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Libertad Y Responsabilidad

fabiolacamachogo24 de Enero de 2014

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CAPÍTULO V RESPONSABILIDAD Y LIBERTAD

Es dudoso que la democracia pueda sobrevivir en una sociedad organizada sobre el principio de la terapéutica más bien que sobre el de la valoración; sobre el principio del error más bien que sobre el del pecado. Si los hombres son libres e iguales, deben ser juzgados en vez de hospitalizados.

F. D. Wormuth*

l. Responsabilidad y libertad

La libertad no sólo significa que el individuo tiene la oportunidad y responsabilidad de la elección, sino también que debe soportar las consecuencias de sus acciones y recibir alabanzas o censuras por ellas. La libertad y la responsabilidad son inseparables. Una sociedad libre no funcionará ni perdurará a menos que sus miembros consideren como derecho que cada individuo ocupe la posición que se deduzca de sus acciones y la acepte como resultado de sus propios merecimientos. Aunque solamente pueda ofrecer al individuo oportunidades y aunque el resultado de los esfuerzos de éste dependa de innumerables accidentes, forzosamente dirige su atención a esas circunstancias que él puede controlar como si fueran las únicas que importan. Desde el momento que se concede al individuo la oportunidad de hacer uso de circunstancias que únicamente son conocidas por él, y dado que, como regla general, nadie puede saber si ha hecho el mejor uso de ellas o no, se presume que el resultado de sus acciones viene determinado por las acciones mismas, a menos que aparezca absolutamente obvio lo contrario.

La fe en la responsabilidad individual, que cuando la gente creía firmemente en la libertad individual siempre fue poderosa, ha decaído juntamente con la estima por la libertad. La responsabilidad ha llegado a ser un concepto impopular, una palabra que evitan los oradores o escritores de experiencia, debido al evidente fastidio o animosidad con que se la recibe por una generación que no gusta en absoluto que la moralicen. A menudo evoca la abierta hostilidad de hombres a quienes se les ha enseñado que nada, excepto las circunstancias sobre las cuales no se tiene control, ha determinado su posición en la vida o incluso sus acciones. La negación de la responsabilidad, sin embargo, se debe comúnmente al temor que inspira. Un temor que también llega a ser necesariamente el temor de la libertad. lEs indudable que mucha gente está temerosa de la libertad, porque la oportunidad para hacer la propia vida significa también una incesante tarea, una disciplina que el hombre debe imponerse a sí mismo para lograr sus fines

2. Menosprecio de tales conceptos

La concurrente decadencia de la estima por la libertad y la responsabilidad del individuo es en gran medida el resultado de una errónea interpretación de las lecciones de la ciencia. Los puntos de vista más antiguos estaban íntimamente relacionados con la creencia en la «libertad de la voluntad», concepción que nunca tuvo un preciso significado, pero que últimamente parecía haber sido privada de base por la ciencia moderna. La creciente creencia en la sola determinación de todos los fenómenos natura

les por sucesos antecedentes o sujetos a leyes reconocibles, y de que el hombre mismo debería contemplarse como parte de la naturaleza, condujo a la conclusión de que las acciones humanas y el trabajo de la mente también han de considerarse como algo necesariamente determinado por las circunstancias externas. La concepción del determinismo universal, que do minó la ciencia del siglo XIX , fue de esta forma aplicada a la conducta de los hombres, con lo que pareció eliminarse la espontaneidad de las acciones humanas. Desde luego tuvo que admitirse que únicamente existía la presunción general de que las acciones humanas estuviesen también sujetas a las leyes naturales, y que de hecho se desconocía la forma en que se hallaban determinadas por especiales circunstancias, a excepción, quizá, de los casos más raros. Pero al admitirse la creencia de que el funcionamiento de la mente humana, al menos en principio, obedece a leyes uniformes, pareció eliminarse el papel de la personalidad individual, esencial para la concepción de la libertad y de la responsabilidad.

La historia intelectual de las últimas generaciones nos proporciona cierto número de casos en que la descripción determinista del mundo ha conmovido los basamentos de la moral y la creencia política en la libertad. Hoy, probablemente, muchas personas educadas científicamente estarían de acuerdo con los especialistas que al escribir para la masa admitían que la libertad «es un concepto muy incómodo para la discusión del científico, en parte porque no está convencido de que en un último análisis exista tal cosa» . Verdad es que, más recientemente, los físicos han abandonado, y parece que con cierto relieve, la tesis del determinismo universal. Es dudoso, sin embargo, si la posterior concepción de una regularidad meramente estadística del mundo afecta de cualquier forma al rompecabezas de la libertad de la voluntad, pues parece ser que las dificultades que la gente ha tenido en lo que respecta al significado de las acciones voluntarias y de la responsabilidad no surgen en absoluto como consecuencia necesaria de la creencia en el determinismo causal de la acción humana, sino que son el producto de un embrollo intelectual originado al extraer conclusiones que no se deducen de las premisas dadas.

Parece ser que afirmar la libertad de la voluntad tiene tan poca relevancia como la propia negación, y que el resultado total es un problema fantasrna , una disputa sobre palabras en la que los contendientes no han aclarado lo que implicaría una respuesta afirmativa o negativa. Seguramente aquellos que niegan la libertad de la voluntad despojan a la palabra «libre» de todo su significado ordinario, que describe la acción de acuerdo con la propia voluntad de uno en vez de la de otro, y, por lo tanto, a fin de no llegar a una declaración sin sentido, deberían ofrecer alguna otra definición, cosa que, ciertamente, nunca hacen . Más aún: la idea de que «libre», en cualquier sentido relevante o lleno de significado, excluye la idea de que la acción está necesariamente determinada por algunos factores, resulta enteramente infundada a la luz de la investigación.

La confusión es evidente cuando examinamos las conclusiones a que de ordinario llegan las dos partes en sus respectivas posiciones. El determinismo arguye que, puesto que las acciones de los hombres están determinadas completamente por causas naturales, no puede haber justificación para hacerles responsables y alabarles o censurarles por las mismas. Los voluntaristas, por otra parte, mantienen que, puesto que existe en el hombre algúna gente que queda fuera de la cadena de causa y efecto, dicho agente es quien debe soportar la responsabilidad y ser el legítimo objeto de alabanza o censura. Pocas dudas puede haber hoy de que, en lo concerniente a dichas conclusiones prácticas, los voluntaristas están más cerca de la certeza, mientras que los deterministas se mueven dentro de una pura confusión. Sin embargo, el hecho peculiar en torno a la disputa es que en ninguno delos dos casos las conclusiones se deducen de las premisas alegadas. Como se ha demostrado a menudo, el concepto de responsabilidad, de hecho, descansa en un punto de vista determinista . Unicamente la construcciónde un «yo» metafísico que permaneciese fuera de la total cadena de causa y efecto y, por lo tanto, pudiera tratarse como algo no influido por la alabanza o la censura, podría justificar la ausencia de responsabilidad del hombre.

3. La función de asignar responsabilidades

Sería posible, desde luego, como ilustración de la alegada posición determinista, construir un mecanismo o autómata que invariablemente respondiese a los sucesos del mundo que le circunda de la misma predecible manera. Esto, sin embargo, no se correspondería con ninguna de las posturas que fueron seriamente mantenidas siempre, incluso por los más extremos oponentes de la «libertad de la voluntad». Su.caballo de batalla es que la conducta de una persona en un preciso momento, su respuesta a cualquier serie de circunstancias externas, vendrá determinada por su constitución hereditaria y la práctica acumulada con cada nueva experiencia, interpretada a la luz de anteriores experiencias individuales. Trátase de un proceso acumulativo que en cada caso produce una única y precisa personalidad. Esta personalidad opera como una especie de filtro a través del cual los sucesos externos originan conductas que sólo en circunstancias excepcionales pueden predecirse con certeza. La posición determinista sostiene que esos efectos acumulados de herencia y experiencias pasadas constituyen la totalidad de la personalidad individual; que no existe otro «ser» U otro«yo» cuya posición pueda ser afectada por influencias externas o materiales. Ello significa que todos estos factores -tales como el razonamiento o la argumentación, la persuasión o la censura y la expectativa de alabanzas od e críticas-, cuya influencia es a veces insistentemente negada por quienes rechazan la «libertad de la voluntad», cuentan realmente entre los más importantes factores que determinan la personalidad y, a través de ella, la acción singular del individuo. Justamente porque no hay un «yo» independiente que esté fuera de la cadena de causa y efecto, tampoco existe un yo que pudiéramos razonablemente tratar de influir mediante recompensas o castigos .

Probablemente, nunca se ha negado con fundamento que, de hecho, podemos influir en la conducta de las gentes mediante la educación y el ejemplo, la persuasión racional, el aplauso o la repulsa. Por tanto, la única cuestión que legítimamente

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