La Obsesion

I. ETIMOLOGÍA

La palabra obsesión deriva en español del latín “obsessio”, que a su vez viene de “obsidere”, asediar y “sedere” sentar. Significa la idea, preocupación, duda o deseo que uno no puede apartar de su mente y que por tanto representa un auténtico asedio para la persona que la sufre (Moliner, 1984). Así, las obsesiones son pensamientos involuntarios y recurrentes que invaden la conciencia del sujeto quien los percibe como inapropiados y carentes de sentido experimentando intenso malestar.

II. DEFINICIÓN

Westphal (1872), define a las obsesiones como ideas parasitarias en un intelecto intacto, ideas que se imponen en el proceso mental normal o en el pensamiento contra la voluntad del sujeto. En 1894, Hack Tuke definió con más detalle algunos aspectos de las obsesiones describiéndolas como ideas imperativas. Posteriormente, Freud (1910) describió a la obsesión como un pensamiento sin significado, sin sentido, que el paciente no desea ni busca pero que habita en su mente.

Green (1965) propone una definición psicoanalítica de las obsesiones: “el estado obsesivo es un estilo de vida del espíritu en el que la voluntad del sujeto se halla sometida dentro de un estado de conciencia claro y de visión intacta de la realidad que queda invalidado por una idea o grupo de ideas, una representación o un grupo de representaciones. Estas manifestaciones pueden ir acompañadas de elementos emocionales y de invitaciones a ejecutar una acción y cuando esto sucede, estos sentimientos se vuelven extremadamente desagradables y crece la tensión. El ego sufre estas manifestaciones y se niega a seguirlas. El ego las declara como extrañas y ajenas al propio ser y las considera de naturaleza mórbida”.

Schneider, en 1930, define las obsesiones como “contenidos de la conciencia que, cuando se presentan, se acompañan de experiencias de compulsión subjetiva; contenidos de los que el sujeto no se puede librar aun cuando en una tranquila reflexión sean reconocidos como irrazonables y sin sentido”. Además afirmo que la obsesión se presentaba siempre que el sujeto no pudiese anular o excluir un pensamiento de la conciencia, aunque los reconozca como ilógicos o sin fundamentos, sintiéndose dominado por ellos.

Lewis (1936), que acepto y dio por válida la definición de Schneider, inició la discusión sobre los problemas clínicos de la enfermedad obsesiva. A pesar de mostrarse de acuerdo con Schneider, señalo no obstante que su definición tenía un fallo al no mencionar una característica importante: la necesidad del paciente de resistirse a la obsesión.

En ese sentido, sin embargo, Stern y Cobb (1978) observaron en su experiencia que tan solo el 32% de 45 pacientes estudiados presentaban esta resistencia a la obsesión en un grado significativo. Pollitt, en 1957, fundió las definiciones de Schneider y Lewis convirtiéndola en una sola que describe la obsesión como: “pensamientos, imágenes, sentimientos, impulsos, movimientos recurrentes o persistentes que se acompañan de la sensación inmediata de compulsión subjetiva y del deseo de oponerse a ella”.

Magna (1895), citado por Walker (1973), describe la obsesión como “una forma de actividad cerebral en la que una palabra, un pensamiento o una imagen se impone en la mente del sujeto contra su voluntad, con tal penosa ansiedad que se convierte en irresistible”. Walker postuló que la resistencia no es ni una condición necesaria ni suficiente para que un pensamiento o una acción se convierta en una obsesión.

La definición dad por Kranner (1948) añadía que en pensamiento obsesivo “se produce la interrupción de la secuencia habitual de los pensamientos o acciones por la obsesión”, Kringlen (1965) incluía a los impulsos y movimientos repetitivos en la definición de obsesión.

San Ignacio de Loyola también se ha ocupado de las obsesiones, considerándolas como un trastorno del pensamiento o del afecto. Desde una perspectiva filosófica, las obsesiones parecen ser un

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