Desarrollo Afectivo Social
Alexandra0213 de Mayo de 2014
6.078 Palabras (25 Páginas)564 Visitas
2.1 DESARROLLO AFECTIVO-SOCIAL
OBJETIVOS
Descubrir cómo se relacionan los niños con los adultos y otros niños para ayudarle a desarrollar la expresión de sus sentimientos y emociones, así como la aceptación y el respeto a las emociones y sentimientos de los demás.
Conocer las pautas de comportamiento del niño en las actividades de juego, rutinas,... para ayudarle a establecer vínculos fluidos de relación con los adultos y con sus iguales que le sirvan para el desarrollo de las capacidades de relación interpersonal y de la inserción social.
Para el desarrollo de esta Unidad vamos a seguir el siguiente esquema:
Desarrollo afectivo-social.
o Socialización y relaciones afectivas de 0-3 años.
o Socialización y relaciones afectivas de 4-6 años.
Directrices para una correcta intervención educativa.
DESARROLLO AFECTIVO-SOCIAL
Un primer presupuesto debe tenerse en cuenta al tratar del desarrollo afectivo: la continua interacción entre éste y el desarrollo cognitivo. Ambos constituyen una verdadera unidad funcional, que se expresa en la gran variedad de repertorios conductuales de cada individuo.
Una misma conducta puede ser explicada a partir del funcionamiento cognitivo y emocional, al mismo tiempo, y esta constante podría generalizarse a todas las conductas y aprendizajes, no sólo de los primeros años, sino de toda la vida. El inicio del lenguaje, por ejemplo, supone, desde el punto de vista cognitivo que se dé el desarrollo de la función simbólica; pero esa condición no es suficiente para que el niño aprenda a hablar. Es necesario un interlocutor humano válido que se motive a comunicarse; en aquel momento, el interlocutor válido será sin duda la persona con quien el niño se siente vinculado afectivamente.
En una edad mucho más avanzada, por ejemplo, alrededor de los 5 o 6 años, momento en que el niño se inicia en el aprendizaje de la lectura, se ve que aunque en proporción distinta, siguen teniendo valor explicativo las mismas variables(interacción aspectos cognitivo y afectivo); o sea que, en esta situación, el aprendizaje será posible, impedido o interferido según el nivel de desarrollo cognitivo y según la interrelación entre el niño y el educador, o simplemente según el estado de ánimo del niño.
No sólo por comodidad teórica aparecen generalmente separadas las descripciones referentes a los aspectos cognitivos y a los afectivos. En efecto, ambos aspectos se rigen por sistemas de organización y de evolución que no son idénticos. De ahí la dificultad, no superada dentro de la psicología evolutiva, que surge al tratar de encontrar coincidencias entre modelos teóricos que explican el desarrollo cognitivo y los que explican el desarrollo emocional, o al intentar relacionar las etapas evolutivas descritas por uno y otro modelo. Tal es el caso de las teorías piagetiana y psicoanalítica, entre las cuales se han intentado múltiples conexiones.
Al principio se mencionaba la interacción entre los esquemas cognitivos y afectivos, pero esta afirmación debe tener en cuenta que interacción no supone identidad, sino más bien relación entre realidades o categorías distintas. Tal es el caso de las realidades cognitiva y afectiva, que se han de tratar salvando sus peculiaridades y evitando cualquier reduccionismo.
Desde el punto de vista de la progresión evolutiva, aparece una primera distinción entre ambos desarrollos. Mientras que las estructuras cognitivas evolucionan en un sentido progresivo –la aparición de los estadios sigue una sucesión genética fija-, el desarrollo afectivo no sigue un proceso tan lineal. En este terreno, son mucho más frecuentes los movimientos de progresión y regresión, que coexisten a su vez en un mismo estadio cognitivo. No resulta extraño observar reacciones emocionales típicas de los primeros años en edades más avanzadas.
Por ejemplo, la conducta oposicionista, más propia de los 2 años, puede reaparecer fácilmente en edades posteriores como reacción ante una frustración. Los temores a estar solo o a los animales, que serían normales en los primeros años, pueden constituirse a cualquier edad en conductas estables (síntomas), las cuales coexisten con funcionamientos personales y cognitivos propios de la edad cronológica del sujeto.
El proceso de maduración significa una integración cada vez más funcional entre ambas estructuras. Cuando se accede a la representación mental y más especialmente al pensamiento verbal, las emociones quedan articuladas a estas capacidades y poseen, por tanto, un correlato cognitivo.
Si se imagina, a título de ejemplo, el primer día de escolarización de un niño de 3 años, no sorprenderá su reacción desconsolada ante la separación de su madre. No entiende la situación y su falta de orientación espacio-temporal no le permite comprender que la separación será sólo transitoria. Le falta, pues, el encuadre cognitivo para comprender la experiencia. Si se plantea una situación parecida, por ejemplo el primer día de colonias de verano para un niño de 8 años, éste podrá hacer frente a la separación con mucha mayor probabilidad. Permitirá que sus padres se vayan y entenderá perfectamente el periodo de tiempo que va a transcurrir hasta su reencuentro. No se trata de que el temor haya desaparecido, el niño puede sentirse intranquilo, incluso angustiado, pero estos estados emocionales serán mejor contenidos por sus recursos cognitivos, que le facilitan un mayor análisis y comprensión de los hechos y le permiten recurrir a sus experiencias personales previas de separación y reencuentro.
El registro, en términos de pensamiento verbal de su propia vivencia de temor, le puede permitir, posteriormente, explicarlo a su madre, aunque sea en tono de queja. La capacidad para “traducir” las experiencias emocionales en pensamiento conlleva la posibilidad de mayor control y contención, y supone una mayor integración y articulación entre emociones, pensamiento y experiencias. En esto consiste el reto de la maduración personal.
Aunque nadie discute que el individuo es un ser social por naturaleza, sí ha resultado cuando menos discutible la misma idea de socialización. Encontramos estudiosos relevantes del campo evolutivo que manifiestan que en el recién nacido existe un máximo de socialización, siguiendo la misma un progreso regresivo. Por el contrario otros manifiestan que el proceso de socialización es progresivo y que la misma se adquiere ya a una edad avanzada. Entre los primeros encontramos a Buhler, que señala el recién nacido como ser profundamente social, mostrando sus primeros llantos como gritos de llamada que poco a poco van diferenciándose y sirviendo para establecer contactos con quienes les rodean, asimismo, la sonrisa es para ella una clara muestra de contacto social.
Otros autores, como Piaget, manifiestan que el niño inicialmente sólo se conoce a sí mismo, encerrado en su caparazón autista, evolucionando con posterioridad hacia un egocentrismo que tendrá cada vez más influencias del exterior, no ignorando lo que le rodea –aunque él siga siendo el centro-. Más adelante aprenderá a descubrir a los otros, no como seres dispuestos a satisfacer sus deseos, sino como semejantes que lo consideran uno más.
Wallon no cree que el concepto social aparezca en el niño en una determinada edad. Explica que el niño inicialmente se encuentra en un individualismo feroz, y aunque algunos crean que el niño cuando nace no es un ser social, Wallon sí cree que está plenamente volcado hacia ella.
Desde que un niño nace da muestras de necesitar de los demás, aunque sólo sea a través de la búsqueda de alimento que pueda garantizar su supervivencia, pasando posteriormente por conductas de apego que implican repertorios comunicativos elementales, para dar lugar más adelante a conocerse así mismo a través del conocimiento de los otros y desembocando, finalmente, en un proceso de adaptación que implica vivir con los demás. Solamente podemos concebir al ser humano como ser social si es capaz de dar satisfacción a esa necesidad de comunicación, independientemente de que su objetivo sea la supervivencia, la manifestación de su Yo como diferente al de los demás o el simple placer de enriquecer y enriquecerse de las experiencias del otro.
La socialización es un componente esencial, sobre todo en los primeros momentos de vida, por cuanto la dependencia que se crea en un niño que es capaz de aprender y que está orientado a la búsqueda de estímulos sociales va a condicionar la personalidad futura y las interacciones sociales del individuo. Dos vínculos afectivos básicos son la conducta de apego y la amistad.
SOCIALIZACIÓN Y RELACIONES AFECTIVAS DE 0-3 AÑOS
El concepto de apego.
Parece claro que los primeros lazos afectivos que se gestan entre el niño y sus cuidadores (generalmente padres) sirven de prototipo a la hora de establecer relaciones afectivas en edades posteriores e influyen de forma decisiva en la eficacia con que, más tarde, padres e hijos logran influirse mutuamente y mostrar conductas sociales adaptativas.
El concepto de apego adquiere así una relevancia especial. Se denomina apego al conjunto de conductas que se observan fundamentalmente a lo largo del primer año de vida y que lleva al niño a buscar y mantener contacto directo con los adultos y recibir de ellos gratificación emocional. Se consideran indicadores de la existencia de apego conductas observables, tales como: el llanto al separarse de la madre, la búsqueda de contacto físico, la reducción del malestar o
...