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Transculturación

26 de Septiembre de 2014

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Mestizaje y transculturación: la propuesta latinoamericana de globalización

J. Ramiro Podetti

Universidad de Montevideo

podetti@internet.com.uy

Comunicación presentada en el VI Corredor de las Ideas del Cono Sur,

11 al 13 de Marzo de 2004, Montevideo, Uruguay.

No somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los españoles... Tengamos presente que nuestro pueblo no es el europeo... que más bien es un compuesto de Africa y América que una emanación de Europa; pues que hasta España misma deja de ser europea por su sangre africana, por sus instituciones y por su carácter. Es imposible asignar con propiedad a qué familia humana pertenecemos... el europeo se ha mezclado con el americano y con el africano, y éste se ha mezclado con el indio y con el europeo. Nacidos todos del seno de una misma madre, nuestros padres difieren en origen y en sangre...

Estas son unas palabras de Bolívar en el Discurso de Angostura, el 15 de febrero de 1819. Volveré brevemente sobre ellas al final de la exposición, y solo quiero remarcar una frase: Es imposible asignar con propiedad a qué familia humana pertenecemos. Lo que propongo es una brevísima reflexión sobre el concepto de “transculturación” del antrópologo y pensador cubano Fernando Ortiz, y sus antecedentes, y acerca de la actualidad que ha recobrado, a mi modo de ver, en la presente situación mundial. Dando como un hecho que la interculturalidad es el reto de una genuina universalización, y que será el rasgo distintivo del siglo XXI.

El concepto “transculturación” apareció por primera vez en el libro Contrapunteo cubano del tabaco y del azúcar (Advertencia de sus contrastes agrarios, económicos, históricos y sociales, su etnografía y su transculturación), publicado en 1940. Fernando Ortiz, jurista devenido antropólogo y filósofo de la cultura, perteneció a ese riquísimo mundo de la cultura cubana de los 30 y los 40 del siglo XX, habiendo sido cofundador en 1936, junto con Alejo Carpentier y Nicolás Guillén, de la Sociedad de Estudios Afrocubanos. Por andariveles parecidos, pero desde las revistas Verbum y Orígenes, florecería José Lezama Lima y el grupo origenista.

Glosando a Ortiz, Bronislaw Malinowski, que fue un entusiasta defensor de la idea, la define en la Introducción a la obra máxima del antropólogo cubano de este modo:

Transculturación... es un proceso en el cual emerge una nueva realidad, compuesta y compleja; una realidad que no es una aglomeración mecánica de caracteres, ni siquiera un mosaico, sino un fenómeno nuevo, original e independiente. Para describir tal proceso, el vocablo de raíces latinas transculturación proporciona un término que no contiene la implicación de una cierta cultura hacia la cual tiene que tender la otra, sino una transición entre dos culturas, ambas activas, ambas contribuyentes con sendos aportes, y ambas cooperantes al advenimiento de una nueva realidad de civilización.

Cuando Fernando Ortiz llega a formular esta tesis, llevaba décadas como investigador e historiador de la cultura popular cubana. La base desde la cual arriba a la misma es la puesta en su debido valor de la incomparable magnitud del acontecimiento social ocurrido en América en poco más de dos siglos, entre 1500 y 1700, y que ganaría una nueva oleada entre 1850 y 1950. Lo que José Vasconcelos había destacado, en 1925, en toda su proyección futura, desde las páginas de La raza cósmica, Ortiz lo estudió en su dimensión histórica, comprendiendo que la radical novedad de un pueblo universal, anunciada por el mexicano, estaba fundada en la extraordinaria acción transculturadora realizada en América a partir del siglo XVI. Sostiene Ortiz:

Entendemos que el vocablo “transculturación” expresa mejor las diferentes fases del proceso transitivo de una cultura a otra, porque éste no consiste solamente en adquirir una distinta cultura, que es lo que en rigor indica la voz angloamericana “aculturation”, sino que el proceso implica también necesariamente la pérdida o desarraigo de una cultura precedente, lo que pudiera decirse una parcial “desculturación”, y además, significa la consiguiente creación de nuevos fenómenos culturales que pudieran denominarse “neoculturación”... En todo abrazo de culturas sucede lo que en la cópula genética de los individuos: la criatura siempre tiene algo de ambos progenitores, pero también siempre es distinta de cada uno de los dos. En conjunto, el proceso es una “transculturación”, y este vocablo comprende todas las fases de su parábola.

Naturalmente Ortiz no fue un rayo en un cielo sereno. Su obra también está inscripta en una secuencia de reflexión sobre la naturaleza social y cultural de América Latina que contiene obras tan diversas como Las democracias latinas de América (1912) y La creación de un continente (1913) del peruano Francisco García Calderón, Eurindia (1924), del argentino Ricardo Rojas, La raza cósmica (1925), del mexicano José Vasconcelos, o Casa Grande e senzala (1934) del brasileño Gilberto Freyre, solo por colocar algunos nombres significativos de una lista que es bastante más extensa. Obras que tienen en común poner en foco el proceso formativo de la sociedad latinoamericana, ese proceso que el argentino Ricardo Levene calificara como el más grande experimento social de los tiempos modernos, y que Carmen Bernard y Serge Gruzinski, aun más allá que Levene, consideran que no tiene paralelo en la historia. Proceso que tiene como denominador común la mutación de todos los actores del mismo, aun antes que su entrecruzamiento empiece a generar la nueva síntesis. Y también destacó la velocidad de esas mutaciones:

Ese amestizamiento de razas y culturas sobrepuja en trascendencia a todo otro fenómeno histórico... Toda la escala cultural que Europa experimentó en más de cuatro milenios, en Cuba se pasó en menos de cuatro siglos... Se saltó en un instante de las soñolientas edades de piedra a la muy despertada del Renacimiento. En un día se pasaron en Cuba varias edades; se diría que miles de “años-cultura” si fuere admisible una tal métrica para la cronología de los pueblos...

Me parece importante destacar que estas visiones, si bien todas están centradas en el llamado mestizaje, y que yo creo debe llamarse con el término inventado por Ortiz, transculturación, fueron absolutamente superadoras de la idea de raza, tan propia del pensamiento europeo. Es más, basta reparar en las décadas de su florecimiento, entre 1910 y 1940, para contrastar elocuentemente con el coetáneo racismo europeo, que vivió entonces uno de sus momentos de auge. Creo que una manera excelente de sintetizar cuan lejanos están estos pensadores iberoamericanos del concepto de raza es la siguiente observación del peruano José María Arguedas, otro de los pilares del pensamiento iberoamericano del siglo XX:

No tenemos en mente para nada el concepto de raza. Quienquiera puede ver en el Perú indios de raza blanca y sujetos de piel cobriza occidentales por su conducta.

El concepto de transculturación de Fernando Ortiz fue recibido en América Latina, y encontramos su rastro en diversas obras y autores, desde El sentimiento de lo humano en América del chileno Félix Schwartzmann hasta el ya citado José María Arguedas, el uruguayo Angel Rama o más recientemente en el cubano-estadounidense Román de la Campa. Sin embargo, creo que no alcanzó la trascendencia que debía, ni se ha aprovechado debidamente todo el potencial interpretativo del concepto, aunque debe considerarse que un desarrollo similar de la idea, aunque sin el uso del mismo término, puede encontrarse en los brasileños Darcy Ribeiro y Sergio Buarque de Holanda.

Sin embargo, frente al debate intercultural de los últimos lustros, el concepto desarrollado por Ortiz recupera una gran vigencia. Ante los pronósticos de guerras interculturales, o a modelos sociales de guetificación de ámbitos culturales que coexisten pero aislados y hostiles, la transculturación aparece como una respuesta de otro signo a la interculturalidad.

En algunos, esta radical y abrupta inmersión en la interculturalidad de los últimos lustros ha podido suscitar reacciones defensivas: desde una supuesta universalidad amenazada, o desde particularismos que se ven en la obligación de confrontar su particularidad en el seno de un mundo cada vez más interconectado.

Al respecto cabe decir que debería discernirse cuidadosamente, siempre, entre universalidad y hegemonía. Hay unas sabias palabras de Pascal que ayudan: unidad que no contiene a la multitud es tiranía, multitud que no se reduce a la unidad es anarquía. La universalidad contiene, para ser tal, unidad y multitud, unidad y diversidad.

Por eso, la superación de las visiones racistas y etnocentristas -desde cualquier lado que se planteen- y buscar instrumentos de solución de los problemas contemporáneos que por el contrario favorezcan una actitud tolerante, respetuosa y abierta hacia las alteridades culturales, creo que no estriba puramente en el multiculturalismo. El multiculturalismo expresa en cierto sentido, y primariamente, la instintiva reacción frente a las hegemonías que se asumen como universalidad, pero no resuelve el problema, porque postula sacrificar una deficiente unidad pero para reemplazarla por una no menos deficiente diversidad. No hay verdadera unidad que no contenga la diversidad, pero tampoco hay diversidades que tengan sentido sin una unidad que las contenga.

La transculturación, en tanto creación cultural capaz de reunir raíces culturales diferentes, no se centra solo

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