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Teorias Curriculares

HELLOYOU4 de Mayo de 2014

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Umberto Eco

(Traducción: Mirta Rosenberg)

Fuente: La Nación MIércoles 30 de Marzo de 2005. Opinión ROMA .- Recientemente,

Giovanni Sartori, en el Corriere della Sera, intervino en términos filosóficos en el

tema de los embriones y el inicio de la vida, citando copiosamente la postura

conocida como "creacionista" de Santo Tomás de Aquino.

Se trata de una postura ya recordada en los últimos tiempos por algunos autores

laicos (por ejemplo, yo mismo hablé de ella en una columna de septiembre de

2000), pero -curioso, ¿verdad?- nunca retomada en los ambientes católicos

fundamentalistas.

La posición de Tomás (que en el transcurso de los siglos la Iglesia nunca ha negado

expresamente, condenando en cambio la opuesta a ella, de Tertuliano) es la

siguiente: las plantas tienen un alma vegetativa, que en los animales se asimila al

alma sensitiva, y en los seres humanos estas dos funciones se asimilan al alma

racional, que es la que produce al hombre dotado de inteligencia y que define a una

persona como "sustancia individual de naturaleza racional".

Tomás tiene

una visión

biológica de la

formación del

feto: Dios

introduce el

alma

solamente

cuando el feto

adquiere,

gradualmente,

primero el alma

vegetativa y

luego el alma

sensitiva. Sólo

en ese punto,

en un cuerpo

ya formado, se

crea el alma

racional

(Summa

Theologiae, I,

90). El embrión

tiene

solamente

alma sensitiva (Summa Theologiae, I, 76, 2 y I, 118, 2). En la Summa contra gentiles

(II, 89) se dice que hay una generación gradual, "a causa de las formas intermedias

de las que viene dotado el feto desde el inicio hasta su forma final".

Y por eso, en el Suplemento a la Summa Theologiae (80, 490) se puede leer esta

afirmación, que hoy suena revolucionaria: después del Juicio Universal, cuando el

cuerpo de los muertos resurgirá para que también nuestra carne participe de la

gloria celeste (cuando según Agustín, revivirán en la plenitud de su belleza adulta

no sólo los nacidos muertos sino, en forma humanamente perfecta, también las

burlas de la naturaleza, los mutilados, los engendrados sin brazos o sin ojos), en esa

"resurrección de la carne" no participarán los embriones. En ellos aún no se había

infundido el alma racional, y por lo tanto no son seres humanos.

Se podría decir que la Iglesia, casi siempre de manera lenta y subterránea, ha

cambiado tantas de sus posiciones en el transcurso de su historia que también

podría haber cambiado ésta. Pero es singular que nos encontremos ante la tácita

desaprobación, no de una autoridad cualquiera, sino de la Autoridad por excelencia,

el pilar que sostiene la teología católica.

Las reflexiones que nacen a propósito de este tema conducen a curiosas

conclusiones. Sabemos que desde hace mucho tiempo la misma Iglesia Católica se

ha resistido a la teoría de la evolución, no tanto porque parecía desmentir el relato

bíblico de los siete días de la creación (sobre esto ya estaban de acuerdo los

antiguos comentaristas: la Biblia habla metafóricamente, y con expresiones

poéticas, por lo que siete días también podrían significar siete millones de años),

sino porque cancelaba un salto radical, la milagrosa distinción entre las formas de

vida prehumanas y la aparición del hombre, anulaba la diferencia entre un simio,

que es un animal bruto, y un hombre, que ha recibido un alma racional.

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