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Planeacion Educativa


Enviado por   •  10 de Abril de 2015  •  2.275 Palabras (10 Páginas)  •  196 Visitas

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1. Creer en la planeación

Creo que hay una gran, distancia entre lo que podemos esperar de una buena práctica producto de una buena concepción teórica de la planeación y lo que se continúa haciendo hoy en día tanto en el gobierno como en las instituciones.

A esta fecha ha habido importantes avances en la teoría de la planeación y, de la administración, éstos llegan a nosotros en forma de nuevos lenguajes empresariales, que hace muy poco tiempo jamás hubiéramos aceptado en el ámbito académico, tales como: calidad total, estándares, círculos de calidad, estímulos al desempeño, etc. A pesar de cierta incomodidad que esta jerga nos produzca, en los avances del “management” encontramos una nueva visión de la administración que supera las prácticas actuales que no nos ayudan a enfrentar los problemas prácticos de organización que se nos presentan a diario en el contexto educativo.

Cuando hablamos de estudiar planeación, ¿sabemos lo que queremos? ¿tenemos claros cuáles son las barreras que habrá que superar: las dinámicas actuales, el centralismo, la planeación tradicional? Se trata de una inercia que nos arrastra y no nos deja mucho margen para conducir.

La planeación se nutre de metáforas. Por ejemplo, el símil de que la realidad social es como la corriente de un río, nos sirve para tomar conciencia por una parte de que ya estamos en movimiento, que esa corriente contiene una fuerza, una dinámica que se ha impuesto sobre otras, y que ante esa fuerza lo que intenta la planeación, lo que intenta este grupo de trabajo es conocer maneras efectivas de imprimirle a esa corriente otra dirección. Al pensar así estamos reconociendo que esa realidad social, como parte del país y del mundo, no se encuentra detenida a la espera de que alguien planifique su destino y actúe en consecuencia.

De manera que dentro de esta metáfora, el que quiere enfrentarse al desafío de crear un futuro con su voluntad, poder y recursos, en cierto sentido navega contra esta corriente del metafórico río, porque debe vencer una fuerza que contradice sus intenciones. Ya que no creo que tratemos de planificar a favor de la corriente. La planificación, como cuerpo de teoría general, puede aplicarse a cualquier actividad humana donde es necesario un esfuerzo para alcanzar un objetivo.

Pero el objetivo, en nuestro caso, no es blanco fijo, porque se refiere a procesos sociales, donde el movimiento es la ley de su existencia, y en este sentido la metáfora del río es esencialmente válida.

Pero desde otro punto de vista, como ocurre con todas las metáforas, el ejemplo de la corriente del río sugiere un problema equivocado. Porque el río es un proceso natural independiente de la voluntad humana, el hombre no produce dicha corriente, interactúa con ella, puede alterarla “desde afuera”, pero su existencia no depende del hombre. Si el problema de decidir sobre nuestro futuro fuera similar al dominio creciente del hombre sobre la naturaleza, el problema social sería reducible a una dimensión meramente tecnológica, pero la tarea que nos ocupa no es un mero juego contra la naturaleza.

El río social, o el curso que sigue el cambio social, no es como el de un río que está más allá de nuestra voluntad. No, en este caso el curso de los acontecimientos es el resultado de todos nosotros. Sin embargo, cada uno de nosotros, como individuos componentes del todo, nos sentimos en mayor o menor grado arrastrados por los hechos. Participamos en este movimiento, pero no nos reconocemos en él. Se trata de una paradoja, en la medida en que nos sitúa en calidad de “conductores, conducidos”. De allí el frecuente uso de la tercera persona cuando nos referimos a la falta de rumbo de la educación o de la vida escolar y ocultamos que, somos nosotros los que no le damos rumbo.

Mientras que consideramos a la corriente de los hechos como anónima, nos resistimos a asumir que el oponente somos nosotros mismos. Tenemos entonces por un lado al “hombre colectivo” (hombre en sentido genérico) y por el otro al “hombre individuo”, intentado realizar un acto de reflexión superior para reconocer que sólo la conciencia y la fuerza del “hombre colectivo” puede encarnar tal voluntad humana y ponerse frente a la corriente de los hechos, para desviar su curso hacia objetivos “racionalmente” decididos. Pero el “hombre colectivo” no es independiente del “hombre-individuo”.

Los equipos de trabajo de las unidades institucionales de planeación están conformado por una serie de “hombres-individuos”, con intereses y visiones más o menos comunes, para conformar una fuerza social que decide luchar por conducir y no dejarse conducir, que opta por resistir la corriente de los hechos e intenta someter a su voluntad social el movimiento de la realidad para avanzar hacia su propio diseño de futuro. En esta forma, como “grupo colectivo”, como agente de cambio y por medio del plan, intenta convertirse en el contrapeso del vacío de dirección que produce el individuo atomizado. Es el hombre colectivo el conductor del proceso social.

Por ello la planificación surge como un problema entre los hombres: primero entre este individuo que persigue fines particulares y el colectivo que busca un orden una dirección social, y después entre las distintas fuerzas sociales en que se encarna el hombre colectivo, que luchan por objetivos distintos y muchas veces opuestos. Este problema entre los hombres es conflictivo, porque los objetivos sobre su futuro son conflictivos, por lo tanto la planificación no actúa por consensos comandado por el cálculo científico técnico, sino que actúa en el conflicto, en un medio resistente y turbulento, que se opone a nuestra voluntad, en la medida de que es un problema entre los hombres y no entre el hombre y las cosas, porque detrás de esas cosas hay otros hombres.

Vista así la planificación es una herramienta de las luchas permanentes que tiene el ser humano desde los albores de la humanidad por conquistar grados crecientes de libertad. Si planificar es conducir conscientemente, o planificamos o somos esclavos de la circunstancia. Negar la planificación es negar la posibilidad de elegir el futuro, es renunciar a la principal libertad humana que es intentar decidir por nosotros hacia donde queremos ir, y como luchar por alcanzar esos objetivos.

Esta introducción, algo larga, parecería querer convencerlos de algo que obviamente ya existe en su conciencia y es la importancia de la necesidad de planificar. Sin embargo, no basta con que todos estemos convencidos de que hay que planificar, el peligro consiste en qué entendemos

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