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Psicología Critica


Enviado por   •  3 de Marzo de 2013  •  14.977 Palabras (60 Páginas)  •  630 Visitas

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INTRODUCCION

La psicología crítica es la perspectiva de la psicología que se basa en gran medida en la teoría crítica. La psicología crítica desafía la psicología tradicional y los intentos de aplicar comprensiones psicológicas de maneras más progresistas, a menudo mirando hacia el cambio social como un medio para prevenir y tratar la psicopatología.

Una de las principales críticas de la psicología crítica de la psicología convencional es que no tiene en cuenta o ignora deliberadamente la forma en diferencias de poder entre las clases sociales y los grupos pueden afectar el bienestar físico y mental de los individuos o grupos de personas. Esto se hace, en parte, porque tiende a explicar el comportamiento a nivel del individuo.

Psicología Crítica

La Psicología crítica es una aproximación teórica reflexiva a la psicología en la que se adopta una perspectiva crítica. El propósito principal de la psicología crítica es el cuestionamiento sistemático de la psicología dominante, así como la elaboración y aplicación de formas alternativas de teoría y práctica psicológica.

Historia

Las críticas a la psicología dominante consistente con el uso actual de la psicología crítica han existido desde el desarrollo moderno de la psicología en el siglo 19. El uso del término "psicología crítica" comenzó en la década de 1970 en Berlín en la Freie Universität Berlin. La filial alemana de psicología crítica es anterior y se ha desarrollado en gran parte por separado del resto del campo. En mayo de 2007, sólo unas pocas obras han sido traducidas al inglés. El movimiento alemán Psicología Crítica tiene sus raíces en los babyboomers de la posguerra "revuelta estudiantil de finales de los 60, ver el movimiento estudiantil alemán. Marx 's Crítica de la Economía política jugó un papel importante en la rama alemana de la revuelta estudiantil, que tuvo su epicentro en Berlín. Entonces Berlín era una ciudad capitalista rodeado de gobierno comunista Alemania del Este, representa un "punto caliente" de la controversia política e ideológica de los estudiantes alemanes repugnantes. Las bases sociológicas de la psicología crítica son decididamente marxista.

Klaus Holzkamp puede ser considerado como el fundador teórico de la psicología crítica. Su obra clásica Grundlegung der Psychologie, publicada en 1983, se basa en la psicología histórico-cultural de Alexei Leontiev para proponer una serie de categorías que definirían el campo de la investigación psicológica. Después de Holzkamp, hay numerosos psicólogos que han empezado a definirse a sí mismos como psicólogos críticos. Entre ellos, quizá el más destacado e influyente sea el británico Ian Parker, quien emprende una crítica minuciosa de la psicología desde los campos del análisis de discurso, el marxismo trotskista y el psicoanálisis, particularmente el psicoanálisis lacaniano…

La psicología crítica de Ian Parker

Análisis de discurso, marxismo trotskista y psicoanálisis lacaniano

Resumen: Al elaborar su psicología crítica, Ian Parker se ubica en tres grandes tradiciones teóricas y metodológicas que se entretejen de manera compleja en el conjunto de su obra: en primer lugar, el análisis de discurso; en segundo lugar, el marxismo, principalmente en su versión trotskista; en tercer lugar, el psicoanálisis, en particular el psicoanálisis lacaniano. En este artículo, se analiza la manera particular en que Parker interpreta estas tradiciones, utilizándolas cuando toma posición en cada una de ellas para fundar sus críticas a la psicología y a la cultura de nuestro tiempo. Palabras clave: análisis de discurso, Ian Parker, marxismo trotskista, psicoanálisis lacaniano, psicología crítica Abstract: Ian Parker situates his critical psychology in three important theoretical and methodological traditions that are complexly intertwined in his writings: first, discourse analysis; then Marxism, mainly Trotsky‘s Marxism; finally psychoanalysis, and particularly Lacanian psychoanalysis. This article offers an analysis of the way Parker interprets these traditions, using them when he stands in each one of them in order to critically approach current psychology and culture.

Keywords: critical psychology, discourse analysis, Ian Parker, Lacanian psychoanalysis, Trotsky‘s Marxism

Introducción

Aunque sea uno de los más destacados psicólogos anglófonos de la actualidad, Ian Parker no parece estar bastante satisfecho con su condición. Digamos que no se encuentra muy bien dentro de la psicología contemporánea, la hegemónica, la que se escribe y se piensa en lengua inglesa. Con esta psicología, Parker tiene serios problemas. No la tolera. No puede ni resignarse ni adaptarse a ella. Es como si la mencionada psicología lo incomodara. Sí, eso es, Parker no está cómodo en esta psicología. Y es por eso que no deja de agitarse en su interior. Pero esta constante agitación es algo de lo que deberíamos alegrarnos. Al ritmo de Marx, Trotsky, Lacan, Foucault, Derrida, Slavoj Žižek y Erica Burman, entre otros, la agitación de Parker ha producido su influyente y controvertida psicología crítica. Y es por tal psicología que el psicólogo británico se ha convertido en una de las más importantes figuras de la psicología contemporánea. De modo que su importancia en la psicología se explica, en cierto sentido, por la importancia de sus conflictos con la psicología.

Debido a sus conflictos con la psicología, Ian Parker parte de la psicología social para desarrollar una psicología crítica en la que realiza una poderosa crítica de la psicología y de las demás creaciones de nuestra cultura en el momento histórico en el que vivimos. Al elaborar esta psicología crítica, Parker se ubica en tres grandes tradiciones teóricas y metodológicas que se entretejen de manera compleja en el conjunto de su obra: en primer lugar, el análisis de discurso; en segundo lugar, el marxismo, principalmente en su versión trotskista; en tercer lugar, el psicoanálisis, en particular el psicoanálisis lacaniano.

En los siguientes apartados, nos ocuparemos separadamente de cada una de las mencionadas tradiciones, analizando la manera particular en que Parker las interpreta y las utiliza cuando toma posición en cada una de ellas para fundar sus críticas a la psicología y a la cultura de nuestro tiempo. En cada caso, incursionaremos también en la psicología crítica parkeriana, concentrándonos en su elaboración a partir de las relaciones que el psicólogo británico establece entre sus interpretaciones del psicoanálisis, del marxismo y del análisis de discurso.

La psicología social y el análisis de discurso

Crítica de la cognición social y crisis de la psicología social

Desde un principio, Ian Parker asume una posición crítica radical. Esta posición corresponde ya inicialmente al polo de lo cualitativo y de lo discursivo. Su crítica está centrada en la tradicional psicología angloamericana individualista, positivista, cognitiva, cuantitativa y experimental. Es en función de su relación con esta psicología que se juzgan las demás teorías psicológicas.

En uno de sus primeros artículos, Parker (1987) juzga que la teoría de las representaciones sociales es digna de “entusiasmo” porque en ella “se ilumina la dimensión europea de la psicología social”, se produce “un valioso contraste con la tradición dominante americana”, se nos aleja de “la simple concepción individualista del comportamiento humano” y se brinda un apoyo para “las críticas al paradigma experimental de laboratorio” (p. 447). Si el mismo Parker puede llegar en este momento a coincidir parcialmente con la teoría de las representaciones sociales, esto es porque encuentra en ella una “investigación cualitativa” que representa “un distanciamiento metodológico con respecto a los estudios experimentales de laboratorio” (p. 449). Por desgracia, todo esto queda neutralizado, según Parker, cuando la teoría de Moscovici es “interpretada” en el “mundo de habla inglesa” (p. 447). Esta interpretación de la teoría significa también su asimilación a la psicología cognitiva individualista anglosajona. Se pasa entonces de “la comprensión del entorno simbólico compartido de la experiencia humana” a “la explicación del procesamiento individual de la información” (p. 459). Es contra este “retorno a una concepción individualista de la psicología social” (ibid.) contra el que dirige Parker su artículo, con el que intenta mostrar lo que ocurre cuando “una posición teórica se ve apropiada y rehabilitada” por el “viejo paradigma de investigación vivificado bajo la rúbrica de cognición social” (p. 447). De modo que la crítica no está realmente dirigida contra la representación social, sino más bien contra su reducción a la cognición social. Si hay algo que se puede criticar en la teoría de Moscovici, esto es principalmente la manera en que “evade” la cuestión del “reduccionismo” (pp. 449-450), así como la “facilidad” con la que se deja absorber por “el campo de la cognición social” (p. 463).

En su primer libro, The Crisis in Modern Social Psychology (1989), Parker decide precisar e intensificar su crítica a la teoría de las representaciones sociales (pp. 91-107). Insistiendo en el riesgo de reducir la representación social a la cognición social, esta vez lo relaciona con la “reificación” y lo sitúa en una fatal disyuntiva entre la “fenomenología” y el “positivismo” (105-106). Para salir de esta disyuntiva a la que nos condenaría la representación, Parker nos aconseja renunciar al concepto mismo de “representación” y optar por el de “significación” (ibid). Este consejo es consonante con el enfoque global de su libro, centrado en el discurso, pero también en la historia y en el poder. Lo que se le critica esta vez a la psicología social es precisamente que “esté estructurada de tal manera que impida ocuparse de lo más interesante en la interacción social: lenguaje, poder e historia” (p. 1). Esta crítica ya no está dirigida tan sólo al bando cognitivo positivista e individualista, sino también al bando contrario, el etogénico, el cual, aunque teniendo en cuenta las “reglas sociales” y el aspecto “expresivo” de la sociedad (p. 21), no habría sabido incorporar aspectos cruciales como el de “la ideología” y “el poder” (pp. 23-27). De este modo, las propuestas etogénicas no escaparían totalmente a lo asumido por el viejo paradigma positivista e individualista, lo que se explicaría por su “dependencia” con respecto a ciertos discursos provenientes de la cultura moderna (pp. 84-89). Esta cultura es la que explicaría, en general, las “funciones opresivas de la psicología social”, su “aislamiento del mundo exterior” y su “cristalización como un aparato disciplinario” (p. 1). Todo esto, en efecto, sería determinado por “una cultura moderna desafiada por la cultura posmoderna” (p. 2). Es así como Parker explica “la crisis en la psicología social”: una crisis que “reflejaría una crisis política”, ya que el poder siempre habría acompañado el desarrollo de esta disciplina, tanto en sus estrategias de “normalización” y de “segregación” de otras disciplinas, como en su permanente “represión” que ahora se encargaría de ocultar la “crisis” y contrarrestar los embates de la cultura posmoderna (pp. 29-47).

Desconstrucción y reconstrucción de la psicología social

Participando en los embates a la psicología social, Parker (1989) se propone “des construirla” (p. 2). En esta desconstrucción, lo vemos invocar a Derrida e identificarse con el bando posmoderno y post-estructuralista. Sin embargo, consecuente con su radicalidad crítica, Parker no deja de preocuparse por las “implicaciones reaccionarias” de la posmodernidad y del post -estructuralismo (pp. 131-140). Estas implicaciones las ubica en la “evitación de lo político” y en la “ilusión” de que “el lenguaje está libre de poder y de ideología” (ibid). Oponiéndose a esta actitud indiferente y apolítica, Parker promueve una desconstrucción comprometida que busca la “comprensión política” y que “vincula investigación con cambio” (p. 2). La tarea no es aquí únicamente la “desconstrucción” y la “perturbación” de la psicología social, sino también el “cambio” y la “construcción” (pp. 11-12). Lo que se intenta es construir una “nueva psicología social”, y para construirla, se recomienda tomar ciertas medidas, entre ellas una consideración del factor de “género”, una “investigación radical” desde “el punto de vista de quienes resisten al poder”, una elucidación de “los conflictos entre posiciones políticas”, una reinterpretación de los eventos académicos como “problemas sociales” y una “reconstrucción” de la diferencia entre “lo normal y lo patológico” (pp. 154-156).

Las mencionadas medidas muestran claramente la manera en que Parker (1989) entiende su “desconstrucción teorética” de la psicología social (p. 157). Además de ser políticamente comprometida y subversiva, esta desconstrucción es reconstructiva y propositiva, no siendo un fin en sí misma, sino un medio subordinado al proyecto alternativo de una psicología social que deberá ser también políticamente comprometida y subversiva. La desconstrucción parkeriana puede así distinguirse de otras clases de desconstrucción. Esto es precisamente lo que se hace, ya en 1990, en la introducción al volumen colectivo Deconstructing Social Psychology. En esta introducción, Parker y Shotter (1990) distinguen dos concepciones de la desconstrucción: por un lado, las ofrecidas por Derrida y por Foucault, que únicamente “pueden ser usadas para mostrar procesos sociales y políticos en los ordenados productos de los académicos”; por otro lado, las propuestas por ciertos lacanianos y algunas feministas, que no pretenden tan sólo “revelar supuestos ocultos y descubrir significados reprimidos, sino también provocar preocupaciones diferentes de las implicadas en los discursos implicados” (p. 4). Optando por esta última forma de desconstrucción, Parker denuncia el “lenguaje elitista y alienante del post-estructuralismo”, cuya “desconstrucción no conduce automáticamente a la reconstrucción” (ibid).

En la perspectiva parkeriana, la reconstrucción debe coronar la desconstrucción. Una desconstrucción sin reconstrucción aparece como una desconstrucción estéril. Por ejemplo, al examinar la función potencial del psicoanálisis como “fuente de una psicología social radical”, Parker (1991) contempla dos escenarios posibles: o el psicoanálisis “únicamente des construirá formas contemporáneas de subjetividad y sociedad”, lo que nos hará “volver a la crisis”, o bien “reconstruirá formas del sujeto capaz de resistir y cambiar esos sistemas” (p. 40). Al reconstruir y no sólo des construir, el psicoanálisis podrá convertirse en “un componente central de una teoría apropiadamente crítica” (ibid).

Discursos, estructuras sociales y complejo-psi

Entre 1989 y 1991, Parker se representa el poder crítico de la teoría como una capacidad principalmente des constructiva y reconstructiva. En seguida, en su libro Discourse Dynamics: Critical Analysis for Social and Individual Psychology (1992), el aspecto específicamente reconstructivo parece pasar a un segundo plano, detrás del interés esencialmente analítico del método crítico de análisis de discurso que Parker propone. En cuanto a la desconstrucción, la vemos intervenir de dos maneras diferentes. Por un lado, la desconstrucción motiva el método propuesto, cuyo “mejor punto de partida” es el “afán de des construir poder e ideología” (p. xi). Por otro lado, la desconstrucción queda integrada en el análisis crítico, el cual recomienda, por ejemplo, “des construir” los “objetos del discurso”, considerándolos como eso y como nada más que eso, como “objetos de discurso”, en lugar de “tratarlos como si estuviesen realmente ahí (como si tuvieran un estatus ontológico)” (p. 34).

Entre los objetos de discurso que Parker (1992) aconseja des construir, están desde luego todos los objetos de la psicología, siempre tratados “como si fueran verdaderos” en virtud del “aparato de regulación” llamado “complejo-psi” (p. 32). Originalmente propuesto por Ingleby (1985) y Rose (1985), este complejo se vuelve un concepto central en las elaboraciones teóricas parkerianas, en las que se le entiende como “una red de teorías y prácticas que incluye la psicología académica, la profesional y la popular, y que cubre las distintas formas en las que la gente, en la cultura moderna occidental, es categorizada, observada y regulada por la psicología, así como las formas en las que esta gente pone en práctica modelos psicológicos en su habla y en su experiencia” (Parker, 1997a). Al dirigir la desconstrucción a este complejo-psi y a sus producciones psicológicas, el análisis crítico de Parker consigue salir de la misma psicología de la que ha surgido, volverse contra ella y mostrar ya claramente su vocación crítica, la cual, por cierto, no se limitará ni ahora ni después a una simple desconstrucción.

Aunque utilizando la desconstrucción y dejándose motivar por ella, el análisis crítico de Parker no es tan sólo un análisis desconstructivo. Es mucho más que eso. Es también mucho más que todo lo que entendemos habitualmente por análisis de discurso. Para empezar, el análisis parkeriano “radicaliza el giro hacia el lenguaje” y nos exhorta no sólo a “salir de la psicología”, sino también a “salir de un lenguaje” al que se ve reducido el discurso en la psicología (Parker, 1992, pp. xi-xii). De hecho, para Parker, el discurso que ha de analizarse no consistirá tan sólo en la “interacción verbal” y en las “formas habladas”, sino en “textos” definidos como “tejidos delimitados de significado reproducidos en cualquier forma”, incluyendo la de un juego electrónico o la de una pieza musical escuchada por los vecinos (pp. 6-7). Tal como los concibe Parker, estos discursos se “objetivan” a sí mismos y objetivan también aquello a lo que se refieren (pp. 8-9), “contienen sujetos” que aparecen como elementos discursivos “hablados” y “hablantes” determinados por el contexto discursivo (pp. 9-10), despliegan un “sistema coherente de significados” que muestra una visión del mundo pretendidamente inobjetable (pp. 10-11), se “refieren a otros discursos” en los que se apoyan o con los que se contradicen (pp. 13-14), mantienen una relación “reflexiva” implícita o explícita consigo mismos (pp. 14-15), están “históricamente situados” (pp. 15-16), “sostienen” y “refuerzan” o “atacan” y “subvierten” ciertas “instituciones” (pp. 17-18), “reproducen relaciones de poder” (pp. 18-19) y “tienen efectos ideológicos” por lo cual es “sancionan la opresión”, “justifican el presente” o contribuyen a la dominación de “quienes usan discursos subyugados” (pp. 19-20). Esta caracterización del discurso es también una enumeración de los aspectos que deben ser analizados en el discurso, a saber, la ideología, el poder, la relación con las instituciones, los factores históricos, etc.

En el método que Parker (1992) nos ofrece, presentándolo como “realista” y “materialista”, los mencionados aspectos discursivos no deben analizarse de modo absoluto, sino en su relación con ciertas “estructuras sociales” concebidas como “base” y “precondición” del discurso analizado (pp. 23-41). Ubicando al “usuario del discurso” en este ámbito social esencialmente real y material, no evitamos tan sólo el “individualismo profundamente ideológico” de las “explicaciones cognitivistas” (pp. 91-91), sino también el “idealismo” y el “relativismo” a los que nos podrían llegar a conducir algunas absolutizaciones “anti-cognitivistas” del “lenguaje” (pp. 95-96). Para escapar de ambos peligros, Parker adopta el “modelo ecológico” de J. J. Gibson, representándose a un “sujeto realista” que se realiza en el “ejercicio de poder y de resistencia” y no en un “adentro buscando su expresión en el afuera”, que “percibe al mundo directamente” y no a través de operaciones cognitivas, que “se involucra en materiales físicos y sociales que son oportunidades y restricciones para la acción” (p. 96). En la medida en que se ve “mediada” y “compartida con los demás”, esta acción “se estructura a través de instituciones y discursos” y “no a través de cogniciones y representaciones internas” (p. 102). Por lo tanto, además de ser “física, práctica”, la acción debe ser también “simbólica, expresiva”, lo que se puede apreciar mientras el sujeto “circula a través de textos”, moviéndose por el mundo como un lector de los textos” en los que se abren los “nichos culturales” constitutivos de la “sociedad” (pp. 86-96).

Discurso y subjetividad

Al igual que otros colegas británicos, Ian Parker no se representa el análisis de discurso como un método sin implicaciones teóricas, sino como un método que vehicula necesariamente una representación precisa de la subjetividad. En la perspectiva parkeriana, dicha representación debe ser la de una subjetividad socialmente determinada mediante el discurso. Esto queda bastante claro en el volumen colectivo que Parker edita con Erica Burman en 1993, Discourse Analytic Research: Repertoires and Readings of Texts in Action, en cuya introducción leemos que “el análisis de discurso, en sus variadas formas, ofrece una explicación social de la subjetividad atendiendo a los recursos lingüísticos a través de los cuales el reino sociopolítico es producido y reproducido” (Parker y Burman, 1993a, p. 3). De modo que la producción y la reproducción discursiva del reino sociopolítico implican también una determinación discursiva social de la subjetividad. Esta determinación discursiva social es la que permite al análisis de discurso aportar una explicación social de la subjetividad.

Aunque adoptando una concepción explicativa social de una subjetividad socialmente determinada en el discurso, Parker y Burman (1993b) rechazan explícitamente “la macro-reducción” de la subjetividad a “estructuras discursivas”, así como también rechazan su “micro-reducción a la acción voluntariosa del agente individual” (p. 163). Se trata para ellos de buscar el punto medio entre dos posiciones contrarias igualmente reduccionistas: en un extremo, la “identificación de agentes intencionales manipulando discursos y emprendiendo estrategias discursivas” en un “voluntarismo que tiende también hacia el cognitivismo”; en el extremo opuesto, la “concepción de discursos como si fueran ‘placas tectónicas‘ cuyos choques constituyen la subjetividad” en una espacio teórico determinista-estructuralista en el que ya “no hay lugar para la acción voluntariosa del agente” (ibid).

Entre los extremos voluntarista-cognitivista y determinista-estructuralista, Parker no parece verdaderamente ocupar un punto medio, sino que se inclina más hacia el extremo determinista-estructuralista, defendiendo la concepción de una subjetividad inmanente al discurso que la determina estructuralmente. Aunque el discurso pueda ser cuestionado y hasta desmontado por un análisis parkeriano que no deja de ser desconstructivo, este análisis no deja tampoco de ser analítico y de reconocer que la subjetividad es determinada por la estructura discursiva que la contiene. Conteniendo la subjetividad, la estructura discursiva la moldea. En esta perspectiva, “la subjetividad” entendida como “el sentido de nosotros mismos”, lo mismo que “la conducta” y que “la realidad”, se encuentran “siempre en un texto”, siendo esto mismo lo que justifica la opción de Parker y Burman (1993a) por “un post-estructuralismo que des construye las verdades que tomamos como dadas” (p. 6). Cuando se incorpora este factor post-estructuralista en la investigación analítica discursiva, escapamos del reduccionismo determinista-estructuralista y planteamos el ámbito de la estructura en términos de construcción y de desconstrucción. En este ámbito al que aplicamos el análisis desconstructivo, “nos volvemos capaces de estudiar no solamente la manera en que un discurso construye objetos (como ‘personalidad‘, ‘actitudes‘ o ‘prejuicios‘), sino también la forma en que los sujetos son construidos (la forma en que nos experimentamos a nosotros mismos cuando hablamos, cuando escuchamos a los otros hablar de nosotros y cuando usamos esta palabra cuando pensamos sin hablar)” (p. 7).

Práctica y crítica del análisis de discurso

Además de criticar los reduccionismos voluntarista-cognitivista y determinista-estructuralista, Parker y Burman hacen un cuestionamiento exhaustivo de unos treinta vicios más que detectan en el desarrollo teórico y metodológico del análisis de discurso. Entre estas “desventajas” (Parker y Burman, 1993b, p. 155), cabe destacar: la “evitación” del “aspecto performátivo” del lenguaje y de su capacidad para “reproducir y transformar relaciones sociales” (p. 157), el “peligro del idealismo” que hace atender al lenguaje sin preocuparse de la “materialidad del poder”, el carácter puramente psicológico del análisis y su déficit de un “conocimiento cultural” (p. 158), la exclusión de la “resistencia” por una representación de un poder ubicuo e “intangible” (pp. 167-168), la tentación empirista de “rectificar” el discurso y reducir su análisis a una simple “tecnología sin valores” (pp. 161-162), el “relativismo” y la “proscripción de una orientación política motivada y comprometida” (p. 167), la “normalización” y territorialización académica del método (pp. 165-166), y el deslizamiento de la “reflexividad” al “solipsismo” y a la “auto-referencialidad” (p. 168).

Los mencionados problemas, y otros más que Parker y Burman (1993b) denuncian y que no se destacan aquí, pueden resumirse a cuatro grandes vicios del análisis de discurso: el empirismo y su consecuente reificación del discurso, el relativismo y la pretensión de imparcialidad en el análisis, el academicismo y su normalización del método, así como el idealismo y el psicologismo con su abstracción de la materialidad y particularidad económica, política, social y cultural que subyace a cada discurso. La detección de estos vicios del análisis de discurso muestra suficientemente que el método en cuestión no da entera satisfacción a Parker y a Burman. El mismo Parker (1996a) habrá de admitir esto retrospectivamente al evocar su propio escrito de 1993, con sus “treinta y dos críticas al análisis del discurso”, en las cuales, según él, se evidenciaría “la insatisfacción con el análisis del discurso de algunos investigadores” que “todavía se inspiran en los aspectos políticos radicales de la teoría post-estructuralista y psicoanalítica”. Bajo esta inspiración, Parker puede mantener su actitud obstinadamente crítica y criticar incluso el propio análisis de discurso. Pero esto no le impide seguir elaborando, perfeccionando y poniendo en práctica el método particular de análisis de discurso que él mismo nos había ofrecido en 1992.

Después de 1992, e incluso después de su demoledora crítica del análisis de discurso del año siguiente, Parker no deja de analizar discursos, ofreciéndonos entonces uno de sus análisis más conocidos e influyentes, el de la pasta de dientes infantil Polichinela y Judy (Punch & Judy). En este análisis, Parker (1994a, 1995a, 1996a) se ocupa del empaque del dentífrico, de sus diversas características físicas y particularmente del texto de las instrucciones. Todo esto se considera como parte de un “mundo social” que es tratado “como un sistema de textos que el investigador puede ‘leer‘ sistemáticamente para examinar los procesos psicológicos subyacentes” (Parker, 1996a).

Para llegar a los procesos psicológicos, hay que pasar primero por los sistemas de textos, a los cuales puede traducirse prácticamente cualquier objeto del mundo social. Este objeto es tratado como algo discursivo y analizable como un discurso. Confirmamos entonces aquella concepción original, ya planteada anteriormente por Parker (1992, pp. 6-7), según la cual el campo de aplicabilidad del análisis de discurso no está circunscrito a los discursos en el sentido estricto del término, sino que se ve ampliado a todo lo que pueda ser traducido a un discurso. Curiosamente el análisis de discurso crea el mismo discurso que pretende analizar. De hecho, en una versión más reciente del análisis de discurso propuesto por Parker (1996a), esta creación del discurso es el primer paso, el de “la producción de texto escrito, que a veces puede identificarse con una transcripción”, y que “nos permite centrar nuestra atención en aquello que se desliza rápidamente en el filo de la conciencia” (ibid).

Entre la psicología crítica y la psicología discursiva

La creación de un discurso analizable no es más que el primer paso de la propuesta de análisis de discurso que Parker hace en 1996. Después de este primer paso, tenemos otros pasos que intentan remediar algunos de los problemas del análisis de discurso que Parker y Burman (1993b) habían criticado en su momento. Para evitar el idealismo y el psicologismo, por ejemplo, se cuenta con la contextualización materialista del discurso analizado en un “dónde”, en un “cuándo” y en diversas circunstancias concretas como son las “reglas culturales”, la “reproducción” o “subversión” de ciertas “instituciones”, y la existencia de “aquellos que se benefician de estos discursos y los que los sufren” (Parker, 1996a).

La contextualización del discurso analizado, así como la opción contra el empirismo, el relativismo y el academicismo, son actitudes comprometidas que ubican a Parker en la corriente de análisis de discurso que él mismo juzga “más radical” en la psicología social (Parker, 1997a). Bajo la influencia principal de Foucault, esta corriente se habría desarrollado en contradicción con otra corriente más bien moderada, la de los “repertorios interpretativos” que inauguran Potter y Wetherell (1987), contra la cual parecen dirigirse algunas de las críticas más severas que Parker y Burman (1993) hacen al análisis de discurso. Al valorar esta corriente que se ha extendido en el mundo anglosajón bajo el nombre de “psicología discursiva” (Edwards y Potter, 1992; Potter, 1998, 2003), Parker (1997a) lamenta que asuma las “categorías psicológicas tradicionales”, “evada referencias al poder y a la política”, se concentre en un “texto particular” y no estudie el contexto de “prácticas discursivas” en el que aparece. A la misma psicología discursiva, Parker le critica también su “falta de atención a la teoría, la coerción y el conflicto” (2000a), su decisión de “sucumbir al impulso apolítico del posmodernismo” (2000b), su “reducción de la investigación al dominio de la interacción conversacional”, su “descalificación de cualquier tentativa para fundar la conversación en cualquier tipo de realidad externa” (2007a, p. 391), su desvinculación del “mundo real” y su falta de “análisis histórico” (2007c, pp. 135-138), su “empirismo textual deliberado” que excluye el exterior del discurso, su “relativización de las identidades políticas”, su desprecio de la importancia de la historia y su concepción de la “inconclusión descriptiva como una meta en sí misma” (2009a, pp. 77-78). Contra estos extravíos de la psicología discursiva, Parker desarrolla su psicología crítica, y más tarde su “psicología crítica discursiva” (2002), en la que intenta “situar nuestra comprensión de los procesos psicológicos en un contexto político sin deslizarse hacia un relativismo extremo” (2007a, p. 391). Para esto, “desgraciadamente” ha sido necesario a veces “articular argumentos compatibles con el realismo crítico en el terreno del discurso” (Ibid). El conflicto entre la psicología discursiva y la psicología crítica se ha mostrado entonces como una oposición diametral, en el seno de la psicología expresamente alternativa y anti-cognitiva, entre una corriente apolítica y nominalista y otra corriente comprometida o politizada, crítica y realista.

Mientras que la psicología crítica se interesa y se inmiscuye abiertamente en el contexto real, económico, social, cultural y político, la psicología discursiva tiende a hacer abstracción de este contexto para concentrarse en el texto analizado. El texto se ve así aislado en el espacio de análisis de la psicología discursiva como en un laboratorio comparable a los de la psicología experimental. Por el contrario, en la psicología crítica, el texto es ubicado en un contexto y analizado en función de este mismo contexto en el que el investigador se incluye a sí mismo. Es así como el investigador puede abandonar su pretendida imparcialidad científica y asumir abierta y deliberadamente la parcialidad inherente a ciertas posiciones teóricas y políticas. Esto es lo que hace Parker al situarse a sí mismo, de manera explícita, en las perspectivas del psicoanálisis lacaniano y del marxismo trotskista.

El marxismo trotskista y su psicología revolucionaria

Lo teórico y lo práctico, lo personal y lo político

El marxismo trotskista de Ian Parker no es un punto de llegada, sino más bien un punto de partida en el desarrollo de sus ideas. En este desarrollo, Parker parte de su posición política. Ésta es un fundamento de sus elaboraciones teóricas. A través de estas elaboraciones, Parker no se vuelve marxista y trotskista, sino que asume abierta y deliberadamente, en el plano teórico, un marxismo trotskista que ya existía y operaba desde un principio.

Desde un principio, hay numerosos indicios de la posición política de Parker. Esta posición marxista y trotskista, por ejemplo, es consonante con su decisión de atacar simultáneamente la psicología social estadounidense, por su “obsesión de los individuos”, y la psicología social soviética, por su aspecto “disciplinario” y “conservador” y por su afán de “controlar a los grupos” (Parker, 1989, p. 146). En seguida, justo después de la desaparición del mundo soviético, el marxismo de Parker vuelve a evidenciarse cuando él y Shotter se apoyan en Marx y en Engels para criticar las “ilusiones dominantes” en la psicología social (1990, p. 7). Al año siguiente, Parker (1991) vuelve a vincular implícitamente su posición con la del marxismo cuando considera que la aproximación de marxistas al psicoanálisis, “desde Wilhelm Reich hasta Marie Langer”, demostraría “que el psicoanálisis podría ser tomado como fuente de la psicología social radical” reivindicada por el mismo Parker.

Aunque Parker no se haya preocupado por disimular su posición política en sus primeros trabajos, debemos esperar hasta 1996 para encontrarnos con evidentes repercusiones teóricas de su posición política. Estas repercusiones constituyen, antes que nada, la fehaciente confirmación del vínculo estrecho que Parker establece entre la teoría y la práctica, es decir, en sus propios términos, entre los intentos de comprensión y de transformación del mundo. El mismo Parker (1996b) alude a este vínculo al caracterizar al trotskista Ernest Mandel, con motivo de su fallecimiento, como “la encarnación del proyecto moderno para comprender y transformar el mundo”, lo que representa una lección para “los involucrados en la psicología crítica” y en otras corrientes afines que deben oponerse a “las concepciones posmodernas según las cuales no hay nada que comprender, nada que transformar, y especialmente nada que encontrar en el fondo de la lucha y el compromiso con la sociedad”.

A contracorriente de las concepciones posmodernas, tenemos la psicología que anuda comprensión y transformación, estudio y acción, teoría y práctica. Esta psicología conserva la confianza moderna en la lucha y el compromiso con la sociedad. Tal es el caso de la “psicología revolucionaria” que Parker (1996c) encuentra en Trotsky, en su vida y en su obra, ambas incluidas en el marxismo y en su “tradición acumulativa de conocimiento práctico revolucionario”.

Como el mismo Parker (1996c) lo explica, la psicología revolucionaria, por más “análisis y teoría” que implique, “no es un sistema académico de conocimiento”, ni una “teoría o serie de teorías”, ni tampoco algo que “pueda ser formalizado, escrito, transmitido y aprendido”. La psicología revolucionaria trotskista, por ejemplo, no radica tan sólo en el “sistema político-moral de análisis y de teoría” de Trotsky, sino también en su propia “biografía” (ibid). Se trata entonces de una psicología “encarnada en una vida revolucionaria” (ibid). Son así “las acciones, trabajo, escritos y creencias de Trotsky las que constituyen su psicología revolucionaria” (ibid). Esta psicología en particular, según Parker, se forja en la “conexión” entre dos “matrices relacionales” que suscitan ciertas “divisiones” y “proyecciones” y que resumen las “circunstancias” en las que vivió Trotsky: por un lado, una “matriz personal” y “familiar” evidenciada en los sufrimientos de su hija Zina; por otro lado, una “matriz política” en la que lo soviético se “posiciona como persecutor” (ibid). Es de la conexión entre estas dos matrices que surge la psicología de quien “mantiene la continuidad de la tradición revolucionaria” contra la “reacción predominante” bajo sus formas “estalinista, fascista y mcarthysta” (ibid). En esta psicología revolucionaria, la vinculación entre “acción y experiencia, actividad y conciencia, vida privada y vida pública”, refleja la singular conexión entre las matrices relacionales personal y política en la existencia de Trotsky. Esta misma conexión vital se expresa también en otros aspectos de la psicología revolucionaria trotskista, como es el caso de su “aspecto moral”, su “pesimismo”, la “utilización de materiales históricamente dados”, las “demandas transicionales” con su poder anticipatorio o “pre figurativo”, y la “revolución permanente” con su “imperativo moral de internacionalismo como práctica política y conciencia personal” (ibid).

Mercantilización, alienación e individualización

La psicología revolucionaria de Trotsky refleja una singular conexión entre dos matrices relacionales que son tan singulares como su propia conexión. La singularidad de estas matrices radica en cierto contexto social y cultural que depende a su vez de cierto momento histórico. El tiempo de la revolución rusa y de las tiranías fascista y estalinista es indisociable de la psicología revolucionaria de Trotsky. Esta psicología es la que es por su lugar en la historia. De manera general, cabe afirmar que toda psicología responde al momento histórico en el que surge y se desarrolla. Esta idea, perfectamente consonante con la perspectiva de Marx y del marxismo, es la que fundamenta en la teoría de Klaus Holzkamp, psicólogo marxista y fundador de la psicología crítica, la convicción de que la psicología no tendrá siempre la forma que tuvo en el capitalismo del siglo XX. A partir de esta “lección” de Holzkamp, Parker (1997b) sostiene que “una comprensión marxista del carácter particular de la psicología bajo el capitalismo también nos permite ver la manera en que la psicología puede cambiar a medida que el capitalismo cambia, así como la manera en que la psicología podrá volverse diferente una vez que el capitalismo deje de existir” (p. 136).

Desde el punto de vista marxista, el capitalismo determina forzosamente la forma y los contenidos característicos de la psicología que surge y que se desarrolla en un contexto capitalista. En este contexto, la verdad psicológica es la verdad psicológica del contexto. Esta verdad no puede ser igual a la de otro contexto histórico. Tampoco la realidad psicológica puede ser la misma en dos contextos históricos diferentes. Esto se ve así desde el punto de vista marxista porque este punto de vista, como bien lo señala Parker (1999a), adopta una “concepción históricamente situada de la verdad y de la realidad” según la cual “la realidad es prácticamente diferente para gente en coyunturas históricas diferentes y posicionada en diferentes clases y culturas”. A esto se añade que la “comprensión” de la realidad, en este mismo enfoque del marxismo, tampoco es “universal e invariable”, pues “varía históricamente y en función de la posición de cada uno en las relaciones sociales y como conjunto de relaciones sociales” (ibid). Por lo tanto, cada teoría psicológica, formando parte de tal comprensión de la realidad, pertenece a la ideología específica de un momento histórico y obedece a su posición en las relaciones sociales de ese momento histórico.

En general, para Parker (1999a), la psicología contemporánea es una “disciplina inherente a las prácticas de la sociedad de clases” que se ve “reclutada para investigar metas establecidas por aquellos que tienen un poder económico”, lo que se demuestra, por ejemplo, en la tendencia de las teorías psicológicas actuales a imponerse un “individualismo obsesivo”, negar “las identidades colectivas” y ofrecer otras “formas de identidad producidas por condiciones sociales opresivas”. Haciendo esto, la psicología individualista, hegemónica hoy en día, opera como una simple ideología burguesa cuya capacidad individualizadora se funda en el sistema capitalista y sirve directamente los intereses del capital. Como tal, como forma ideológica de individualización, la psicología individualista forma parte de uno de los tres objetos de estudio que Parker (1999a) asigna a “una teoría marxista en la esfera de la psicología”. Estos objetos son: “la mercantilización (la transformación de los poderes humanos en poderes de objetos en el mercado), la alienación (la separación forzosa del potencial humano y del trabajo reducido a la creación de cosas que son propiedad de los otros) y la individualización (el sentido simultáneo de responsabilidad y de impotencia en la persona que se experimenta a sí misma como el posesor o desposeído de cosas en lugar de experimentarse como un participante de las relaciones sociales” (ibid).

Crítica de la psicología marxista

Permitiendo estudiar la individualización, la mercantilización y la alienación del sujeto en el sistema capitalista, la teoría marxista de Parker abriría una brecha de investigación marxista en el terreno de la psicología. ¿Desembocaría esta brecha en una psicología marxista? La respuesta de Parker es negativa. De hecho, aunque siendo tan marxista como psicólogo, Parker (1999b) tiene la convicción de que una “psicología marxista” es tan “imposible” como “indeseable”. El fundamento de tal convicción radica en una serie de incompatibilidades entre los polos marxista y científico-psicológico: entre el énfasis en lo social y la pretendida autonomía de lo psicológico, entre el compromiso colectivo y la terapia individual, entre la militancia política y la investigación científica, entre la historia y el desarrollo evolutivo, entre la intervención práctica para la emancipación y la reflexión teórica para el conocimiento, entre la certidumbre absoluta y el relativismo posmoderno de ciertas psicologías actuales. A estas incompatibilidades entre el marxismo y la ciencia psicológica, Parker (1999b) agrega las incompatibilidades entre la teoría marxista y la psicología crítica: incompatibilidades entre un modelo en crisis y la crítica de otro modelo en crisis, entre una “posición teórico-práctica” y unas “prácticas teóricas disruptivas”, entre un “método práctico racional sistemático” y una estrategia consistente en “lúdicamente hacer una psicología no científica y seriamente deshacer la psicología científica” (Parker, 1999b).

No pudiendo superar las mencionadas incompatibilidades, los psicólogos marxistas estarían atrapados en una situación paradójica en la que intentan “describir cómo el sujeto que somos ahora funciona como un individuo auto-regulado (con un tipo de segunda naturaleza que lo ata al capitalismo)” y simultáneamente se esfuerzan en “imaginar un tiempo en el que incluso la teoría marxista que usan habrá sido superada” (Parker, 1999b). La psicología marxista se debate así entre la descripción de una falsa conciencia que debería dejar de existir, y que efectivamente dejará de existir, y la aspiración a la verdadera conciencia que todavía no existe, pero que existirá y así refutará tanto la primera conciencia como la teoría que le corresponde. Así pues, como sustituto para la realidad psíquica determinada por el capitalismo burgués, la psicología marxista imagina una realidad psíquica alternativa. Pero esta realidad es concebida en un sistema capitalista burgués del que la psicología marxista no puede escapar. De modo que la realidad psíquica a la que aspira la psicología marxista surge dentro de “los espacios fantásticos que la misma cultura burguesa construye como el ‘otro‘ de sí-misma” (Parker, 1999b). Para escapar de esta situación, lo que Parker parece aconsejar a los “marxistas en la psicología” es que se pongan a “trabajar en la disciplina y contra la disciplina”, desarrollando así “una práctica marxista”, en lugar de “intentar construir una psicología marxista” (ibid). Lo que Parker está proponiendo aquí a los psicólogos de orientación marxista, en definitiva, es que no permanezcan totalmente fieles a la psicología, sino que se atrevan a criticarla y oponerse a ella desde la trinchera marxista. Esto es coherente con la concepción parkeriana de la psicología como una “disciplina burguesa” (Parker, 2000b). Para no dejarse “absorber y neutralizar” por esta disciplina (ibid), los marxistas deben resistirse a la tentación de hacer una psicología marxista.

Nueve años después de haber excluido la posibilidad y la deseabilidad de la psicología marxista, Parker (2009a) aceptará la necesidad de una “genuina psicología crítica anti-capitalista” inspirada en Marx, intentando incluso “despejar la vía” hacia esta psicología consistente en “un trabajo revolucionario marxista dentro y contra la psicología” (p. 75, 85). Para esto, Parker se opone una vez más a Potter, Edwards, Hepburn y otros psicólogos anglosajones cuya psicología innovadora no constituye sino una “reestructuración” de la psicología en función de las aceleradas transformaciones en el capitalismo actual (p. 78). Para evitar, captar y desafiar ésta y otras formas de “recuperación institucional” e “ideológica” de la psicología crítica (pp. 78-82), Parker piensa que el marxismo es el único “recurso teórico” que nos “queda” (pp. 86-87). Tan sólo el marxismo nos proporciona, en efecto, elementos de análisis como “la noción del hombre como conjunto de relaciones sociales; la materialidad de la familia, la propiedad privada y el Estado; la plus-valía y el capital cultural; la alienación y la explotación; y la mistificación ideológica”, que “pueden ser contrastados con las nociones disciplinarias psicológicas del sujeto, la sociedad, la transparencia utilitaria, la experiencia insana y las falsas creencias” (p. 86). Al mismo tiempo, “las especificaciones de la posición del investigador en el marxismo —punto de vista, posicionamiento reflexivo, conciencia de clase, espacio institucional y revolución social— pueden oponerse a las nociones de neutralidad, racionalismo, esclarecimiento individual, conocimiento científico y adaptación y mejoría” (ibid). Finalmente, “el cambio en marxismo —como cambio permanente, compromiso con estructuras relativamente perdurables, práctica teórica, dialéctica materialista y política pre figurativa—, pueden oponerse a los procedimientos estandarizados de ratificación, pragmatismo, empirismo, positivismo y la elaboración de planes” (ibid).

Aunque Parker no haya aplicado todavía la psicología crítica de inspiración marxista que presenta en 2009, atisbamos tal vez un pequeño asomo de lo que podría llegar a ser esta aplicación en una breve reseña de Parker (2010a) sobre la revista Asilum y el movimiento de la psiquiatría democrática. Esta reseña, en la que encontramos la caracterización de la enfermedad mental como una de las tantas “miserias de la vida bajo el capitalismo”, constituye una crítica punzante, contundente y elocuente contra la psiquiatría actual convencional (ibid). En esta psiquiatría, Parker adivina “todas las dimensiones de la opresión”, la conexión entre “enfermedad mental y acumulación de capital” y la intención de “adaptar al capitalismo” a quienes caen así bajo el peso de “la explotación y la alienación” (ibid). Esta adaptación al capitalismo que Parker atribuye a la psiquiatría es aproximadamente lo mismo que Lacan (1965) había atribuido a la psicología muchos años antes. De hecho, no cabe duda de que el mismo Parker incluiría con gusto la misma crítica a la psicología en su psicología crítica de inspiración marxista.

Entre la crítica de la psicología marxista en 1999 y la propuesta de una psicología crítica de inspiración marxista en 2009, Parker se aleja temporalmente del problema de la relación entre el marxismo y la psicología y lo subordina a la cuestión del psicoanálisis lacaniano, que se convierte en el centro de su interés entre el 2000 y el 2010. En este intervalo de tiempo, el marxismo que más atrae la atención de Parker es el que interactúa con el psicoanálisis lacaniano, por ejemplo en la obra de Slavoj Žižek y en la polémica de este pensador esloveno con otros autores en los que Lacan también influye, como es el caso de Butler y de Laclau (Parker, 2003a, 2004a, 2007b).

El psicoanálisis lacaniano

El punto de contacto y de conexión entre lo social y lo individual

El psicoanálisis lacaniano aparece muy pronto en la reflexión de Parker. Diez años antes de llegar al 2000, Parker y Shotter (1990) atribuyen al psicoanálisis, y explícitamente al psicoanálisis lacaniano, una desconstrucción que “no se limita a revelar asunciones ocultas y descubrir significados reprimidos”, sino que “se ocupa de asuntos diferentes de los implicados en los discursos abordados” (p. 4). Esto se observaría en “las nociones psicoanalíticas (frecuentemente, pero no siempre basadas en las ideas post-estructuralistas de Lacan), en la medida en que abren un espacio para la exploración de un ‘otro‘ en un sentido más radical que el de un mero polo contrario” (ibid).

En el psicoanálisis lacaniano, el Otro no es tan sólo quien aparece frente a Uno, sino también lo que se encuentra dentro del sujeto, en su más profunda interioridad, que resulta ser entonces una pura exterioridad. Ésta es la exterioridad social en la que siempre desembocamos al internarnos en la individualidad y al ahondar en cualquier problema individual. Como lo señala Parker (1991), “en el marco psicoanalítico, cuanto más profundo miramos en el individuo, más nos acercamos a lo social”. Comprendemos entonces que el “punto de conexión entre lo social y lo individual” pueda estar en el centro del “modelo psicoanalítico de la persona” (Parker, 1992, p. 104). Comprendemos también que “la teoría psicoanalítica” permita “des construir la psicología reduccionista” que “desconecta” las esferas “individual y social” (Parker, 1991). Ahora bien, al reconectar estas dos esferas, el psicoanálisis no sólo “teoriza la naturaleza socialmente construida de la subjetividad”, sino que “abre el camino para el cambio de esa subjetividad” (ibid). En otras palabras, el psicoanálisis no se limita a “des construir formas contemporáneas de subjetividad y de sociedad”, lo que sólo serviría para perpetuar “la crisis” de la psicología, sino que nos ayuda a “reconstruir formas del sujeto capaces de resistir y cambiar” los “sistemas económicos del capitalismo y del capitalismo tardío”, lo cual es “un componente central de una teoría apropiadamente crítica” (ibid).

Vemos que Parker no tarda en detectar el potencial crítico de un psicoanálisis al que se representa, según una expresión de Erica Burman, como lo otro reprimido de la psicología. Si “la psicología odia y teme al psicoanálisis”, esto es, según Parker (1991), porque el psicoanálisis “perturba la fantasía de predicción y control que mantiene a la psicología” (ibid). Con su capacidad perturbadora, crítica y deconstructiva, el psicoanálisis aparece desde el punto de vista parkeriano, ya en 1991, como una posible “fuente de la psicología social radical” y como “la materia prima para algo que podría ocupar el espacio actual de la psicología social” (ibid). En lugar de la psicología social de orientación conductista o cognitivista, se podría tener, por ejemplo, un “análisis de discurso” cuyo “empleo del psicoanálisis lo protegería contra una recuperación por el conductismo o el cognitivismo, y lo aproximaría, sin una recaída en el humanismo, a desarrollos al exterior de la psicología” (Parker, 1992, p. 119). En su relación reflexiva con esta psicología, el análisis podría conducir a una crítica de la psicología, la cual, manteniéndose al interior de la psicología, operaría como una psicología crítica. De este modo, por más crítica de la psicología que pueda ser, la psicología crítica no deja de ser ella misma una psicología, y la prueba es que Parker la fundamenta en un modelo de psiquismo. Sin embargo, este modelo no es un modelo psicológico, sino el modelo psicoanalítico de “la subjetividad como punto de contacto entre lo individual y lo social” (p. 117).

Complejos discursivos y análisis psicoanalítico de discurso

En concordancia con el modelo psicoanalítico de la subjetividad como punto de contacto entre lo individual y lo social, Parker (1994b) desarrolla su teoría de los “complejos discursivos”, los cuales, “sintonizados con la subjetividad compleja” que es “la subjetividad psicoanalítica”, permiten contemplar simultáneamente “los dos aspectos interrelacionados de la organización social y de las propiedades individuales reflexivas de la acción humana” (p. 245). Conectando así “el orden simbólico” y la “dimensión experiencial del uso del lenguaje”, los complejos discursivos “contienen especificaciones para tipos de objetos y formas de subjetividad” (pp. 245-246). Estas “formas de subjetividad” son especificadas a partir de “principios psicoanalíticos” (p. 246). Para Parker (1995a), en efecto, los complejos discursivos funcionan como “transmisores de la subjetividad psicoanalítica”. En estos transmisores “socialmente construidos” y “simbólicamente mantenidos”, la “posición del sujeto” es “discursivamente dada a un lector” en función de una lógica psicoanalítica (ibid). En función de esta lógica, el lector se ve “posicionado como una forma de sujeto en diferentes puntos de un texto” en el que surgen “simultáneamente múltiples posiciones de sujeto en contradicciones recíprocas” (ibid). Las contradicciones entre las posiciones son también contradicciones del “sujeto atrapado en el texto”: en un texto de inspiración psicoanalítica en el que las contradicciones pueden ser reveladas por el “análisis psicoanalítico de discurso” (ibid).

Tal como lo diseña Parker, el análisis psicoanalítico de discurso contrasta con el análisis de discurso hegemónico en la psicología social anglosajona (Potter y Wetherell, 1987; Edwards y Potter, 1992; Potter, 1998, 2003). Mientras que este análisis subrepticiamente conductista y cognitivista se concentra en unos “repertorios interpretativos” que nos remiten a “nociones conductuales y cognitivas transmitidas en el lenguaje”, el análisis abiertamente psicoanalítico parkeriano parece concentrarse en unos “complejos discursivos” que “evocan la naturaleza freudiana y post-freudiana de la subjetividad que vivimos la mayor parte del tiempo” (Parker, 1997d). Es por esto que el análisis psicoanalítico de discurso debe recurrir al psicoanálisis “tratado como un vocabulario metodológico que se despliega para reestructurar el texto” de tal manera que “las defensas inconscientes y las fuerzas libidinales sean significativas como patrones lingüísticos” (1995a). Llegamos así a los patrones constitutivos del “complejo discursivo”: “patrones semánticos” que “forman sujetos y objetos” y cuya “estructura deriva del discurso psicoanalítico” o de la “cultura psicoanalítica” que “se transmite en el discurso” y que impregna la “cultura occidental” (ibid).

Impregnado por la cultura psicoanalítica y transmitiéndola en el discurso, el complejo discursivo es un “tema psicoanalítico” que “instaura” narrativas psicoanalíticas” (Parker, 1997c). El complejo es en sí mismo un “dispositivo analítico”, un “patrón discursivo” que “opera de acuerdo a los principios psicoanalíticos” (1996e). Es de acuerdo a estos principios que el complejo discursivo “captura simultáneamente la organización del discurso y sus efectos en los sujetos”, generando “especificaciones concretas de la subjetividad en las que el inconsciente se representa como el otro de la subjetividad” y “el yo no se considera como una estructura dentro de la cabeza del individuo, sino como un tipo de habla, un estilo poderoso de expresión que para el sujeto hablante evoca un sentido de individualidad forjado por la terminología psicoanalítica” (ibid).

Además del yo y del inconsciente, hay muchos otros complejos discursivos que proliferan en nuestra cultura: el “ello”, la “elaboración” y el “acting out”, la “perversidad polimorfa” y los “estadios de desarrollo” (Parker, 1994b, pp. 247-248), así como el “desplazamiento”, la “proyección delirante” y otros “mecanismos de defensa” que Parker (2003c) detecta en la película clásica Espartaco de Kubrick. Entre los complejos discursivos, los hay lacanianos y no sólo freudianos. Esto es claro en la película de ciencia ficción Total Recall de Philip K. Dick, en la que Parker (1996f) detecta “la huella de la influencia de la teoría psicoanalítica, en particular de la teoría lacaniana”, en una “lectura que se organiza en torno a tres complejos discursivos”, a saber, la “acción diferida”, lo “real” y lo “simbólico”. Además de estos complejos lacanianos, los hay también que se relacionan con otros autores, como lo muestra el mismo Parker (1995a) en su análisis de la pasta de dientes infantil Punch & Judy, en la que no sólo descubrimos el triángulo edípico de Freud y la oposición también freudiana entre los principios de placer y de realidad, sino también la ley excesiva de Žižek, los significantes enigmáticos de Laplanche, la máquina capitalista del deseo de Deleuze y Guattari, el poder tal como lo concibe Foucault, los sitios de resistencia al poder, etc. Bien “encuadradas” por la “tradición lacaniana”, estas interpretaciones descubren invariablemente la “regulación del niño” como “condición del psicoanálisis (y ahora de nosotros) como parte (y otro) del complejo-psi” (ibid). De modo que la lógica general de este complejo-psi, del que ya nos ocupamos anteriormente, se ve condicionada por los funcionamientos particulares de ciertos complejos discursivos.

Complejos discursivos, discurso terapéutico y crítica de la psicología

Así como los complejos discursivos transmiten la subjetividad psicoanalítica, así también hay otras formas de subjetividad vehiculadas por otras configuraciones que también condicionan el complejo-psi de nuestra cultura occidental contemporánea. Tal es el caso de las formas de subjetividad de corte conductista o humanista, que pueden llegar a ser esencial y sistemáticamente desafiadas por los complejos discursivos, de corte más psicoanalítico. Estos complejos, en efecto, “pretenden transcender formas ‘simples‘ y ‘vacías‘ de subjetividad que cimentan las tradiciones humanistas y conductistas (y algunas no por ello menos discursivas) de la investigación del complejo-psi” (Parker, 1996e). Entre estas formas de subjetividad, se encuentra por ejemplo el “sí mismo” (self) que los discursos humanistas acentúan y que los “textos conductistas radicales” pretenden “excluir rigurosamente”, sin darse cuenta de que representa “una condición necesaria para su funcionamiento”, como lo demuestra Parker (1995b) al comparar la subjetividad skinneriana y el sujeto lacaniano.

La comparación que hace Parker (1995b) entre la subjetividad skinneriana y el sujeto lacaniano, que implica una comparación más fundamental entre el discurso conductista y el complejo discursivo de corte psicoanalítico, recorre las oposiciones entre una conducta operante y reforzada y una conducta deseante y simbolizada (pp. 450-451), entre un determinismo ambiental y un determinismo simbólico (pp. 451-453), entre un entorno de prácticas reforzadoras y un contexto de relaciones sociales organizadas por el lenguaje (pp. 453-455), entre un énfasis anti-cognitivista en lo físico y un énfasis anti-cognitivista en lo textual (pp. 455-457), entre los no-consciente maquinal y el inconsciente determinante (pp. 457-459), entre un sí-mismo implícitamente presupuesto, pero negado y rechazado, y un sí-mismo explícitamente asumido, pero problematizado y descentrado en el lenguaje (pp. 459-464). En estas oposiciones, Parker toma partido por la opción lacaniana y alerta sobre “la paradoja” de que el análisis de discurso, en su reacción contra el cognitivismo y en su “rechazo de explicaciones que recurren al interior del individuo”, pueda “caer en la trampa conductista” (p. 465). Para evitar esto, Parker aconseja, no tanto “negar el discurso conductista”, sino “entrar tácticamente dentro de él y des construirlo” (ibid). Esto es lo que hace Parker al demostrar, dentro del mismo discurso de Skinner, su “fracaso” en la “fantasía de que es posible excluir totalmente el sí mismo en el discurso” (ibid).

En la concepción de Parker lo mismo que en su interpretación de Lacan, el sí mismo existe de un modo u otro en cualquier discurso. En cualquier discurso que asuma, problematice, niegue o incluso pretenda ignorar al sí mismo, este sí mismo debe ser para poder ser asumido, problematizado, negado o pretendidamente ignorado. En general, más allá de esta particularidad ideológica del sí mismo, no hay discurso que no implique al menos un esbozo de sujeto y de subjetividad. Esto es particularmente cierto en la esfera del complejo-psi y en sus discursos psicológicos de carácter académico, profesional y popular. Un buen ejemplo que Parker (1996d) analiza es el “discurso terapéutico”, el cual, implicando “nociones psicoanalíticas” e impregnando la moderna “cultura popular”, “forma sujetos mediante el empleo del mecanismo analítico metodológico de los complejos discursivos”. Parker distingue aquí tres clases de complejos discursivos que ejemplifica en actuales discursos terapéuticos: en primer lugar, el complejo de “intelectualización”, por el que se desconfía del puro pensamiento y se busca la verdad en el sentimiento, lo que puede observarse en ciertas emisiones televisivas confesionales; en segundo lugar, el complejo de “transferencia”, por el que una relación presente se interpreta como la reproducción de relaciones pretéritas, lo que suele ser admitido por quienes llaman a emisiones radiofónicas de orientación psicológica y remontan automáticamente a su infancia para explicar sus problemas relacionales; en tercer lugar, el complejo discursivo de “trauma”, por el que se temen las consecuencias psíquicas de acontecimientos demasiado graves, lo que justifica la ayuda psicológica de urgencia para quienes han pasado por cualquier tipo de catástrofe (ibid).

A los complejos de intelectualización, transferencia y trauma, pueden sumarse muchos otros, como son los del ello, el yo y el superyó; los principios de placer y de realidad; el inconsciente, la perversidad polimorfa, los estados del desarrollo, etc. En todos los casos, los complejos discursivos son “estructuras del lenguaje que también conllevan estructuras de afectos” (1996e). Ambas estructuras no funcionan tan sólo en el ámbito subjetivo individual, sino también “dentro de las instituciones y de las manifestaciones culturales, organizándolas como si se tratase de sujetos individuales” (ibid). Parker (1994b, 1996e) ilustra esto último a través del funcionamiento de la Sociedad Británica de Psicología (BPS), en la que ve operar complejos discursivos como los del “yo racional”, que asegura “las defensas” institucionales y “la unidad interna de la institución”, y el “ello irracional”, correspondiente a “los charlatanes que se encuentran fuera de la institución y que no sólo sufren de ‘percepciones falsas‘, sino que además emplean el conocimiento psicológico de manera irresponsable y peligrosa”. En general, para Parker (1997c), las “instituciones de psicología y de psicología social” suelen ser “estructuradas” por los “complejos discursivos del yo y del ello”, así como por los del “aparto mental y su red de defensas”. En éstos y en otros complejos discursivos, Parker revela el paradójico funcionamiento psicoanalítico de instituciones psicológicas esencialmente no-psicoanalíticas. Es así como “la psicología y la psicología social” funcionan con “un yo como aparato institucional”, como “aparato de Estado”, que implica y oculta un “proceso de represión” y un “estado inconsciente” como los descritos por Freud en el individuo (Parker, 1997c). Al igual que en el individuo, el “conocimiento excluido regresa a la estructura de la institución” (Parker, 1996e). Este regreso no es más que un ejemplo de la manera en que “el psicoanálisis acosa a una psicología” cuya “historia”, según Parker, es “la historia de los vínculos olvidados con la tradición psicoanalítica” (ibid).

Complejos discursivos y subjetividad compleja

Si la psicología es acosada por el psicoanálisis, esto es porque el psicoanálisis “circula en la cultura occidental y en todo el globo a través del aparato cultural del imperialismo europeo y americano, y así, al circular, forma sujetos que se entienden a sí mismos en este discurso” (Parker, 1996f). Mientras ciertos complejos discursivos “constituyen” a estos “sujetos psicoanalíticos” en “la cultura moderna”, la “moderna disciplina de la psicología trata de capturar a los mismos sujetos en modelos conductistas y cognitivos” (ibid). Pero estos sujetos no se dejan capturar. Su deseo no se deja domar por las psicologías conductistas y cognitivistas. En este sentido, por lo tanto, las mencionadas psicologías no pueden ya vencer al psicoanálisis. Pueden tan sólo “reprimirlo” (1997c), pero aun reprimido, el psicoanálisis ha obtenido un poder cultural que lo hace invencible en el campo teórico. En este campo, el poder del psicoanálisis es el poder de una “cultura” occidental que “es psicoanalítica” (ibid). En esta cultura, es el poder efectivo del psicoanálisis el que hace aparecer toda clase de “sujetos psicoanalíticos” en todos los ámbitos, incluso en los bares y en su diferenciación espacial y material entre las imágenes y las palabras, el anonimato y la individualización, la música y la conversación: diferenciación en la que Parker (1998a) detecta la distinción psicoanalítica “entre el inconsciente y la conciencia”, así como la presencia del “sujeto psicoanalítico como efecto viviente de este espacio materialmente organizado” (p. 71). A través de este espacio que recuerda la exterioridad material de inconsciente lacaniano, el psicoanálisis ejerce todo su poder y muestra cuán poderoso es en la cultura occidental. En esta cultura, en efecto, el psicoanálisis es tan poderoso que incluso los mismos psicólogos, al “reflexionar sobre lo que hacen”, terminan “reapareciendo como sujetos psicoanalíticos” (1998b, p. 24). Como tales, demuestran a su pesar lo poderoso que se ha vuelto el mismo psicoanálisis que suele ser despreciado por ellos.

Debe quedar claro que el psicoanálisis “no es poderoso” para Parker (1996f) “porque sea verdadero, sino que se ha convertido en algo tan verdadero, y tan útil como parte de la corriente radical en psicología, debido a su poder, influencia y difusión como teoría del sí mismo”. Como teoría del sí mismo, el psicoanálisis implica una subjetividad compleja que ha sido y sigue siendo transmitida por unos complejos discursivos que aseguran su predominio en nuestra cultura moderna occidental. Esta “subjetividad compleja”, tal como es asumida por la psicología crítica de Parker (1997d), se opone diametralmente a la “subjetividad vacía” y a la “subjetividad simple”, ambas consonantes con las tradiciones conductista, cognitivista y humanista, vehiculadas por los “repertorios interpretativos” y estudiadas por la psicología discursiva y por el análisis de discurso hegemónico en el mundo anglosajón (pp. 479-484, 491-494).

A diferencia de las concepciones de la subjetividad simple y vacía, la noción de una subjetividad compleja “toma en serio los deseos y las intenciones del individuo y la operación del discurso y de las estructuras sociales” (Parker, 1997d, p. 491). En este aspecto discursivo y social, “el sujeto siempre se complica por el enredamiento de formas culturales dominantes relacionadas con el auto-conocimiento que circula en la sociedad” (ibid). Entre estas formas culturales dominantes, la psicoanalítica se transmite a través de unos complejos discursivos cuyo análisis va más allá del examen de los repertorios interpretativos. Por un lado, los repertorios interpretativos se limitan a “elucidar las maneras alternativas en las que una persona puede encuadrar un tema en una conversación o en una entrevista”, así como “la manera en que los cuadros resultantes participan de patrones culturales amplios de significado” (ibid). Por otro lado, los complejos discursivos “describen formas de subjetividad que circulan en una cultura como funciones del discurso”, así como “teorías del sí mismo que los sujetos en una cultura elaboran para sí mismos en relación a diferentes fenómenos” (ibid). Con esta distinción, Parker intenta reconciliar sus complejos discursivos con los repertorios interpretativos. La incompatibilidad teórica entre su psicología crítica y la psicología discursiva parece resolverse en una simple complementariedad. Esta complementariedad posibilita incluso una división de trabajo en la que el análisis parkeriano “examina formas de sujeto constituidas por el discurso psicológico”, mientras que el análisis hegemónico en el mundo anglosajón muestra la manera en que “la psicología constituye clases de objetos” que “van de los mecanismos cognitivos a los tipos de personalidad” (Parker, 2001a).

La psicología virtual de Lacan y la crítica lacaniana de la psicología

Mientras que el análisis de Potter y Edwards estudia la constitución discursiva de objetos en la psicología, el análisis parkeriano examina una constitución discursiva de la subjetividad que implica también una constitución discursiva de la psicología. La psicología se ve automáticamente constituida en la constitución discursiva de la subjetividad que le corresponde. Es por esto que un complejo discursivo no puede conformar una subjetividad psicoanalítica sin constituir al mismo tiempo su propia psicología psicoanalítica.

Hay una especie de psicología psicoanalítica que está implicada en la subjetividad generada por los complejos discursivos que se encuentran dentro de nuestra cultura. En “los signos” de nuestra “cibercultura”, por poner un caso, Parker (2000c) descifra un complejo discursivo compuesto por “elementos de una teoría lacaniana de alta tecnología” en los que se puede llegar a vislumbrar una “psicología virtual” lacaniana implicada en una especie de “subjetividad virtual”. Esta subjetividad surge de los “sistemas simbólicos” y de su “poder para re-crearnos en el momento en que los utilizamos” (ibid). A través de su utilización, en efecto, los sistemas simbólicos de nuestra cibercultura forman a cada momento una “subjetividad dispersa y simbólicamente mediada que se aproxima a las concepciones lacanianas del desconocimiento y de la situación especular” (ibid). Esta “subjetividad virtualizada” es “experimentada como un artificio” que “depende enteramente de lo simbólico” y que resulta de un contexto actual caracterizado por la “virtualización de las relaciones” y por la “fabricación de personas y entornos electrónicos” (ibid).

En el contexto actual, Parker detecta una forma lacaniana de subjetividad virtualizada que se opone diametralmente a cualquier forma psicológica de subjetividad. La oposición entre estas dos “formas de subjetividad” en la actual “cultura occidental” refleja la “diferencia radical entre el sujeto dividido del psicoanálisis y el sujeto psicológico unificado, administrado y monitoreado por psicólogos bienintencionados” (Parker, 2000c). Al criticar a este sujeto de la psicología, Parker toma posición por el sujeto del psicoanálisis lacaniano. Es así como Lacan, a partir del año 2000, termina siendo constantemente invocado y sistemáticamente utilizado en la psicología crítica parkeriana.

Para empezar, Parker (2001a) adopta la conceptualización lacaniana del “discurso de la universidad” para criticar el funcionamiento “burocrático” de la psicología académica de acuerdo a este discurso, lo cual supone: la dominación de un saber psicológico pretendidamente universal, una verdad reducida al poderoso nombre de un autor que garantiza el saber psicológico, la producción de un sujeto dividido que carece de cualquier saber psicológico, y la reducción de este sujeto a un objeto perdido sobre el que se ejerce la dominación del saber psicológico. Dos años más tarde, Parker (2003b) se funda en Lacan para denunciar nueve vicios de la psicoterapia psicológica: la “empatía” que se basa en una “identificación imaginaria”, la “armonización” de la persona que “encubre” los “aspectos contradictorios” de su personalidad, la búsqueda de una “relación verídica” que oculta la inevitable intervención de la “fantasía” en toda relación, la “excavación” que busca una “realidad profunda” más allá de la superficie del inconsciente, el propósito de “educar” y la pretensión de poseer un saber que tan sólo es poseído por el sujeto que viene a psicoterapia, la intención de “normalizar” que busca “adaptar eficientemente” al sujeto, la “patologización” de aspectos que pueden entonces ser manipulados en una “narrativa moral y moralizante”, la “predicción” que impide cualquier revelación, y la promoción de una “racionalidad” que desemboca en la “reificación de la racionalidad y de la irracionalidad” en función del criterio del terapeuta. Íntimamente relacionada con esta crítica de la psicoterapia, está la otra crítica de Parker (2009b) a la “insana profesionalización” de la “psicoterapia” y del “psicoanálisis” en el Reino Unido, la cual, como derivación del intento de “proteger al público” mediante una “regulación estatal” de las psicoterapias, caería en diversas trampas: la suposición de un “estándar moral” (p. 213), la reducción del “carácter moral” a la “conformidad” o “colusión” con una “práctica actual cuestionable”, la estimulación de la “obediencia a un programa de estudio” (p. 214), la reducción del “entrenamiento” terapéutico a la “progresión en un programa de estudio”, la “concepción del conocimiento” como algo “empacado y aplicado” (p. 215), la interpretación de los “umbrales” como “bases” y “límites” de la “práctica”, la “subordinación de los entrenamientos independientes” a “criterios universitarios” (p. 216), la reducción de las organizaciones de entrenamiento a organizaciones de “monitoreo”, la “individualización” de la práctica mediante la destrucción de los colectivos existentes (p. 217), y la “ilusión de seguridad garantizada por tentativas ilusorias de predecir y controlar la actividad humana innovadora” (p. 218).

Además de recurrir implícita o explícitamente a Lacan para criticar los vicios de la psicoterapia y de la profesionalización de la psicoterapia, Parker se ubica en la óptica lacaniana para poner de relieve una serie de problemas que detecta en las corrientes más importantes de la psicología actual: en la psicología cognitiva, la localización del pensamiento “al interior de la mente” (Parker, 2003d, pp. 98-99), la consideración del significado como “algo autosuficiente e independiente de lo simbólico” (pp. 99-100), la asimilación cartesiana del ser al pensamiento (pp. 100-101) y la idea del yo como punto objetivo de acceso a la conciencia (pp. 101-102); en la psicología del desarrollo, la representación “secuencial” y no histórica del tiempo (pp. 102-104); en la psicología social, la imagen de unos individuos no originariamente sociales que existen e interactúan en un espacio social (pp. 104-105); en la psicología humanista, el ideal de la “transparencia de la comunicación” (pp. 105-106); en la psicología construccionista social, la relación causal y no retroactiva del lenguaje con la realidad (pp. 106-107). Después de estos problemas particulares de ciertas corrientes psicológicas, lo que Parker ataca en la psicología en general, desde una posición psicoanalítica lacaniana, son los aspectos culturales “esencialistas” e “ideológicos” de la disciplina (Parker, 2004b); los tres paradigmas éticos problemáticos del “bien como ideal” hacia el que se tiende, la conveniencia de “la conformidad con una ley universal”, y la posibilidad de “repartición de bienes” y de cálculo objetivo de costos y beneficios (Parker, 2005a), así como “la oposición entre interioridad y exterioridad” y “el intento de penetrar en la mente del sujeto” (Dunker y Parker, 2009).

Slavoj Žižek y la teoría social lacaniana

Paralelamente a la elaboración de una psicología crítica de orientación lacaniana, Parker se interesa en la articulación entre las vertientes marxista y lacaniana de su trabajo. Para esto, decide aproximarse a diversos autores en cuyas ideas observamos simultáneamente un posicionamiento a la izquierda, ya sea marxista u otra, y una clara influencia de Lacan. Entre estos autores, ninguno es tan invocado como el influyente y polémico filósofo esloveno Slavoj Žižek.

Ya desde mediados de los noventas, Parker se refiere a diferentes ideas zizekianas: la convicción de que la ley no puede funcionar sin producir una “violencia ilegal suplementaria” (Parker, 1995a), la caracterización del “tiempo psicoanalítico” a partir del futuro anterior y de “la acción diferida” (1996f), la concepción de “la cosa traumática” como “lo que resiste simbolización y al mismo tiempo organiza lo simbólico” (ibid), y la definición del síntoma como “ruptura de la comunicación” que “revela el mismo sistema de distorsiones que intenta encubrir” (1997d). Estas ideas zizekianas son asimiladas a complejos discursivos (1995a, 1996f) o utilizadas para conectar el psicoanálisis con el análisis de discurso (1997d). En ambos casos, no las vemos ocupar un lugar central en las elaboraciones de Parker. Esto cambiará en la década siguiente, cuando Žižek se convierte en uno de los principales puntos de referencia para Parker.

En una incursión dentro del libro Contingencia, hegemonía y universalidad, de Butler, Laclau y Žižek (2000), Parker (2003a) se concentra en las posibles “implicaciones clínicas” de “la lectura de izquierda” con la que estos autores abordan a Lacan. Partiendo de la idea zizekiana de que “el antagonismo entre lo social y lo individual se encuentra dentro del sujeto y de lo social en lugar de operar entre uno y otro”, Parker vuelve una y otra vez a este antagonismo interior en la relación “entre lo personal y lo político”, distinguiendo, en el polo personal, tres grandes temas psicoanalíticos, los de “la negatividad, la determinación y la particularidad”, que subyacen a la discusión entre Butler, Laclau y Žižek, centrada en los temas políticos manifiestos “de la hegemonía, la contingencia y la universalidad” (ibid). En la discusión entre los tres autores, Parker subraya “la indeterminación de sus posiciones políticas”, que podría ser lo que hace que sean “compatibles con el psicoanálisis lacaniano” (ibid). Sin embargo, a pesar de su indeterminación, las posiciones políticas existen, y Parker observa, invocando a Lacan, que “la posición política mantiene al sujeto en su lugar aunque parece ofrecerle una manera de escapar a su lugar” (ibid). Al mismo tiempo, en la discusión entre Butler, Laclau y Žižek, Parker admite “la dificultad para descubrir las consecuencias clínicas de sus argumentos” (ibid). La única idea clínica en la que los tres autores coinciden se refiere al final del análisis, el cruce del fantasma y la resultante liberación del sujeto con respecto al objeto que determinaba su esclavización. En este punto, “Butler, Laclau y Žižek relacionan lo personal con lo político y provocan un pensamiento que atraviesa la teoría social y que se interna en el dominio de la práctica clínica” (ibid). Esto mismo es lo que ocurre con algunas ideas parkerianas. De hecho, si Parker se interesa tanto en la discusión entre Butler, Laclau y Žižek, esto es porque reproduce en muchos aspectos su propia reflexión encaminada precisamente a la articulación entre su teoría social y su práctica clínica, su marxismo y su lacanismo, su psicología social y su opción por el psicoanálisis. Lo mismo puede afirmarse con respecto al libro Slavoj Žižek, A Critical Introduction, en el que Parker (2004a) piensa en los términos de su propia reflexión al profundizar en Žižek, en su “lectura del cambio psicoanalítico como modelo de transformación social” (p. 80), y en su “apretado nudo teórico” entre Hegel, Marx y Lacan (p. 104). En efecto, si Parker se interesa en “la manera poderosa” en que el filósofo esloveno “combina estos recursos teóricos dispares”, esto no es porque sea “la manera adecuada”, sino porque puede “forzarnos a pensar en lo que debe hacerse con estos recursos para combinarlos de la manera adecuada” (p. 9). Esta combinación adecuada es precisamente lo que Parker está buscando a través de su propia reflexión.

Análisis Lacaniano de Discurso y mitologías psicoanalíticas

A través de su reflexión y a través de su crítica de Žižek, Parker está buscando una adecuada combinación entre Marx y Lacan. Esta combinación implica también una utilización de Lacan. Ésta se aproxima en algunos aspectos a la ofrecida por Žižek, pero no coincide totalmente con ella. Sus procedimientos difieren tanto como sus propósitos y sus resultados. Esto se debe fundamentalmente a las diferentes posiciones teóricas y políticas de Parker y de Žižek, aunque también, simplemente, a los diferentes campos en los que reflexionan. Mientras que Žižek reflexiona en la filosofía, Parker lo hace en la psicología. Por más que escape a la psicología, Parker no deja de trabajar en el ámbito psicológico, y es aquí en donde tiene que fructificar positivamente su utilización de Lacan.

Uno de los mejores frutos positivos de la utilización parkeriana de Lacan en la psicología, es su “Análisis Lacaniano de Discurso” (Parker, 2005b), presentado exactamente diez años después de su precedente directo, a saber, el “análisis psicoanalítico de discurso” (Parker, 1995a). Sin embargo, a diferencia de este análisis psicoanalítico, el análisis lacaniano es explícito y sistemáticamente diseñado y elaborado. Mientras que este análisis lacaniano de discurso merece un artículo entero de Parker, su precedente mereció apenas una mención aislada en un artículo sobre los complejos discursivos. Por otro lado, como se puede leer en esta mención, el análisis psicoanalítico de discurso, aunque aparentemente incluyera todo lo relativo a los “complejos discursivos”, estaba explícitamente limitado al estudio de “las contradicciones en posiciones del sujeto, y así también de las contradicciones del sujeto atrapado en el texto” (Parker, 1995a). En cambio, el Análisis Lacaniano de Discurso, tal como lo concibe Parker (2005b), engloba explícitamente una gran variedad de aspectos discursivos: “la forma” privilegiada sobre “el contenido” (p. 167), las “diferencias sin términos positivos” (p. 168), la “orientación” de los términos analizados hacia otros términos y no hacia ciertos sujetos (p. 168), los “puntos de bloqueo” en los que operan “significantes sin sentido” (p. 169), las “posiciones dominantes” de los “significantes amos” como “anclas de la representación” (pp. 169-170), la “determinación retroactiva” del sentido de la frase por su particular “puntuación” (p. 170), los “aspectos imaginarios” de “la similitud y la oposición” (p. 171), los “vacíos y resquicios” por los que el inconsciente se manifiesta en el texto (p. 171), los “puntos del texto” en los que “el saber es supuesto” (p. 172), el deseo del Otro en el seno del discurso (pp. 173-173), los “vínculos sociales” establecidos en el seno del discurso (p. 173), la “división entre el enunciado y la enunciación” (p. 174), las posiciones del sujeto hablante en la cadena significante (pp. 174-175), y “lo real” como “puntos muertos de perspectiva” y “puntos de descomposición de la representación” (p. 176). Todos estos aspectos discursivos aparecen en los “siete elementos teóricos” lacanianos que Parker aporta a “la teoría de discurso en psicología”, advirtiendo que no constituyen en sí mismos ni una “teoría del discurso” ni un “método de análisis de discurso”, lo que sería un “anatema” desde el punto de vista lacaniano (pp. 163-167). Adoptando este punto de vista, Parker ofrece un Análisis Lacaniano de Discurso que es más “sugestivo” que “prescriptivo”, y que no aspira a una aplicabilidad general, debiendo adaptarse a “la especificidad de cada caso” (pp. 178-179).

Debiendo adaptarse a la especificidad de cada caso, el Análisis Lacaniano de Discurso no constituye ni comporta una teoría psicológica general. Parker (2005b) excluye de manera explícita esta posibilidad de una “psicología alternativa” que se inspirara en el psicoanálisis lacaniano (p. 178). En lugar de esta psicología psicoanalítica, lo que Parker (2006, 2009c) propone ahora, inspirándose en las Mitologías de Barthes (1957), es una mitología psicoanalítica en la que prosigue su trabajo sobre los complejos discursivos y sus demás investigaciones en torno a la subjetividad psicoanalítica en la cultura occidental. En esta cultura, las mitologías psicoanalíticas implican “mitos” definidos como “prácticas representacionales de textura compleja” (Parker, 2009c, p. 127). Recuperando así la complejidad de los complejos discursivos, las “mitologías psicoanalíticas”, lo mismo que los complejos discursivos, comprenden el “ego”, el “inconsciente” y otras “palabras” que provienen del psicoanálisis, que “se vuelven parte de la lengua de todos los días para describir quiénes somos” y que así “dan sentido a nuestra vida” (Parker, 2006, pp. 3-5).

Tras los diferentes sentidos que puede adquirir nuestra vida en el mundo occidental, se encuentran siempre “mitos psicoanalíticos” que operan como “prácticas representacionales” que “se estructuran y se reproducen por diferentes medios de tal modo que nos atraen a ellos incluso cuando no hablamos de ellos explícitamente” (Parker, 2009c, p. 99). Si los mitos psicoanalíticos nos atraen a ellos, esto es porque presentan una “textura terapéutica que requiere de un cierto nivel de compromiso” de nuestra parte, no limitándose ni a “denotar” con “términos psicoanalíticos” las “cosas a las que se refieren”, ni a “connotar” a través de “asociaciones” la “sobre determinación del lenguaje”, sino “implicando” además al “sujeto” al que ponen “en relación con signos y con afectos” (p. 110). Esta implicación nos encierra en una visión psicoanalítica de la subjetividad de la que no podemos escapar hacia “visiones alternativas” como “las especificaciones biomédicas de la psiquiatría, los modelos cognitivo-conductuales de la psicología, las concepciones humanistas-espirituales del consejo psicológico” (p. 127).

Siendo imposible escapar del mito psicoanalítico y de la subjetividad que le corresponde, lo que Parker (2009c) propone es “adoptarla voluntariamente de una manera próxima a la ironía” (p. 128). Esto excluye una gran cantidad de posibles utilizaciones del psicoanálisis en la psicología, por ejemplo aquellas que lo utilizan para “ratificar imágenes prevalecientes de la conducta normal y anormal” (Parker, 2008, p. 155), o bien las que trascienden el “nivel discursivo” y generan un “modelo psicológico” psicoanalítico en términos de “intención, motivación e inconsciente” (p. 157). En ambos casos, el psicoanálisis como tal no es adoptado, no lo es ni con seriedad ni con ironía, sino que se ve neutralizado y reducido a la psicología. Contra esta mala utilización psicológica del psicoanálisis, Parker vislumbra, sobre la base de su adopción irónica del psicoanálisis, una utilización crítica del mismo psicoanálisis en psicología, de acuerdo con una “perspectiva construccionista”, ya sea en un plano estrictamente clínico, o bien en un plano cultural, como “teoría social que puede posicionarse a sí misma como una crítica de todas las formas de psicología y de psicologización” (pp. 158-159).

Conclusiones

Como flexión de la psicología contra sí misma, la psicología crítica de Parker se apoya en diversas revoluciones dentro de la psicología y en contra de la psicología, todas ellas inspiradas por acontecimientos históricos al exterior de la psicología, como es el caso de la revolución rusa, las rebeliones estudiantiles en Francia y los movimientos latinoamericanos de liberación, acontecimientos a raíz de los cuales vemos aparecer en la psicología, respectivamente, el trabajo marxista, el foucaultiano y la psicología de la liberación en América Latina. Retomando esta psicología de la liberación, Parker plantea la necesidad de que la “liberación en la psicología” sea también una “liberación de la psicología” (2007c, p. 181). Esta liberación en la psicología y de la psicología está estrechamente relacionada con el proyecto de una crítica dentro de la psicología y contra la psicología. De hecho, se trata de la misma actitud que opera como eje rector de las incursiones parkerianas en el psicoanálisis, el marxismo y el análisis de discurso. Cuando Parker sale de la psicología e incursiona en estos ámbitos, lo hace para volver inmediatamente a la psicología y enfrentarse a ella, desde adentro, con las armas que ha recogido afuera. Con estas armas, Parker no sólo cumple cabalmente con su crítica de la psicología, sino que también la fundamenta sólidamente al estudiar los cuatro principales asuntos de los que debe ocuparse la psicología crítica: la manera en que ciertas “variedades de acción y experiencia psicológica” son “privilegiadas” y “operan ideológicamente” o “al servicio del poder”, la manera en que las variedades de la psicología “se construyen cultural e históricamente” y pueden “confirmar o desafiar las asunciones ideológicas de los modelos dominantes”, la “vigilancia” y la “auto-regulación en la vida cotidiana” y las demás formas en que “la cultura psicológica opera al exterior de la práctica académica y profesional”, y “la manera en que la ‘psicología ordinaria‘ cotidiana estructura el trabajo académico y profesional” y puede ser “la base para resistir a prácticas disciplinarias contemporáneas” (Parker, 1999c; 2009a, pp. 85-86).

Para estudiar los cuatro principales asuntos de la psicología crítica, Parker emplea simultáneamente el psicoanálisis, el marxismo y el análisis de discurso. Las tres grandes tradiciones se entretejen hasta formar ese nudo tan consistente como resistente con el que nos encontramos cada vez que leemos los últimos textos de Parker. En estos últimos textos, ya sea de manera implícita o explícita, intervienen siempre anudadas las tres líneas del psicoanálisis lacaniano, el marxismo trotskista y el análisis de discurso. En los términos lacanianos de Parker (2010b), podemos decir que las tres líneas aparecen permanentemente dentro de su obra “como los tres anillos del nudo borromeo, como si el fracaso de respetar la vinculación entre ellos condujese a un desastre” (p. ix).

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CONCLUSION GRUPAL

Al igual que muchas aplicaciones críticas, psicología crítica ha expandido más allá de las raíces marxistas y feministas en beneficio de otros enfoques críticos. Considere eco psicología y psicología transpersonal. La psicología crítica y relacionada con el trabajo a veces también ha sido etiquetada psicología radical y psicología de la liberación. En el campo de la psicología del desarrollo, el trabajo de Erica Burman ha sido influyente.

Varios sub-disciplinas dentro de la psicología han comenzado a establecer sus propias orientaciones críticas. Tal vez los más extensos son la psicología crítica de la salud y psicología comunitaria.

La crítica de la psicología es algo en lo que Parker nunca deja de trabajar. Aunque el psicólogo británico trabaje dentro de la psicología, su trabajo es también contra la psicología. Su consigna, en efecto, es trabajar “dentro” de la psicología y “contra” la psicología. Esto es precisamente lo que debe realizar la psicología crítica tal como Parker la concibe, como un “movimiento radical dentro y contra el complejo-psi”, como un “movimiento progresista dentro y contra la psicología”, como “una variedad de actividades radicales adentro y afuera, dentro y contra la disciplina”.

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