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El Legado De La Sociologia

monikaka3 de Mayo de 2013

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El Legado de la Sociología, la Promesa de la Ciencia Social

Immanuel Wallerstein

Discurso Presidencial, Décimocuarto Congreso Mundial de Sociología, Montreal – Traducción de Miguel Llorens

26 de julio de 1998

Estamos reunidos aquí para discutir “El Saber Social: Legado, Desafíos, Perspectivas”. Razonaré que nuestro legado es algo que denominaré “la cultura de la sociología”, e intentaré definir lo qué creo es eso. Arguiré también que, ya durante varias décadas, ha habido retos significativos precisamente a esa cultura. Estos retos consisten esencialmente en llamados a impensar la cultura de la sociología. Dadas tanto la persistente reafirmación de la cultura de la sociología como la fuerza de esos retos, intentaré finalmente persuadirles que la única perspectiva disponible que sea plausible y provechosa es la creación de una nueva cultura abierta, esta vez no de la sociología sino de la ciencia social, y (más importantemente) una que esté ubicada dentro de un mundo del conocimiento epistemológicamente reunificado.

Nosotros dividimos y enlazamos el saber de tres modos distintos: intelectualmente como disciplinas; organizacionalmente como estructuras corporativas; y culturalmente como comunidades de estudiosos que comparten ciertas premisas elementales. Podemos pensar una disciplina como una construcción intelectual, una especie de artefacto heurístico. Es una manera de reclamar un así llamado ámbito de estudio, con su región particular, sus métodos apropiados y, por ende, sus fronteras. Es una disciplina en el sentido de que busca disciplinar el intelecto. Una disciplina define no sólo algo sobre lo cual se piensa, y cómo se piensa, sino también aquello que cae fuera de su esfera de alcance. Decir que un tema dado es una disciplina es decir no sólo lo que es sino también lo que no es. Por consiguiente, afirmar que la sociología es una disciplina es, entre otras cosas, afirmar que no es economía o historia o antropología. Y se dice que la sociología no es igual a estos otros nombres porque se considera que tiene un campo diferente de estudio, una serie diferente de métodos, un acercamiento diferente al saber social.

La sociología cual disciplina fue una innovación de finales del siglo diecinueve, junto a las otras disciplinas que reunimos bajo la etiqueta general de las ciencias sociales. La sociología en cuanto disciplina fue elaborada más o menos durante el período entre 1880 y 1945. Todas las figuras principales del campo en ese período intentaron escribir al menos un libro cuya intención era definir la sociología como disciplina. Tal vez el último libro importante en esta tradición fue el escrito en 1937 por Talcott Parsons, The Structure of Social Action, un libro de gran importancia en nuestro legado y a cuyo papel regresaré más adelante. Es indudablemente cierto que, en la primera mitad del siglo veinte, las diversas divisiones de las ciencias sociales se establecieron a sí mismas y recibieron reconocimiento como disciplinas. Cada una de ellas se definió en modos que enfatizaban claramente sus diferencias de las disciplinas colindantes. Esto tuvo como un resultado que pocos podían dudar sobre si un libro o artículo dado estaba escrito dentro del marco de una disciplina u otra. Era un período en el cual la afirmación, “eso no es sociología; es historia economica, o es ciencia política” era una afirmación dotada de sentido.

No es mi intención aquí pasar revista a la lógica de las fronteras establecidas en este período. Reflejaban tres segmentaciones en objetos de estudio que lucían evidentes a los ojos de los estudiosos de entonces, y fueron enunciadas con vigor y defendidas como cruciales. Había la segmentación pasado/presente que separaba a la historia idiográfica de la tríada nomotética de economía, ciencia política y sociología. Había la segmentación civilizado/otro o europeo/no europeo que separaba a todas las cuatro disciplinas anteriores (que esencialmente estudiaban el mundo paneuropeo) de la antropología y los estudios orientales. Finalmente, había la segmentación—relevante sólo, o al menos así se creía, para el mundo civilizado moderno—de mercado, Estado y sociedad civil que constituían respectivamente los ámbitos de la economía, la ciencia política y la sociología (Wallerstein et al., 1996, capítulo I). El problema intelectual con estas series de fronteras es que los cambios en el sistema mundial después de 1945—el auge de Estados Unidos hasta asumir la hegemonía mundial, el resurgimiento político del mundo no occidental y la expansión de la economía-mundo con la correlativa expansión del sistema-mundo universitario—conspiraron para socavar la lógica de estas tres segmentaciones (Wallerstein et al., 1996, capítulo II), de tal modo que para 1970 en la práctica había un desdibujamiento severo de esas fronteras. El desdibujamiento se ha vuelto tan extenso que, en la opinión de muchas personas, en mi opinión, ya no era posible defender esos nombres, esas series de fronteras, como intelectualmente decisivas o incluso útiles. El resultado fue que varias disciplinas de las ciencias sociales han dejado de ser disciplinas porque ya no representan áreas de estudio obviamente diferentes con métodos diferentes y por ende con fronteras firmes y distintivas.

Los nombres, sin embargo, no han por ello dejado de existir. ¡Más bien al contrario! Las diversas disciplinas hace ya mucho han sido institucionalizadas como organizaciones corporativas, en la forma de departamentos universitarios, programas de instrucción, grados, títulos, revistas académicas, asociaciones nacionales e internacionales e incluso clasificaciones de biblioteca. La institucionalización de una disciplina es una vía de preservar y reproducir prácticas. Representa la creación de una auténtica red humana con fronteras, una red que asume la forma de estructuras corporativas que tienen requisitos de ingreso y códigos que proporcionan caminos reconocidos para la movilidad profesional ascendente. Las organizaciones de estudiosos buscan disciplinar no el intelecto sino la práctica. Crean fronteras que son mucho más firmes que las creadas por disciplinas cuales construcciones intelectuales, y pueden sobrevivir a la justificación teórica para sus límites corporativos. De hecho, eso ya ha sucedido. El análisis de la sociología como una organización en el mundo del conocimiento es profundamente distinto del análisis de la sociología como disciplina intelectual. Si puede decirse que Michel Foucault tenía la intención de analizar el modo en que las disciplinas académicas son definidas, creadas y redefinidas en La arqueología del saber, Homo Academicus de Pierre Bourdieu es el análisis de cómo las organizaciones académicas se delimitan, perpetúan y redelimitan dentro de las instituciones del saber.

No voy a seguir ninguno de esos dos caminos en este momento. No creo, como ya he afirmado, que la sociología siga siendo una disciplina (pero tampoco lo son nuestras ciencias sociales hermanas). Lo que sí creo es que todas siguen siendo muy fuertes en el aspecto organizacional. Creo también que se sigue que todos nos encontramos en una situación muy anómala, perpetuando en cierto sentido un pasado mítico, lo cual es tal vez una actividad dudosa. Al contrario, deseo concentrar mi atención sobre la sociología en cuanto cultura, es decir, como una comunidad de estudiosos que comparten ciertas premisas. Lo hago porque creo que en los debates en esta área es donde se está construyendo nuestro futuro. Argüiré que la cultura de la sociología es reciente y vigorosa, pero también frágil, y que puede continuar enriqueciéndose sólo si se transforma.

I. El Legado

¿Qué podemos dar a entender por la cultura de la sociología? Comenzaré con dos comentarios. En primer lugar, lo que normalmente entendemos por “cultura” es un conjunto de premisas y prácticas compartidas, compartidas por cierto no por todos los miembros de la comunidad todo el tiempo sino por la mayoría de los miembros la mayor parte del tiempo; compartidas abiertamente, pero, lo que es aún más importante, compartidas subconscientemente, de modo tal que las premisas rara vez estén sujetas a debate. Semejante serie de premisas debe ser por necesidad bastante simple e incluso banal. En la medida en que esas afirmaciones sean más sofisticadas, sutiles y eruditas, habrá menos probabilidad de que sean compartidas por demasiados y, por consiguiente, menos probabilidad de crear una comunidad mundial de estudiosos. Sugeriré que existe precisamente un tal conjunto de premisas simples compartidas por la mayoría de los sociólogos, pero de ningún modo necesariamente por personas que se autodenominan historiadores o economistas.

En segundo lugar, pienso que las premisas compartidas se revelan -revelan, no definen - por aquéllos que presentamos como los pensadores formativos. La lista más común en estos días para los sociólogos de todo el mundo es Durkheim, Marx y Weber. Lo primero que se debe advertir en esta lista es que si uno planteara la pregunta de los pensadores formativos a historiadores, economistas, antropólogos o geógrafos, uno seguramente obtendría una lista diferente. Nuestra lista no contiene a Michelet o Gibbon, Adam Smith o John Maynard Keynes, John Stuart Mill o Maquiavelo, Kant o Hegel, Malinowski o Boas.

Así que la pregunta se convierte en ¿de dónde provino nuestra lista?

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