realidad, el

mundo está gobernado por poco más. Los hombres prácticos, que se creen totalmente exentos de cualquier influencia

intelectual, son por lo general esclavos de algún economista difunto. Los locos con autoridad —no daremos nombres— que

escuchan voces en el aire, destilan su frenesí de algún escritorzuelo académico de algunos años atrás. Estoy seguro de

que el poder de los intereses creados se exagera mucho comparado con la penetración gradual de las ideas”. Esta es una

verdad que América Latina no entendió hasta que fue demasiado tarde, y así nos ocurrirá también a nosotros, si no

hacemos hincapié en una defensa moral del mercado. Los latinoamericanos, por supuesto, no tienen problemas con ser

emprendedores. Los que emigran a los Estados Unidos tienen un interesante historial sobre la creación de sus propios

negocios una vez que llegan. ¿Por qué no muestran estas mismas habilidades en casa? Pues porque las ideas que han

dominado la región durante el siglo pasado han sido hostiles a la iniciativa empresarial.

En su libro Redentores: Ideas y poder en América Latina, el historiador mexicano Enrique Krauze traza el perfil de doce

individuos que, según él, representan las principales ideas políticas en la región, desde mediados del siglo XIX hasta el

siglo XX. Comienza con José Martí, termina con Hugo Chávez, y entre uno

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