Cuando Dios llama a un discípulo
arturino1989Trabajo21 de Noviembre de 2014
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1 - CUANDO DIOS LLAMA A UN DISCÍPULO
Orientaciones y herramientas para el predicador
Enseñanza principal
Dios llama a hombres y mujeres para que sean discípulos de Cristo. Es necesario creer que, si él nos ha llamado, nos capacitará para serlo.
Idea principal para predicar
Por la gracia y dirección de Dios en nuestras vidas es que hacemos las cosas que él desea que hagamos. Cuando Dios realiza el llamado, capacita. Ha usado a los jóvenes para perpetuar su verdad y los usará hoy también.
Invitación para tomar una decisión
Desafiar para llegar a ser un verdadero discípulo de Cristo.
Reafirmar a los miembros bautizados y animar a los que no lo son; acercar a ambos grupos a la experiencia del discipulado.
Anunciar la fecha del siguiente bautismo para iniciar a los nuevos discípulos que el cielo está llamando.
Animar a aquellos que en el pasado aceptaron el llamado, pero que en el camino perdieron su confianza en Jesús.
Presentar el privilegio de participar en la Gran Comisión y explicar que son llamados para hacer grandes cosas para el Señor.
CAMINANDO BAJO EL POLVO DEL RABÍ
Mateo 11:28-30
Introducción
Es muy común el olvidar: olvidamos citas, cumpleaños, pagos; sin embargo esos olvidos tienen sus consecuencias.
Un desafío relevante en la vida del cristiano es el de no olvidar. La educación en el pueblo de Israel tenía claros recordatorios para no olvidarse de Dios, y lo leemos en Números 15:37-41 (donde hay indicaciones del uso de las borlas y una cenefa o fleco en los vestidos para no olvidarse de la Ley de Dios).
Educación judía
Los hebreos orientaban la educación religiosa a la acción de enseñar y vivir, no a la de informar.
¿A qué edad comenzaba la educación de los hijos?
Los hijos menores de seis años eran atendidos en el hogar, para ser ingresados después en las sinagogas y ser educados por los maestros de la ley.
Las escuelas constituían el centro de la vida de la comunidad. Los niños eran expuestos al conocimiento desde muy temprana edad, e inspirados para conocer y vivir según la voluntad de Jehová.
Se preocupaban por cada generación y no deseaban que se olvidaran del Señor. Las enseñanzas y tradiciones subsistían gracias a la educación temprana de los niños.
Estaban orgullosos de sus enseñanzas. Tenían el Talmud. A los seis años aprendían el Pentateuco en la sinagoga local (casa del libro).
El rabí les daba miel mientras aprendían, y les recordaba que era un símbolo de las bendiciones de Dios: la disfrutaban como algo especial.
“Nunca olvidéis que la Palabra de Dios, como la miel, se disfruta. Probad y ved que Dios es bueno”, les decían. El niño lo aprendía de manera visual, auditiva y por medio del gusto.
De los 6 a los 10 años se memorizaba la Tora, (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio). Hoy día los niños aprenden y memorizan, pero otras cosas.
De los 10 a los 14 años sólo continuaban los mejores: pasaban a otra etapa de la educación, en la que habían de aprender hasta Malaquías, el resto de las escrituras hebreas.
Partiendo de los 13 y 14 años se les enseñaba a procesar la información de forma interactiva usando diferentes métodos. Uno de ellos era el de preguntas como “¿Cuánto es 2+2?” A lo que al alumno respondía: “¿Qué es 16/4?” De esa manera, los alumnos estaban demostrando que entendían bien. Un día un experto de la ley le preguntó a Jesús ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? Y Jesús respondió ¿qué está escrito en la ley? (Lucas 10:25, 26)
Por esa razón Jesús respondía con preguntas las preguntas que se le hacían.
Cuando Jesús visitó el templo por primera vez, se quedó ahí sin que José y María lo supieran; estaba en la etapa de los doce años. Las autoridades religiosas se admiraban de la forma como Jesús hacía las preguntas.
Otro hecho que confirma el conocimiento que los judíos tenían de las Escrituras se registra en las palabras que María expresa en su encuentro con Elizabeth, conocido como el “cántico de María” o el Magníficat, (Lucas 1:46-53) que está compuesto de porciones del Antiguo Testamento que ella había memorizado en su infancia y juventud.
En la actualidad, los judíos todavía siguen aprendiendo de memoria.
¿Cuándo fue la última vez que un muchacho de 12 años te pidió que se le permita leer las Escrituras? Eso era lo que más deseaban hacer los jóvenes en esa época.
Jesús vivía en ese contexto educativo.
Después de cumplidos los 14 años, los jovencitos tenían la posibilidad de seguir estudiando al ser invitados por un Rabí, quien le transmitiría sus enseñanzas. Pero los privilegiados solo eran los mejores estudiantes.
Para los padres judíos era un sueño que sus hijos fueran educados y llamados por un Rabí, quien reproduciría su doctrina para perpetuarla.
Algunos rabíes, por la autoridad que tenían, habían llegado a hacer su propia interpretación de la Escritura (el Yugo Mateo 11:30), por lo que algunas veces llegaban a diferir con otros.
El Rabí llegaba a adoptar un sistema de vida propio, demostrando, con su testimonio, cómo se debía vivir lo que enseñaba, y esperaba que los discípulos reprodujeran su vida.
Estas autoridades religiosas tenían la posibilidad de permitir o prohibir. Jesús les dijo “yo os doy autoridad para…” (Marcos 6:7)
La filosofía de vida basada en su interpretación era conocida como su yugo. Era una enseñanza particular de un Rabí. Éstos solían tener una lista de exagerados requerimientos religiosos. En contraposición, Jesús dijo: “Mi yugo es fácil”, es de libertad, no de opresión. (Mateo 11:29)
El llamado
Cuando alguien quería seguir a un Rabí, el discípulo potencial se ofrecía diciéndole que su enseñanza le gustaba y que quería reproducirla en su vida. En otras situaciones el Rabí lo buscaba para invitarlo a ser su discípulo.
Una vez elegido o aceptado el discípulo, el Rabí indagaba cuánto sabía de las Escrituras por medio de preguntas. Se esperaba que las conociera y supiera a la perfección.
El Rabí preguntaba sobre un texto, pero no se refería a ese versículo. Podría estar pensando en el anterior o el posterior, y se le debería responder usando el anterior o el posterior, comenzando así una disertación de lo que trataban. El formato de preguntas ayudaba en la argumentación del tema.
En muchas ocasiones Jesús solo iniciaba un texto y lo dejaba inconcluso, pues se esperaba que los demás lo supieran. Además, respondía con otra pregunta a las preguntas que se le planteaban.
¿Quién llegaba a ser discípulo?
El Rabí deseaba perpetuar su yugo (enseñanza), así que buscaría discípulos que tuvieran la capacidad de hacerlo.
El maestro debía preguntarse: ¿Este estudiante tiene potencial para ser lo que yo soy y reproducir mi enseñanza en su vida, perpetuándola así, para las nuevas generaciones? ¿Tiene lo necesario para hacer lo que yo hago? Si él puede ser como yo, entonces le diré: “Sígueme”.
El candidato a discípulo debería estar dispuesto a decir: “Dejaré familia, oficio y amigos; dedicaré mi vida para ser como mi maestro”.
Todo lo que el Rabí hacía, el discípulo lo debía hacer, no importando la edad que éste tuviera. Si el maestro cortaba el pasto, el discípulo lo haría. También debía tomar conciencia para agradecer a Dios, aun por las cosas más comunes y elementales de la vida. Debía mantener una profunda y permanente adoración a Dios.
El discípulo estudiaba la enseñanza de su maestro, hablaba de ella; era su pasión seguirlo y aprendía mirando la manera como enseñaba.
Cuando llegaba un Rabí a una sinagoga, le daban el rollo, y él lo besaba lleno de alegría. Cuando Jesús fue a la sinagoga, fue él quien dirigió la adoración.
Al pasar el tiempo, el Rabí evaluaba a su seguidor. Pero si éste no tenía las posibilidades de ser como él, entonces le decía: “Ora para que tu hijo pueda ser un discípulo de un Rabí. En tanto regresa a tu casa y aprende el negocio de tu familia, aprende el oficio de tu padre y sé un buen hombre”.
Jesús llama a sus discípulos (Mateo 4:18-22)
Cuando Jesús caminaba por Galilea encontró a uno de estos muchachos, cuyos padres habían soñado con la posibilidad de que su hijo fuera seguidor de un gran Rabí, pero no había podido llegar a ser un discípulo y había aprendido el oficio de su padre.
Muchas veces nos vemos retratados en ese cuadro: intentando seguir a Jesús y no podemos. Entonces regresamos desanimados a nuestra vida cotidiana, para hacer lo que comúnmente habíamos estado haciendo.
Lo sucedido esa mañana, sin embargo, nos recuerda
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